Luis Paniagua
(San Pablo Pejo, Guanajuato, 1979). Estudió literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México. En el año 2000 obtuvo el primer lugar en el género de poesía del concurso José Emilio Pacheco y en 2004 el premio en el mismo género en el concurso Punto de Partida. Ha sido incluido en las antologías Crimen confeso (Daga, 2003), Un orbe más ancho. Cuarenta poetas jóvenes de México (Punto de partida-UNAM, 2005), Los mejores poemas mexicanos, edición 2006 (Joaquín Mortiz-FLM, 2006), Anuario de poesía (FCE, 2007, 2008) y La luz que va dando nombre. Veinte años de poesía última en México: 1965-1985 (Secretaría de Cultura de Puebla, 2007), entre otras. Es coautor de los libros colectivos Espacio en disidencia (Praxis-Velamen, 2005) y Al frío de los cuatro vientos (Instituto Mexiquense de Cultura, 2006). Su primer libro individual lleva por título Los pasos del visitante (Punto de partida-UNAM, 2006). Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en la categoría de Poesía, en el periodo 2011-2012.
LOS PASOS DEL VISITANTE
(Las habitaciones de abril)
1
Es el calor una espuma rijosa, lengua de la noche emboscada en su pedestal salitroso.
Apagadas vértebras del cielo, las apenas estrellas.
Él y el equipaje como brazo derecho; Ella cansada, mientras las niñas de sus ojos sueltan en la atmósfera pesada sus palomas rotas.
En el primer hotel hallado, la piel arde su Troya.
2
La carne es una hoguera elástica.
Inventario de flexibilidades, de vapores certeros, de pelos escondidos, es el cuerpo amado y perseguido a lo largo de los kilómetros de cuerpo que se extienden en la cama.
La muralla de piedra del malecón.
Las aguas golpeteando rítmicamente.
3
Él abre la ventana:
Mira de frente al ojo de la noche pudriéndose.
Cierra la ventana.
El calor que se ha colado es tan denso que la palabra cuchillo (pensada o caída de los labios del hombre) podría cortarlo en gajos.
4
Ella abre la ventana:
Calabozo febril donde las putas, parpadeos de la lujuria, desenvuelven su oficio: rima de grillos atemperados.
5
Nadie abre la ventana:
Afuera crece el mundo con la mirada ausente.
6
El fuego está de incógnito. El aire finalmente ha perdido la sangre. La tierra es un tránsito inefable. El agua tensa las cuerdas en su secreta avanzada. La garganta rompe en sonido que un beso apaga... encenizado.
7
Es negra la voz de la luna pero, aun así, canta.
8
¿Qué dioses, a lo lejos, lavan sus sábanas?
9
La noche bosteza las primeras llamaradas de un sol veraz.
10
Él abre la ventana:
Los gallos arponean el aire con su canto.
11
Ella abre la ventana:
Picotean gorriones los estandartes de la luz.
Ella acaricia el día con sus pestañas, ella saluda al día con los búhos del sueño ramoneando en sus pestañas.
12
Medio día. El calor es un reloj sin cuerda. Un astro es su péndulo detenido.
13
Algo se abre a lo lejos.
Prodigio.
Incertidumbre.
No se sabe si el ojo inventa al mar
o es el mar, azorado, el que imagina.
14
Él es un castillo de músculos enjutos y huesos obstinados. Ella es una arcilla donde ensayan los dioses sus primeras desnudeces.
La ola que los moja es el aval de estas palabras.
15
Él intenta un gesto de alargarse, líquido, hasta el cuaderno. Gesto vano. Para las musas siempre hay otros planes.
16
De pronto se intuye que es el mar la palabra contenida de las aguas, el acertijo cuya respuesta es todo (el verdadero enigma es la pregunta: ¿Qué quiere, el mar, que le digamos?).
17
Conforme avanza la tarde, Ella queda un poco más desnuda. El cielo ruboriza su más secreto rostro. Pasa volando la palabra gaviota y Él siente su aleteo.
Vienen pequeñas migraciones, territorios de carne enfebrecida.
18
Ella escribe en su cuaderno: un fósforo encendido es un insecto voraz podando la fronda de las tinieblas. Esa es una acción que se repite para siempre. La eternidad va de la voracidad del insecto hasta su saciedad misma.
19
Él pregunta: ¿Qué caso tiene el mar?
Ella no contesta. El mar ondula.
20
Él conjura las pequeñas deidades cotidianas del fuego, enciende un cigarrillo, escribe en su cuaderno: afuera el mar anda dando tumbos con su borrachera de siglos.
21
Él y Ella se miran. Invisibles arañas ovillan sus miradas. Él y Ella se tocan, su piel habla el lenguaje de los ciegos.
Las venas son relámpagos por donde bajan, desbocados, los caballos, ligeros e imprecisos, de la vida.
22
Ella blande unas palabras en el aire. Ella sablea unos gestos donde crece una distancia grande como la pirotecnia de las palmeras. Ella esgrime argumentos sin réplica. La espada del amor hunde sus filos apagados.
Las palabras son unas gotas de sangre que la noche vampírica asimila.
23
Un gato oscurísimo criba sus uñas de arena en el cuerpo de Él. Ella le regala sus palabras: guirnaldas florecidas que espolean sus carnes. Las sombras ya son aves que barajan sus alas en la mesa extendida de la calle.
24
Canta un gallo nocturno. En su garganta crece una flor antigua.
Con su canto convoca al tiempo dos veces madurado.
25
En la garganta del músico rompe un mezcal sus astillas de amor y de infortunio. Un recuerdo sonajea sus semillas atemporales. El árbol que veo ahora esconde cualquier asomo de lucidez; es el árbol que la borrachera desdobla en mi equilibrio, dice Él a la puerta que continúa abierta como una sonrisa que un mal ebanista empotró en el muro.
26
Ella duerme. Sueña un mar debajo de sus párpados. Él sabe que su sueño predica ya el naufragio.
27
El mar también es tránsito.
Gota de sudor. Claro amante.
28
Él espera el golpe del oleaje del alba. Crece un desierto minúsculo en su cuerpo. Su boca es la palabra más árida. La resaca tiene un nombre lleno de grietas.
29
El mar clava sus ojos, meduseos, en el hombre. Revienta por la playa el caudal de la pérdida. Cierne el mar su lágrima en oleaje.
30
Todo azul. Todo oleaje.
Es de pronto la playa toda, sólo Él y su cuaderno.
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