DIÓGENES ANTONIO ARRIETA
Nace en San Juan de Nepomuceno en el departamento de Bolívar, Colombia el 14 de agosto de 1849y muere en Caracas en 1889. Hizo estudios primarios en su pueblo natal, los segundarios en Cartagena y Barranquilla, y los profesionales de Jurisprudencia en la Universidad Nacional y el colegio El Rosario.
De amplios estudios históricos, filosóficos y lingüísticos, que le permitieron en compañía con Miguel Antonio Caro, Rufino José Cuervo, Rafael Reyes, Rafael María Carrasquilla, Jorge Isaac, Marco Fidel Suarez, Juan de Dios Uribe, José María Vargas y Arturo José Restrepo, producir la Constitución de 1886.
Colaboró con los siguientes periódicos: “El Tolerante”, “La Opinión Liberal”, “El Elector Popular”, “La Política y la Nueva Alianza” y “La Federación”. En Caracas fue Redactor – jefe de “El Siglo”.
Su Obra: Ensayos Literarios, Colombianos Contemporáneos, Discursos, Poesías, La Regeneración, El Congreso colombiano de 1878, ensayo Biográfico sobre el Dr. Juan Pablo Rojas Paul y Recuerdos de Venezuela.
Ocupó los cargos: Diputado y Presidente de la Asamblea de Cundinamarca, Secretario de Gobierno y Hacienda del mismo departamento, Secretario de Instrucción Pública de Santander, Secretario del Senado, Senador por Cundinamarca y por Santander, Profesor de Filosofía e Historia Universal en la Universidad Nacional de Colombia. En Venezuela fue representante al Congreso, Ministro de Fomento y miembro de la Academia de Historia.
Como poeta tuvo la inspiración de los grandes cantores del romanticismo francés y la inspiración de un hijo legítimo de Apolo. En su poesía se nota la influencia de Núñez de Arce, Víctor Hugo, Bécquer y Bernardino de Saint-Pierre.
Expresa en la introducción que hace en su libro de poesías: “Este libro no es para aquellas personas que han vivido al pie de los altares, con la rodilla en la tierra y los labios llenos de invocaciones religiosas. Es un libro de lucha reñida con el despotismo religioso y filosófico de las escuelas ultramontanas.”
En 1865 sale de su tierra natal, a hurtadillas, por relaciones amorosas con su prima Conchita Bustillo Castrillón –su primer amor-. En camino al forzado exilio, en la loma “la Peñata”, Arrieta divisa su tierra natal e irrumpe en llanto y se inspira:
Desde el camino, al coronar el monte,
volví a mirar: desierto el horizonte
y triste estaba y me senté a llorar…
Mientras en el jardín, hoy ya sin flores,
donde nacieron “ay” nuestros amores
llorabas tú también sin sollozar.
Adán y Eva al dejar el paraíso
salieron juntos; el destino quiso
dejar consuelo al perseguido amor.
Niña, más duro fue nuestro destino:
Yo te llamaba solo en mi camino
Tu me llamabas sola en tu dolor.
Y Adán por su pasión fue delincuente:
Y mi amor para ti, siendo inocente,
castigo más tremendo mereció.
Del hombre, ser pequeño y miserable,
la cólera es más fiera e implacable
que la justicia y cólera de Dios.
Cinco años después, regresa graduado en Derecho y la encuentra casada, rememora el bardo toda la historia de esa pasión contrariada:
Hoy en la soledad de tus congojas
con llanto amargo, reprimido, mojas
las cortinas del lecho conyugal.
Y te consume, al par que te atormenta,
esa tisis del alma, fiebre lenta
que tiñe el rostro de color mortal.
La miel de tu himeneo son las penas;
Y esos eternos lazos son cadenas
que tu llanto jamás podrá romper,
y el lecho de tu esposo donde a solas
te acaricia, es el ara en que le inmolas
resignada, tu afecto a tu deber.
Ven a mis brazos, pues a tus mejillas,
a tus facciones yertas y amarillas
mis labios volverán a dar calor;
y tu alma muerta vivirá tan luego
como la bañe el generoso riego
de nuestro antiguo desgraciado amor…
oh, “no”… no vengas; huye de mis brazos;
del matrimonio los eternos lazos
conserven del deber la santidad.
De tus congojas la cicuta bebe;
felicidad que a la traición se debe,
asusta la conciencia criminal.
Sufre, pues y estrecha resignada,
Al pensar en tu suerte infortunada,
de tu destino la tremenda cruz:
hay reposo después de la agonía,
huye la noche y aparece el día,
detrás de las tinieblas viene luz.
EN LA TUMBA DE MI HIJO
¡Espejismos del alma dolorida!...
¡Hermosas esperanzas de la vida
Que disipa la muerte con crueldad!
Para engañar las penas nos forjamos
Imágenes de dicha, y luego damos
Á la Ilusión el nombre de Verdad.
Aquí te llamo y nadie me responde:
Sorda y cruel, la tierra que te esconde
Ni el eco de mi voz devolverá.
Así la Eternidad: sombría y muda,
El odio ni el amor, la fe y la duda
En sus abismos nada alcanzarán.
Otros alienten la creencia vana
De que es posible á la esperanza humana
De la muerte sacar vida y amor.
Si es cruel la verdad, yo la prefiero...
¡Me duele el corazón, pero no quiero
Consolar con mentiras mi dolor!
¡Hijo querido, la esperanza mía!
Animaste mi hogar tan sólo un día,
No volvemos á vernos ya los dos...
Pues que la ley se cumpla del destino:
Tomo mi cruz y sigo mi camino...
¡Luz de mi hogar y mi esperanza, adiós!
En la media noche
Majestuosa la luna señorea
el ancho firmamento;
hermosos, rutilantes como soles
alumbran los luceros.
Las nubes cuelgan de los altos montes
un misterioso velo;
las copas de los árboles se mecen
con tardo movimiento.
Escúchanse á distancia los latidos
del vigilante perro,
fiel centinela que del amo guarda
el descansado sueño.
Ninguna voz humana se percibe
en medio del silencio:
Las voces y el martillo del trabajo
también enmudecieron.
De una lámpara el rayo persistente
divisase allá lejos,
la lámpara del sabio que trabaja
y vela en el silencio.
Obrero de la ciencia que investigas
tantos hondos misterios,
tú que trabajas mientras todos duermen,
¡tú llegarás al puerto!
JUICIO CRÍTICO
DE LAS POESÍAS DE DIÓGENES A. ARRIETA, POR JUAN DE DIOS URIBE, REDACTOR DE " LA BATALLA " -CARACAS-IMPRENTA DE "LA OPINIÓN NACIONAL"-1883
Señor D. José Joaquín Ortiz.
I
Queremos hablar a usted de las poesías del señor Diógenes A. Arrieta, porque tenemos con vencimiento de que ellas impresionarán honda mente el corazón del poeta y harán meditar al filósofo, y porque, comparadas por un respetable órgano de la prensa con las de usted, deseamos que usted sepa qué compañero lleva para cruzar el mundo del arte literario.
No nos retrae de este propósito la poca cortesía que usted pudiera dispensar a nuestras cartas, ni la vehemencia nada juiciosa de sus arranques, ni mucho menos aún la ira reconocida de sus producciones de polémica; son estas circunstancias patrimonio fatal de la escuela a que usted pertenece, marca distintiva de los escritores católicos, y no otra cosa. Además, es muy de nuestro agrado el calor y la pasión, y sabemos que un hombre sin pasiones es un ser moral en hipótesis.
El nombre del autor ha de decir a usted el carácter del libro. No lo descubriría, empero, si se atuviera a lo que Arrieta escribe de sus versos, con falta de verdad y sobra de modestia: que nada puede aprender en ellos la sociedad; no señor: SON CUADROS DE ESTUDIO, como lo dice el doctor José María Rojas Garrido.
La poesía se siente ya en el camino del bien. Y cómo no, si entre los medios que el hombre tiene para conseguir la felicidad es uno de los más propicios. Los poetas de la antigüedad eran los instructores de las sociedades, y casi todas las enseñanzas de los primitivos pueblos llevan el sello de las musas. Decayó su influjo, porque los hombres no pudieron estar a la altura de la obra. Influyeron causas muy diversas en esta laxitud de la poesía: los gobiernos, las religiones, las exigencias sociales hicieron de los vates elementos muy secundarios. Pero sin que se diga con esto que la poesía no progresó; sólo sí que su progreso no fue de una proporcional grandeza.
En la República debía cambiar todo.
Como causas excepcionales no interrumpen el movimiento de los pueblos, la poesía fue más natural. Como el interés de todos para ser felices, es el de hallar la verdad, la poesía fue investiga dora. Como el sostenimiento de la libertad es labor constante, la poesía fue tenaz. Y fue arma de combate luminosa, porque la República lucha eternamente. Y fue himno, porque la libertad alcanza victorias.
Nació esta condición de la poesía en el siglo XVIII. Los mismos grandes hombres que depositaron el grano de la revolución política, pusieron también en el surco la semilla de la revolución literaria. Pero se resintió de los vaivenes de la época y la abrazó la funesta reacción que en todo se efectuó a principios de este siglo.
En Francia a la escuela liberal sucedió la católica. Tienen los grandes cataclismos el poder de abatir inmensamente los espíritus y de hacer despertar extravagantes esperanzas; -el sobresalto hace mucho campo al anhelo, -y entonces la poesía religiosa se arraiga, con tanto mayor facilidad, cuanto más lejos vaya en sus hipótesis de con suelo. Así se explica el espiritualismo de la poesía en el reinado de Luis XVIII; y la fama poderosa de Chateaubriand.
La América estaba llamada a rehabilitarla.
Quintana aprendió en la filosofía de Locke la composición de las ideas y la energía de los pensamientos. Alzó vigorosos acentos de amor a la humanidad; la altivez nacional vibró en su lira, y la independencia, y la guerra. Cuando sus manos ya cansadas soltaron el plectro, bardos liberales lo vibraron de nuevo; y de España nos vino.
Grandes poetas cantarán aquí como el maestro. No es justo, empero, pedirles a sus obras la última palabra. Esa época de reconstrucción no dejó a los poetas americanos campo suficiente en dónde trabajar con firmeza absoluta. Además de las causas políticas, ellos, como la sociedad en que vivían, llevaban sobre la espalda todo el peso de los hábitos españoles.
Pero es la verdad que sus notas fueron libres, republicanas, atrevidas; que se les debe el primer impulso, y por esto ¡benditos sean!
Ya la condición de los pueblos de la América latina es muy diversa; aunque con esto no digamos que sea del todo diferente. Hacemos distinciones, y nos limitamos en ellas a Colombia.
Ha habido y hay dos fases en nuestra cuestión social y política: el fondo o naturaleza de las ideas que nos dividen, y el medio de acción de los partidos La primera, en último análisis, no ha cambiado de la Colonia a nuestros días, la segunda, si se ha modificado profundamente. La lucha siempre es entre la autoridad y la libertad; pero el medio de acción es menos desventajoso que en la Colonia para los defensores de la libertad.
Muy cierto que aún tiene el catolicismo un gobierno establecido con sanciones poderosas; que el pueblo es fanático, y que la mujer es un accesorio del confesionario; pero también es verdad que el poder de la Iglesia Católica ha sido fuertemente quebrantado por los hechos y por las leyes que ya no puede ir su brazo hasta donde va su deseo; y que el pueblo, en general, tiene costumbres menos intransigentes, y sobre todo, que la mayoría presenta el consolador fenómeno ideológico de la atención, que es casi siempre augurio de salvación moral.
Este momento es propicio: no es el de la cosecha, pero sí el de la siembra; por eso, señor, es tan oportuna la obra de Arrieta. Usted también encontró propicio el momento, pues dio a luz el libro más caro a su corazón y en el que más confianza fincan sus amigos; porque, al decir de los suyos, usted, más que todo, es gran poeta.
Sería poco cortés el examinar cuál de las dos obras tiene más mérito, ahora que nos ocupamos de uno de los autores y nos dirigimos al otro; y cuando, silo hiciéramos, en presencia del edificio de sesenta años venido a tierra al esfuerzo de un joven, apenas podríamos decir a usted:
"Consuélete el saber que fue de Eneas
El noble acero que te dio la muerte."
La poesía dogmática es de una vitalidad artificial. Pudo, si se quiere, tener un influjo explicable allá cuando las religiones eran tutoras de la humanidad y los hombres poco se cuidaban de ser dignos. Explicable, que no moral; porque ni el tiempo ni el espacio cambian la naturaleza de las acciones.
Ni la forma cristiana le añadió cosa nueva tampoco. El cristianismo fue un movimiento simpático en cuanto se presentó con las verdades descubiertas por la filosofía; por lo demás, nada de raro trajo que no fueran errores y crímenes. Sostener esos errores y estos crímenes en el curso de los siglos, con más los del catolicismo, que es un bastardo del Cristo, es tarea de los filósofos de la Iglesia Católica en Colombia, como en todas partes; cantarlos, misión de sus poetas.
¡Y qué idea, señor, tiene la Escuela católica de la vida y del hombre! ¡Lo que es la verdad!
Hay en frente nuestro un cuadro que representa una comarca de Siberia. El cielo oscuro, apenas desata rayos el mar inmóvil, ni siquiera bate las desiertas playas y los enormes témpanos; la llanura cubierta de nieve, tiene como miedo de dilatarse; ni un arbusto allí, ni una choza miserable que defienda al hombre de los rigores de la noche y de la borrasca... Y así el universo para el catolicismo y así la vida: abajo sólo miserias, arriba entre las sombras un Dios airado; alrededor, nada!... O como los viera Isaías en el capítulo XXIV de sus proféticos anhelos!...
La perspectiva, con todo, no ahuyenta a la especie humana. Y esto, porque hay en ella condiciones que desgraciadamente se adaptan al fin de la religión. La oscuridad, por tánto tiempo densa, del origen del hombre, habituó a los pueblos a creerse hechuras de la Divinidad, como se lo dijeron leyendas fantásticas. Ya con un pasado apócrifo, no era ímprobo falsificar el porvenir, y la religión encontró el cielo, y en el hombre buena voluntad para admitirlo, porque naturalmente inclinado a lo maravilloso -por pereza- y además con temor de acabarse, olvidó lo imposible de la idea por fijarse únicamente en lo agradable del consuelo. Como el camino de la debilidad hay que andarlo todo, si se dio el primer paso, ya admitido el cielo, el hombre no tuvo mayor trabajo en admitir las penas y recompensas de ultratumba; y hé aquí, señor, que la religión tuvo gobierno; y pudo mandar, y fue Obedecida, y pudo fingirlo todo, y hubo de creérsela.
Pero, ¿quiénes debían dar la voz de obediencia, quiénes llegarse a los oídos del pueblo sin despertar en su corazón recelos? Tuvo la poesía un papel en el horrible drama: ella debía ser. Es, pues, de lo importante de la consigna que cumple la lira cristiana, de donde nace la inminente necesidad de combatirla con la poesía liberal.
Para ello cuentan nuestros poetas con poderosos elementos naturales. Fáltales resolución, señor, pero ya la dará la República.
El hombre no lleva en parte alguna señal de su venida del cielo. En su organización como en su inteligencia se cumplen las leyes naturales. Muévenlo en su camino sólo el placer y el dolor. De formas inferiores arranca, y ha venido en lenta y larga marcha de siglos hasta alcanzar su grado de perfección actual, que no será el último. La tumba limita su camino para siempre: pero si ha descubierto una verdad seguirá viviendo en la memoria de todos.... Esta concepción moderna del hombre le devuelve la dignidad perdida y lo levanta. Apúrese hasta donde se quiera el alcance de estas conclusiones científicas y más admirables y benéficas se hallarán; porque la verdad tiene la propiedad de gana en grandeza cuanto adquiere en tensión.
Y así en la inspiración más amor al mundo, y más confianza en el hombre, y la idea de la muerte será importuna.
No son los límites de una carta los suficientes para ir más allá en el análisis de que nos ocupamos, y por hoy, esta mirada a la situación de la literatura nos basta para augurar el triunfo de la poesía liberal en Colombia.
Y ya que estamos a esta altura, lleguemos al libro del señor Arrieta; pero en otra carta ha de ser, pues esta va larga.
Allí examinaremos cómo ha cumplido él "LA PRIMERA PARTE DE SU TAREA," Y SI USTED DEBE RECOMENDAR SUS VERSOS EN EL LIBRO DE LA FAMILIA CRISTIANA, CORREO DE LAS ALDEAS DE COLOMBIA.
Mientras tanto, medite: un anciano poeta al servicio del catolicismo es una noche de invierno.
EN LA MEDIA NOCHE.
MAJESTUOSA la luna señorea
El ancho firmamento;
Hermosos, rutilantes como soles
Alumbran los luceros.
Las nubes cuelgan de los altos montes
Un misterioso velo;
Las copas de los árboles se mecen
Con tardo movimiento.
Escúchanse á distancia los latidos
Del vigilante perro,
Fiel centinela que del amo guarda
El descansado sueño.
Ninguna voz humana se percibe
En medio del silencio:
Las voces y el martillo del trabajo
También enmudecieron.
De una lámpara el rayo persistente
Divisase allá lejos,
La lámpara del sabio que trabaja
Y vela en el silencio.
Obrero de la ciencia que investigas
Tantos hondos misterios,
Tú que trabajas mientras todos duermen,
Tú llegarás al puerto!
EN LA TUMBA DEL GENERAL DANIEL DELGADO.
LIDIADOR, ya rendiste tu tarea!
Doblaste al fin, vencido en la pelea,
Larga, tenaz, reñida con la suerte
La frente ya cansada;
Pero fuiste en la lucha con la muerte
Intrépido hasta el fin de la jornada.
De lauro inmarcesible coronado
Llegaste del sepulcro á los umbrales:
El pecho decorado
De las nobles insignias que la gloria
Otorga á los varones inmortales.
Mostrabas el bastón del Majistrado
Junto al arma gloriosa del soldado,
Tu espada esclarecida
Que salió en cien combates vencedora
Y nunca fué vencida;
Y así bajaste á la mansión sombría,
Hijo preclaro de la patria mía.
De la vida otros pasan el lindero
Cargados con su afrenta,
Cada vez más pesada que primero:
Que á la luz de un renombre pasajero
El estigma del crimen más se aumenta.
Otros bajaron á la eterna sima
Hurtando sus oídos
Del pueblo que ultrajaron ó vendieron
Al rumor de los odios encendidos,
Que les persigue con tenaz empeño
Hasta en la sombra del eterno sueño.
A su pasado aquel vuelve la vista,
Y el pasado le humilla ó le contrista;
Hasta que huyendo á su miseria y daño
El rostro esconde en el mortuorio paño.
Oh! pero tú, varón sencillo y fuerte!
La conciencia tranquila, sin rencores,
Llorado por los pueblos, y de honores
Cargado, te abrazaste con la muerte.
Eras modesto, noble y cariñoso,
Modelo del amigo y compañero;
Amante de tu hogar y desdeñoso
Al astuto lenguaje y lisonjero
Que la traidora adulación emplea.
La envidia no alcanzaba
Tu frente á salpicar con su veneno,
Pues tu misma humildad la desarmaba.
Tu corazón, al egoísmo ajeno,
Con el feliz gozaba;
Y aquel que se encontró más desgraciado,
Ese alcanzaba más de tu cariño...
Cual tú no conocí ningún soldado,
Brazo de acero, corazón de niño!
Un recuerdo no dejas infamante:
Y cavile el espíritu y se asombre,
Cómo siendo soldado y gobernante
Nadie pronuncia con rencor tu nombre.
El llanto que la Patria entristecida
Derramó por tu eterna despedida
Fué el llanto de una madre desolada:
Que ya le queda sólo la memoria
Del tiempo venturoso en que tu espada
Sus legiones condujo á la victoria;
Y sabe que en el tiempo venidero,
Cuando llame el peligro á sus umbrales,
En vano buscará al audaz guerrero
Defensor de los fueros nacionales!
Un día, locamente,
Alzó un caudillo la culpable mano,
Y amenazó á la majestad excelsa
Del pueblo colombiano.
De aquel caudillo á los afectos era
Sostén y abrigo tu amistad sincera.
La Patria amenazada
Al punto recordó tu juramento,
Tu lealtad probada;
Te señaló con dolorido acento
Su glorisa bandera desgarrada,
Y se amparó en tus brazos...
Rompiste heroico entonces
Del corazón los lazos,
Y recogió asombrado el mismo pueblo
Del Dictador el sable hecho pedazos !
A tu excelsa memoria quién un templo
En cada pecho levantar pudiera,
Porque aprendieran muchos en tu ejemplo
A respetar su honor y su bandera;
Y arrancaran, insignias profanadas,
A precio de baldones alcanzadas
Por no seguir tus huellas,
De sus menguados hombros las estrellas.
Cuántos hay que ofrecieron afanosos,
De la infame bajeza haciendo alarde,
Apoyo fuerte al que ultrajó el Derecho;
Y conquistaron con valor cobarde
Para su nombre títulos pomposos
Y medallas de honor para su pecho !
El ánimo inexperto ó degradado
Prefiera la ruindad á la grandeza,
Y encuentre regalado
Manjar á su ambición en la vileza;
Pero tú no bajaste avergonzado
Jamás ante los hombres la cabeza!
El fanatismo cruel, que se divierte
En celebrar festines de conciencias
En los negros linderos de la muerte,
Llegó como el ladrón hasta tu lecho
A tomar por asalto tus creencias.
Tu razón se mantuvo firme y fuerte,
Indómita y serena;
Y, altiva, rechazó por infamante
Del católico dogma la cadena.
La amenaza feroz del sacerdote,
De los tuyos el ruego cariñoso;
De la muerte el abismo ya cercano
Abierto ante tus ojos, pavoroso;
Ni aquel dolor tirano
Que revelaba tu profunda angustia
En tu mirada mustia
Y en el hondo estertor de tu agonía,
Abatir consiguieron tu energía...
Y así tu convicción fué retemplada
En el combate fiero,
Cual si fuese forjada del acero
Inquebrantable de tu misma espada:
Y tu razón así quedó triunfante,
Como esas rocas que en ignotos mares,
Del viento y de las olas
Resisten los embates seculares !...
Tu carácter entero y levantado
Sea feliz modelo
A esta generación que ha comenzado
Con el negro Poder, entronizado
En la conciencia, el formidable duelo;
Y afrenta también sea
Al que ceda, cobarde, en la pelea.
Al que abandone el asediado muro
Porque tras él amague la tormenta,
O se asuste del éxito inseguro,
A ese tu ejemplo servirá de afrenta!
Esta viril generación que llega
De la pública vida al escenario,
Con lágrimas de amor tu tumba riega;
Y en el curso sabrá del tiempo vario
Tus hechos imitar, y tu memoria
Sagrada venerar en el santuario
Augusto de la Historia,
Velado por el genio de la Gloria.
La Patria cuidará reconocida
De tus huérfanos hijos y tu esposa:
Deuda de gratitud nunca la olvida
Nación que es justiciera y generosa.
Ídolos fuero¡¡ ellos de tu vida,
Y te asustaba su insegura suerte
Al sentir en tu frente ya esparcida
La misteriosa sombra de la muerte...
Descansa en paz ¡oh padre! que el Destino
Regará de esperanzas su camino,
Como le dió tu generosa mano
Honor y gloria al Pueblo colombiano!
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