Carlos Alcorta
Torrelavega, (Cantabria, 1959)
Carlos Alcorta es un poeta español. Codirigió las revistas y colecciones poéticas "Scriptvm" y "Ultramar". En la actualidad, es corresponsable de las Veladas Poéticas de la UIMP en Santander y de la colección de poesía de Quálea Editorial.1
Obra en verso
Dureios Hippos, (Torrelavega, 1986)
Un lugar en la memoria, (Málaga, 1988)
Lusitania, (Torrelavega, 1988)
Condiciones de Vida, (Mérida, 1992)
Cuestiones personales, (Santander, 1997, premio de poesía Alegría)
Compás de espera, (Zaragoza, Prensas Universitarias, 2001)
Trama, (Sevilla, Algaida, 2003)
Corriente subterránea, (Barcelona, 2003, premio de poesía Hermanos Argensola)
Sutura, (Madrid, 2007)
Sol de Resurrección, (Madrid, 2009)
Ahora es la noche (Valparaíso Ediciones, 2015)
ROTACIÓN
Criaturas ignorantes de la soledad, gente de horda, lo
estorninos viven en la proximidad de los estorninos.
ANTONIO CABRERA
Expulsados con saña de jardines
y lujosas terrazas arboladas
de la ciudad por un sofisticado
artefacto que emite graznidos
desenfrenados e intimidatorios
de pájaros atrozmente hostigados,
inquietos estorninos se acomodan
en un poblado y tenso cable eléctrico
que corre paralelo a la costa vecina.
Con cautela me observan cuando palmo
a palmo, pero familiarizado
ya con el escenario, me aproximo
al precipicio con el objetivo
inicial de avistar olas batiéndose
contra los farallones que fielmente
reconstruyen el cuerpo arrinconado
de un pesado mamífero.
Esa es la realidad, mi reino, aunque se sientan
vigilados y la pasión traicione
el infalible instinto de su especie,
porque no voy tras ellos.
Quietas están mis manos, y mis ojos
no se detienen en su algarabía
innecesaria, tratan tan sólo de entender
lo inentendible para describirlo
más tarde: lo que oculta al otro lado
ese horizonte abovedado,
si es verdad o no que en la lejanía
una luz espectral marca la cinta gris
que separa el presente del futuro.
¿De qué les sirve entonces levantar
violentamente el vuelo, agitando sus alas
en el aire enlutado que se extiende
ante mí, si esa imperceptible red
que despliega el temor, la molicie
que disimula su peregrinaje
infinito, acobarda y zarandea,
como a un enjambre de hojas
resecas la amaestrada polvareda,
a la bandada precavida
y en la naturaleza ya no pueden
reconocer la alianza con el cielo,
el paraíso en que se reinventaban
las formas regulares de la calma,
de su lejano origen?
NECESIDAD DEL HÉROE
“Producir, por la fuerza, pruebas de valor, de devoción y de grandeza.”
RAINER MARIA RILKE
“Es grande todo aquel que procura ser lo que ya es por naturaleza.”
RALPH. WALDO EMERSON
Desmiente a Hegel el desinteresado
gesto del hombre anónimo.
Desde lejos no puedo distinguir
su rostro, enmarcado en el espejo
retrovisor en el que se revela
la luz ya acontecida, el desnivel
falseado por la lente entre costumbre
y asombro.
¿Cuándo, cuándo se acalló
la inmaculada voz del instinto animal,
la piel, la grasa, el polvo de los días,
los astros de la noche y sus confines
borrados por la niebla?
De repente ha regresado el espíritu
a su naturaleza, a su forma primera.
No ha prescrito el impulso
solidario, el horror a la injusticia,
esa potencia de la fe que mueve
el mundo, porque cuando le desborda
la realidad, le espolea con la furia
de un relámpago, con un exigente
mandamiento, en otro se transforma,
otro postrado ante las arbitrarias
leyes de la supervivencia
otro en quien la mecánica
de sus actos precede al pensamiento.
Enraizado en la periferia, ese gesto
busca la redención sin pretenderlo.
Hay algo en el aire que lo certifica.
Yo mismo, que jamás he consumado
nada que tenga un mínimo valor,
y sumergido en la desesperanza
sólo accidentalmente he estimulado
el coraje y la generosidad,
puesto a prueba, en la misma situación,
como si ese acto fuera rutinario,
puedo representar fielmente al héroe
que describo.
CABALLOS DOMÉSTICOS
Descienden lentamente, olisqueando
con su hocico aterido fríos tallos quebrados
por el granizo y el hielo de la noche,
hacia gargantas y llanuras fértiles
cuando prevalece la primavera.
Protegida del viento la manada
por un tupido muro de follaje,
de bardas enrolladas al alambre de espino,
el único horizonte que sus ojos
divisan es un cielo encapotado
y sucio que somete sus instintos.
No ansía mansedumbre
ni prisión el deseo.
Dentro de ti, ese mismo cielo gris
cobija grandes playas, lejanías
del alma que en la adversidad se crece.
A la intemperie el corazón salvaje
se hace más fuerte. Sólo la traición
que impunemente rompe coaliciones,
y pactos y deroga el juramento
sagrado de lealtad a los que amamos,
puede obligarte a renunciar sin lucha
a esa parte de ti insumisa, indócil
que mantiene despierta tu conciencia.
OLIMPIADAS
El cántaro de arcilla que contemplo
en la zona mejor iluminada
y prominente del escaparate
muestra el esfuerzo de un atleta en plena
disputa, infibulado para proporcionar
una mínima resistencia al aire.
No trasmite la imagen vigorosa
información alguna sobre sus pensamientos,
pero es fácil concluir que la victoria
significaba mucho más que honor
y reconocimiento ciudadano.
Un campeón olímpico merece
el inefable don de la inmortalidad.
En las Odas ensalza Píndaro al vencedor,
comparándolo en ánimo y belleza
a fabulosos héroes o dioses.
Esa antigua veneración me aturde.
No le interesan a la poesía
actual agotadores desafíos.
Las carreras de fondo cuentan menos
que los velocistas de los cien metros.
Arranque súbito y final confuso.
Eso es lo que celebran en la línea
de meta, más que peculiaridad,
la verificación del duplicado,
otra variante ociosa de la nada.
LA FRAGANCIA DEL VASO
Orientada al sudeste, en las primeras
horas de la mañana repta el sol
por la ventana de la cocina entre
setos anormalmente verdecidos,
depositando sobre la encimera
invadida por restos de la cena
y vajilla grasienta el esplendor
de un cielo anaranjado que comienzan
a surcar nubes y tempranos pájaros.
Tú duermes, contrariada por esa adversidad
que no crees merecer, con las extremidades
enmarañadas sobre la sumisa
almohada esponjosa en el balasto
del sueño y escucho tu respiración
irregular, profunda igual que si surgiera
del subsuelo arenoso
y contemplo la luz reciente acariciando
el cristal fileteado con la delicadeza
de una mariposa, su sigiloso
tránsito, la osadía de su triunfo
diurno que se prolonga
por las frías paredes hasta llenar el vaso
antes vacío de una sustancia inmaterial,
mientras en la terraza se disipa
como una emanación el insano
rocío mañanero y en la eucaristía
de su deslumbramiento, detenida
en un instante eterno, se dispensan
los favores del gozo, la gracia de la ausencia
que me empuja a confiar en lo que no
veo, porque el recipiente dio forma
a lo impalpable, y sólo cuando vuelve
la noche a su dominio, soy capaz
de perseguir el rastro de orín, de óxido
que tras de sí deja la luz ya ida.
STUPOR MUNDI
Estaba adormilado en el vistoso
sofá recién comprado, imposibilitado
en la práctica para emitir algún juicio
sino ecuánime, frío e irrefutable,
sobre las trágicas contradicciones
morales que me afligen y torturan
cuando estoy más despierto. No pensaba
en nada establecido de ante mano,
deambulaba mi mente por oscilantes
crujías salpicadas de recuerdos
propiciatorios, aunque al parecer
los tentáculos de la percepción
se mantenían vigilantes porque
el fugaz aleteo enloquecido
de un canario, adquirido
la víspera, en la jaula
común, me ha conducido
al patio acristalado y reluciente,
atiborrado siempre de flores llamativas,
de mi casa natal. Trinos, cadencia,
colisiones de plumas con el rígido alambre
de la enlazada celda suspendida
pellizcan el oído. Poco importa
desde qué parte llega ese galimatías,
si de afuera, infiltrándose
como un virus letal en lo que soy,
o estaba en mí, callado, razonándome.
Cuando expira la infancia se revela
el mundo como intransitable ciénaga
y sé que en mi memoria, ya menguante
aunque se oigan las voces del pasado
rectificando errores de por vida,
retumbará su eco, buscando el fin,
como salmones envalentonados
que remontan el río ignorando sedal
y zarpa hasta llegar al oscuro naciente
y allí, sus branquias dilatadas
y casi eviscerado,
en el centro de su aniquilación
en brillar la luz que alumbra su principio.
de Ahora es la noche (2015),
de Carlos Alcorta
Caballos domésticos
Desciende lentamente, olisqueando
con el amoratado hocico duros tallos quebrados
por el granizo y el hielo de la noche,
hacia gargantas y llanuras fértiles
cuando despunta un sol primaveral,
bituminoso y aún con defectos,
sobre las fluorescentes cumbres trapeadas a intervalos.
Protegida del viento por un muro
de follaje, de bardas enrolladas al alambre de espino,
la manada parece ciega. El único
horizonte que sus ojos vislumbran
es un cielo interior, encapotado
y sucio que desoye a sus instintos.
No ansía mansedumbre
ni prisión el deseo.
Dentro de ti, ese mismo cielo gris
cobija grandes playas, lejanías
del alma que en la adversidad se crece.
A la intemperie, el corazón salvaje
se hace más fuerte, aunque desde el seno
materno se construyan los primeros
contornos de la identidad futura,
esa que se acomoda a la memoria
de la raza y te amansa con los otros.
Tener conciencia de las cosas te hace
sublevarte, cruzar la raya, amar
el riesgo, no asustarte de los lobos
y las aves rapaces. Eres un cimarrón,
trotas por las praderas libremente.
La vida no es un juego. Si alguien debe
pagar por sus errores, ha llegado el momento
de exigirlo. No temas al dolor,
la sangre se desliza por tu piel,
pero pronto la llaga se hace costra.
Un látigo o una valla no te sujetarán.
Relampaguean tus sentidos. Cambias
de escenario. Es ahora el horizonte
una incógnita por esclarecer,
la posibilidad de poner fin al miedo,
manumitido y dueño ya de tu propia historia.
Punto de partida
Estoy feliz es decir desprovisto de ilusiones
Zbigniew Herbert
Contradiciendo a mis instintos, a la naturaleza,
negando que la unión haga la fuerza,
como un Caín resucitado, violando
las leyes de defensa en la retaguardia
o quebrantando, como las higueras
cuando crecen en riscos, la estrategia
familiar de la solidaridad
entre los hombres, vivo ahora solo
—la piel cubierta ya de oscuras manchas,
los ojos sepultados en sus concavidades,
las articulaciones con reúma—,
intentando recuperar el tiempo
sin matices, el tiempo de la inocencia,
porque sé cuán artera es la presunta
honestidad del prójimo, su irrefutable
verdad, que alaba sin decir su nombre
el orden absoluto del mundo. No deseo
paz o armonía, quiero lo salvaje,
no lo domesticado, un garabato,
pensar algo que pueda avergonzarme,
escribir y pensar, pensar lo escrito,
fabricar una nueva armadura, una cámara
blindada para el ser, que así se crece,
mirándose a sí mismo, sin sufrir las coacciones
del ayer, que no existe, del presente
o del futuro, que persigo sin éxito.
Quien busca contemplar las cosas
como si no tuvieran forma definida,
con candor, pero con la desconfianza
de un recluso indultado después de muchos años,
sabe que no hay tiempo muerto en la memoria,
todo tiene un lugar que se dispone
según herméticas fatalidades,
más propias de diablillos o de ángeles
caprichosos que de la voluntad.
del hombre.
Miro al cielo, la tenue dilución
de las nubes que en su pereza imitan
deshilachadas hebras de algodón
de feria, comestible, parcialmente
teñido el mástil caramelizado
de un rojo equinoccial. Ahora brilla
el sol a través de la claraboya
y yo registro rigurosamente
las variaciones súbitas del tiempo,
los colores cambiantes del crepúsculo
en los pequeños márgenes en blanco
de las hojas del calendario.
Evalúo los destrozos que el granizo
y la irregularidad de las mareas
provocan en el huerto, como si las acciones
de la naturaleza estuvieran dispuestas
para desmoralizarme.
Ha empezado a llover sin darme cuenta.
Memorizo el perfil afeminado
de la luz que dibuja sobre el agua
estancada, un sinuoso laberinto
de carne que hipnotiza mi retina. Auguro,
en oscilante transparencia, el cruel
futuro que me espera, ahora que carezco
de grandes esperanzas y del higiénico
hábito del resentimiento.
El azar del destino nos enseña
a valorar las cosas como se merecen,
afirman los convalecientes,
para quienes el tiempo se detuvo en un punto
de una falsa línea recta.
Ya nada más puedo perder, si acaso
la vehemente calma que me quita
el aliento cuando me da la vida,
algo que me sucede también frente
a la página en blanco si me empeño,
con un estilo audaz impropio de los hechos,
en ordenar las piezas del desastre
y dar nombre a la voz de ese otro yo
que ha salido indemne,
mientras el ritmo urgente y enfebrecido
de las palabras enmaraña mis dedos
y se hermanan en un extraño cóctel
imaginación y experiencia.
Visiones del amén
Pensé que la experiencia de vivir
durante tantos años en el filo de la navaja
me volvería un hombre más ecuánime,
pero creo que no lo he conseguido.
Pensé que desde ese futuro
que no podré explorar, cuando ya sea
mi cuerpo nada entre la nada,
merecería un poco de sosiego, esa tregua
que precede al olvido permanente,
aunque algunos recuerden que fui huraño,
irascible, despótico, enrocado
en fogosas certezas de carácter privado,
ya trasnochadas. Pero yo bendigo
la solvencia de la imaginación,
capaz de fabricarnos ilusiones
y mentiras para seguir viviendo
mientras la muerte nos persigue.
Tal vez el hombre que pensaba ser
nunca existió y revele, tras la disolución
venidera, su imagen, su auténtico
perfil entre las cosas que caducan.
No propongo a quien esto lea un debate
sobre las apariencias, es algo más trágico.
Cada arruga del rostro tiene un significado,
posee su propia justificación,
es la secuela no de elementales
querellas filosóficas sobre el amor o la amistad,
sino de la degradación, como le ocurre
a los objetos cotidianos o a esas grietas irreparables
que surgen en el techo abovedado de tu cuarto
por el uso y la saña de los tiempos.
Si elevara la vista por encima
de mis prejuicios y dejara
de mirar hacia atrás, tal vez podría
encontrar otra forma más sutil de contradecirme,
de expresar el desorden que afecta a mis ideas
y sentimientos sin hacer ningún
daño a nadie; podría preguntarle
a los que están al otro lado si quieren algo
de mí, si aún me quieren. Hell is here.
Cama deshecha
(Adolf Menzel)
La luz crea en los pliegues de las sábanas
innumerable sombras. Aún arde
la brasa de los cuerpos que se han ido
en la cama vacía, aún se intuyen
restos de la aplacada agitación
que precedía al sueño, sostenida
por la cautela, por la inexistencia
de espinosas revelaciones.
Hubo mucho voluntarismo mutuo
para que se impusieran los fines del deseo
en esta noche que termina.
Esa pasión que propició la alianza
es la misma que pude malograrla.
Conversación
(Matisse)
Ha amanecido hace horas.
La claridad que tiñe de azul la habitación
desnuda se desplaza igual que un gasterópodo
por el hueco de la ventana,
con sumisión, sin jerarquía.
Al otro lado de la pared hojas
de abedul cortan los holgados lienzos
de un cielo rutinario, inofensivo.
Al calor del hogar las confidencias
se hacen más íntimas, se afirman
en palabras, en gestos, en silencios,
porque flotan como burbujas
ingrávidas pasiones enfrentadas,
contradictorias.
A la verdad se puede llegar por diferentes
caminos. Muchos hablan del sendero
que prescribe la indeterminación
como el de máxima complejidad
por sus innumerables laberintos.
Tú te has aventurado en él con prudencia,
no exenta de entusiasmo, y encontraste
en sus sofismas buenos argumentos
para apartarlo de tus preferencias.
La mente se detiene. Reflexiona.
Es carbón apagado, como decía Shelley.
Pero nadie es más sordo que quien no quiere oír.
Privarse de un sentido es otra forma
de ver el mundo, de reconocerse
en lo imperfecto.
Tratado de navegación
No salgas al jardín, es una putrescente
selva. En esta pequeña habitación
con paredes forradas de libros y algún cuadro
de interior que decora los ángulos perdidos
estarás más seguro. Nada puede ocurrirte
en este amurallado lugar donde alimentas
tus sueños y al alcance de tus manos
se ofrece un universo de batallas
de papel, duelos de honor, travesías
y naufragios, disturbios religiosos,
epidemias, lujuria, privaciones
y enloquecidos enamoramientos.
Ilion y Macbeth, Conrad, Jenofonte,
Charles Wright caminando pensativo
por los alrededores enfangados
de San Zeno Maggiore vestido de uniforme.
El silencio es tu patria. Una forma de ser y estar,
un pronombre, un adverbio, un adjetivo.
El silencio es una isla, es el cielo en que algunos
ven la revelación del paraíso.
El silencio es un viaje, una ambición.
Ya estaba fulminado en el silencio
cuando llegué a París, escribe Claude Roy.
En el silencio escribes, creas el mundo
desde tu puesto de vigía, con las palabras
de siempre, repitiéndote para que se vacíe
en ti y se haga carne, fraterna carne tuya.
¿No es esta luz que salva las cortinas
y se posa en los libros de las estanterías
la misma luz con la que se salpican
los dioses en sus juegos inocentes?
Aquí eres todo un rey, a ti solo te ofrendas.
Aquí la vida es credo y gratitud,
no duración, es una lista de aniversarios
por cumplir en cada una de las páginas.
Más tarde, cuando intentes fijar en tu memoria
la tersura de un cuerpo, una ciudad con niebla
o el ruido condensado de una sombra
al caer y no logres que las imágenes
suplanten las presencias invocadas,
no te juzgues con la severidad
con la que juzgas al traidor o al siervo.
Inventa la memoria lo que evoca
y tú has sido capaz de reconstruir
a tu manera, real aunque doliente,
una parte de ti, de tu alegría
con la frágil sutura de la imaginación.
Partes de la historia
Un día como éste, también ventoso
y húmedo, cuando apenas faltaban unas horas
para embarcar con rumbo
a la Península y era el uniforme
militar, restituido ya al celoso furriel,
un colgajo arrugado y maloliente,
baqueteado en marchas nocturnas y maniobras
intimidatorias en la frontera;
un doce de febrero por la tarde,
de hace ya más de treinta años organizaba
mi equipaje y decía adiós al campo
de instrucción, a los gritos del oficial
al mando — Joseph Roth las describió
en Puesto de vigía como “amargas
vejaciones” — y al miedo acuartelado
en el cuerpo de guardia, persuadido
de que finalizaba una etapa superflua
de mi vida. Tricornios, metralletas,
amenazantes ráfagas de fuego amotinado
dentro del hemiciclo me sorprenden
varios días después, mientras reparo
algunos desperfectos en mi casa
con más voluntad que pericia. Vuelve
el tiempo de la espada y la cruz. Oficiales
conjurados y guardias civiles a sus órdenes
pretenden convertir la faz de España
en un cuartel inmenso sometido
a sus delirios. Tengo frío, el pánico
no me deja pensar con claridad.
Mis ojos no se apartan
de la pantalla del televisor.
Pasé la noche en vela hasta que supe
que habían fracasado. No podía
imaginar entonces que la suerte
de poeta joven que estrené meses
después me atribuiría responsabilidades
futuras en el curso de la historia,
y en mi propia manera de entenderla.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario