miércoles, 22 de junio de 2011

RAÚL HERRERO [3.958]


Raúl Herrero

Raúl Herrero (Zaragoza, 1973). 
Poeta, pintor y editor. Ha publicado varios libros de poemas, además de los relatos de Así se cuece a un hombre (2001) y el ensayo-dietario El Éxtasis (2002). Ha presentado cinco obras de teatro: El hombre elefante (2009), El indómito y extraño caso de Gregoria (2009), La matanza de los inocentes (2008), Cervantes de perfil o la venta de los milagros (2012) y El despachito (2012). Ha colaborado en Heraldo de Aragón, Barcarola, Turia, L’ Atelier du roman (París), Leer, Quimera…  

Y ha prologado y editado obras de Antonio Fernández Molina, Josep Soler, Mariano Esquillor, José María de Montells, entre otros. Ha preparado las ediciones de Antología de poesía Postista (1998), Credo quia confusum —Poesía reunida— (Huerga & Fierro, 2016), de Fernando Arrabal, Cuentos insólitos de la literatura española, Arrabal 80… Junto a Luis Vidal ha dirigido los documentales El boxeador (2013) y Visiones de Dios (en fase de montaje). 

Participa en exposiciones colectivas e individuales. Admirador del postismo, el movimiento pánico y la ficción de carácter subliminal [de ahí su inclusión en Extraño Oeste (2015)].  Correspondant en el Collège de 'Pataphysique de París y caballero de Ordo Sancti Michaelis in Hispania.

Bibliografía poética

(Sin incluir separatas, colaboraciones en revistas, ni publicaciones en otros géneros: narrativa, ensayo, teatro…).

El testamento de los dioses. Zaragoza, edición de autor, 1991.
Viaje por el Rhin. El último Parnaso, Zaragoza, 1994; 2ª edic., 1998.
Venusberg. Ediciones Gabirol, Zaragoza, 1994.
Bolol (y ningún otro poema). El último Parnaso, Zaragoza, 1994; 2ª edic., 1998.
Los puntos cardinales. Colección Gran Parnaso, Zaragoza, 1996 (Incluye una segunda edición de El testamento de los dioses y los poemarios: Reflejo de disparo azul, Prisma de antimateria (El Conde) y El amor y la guerra: la sal de la tierra).
La voz de su amo, El último Parnaso, Zaragoza, 1998. Con prólogo del poeta islandés Jóhann Hjálmarsson y dibujos de Fernando Arrabal, Antonio Fernández Molina, Silvia B. Ayats, Leyva, Irina Vladimirovna y Alejandra Pizzarnik.
Las «Mininas» de «Velásquez». Gobierno de Aragón, Zaragoza, 1998.
El mayor evento (Antología poética 1991-2000). Prólogo de Luce Moreau-Arrabal y dibujos de María Luisa Madrilley, Libros del Innombrable, Zaragoza, 2000.
El faro de Sigfrido (en colaboración con Alicia Silvestre), Libros del Innombrable, Zaragoza, 2003.
Officium Defunctorum, Colección las patitas de la sombra, Madrid, 2005. 2ª edición en versión bilingüe francés-castellano, traducción al francés por Paola Masseau. Publicado bajo el título Tiniebla original junto al poemario Origén de los meridianos del autor canadiense Paul Bélanger, también en versión bilingüe y con traducción al castellano de Jesús Belotto. Preeliminar de Francisco Torres Monreal. Logos, Colección Islarremota de Poesía, Alicante, 2010.
Los trenes salvajes, Libros del Innombrable, Zaragoza, 2009. 2ªedic., 2010. Con prólogo de Antonio Fernández Molina y epílogos de José María de Montells y Enrique Villagrasa.
Ciclo del 9 (Libros del Innombrable)
9.1 Las palmeras de Verona. Zaragoza, 2000
9.2 Sinfonietta Björk. Zaragoza, 2002
9.3 Libros de canciones de Ángela. Sevilla, 2003. Prólogo de Antonio Fernández Molina
9.4 Notas rumanas. Sevilla, 2004. Prólogo de Jorge Orús
9.5 Punto de no retorno. Sevilla, 2006. Prólogo de Marta Agudo
Sombra salamandra -Poesía supersónica-, (Libros del Innombrable, 2016).



LA RECREACIÓN DE LA CREACIÓN

                       A Jesús Herrero, mi abuelo 

El cielo pusilánime escupe su castigo
mientras mi abuelo me conduce
del colegio a casa;
—de omega a «El Dorado»—.
Tutela mi mano en el estuche de la suya.
Sobre nuestras cabezas sostiene con pulso de atlante
un majestuoso y onírico paraguas negro;
profunda obscuridad atravesada por bastón,
noche de tormenta metamorfoseada en murciélago,
virgen blanca desgarrada por lengua de carbón,
cúpula parcialmente iluminada por luciérnaga,
pieles de morcilla cosidas con mugre,
tinta china derramada sobre pedazo de aire,
noche acotada por el filo de tijeras,
media capa adornada por cucarachas,
cargado café en plata negra transmutado,
uvas masacradas que componen pasta diamantina,
alas de cuervo cubiertas por azogue,
tazas de nada repletas de chocolate espeso,
cuello cobrizo ahorcado por cabellos quemados,
jirón de luna arrancado y cubierto de azabache,
plaza negra con arena negra y toro negro
en el centro del ruedo negro con cuernos
blancos pintados de negro;
una luz verde me arranca la nuca.
Nuestros puntapiés golpean a los pulpos
enredados en mis pies.
Mi abuelo, que aquel día
era Spiderman,
apaleaba a mis enemigos
del autobús, de la escuela,
de los muelles del ascensor;
y aún hoy lo continúa haciendo
desde los orificios mojados
del firmamento siempre-vivo.
¡Temblad!,
mocos antropomórficos
pegados a la suela de mis zapatos.

De Bolol (y ningún otro poema), 1996, 2ª edición




Kyrie

              Casi todo lo creo muy seguro
              (Dámaso Alonso. Duda y amor sobre el ser supremo).

Casi nada lo creo muy seguro.
Los que solo son para sí mismos
como amenaza contemplan lo trascendente.
La duración se contiene en la duración misma,
sin paréntesis de horas, sin ese repecho
de impostura al que denominamos tiempo.
En la equivalencia entre el instante y lo permanente
reside la sustancia de mi alcance.
Pido piedad a los recuerdos,
a esas notas adscritas a mi conciencia,
a esos sueños, a esas mentiras 
semejantes a la certeza, a esas evocaciones
conservadas para el rencor o la podredumbre.
La piedad a sí misma se alcanza si cumple con el deber
del perdón para lo inexcusable, sin tal merced
la caridad se convierte en limosna,
en gracia concedida sin mérito ni virtud.
¿Qué será de la conciencia
cuando se desprenda de la memoria?
¿Continuará bajo el dictado
de las vividas impresiones?
La misericordia
en la aceptación miserable del abandono.
Saciarse de la hierba del olvido
silencia, pero no acalla.
¿Cómo habitar la respiración, el crujir denso
que acompaña a la vida en cada gesto?
Ni el rechazo, ni la consunción,
ni el reclinarse frente a un altar dorado,
ni el morder con rabia las privaciones
son causa de mayor virtud ni gracia.
Cuando el camino es el fin
se anula la falta.
Finalmente, la vida no es tan importante,
pueden serlo más los pájaros.

De Officium Defunctorum. 1.ª edic.  Colección las patitas de la sombra,
                  Madrid, 2005.



Himno fúnebre

Cuando mis evocaciones se pueblen de muertos,
¿quedará una boca donde encajar mi cráneo?
¿Me tendrán a mí las cabezas?
Los despojos me apuntalan mientras cribo la criba.
Ni las pesquisas, ni el hombre, ni el diablo,
ni el mundo, ni la carne me pertenecen.
La luz impura, la luz sujeta al cambiante
relente de los seres dispersados
por eco de abismo y nadie,
construye la catedral de lo inmaculado.
En el risco sulfuroso de tapices y espirales
me siento vacío y albar.
Me muerdo las ideas, muerdo el azogue,
me desgarro las uñas, me desgarro a picotazos.
Cruzo la encrucijada que divide
el sendero de vida y muerte.
Ante la esfinge ciega recito mi plegaria:
«Invocadme,
sabed que he sido,
hijos de nada».

              Publicado en Almunia Revista de creación y pensamiento,
              n.º 5, 2001. Incluido también en El faro de Sigfrido, 
              (con Alicia Silvestre), Libros del Innombrable, Zaragoza, 2003.



Oda a Fred Astaire

Tumbado, con los pies de charol sobre el universo, pareces una alucinación de moluscos;
desnudas el aire con tus pasos curvados,
tus ásperas nubes.
En la cima del ocaso derribas a los osos del balompié,
pared con sabor a mejilla,
sombrero de copa que sostiene el vacío,
una sombra negra sobre tus manos llevadas hasta el fuego;
libo de la pistola que proyecta tu imagen
sobre el cuaderno desgastado de la nada.
Avivas el silencio decrépito de mi indolencia;
introduces el delgado pico de tus zapatos en las muñecas de mis brazos yermos y doloridos.
Describes con las piernas una circunferencia de olvido,
cocinas la materia y el movimiento,
bebes del fluido de la inmortalidad.
En la rapidez de tu vuelo superas la distancia
que separa al aerolito de la vida,
bailas y cortas del césped.

 [Ve, como gran Maestro,
con tu cabeza de pepino
y tus muslos de conejo,
con movimiento diestro,
escobando el tósigo del tiempo].

Tiembla dentro de la corteza del árbol caído.
Los titilantes enredos de la gloria caminan sobre las pisadas
que entregas a esta tierra muda y obscura.

Eclipsas el corazón del huracán,
—hoja herida por el proyectil eterno del viento
que perfora la alegría—,
eliminas el dolor del vértigo,
en tu lengua tiembla el bienestar mojado.

De Ciclo del 9 9.1 Las palmeras de Verona, Libros del Innombrable, 
                   Zaragoza, 2000.



El poeta con pantalones

El poeta en la calle hace el ridículo.
Las monjas le señalan y a carcajadas se ríen de sus pantalones.
Los burócratas le roban la ropa,
lo dejan desnudo, en hora punta,
en mitad de una avenida.
Los perros se lanzan a morderle
el cuello.
El poeta se peina con mimo,
se viste con optimismo,
caza unas moscas,
se calza los zapatos,
sale a la calle y todos le disparan.
Corre de esquina a esquina
esquivando balas y flechas.
Aunque se transforme en escarabajo
los niños le reconocen.
Los prelados le escupen en la cara
y se mofan de su figura hasta caer rendidos
por el hipo de la risa.
Cuando entra en las tiendas
le hacen pasar por un embudo
y después lo expulsan a empujones.
En la universidad los primates le temen,
pero se le acercan con precaución,
armados con quijadas y 
disfrazados de poetas,
a golpearle en las sienes.
Solo le permiten entrar en el cine,
pero la entrada le cuesta el doble.
Camina junto a la comparsa evitando
las minas que apostan a su paso.
Si no fuera tan obstinado,
y se dejara vestir de primera comunión,
mejor le iría en la vida…

8 de septiembre de 1997

De La voz de su amo, El último Parnaso, Zaragoza, 1998





Extasiado ante los dedos y las fuentes de Lily Monster

                          (En memoria de Yvonne de Carlo)

Cuando tu cuerpo en blanco y negro
se introduce en el aire,
tus dedos de liturgista
parecen los más lívidos;
la blancura de tus ojos provoca
una luz transparente, nevada,
sarmentosa, nacarada, vibrante y táctil.
Mientras, en tu melena retráctil, obscurecida
por las grises tonalidades de la televisión,
se adivina un nido lleno de gracia;
es, por tanto, tu cabellera,
un huracán de carbones incendiados;
un ovillo consumido por aliento de obscuridad,
la pérdida que entristece porque oculta,
la luz nocturna dispuesta a enredarse,
la ceniza olvidada en los altares,
el espasmódico sudor del anfibio escaldado.
Al verte impresa en la pantalla
¡y en movimiento!,
siento que crezco
dentro de ti, en tus entrañas,
en tu nuca,
en tus galápagos gallardos,
en tus senos como surtidores de neón,
en tu cintura como nido de moscas,
en tus nalgas de mariposa,
en tu espalda de invernadero,
en tus piernas: fuentes recostadas.
En ese cuello adornado con la crucifixión
de un murciélago
creo
con la firmeza
del fuego incombustible,
por ello araño en mi memoria
los desplantes lechosos de tu carne
que, a mis ojos,
se muestra tiznada
por el oro de la santidad.
Me relamo tras tus pasos de gato,
tras tus andares frágiles como la fe,
tras tus gestos discretos como la verdad.
En tu ausencia de fusiles y males menores
vuelve y me contiene una y mil veces
tu cuerpo cincelado bajo mis párpados.
En tu imagen, encarnada en un beato
animado por una linterna mágica,
profundizan mis pupilas desde la soledad.
Entonces, cuando duermes bajo mi carne,
como un cuchillo manso y mamífero,
te emulsionas en mi apariencia
con tu cándida imagen rodeada de telarañas,
muebles pesados y luminarias.
Tu cuerpo,
apetecible como un mar-monstruo,
bajo unas telas impávidas y sutiles
se refleja en mi recuerdo,
como una hoja de piel posada
en el agua del deseo.

Los trenes salvajes,  1ª edic. Libros del Innombrable, 
               Zaragoza, 2009. 2ª edic., 2010.





¿Cómo te nombraremos ahora?

¿Cómo Te nombraremos ahora
si fuiste anterior a las formas
acuosas y los incendios?
¿Cómo pronunciaremos Tu nombre
si has surgido tantas veces
arropado por diversas mortajas de miel?
¿Todavía transportas en tus manos
los mantos y fardos
con la sangre 
del hombre?
¿Aún habitas en nuestro linaje
como en un albergue de ardor?
Aunque proteges a los incurables,
aunque alimentas los ovarios vacíos;
¿nos mantienes entre Tus favoritos todavía?

De Cantata de mercurio Poemario inédito (1999-2013).




¿Qué pensarás ahora que estás muerto?
Cuando las corrientes han dejado de combatirte
y te sumerges sin dudas en pantanos y arrozales.
En el hueco encuentras una palabra,
en el perchero cuelgas sacos de carne,
en la cama duerme el aprendiz de tu reflejo.
Ya no perteneces a los días,
ni al consuelo insomne de las horas.
Cruzas tu sonrisa con el cristal de una máscara mortuoria,
consumes los bienes que te alimentaron,
te desmayas en una loma de obscuridad y
oleaje negruzco, sangriento.
Yaces en pie,
los demás lo ignoran,
los demás crecen a la sombra
de las caricias de tus palabras
o de la enciclopedia marchita de tus gestos.
Nadie sabe que has muerto,
que a diario resucitas varias veces.
Aunque la soledad aporta toda la gloria
siempre, tras ella,
sobreviene la pulsación del espanto.

Ciclo del 9. 9.5 Punto de no retorno, Libros del Innombrable, 2006




SABES que no soy nada
y, sin embargo, no me vences todavía.
Escuchas la conversación de mis almas
atrapadas en el interior de la esfera azul.
Con paciencia me apacientas,
me ves pasar las hojas del almanaque.
La cantimplora de tus labios,
las caléndulas que braman y callan,
los vericuetos encarnados en una sábana…
No hay nombre para ese otro yo.
Tú, mientras tanto,
bailas y te desnudas compulsivamente
sobre la concha:
la espuma de pinceles.
Desde tus orificios
me ves atrapado en esta carne
que muere, se agrieta y desaparece,
pero te niegas a comerme:
hiedra de apetito y sed.

(Del libro El silencio en llamas)




2. Tuba mirum

Con su paso la música compone muescas
en el tiempo irresoluto.
Por ello el filtro suave suena
para cubrir el silencio con cuerdas y pulmones.
A cada uno su muerte tenida por buena
y sellada por los acordes que el propio cuerpo
emite en la agonía,
en el suspiro sonoro para el alma.
El aullido del que emprende el camino
cede su lugar a la monocorde nota interior,
que, en ocasiones, se confunde con el silencio.
…y en compañía de tal música morimos
alejados de todo garabato, de toda huella de cuerpo.

¿Qué sería de la eternidad sin la muerte?

Cuando el aleteo de la tierra en llamas
llama al espíritu,
el libro escrito por nuestra conciencia
se abre de par en par para mostrarnos
las tachaduras, las montañas que arden,
los borrones, las olas que parecen nubes,
las estrellas alejadas por nuestra estulticia.
Muerte y naturaleza son una misma cosa,
¿a qué vendría el aliento sin la muerte?,
¿para qué extinguirse en quienes nos escuchan
sin la muerte?
Su acoso nos protege,
su amenaza nos fortalece,
aviva la inteligencia y la intuición.
Es el miedo el ajenjo que nos amenaza,
el pozo de langostas figurado por el temor que nos vive
y no nos mata.
Pero es la música, a pesar de las imágenes y las notas,
la compañía en el tránsito,
el clamor pálido que nos transmite
el último detalle perecedero
antes de temblar en lo permanente.

(Del libro Officum Defunctorum, Las patitas de la sombra, Madrid, 2005)





“No hay que deplorar la pérdida de ninguna existencia personal en ningún caso.”
Erwin Schrödinger

I.

Me ejercito para todas las muertes
con la boca ensalivada en sal,
las manos herradas por el silencio
y el rostro enguantado.

El crimen cotidiano en el espejo
muestra mi imagen acompañada de aire.
La puerta que conduce a la nada
crece a mi alrededor.

Y yo solo, sin señales ni itinerario,
sucumbo en el interior de la muerte
mientras permanecen los movimientos
de voz dúctil.

La calma ultrajada,
exenta de placer o sonoridad,
ya nada preludia.
La felicidad me somete
a todas las aniquilaciones.

Perduran las preguntas
sin réplica.
Las respuestas mueven al olvido.

(De Ciclo del 9 9.5 Punto de no retorno, Libros del Innombrable.







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