jueves, 30 de enero de 2014

JOSÉ ANTONIO SALINAS BAUTISTA [10.856]


José Antonio Salinas Bautista 

(Acapulco, Guerrero, México 1977). Promotor cultural y escritor. Realizó estudios en la Escuela de Escritores de la SOGEM. Su obra ha aparecido en diversas publicaciones periódicas, y en antologías como El vértigo de los aires (AEM, 2009), 40 barcos de guerra (Independiente, 2009), Cuentos y poemas triunfadores del certamen María Luisa Ocampo (Instituto Guerrerense de Cultura, 2008) y El color de la blancura (H. Ayuntamiento de Acapulco, 2000). Es coautor del libro de cuentos Acapulco en su tinta (H. Ayuntamiento de Acapulco, 2004) y autor del libro de poesía Azul como su nombre (La Trucha Güevona, 2006). En 2004 obtuvo una mención en el Primer Concurso de Cuento Corto Acapulco en su Tinta, y en 2008 el Premio Estatal de Poesía María Luisa Ocampo. Ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Guerrero en 2006 y 2008.




A filo de navaja

Ciudad que llevas dentro mi corazón, mi pena,
la desgracia verdosa de los hombres del alba…
Efraín Huerta.



I

Un hombre fuma y tira las colillas
como cabezas humanas en las aceras,
como un balón de fútbol de un equipo de nimios resultados,
sucede a cuenta gotas
contagiar uno que otro día el sueño con lágrimas.
Alguien pone un recado a un lado de las colillas
¿de las cabezas? No interesa el mensaje.
La selección acaba de ser eliminada en tiros penales,
comienza rudo el año.



Dicen los cronistas de la ciudad que el conjunto
contrario tomó la delantera, el saldo:
dos levantones con lesión, un arsenal de disparos,
una madre que llora aún frente a un cauce de luz que se apaga,
y otros más trasladados en ambulancia.
Dos horas palpándome lo acalambrado
quitándome lo saudade, lo oscuro de los de casa.
Dos horas tirando piedras al mar de mi infancia
mientras chillan lentas sirenas ruidosas.


II

Dejaron más nítida su presencia de hecatombe
en medio del día con sus juguetes en forma de fusiles.
Era invierno, quedó la luna
desparramada en las calles,
no había noches sin insomnios
ni plazas arremolinadas en días pálidos,
fuimos todos testigos de la desconfianza.
Ellos se adueñaron del tímido respiro de los peatones,
sobre una camioneta Liberty de púrpura tristeza,
de los días por venir y de mi gato.
No había muros donde guarecerme a salvo:
corría por tradición hacia la playa,
ahí
donde las heridas se curan con sal,
y mi infancia no sabía
de territorios en pugna:
sólo el de la línea naranja
donde vivía la niña de mis amores,
donde no había levantones
y los hombres sin cabeza
tan sólo eran leyendas
para que nos acostáramos temprano.


III

Duró largos minutos la huída
no más largos que la incertidumbre después.
Un puñado de civiles y uniformados atiborraron las aceras
frente a un baptisterio rodeado de autos.
Al final
lo que nos duele es el miedo,
vivir así, a filo de navaja.
La casa ya no es refugio seguro
las paredes son blandas
hieden a pólvora los rincones.
Desde la azotea se ve al viento
que golpea con el humo las ventanas,
tal vez no sea así,
tal vez soy yo quien me acalambro
en una ciudad que se achica.

Con tantos casquillos regados
más valdría volver a la calma.
No deberíamos sentirnos a salvo
pasada la tormenta.
No deberíamos hacer
como que nada drena en la calle
como que tanta sangre mancha sólo las coladeras.



IV

Entre los edificios, las calles y los autos
la noche se quiebra, se agrieta.
Con tanto ruido en la ciudad
el silencio dejó de pasearse descalzo
como dos enamorados que caminan en la playa.
Estamos enjaulados.
Un hombre se detiene frente a mí,
dudo en mirarlo, trae un arma en la mano.
No me alcanza la voz para defenderme
el poema se desarma con cualquier retén falso.
La noche se agrieta, se quiebra.






De mañana en ocho

Para Jamel

(siete)

Están cayendo días
en racimos podridos, calcinados de uno en uno
por el relámpago en el ojo del hombre,
y ningún circundante se atreve a recogerlos.
Cae uno sobre otro
alguien los pisa y cuando menos se espera
se arrugan al tacto
(el corazón es como un fruto de árbol).
Están cayendo días
y ni yo me detengo a levantar las horas pretéritas,
el alado amanecer
cae el lunes como un prisma de la semana.
Nada controla esta madurez aprisa
cae la manzana en la podredumbre
la sonrisa de un niño cae
como si nada la sangre,
descascara el viento, a trompicones.
Están cayendo días
y no se puede dejar de sacudir el tiempo
como si árbol fuera.






El corazón en la raya

Desabrigados los pasajeros
meramente a disgustos, gritan atónitos.
Al volante de esta discoteca móvil existen paranoicos
adueñándose de las calles.
Repentinamente el cuerpo es vapuleado
como címbalo en el vendaval.
Los enamorados pierden la distancia
y las paradas de autobús
son trampolines para el cachondeo.
Mientras guardo parsimonia
trepan cirqueros en las puertas;
los policías son maniquíes dentro de las vidrieras.
He aquí un viso muy corto, pero, insisto,
el viaje es animalesco:
esto es sólo el tanteo de un episodio.




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