domingo, 9 de octubre de 2011

JUAN MARÍA CALLES [4.872]



Juan María Calles Moreno



(Cáceres, 1963) es escritor y político en activo. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia. Ha trabajado como profesor en la enseñanza secundaria, y como profesor de Literatura española en la Universidad de Valencia. Destacan sus investigaciones en el campo de la teoría literaria y de la literatura española contemporánea. En 1986 obtuvo el Premio Adonais de poesía. Miembro de la Asociación Bibliográfica Valenciana Jerónima Galès y de la Asociación de la Crítica Valenciana. Ha sido Subdelegado del Gobierno de España en Castellón desde 2004 hasta 2007. En la actualidad es Concejal Portavoz del Grupo Socialista en el Ayuntamiento de Castellón y miembro de la dirección del PSPV-PSOE de la Comunidad Valenciana.

Ha publicado los siguientes libros de poemas:



-El peregrino junto al mar (1980-1984), Editora Regional de Extremadura, Salamanca, 1987.
-Silencio Celeste, Madrid, Rialp, 1987. Premio Adonais 1986 (Reedición completa en Premios Adonais extremeños, Colección de poesía Ciudad de Cáceres, Cáceres, 1992).
-Extraño Narciso, Editora Regional de Extremadura, Mérida, 1992.
-Kairós, Antología poética, Biblioteca Ciudad de Castellón, Ayuntamiento de Castellón, 1997.
-El ruedo invisible (Variaciones sobre un tema español), plaquette con ilustraciones de José Vicente Navarro, Club Taurino de Castellón, 2002.
- Viaje de Familia. Prólogo de José Luis Villacañas Berlanga, Edit. Mainel, Valencia, 2002.
-La tripulación del Estrella, Castellón, EllagoEdiciones, 2005.
-Materia sensible (Antología poética), Editora Regional Extremadura, Mérida, 2009.

-La música del aire (IV Premio Fundación Ecoem), Sevilla, La isla de Siltolá, 2012.
-Poética del viajero (Premio Juan Ramón Jiménez 2014).

Ensayo e historia literaria (selección):


-Esteticismo y compromiso: la poesía de Max Aub en el laberinto español de la Edad de plata, (1923-1939), Valencia : Biblioteca Valenciana, 2003.
-(Ed.) Max Aub en el laberinto del siglo XX, Valencia, Biblioteca Valenciana, 2003.
(-Selección y Ed.) Tomás Meabe, La palabra en la piedra, EllagoEdiciones, Prólogo de José Luis Rodríguez Zapatero, Castellón, 2007.





TESTIGO DE SU SOMBRA

A Cáceres, a sus gentes,
secreto país del paraíso.

Riberas del silencio,
vuelvo a la inmensidad de tu llanura,
a renovar el pacto de la jara y la encina
y de otros mil inviernos obsequiosos.
Hay dinteles que arden, puertas que chirrían
y una campana en medio de la aurora.
Vuelven ahora las aguas a tu puerto
y vuelvo a la densidad de tus almenas,
ciudad de espina en mundo y surco abiertos.
Déjame recordar en qué escondida mata
soñé el licor azul de mi destino
en años malva, tristes, solitarios…
Deja ahora que aquel tiempo me redima
con una lluvia muda de baúles
y anillos que anidaban en mi alma.
Del río enamorado y su secreto
tan sólo hay cosechas muy tempranas.
Amor en tal medida maltratado
retorna a un niño leve en las orillas…
Ribera del silencio tuve andada,
hoy marcho ya testigo de mis sombras.



Atributo Celeste

Enero es un sabor a luna antigua
y a nubarrón plomizo y aceitunas.
Hay un jardín recóndito y la verja
helada de la escuela gris y turbia.
Las niñas van vestidas de domingo,
color de tinta y zapatitos nuevos.
Paseos por la calle eterna y única
y por la carretera de los álamos.
Y vuelven, con los sones, de las tierras,
resecos hombres de mirada hirsuta:
en cada gesto hay un rumor callado
y siglos de oblación y la fatiga.
Manteles blancos en la mesa grande
y cucharas de alpaca y mucho frío.
Abuela asa castañas en la lumbre...
o acaso la memoria me traiciona.




Balada triste para un día lluvioso


(1.-La mirada de él)


Y así sucedió el mar bajo los puentes,
en hoteles de una sola hora,
en húmedas estancias donde nunca
el mar tuvo la llave del silencio.
Miradas sin edad, y qué coraje
de continentes solos, deslizando
la sombra de la edad en cada gesto
y compartiendo apenas la desdicha
de amanecer unidos en la sombra.
Fue un tiempo feliz el que vivimos,
según las escrituras, luego era
el azabache gris de los recuerdos
y una noria muerta en lo profundo
de nuestros nombres vueltos llamarada.
Digo que te recuerdo indiferente
contra la fría luz de la ciudad
hablando en una lengua ajena y turbia,
hundiéndote en su lengua enredadera...
Debajo de ese amor estaba el mar
amenazante y lúcido de limo,
cumpliendo esa otra ley, o acaso nada.
Y era, y es, hermoso y claro el mundo
con estas calles cuando aún sucede
ese misterio, el uno tras el otro,
de cita y de ciudad deshabitada.
Enfebrecidamente te recuerdo,
la luna tililando con sus mitos,
que subes en un tren que lleva al Norte,
llena de gatos, flores y paraguas...




(2.-La distancia de ella)


Y luego subo a un tren indiferente
y marcho llena de un amor vacío
que me desola todas las estancias
y alza un muro y madrugada y deja
limos de oscuridad sobre mi pelo y tiemblo
toda de cauces y silencio y nada
me pertenece tanto como ese contorno
de piel y asedio y de oloroso sitio
que mi alma busca y que mi cuerpo no halla
mientras el viento silba en la estación del Norte.




Escala de Jacob


Hay madrugadas amorosas que dan sentido al mundo
Hay dientes milagrosos que penetran en la piel y dibujan el lenguaje milagroso de la vida
Y amanecen días redondos donde la luz es un acto que sucede
Hay un viejo mundo de piedras que se alzan sobre la sed y cantan
Veo a Jacob en el camino de Siquem, en el crepúsculo
Veo cómo camina desnudo sobre el viejo mundo de las piedras
Es un presente que sucede y tiene la forma de un sueño
La noche es una inmensa loba que da sentido al mundo
El mundo sigue en vela al otro lado de la noche
Sucede el presente de todos los presentes
Suceden las infinitas formas que dan sentido al mundo
La madrugada del amor es larga como las infinitas formas del sueño
Hay templos en el mar, sarcófagos y fábulas
Hay madres que ahogan a sus hijos por miedo al hálito de las banderas de la fe
Hay plazas abandonadas donde un ejército acampa y se siente desamparado y sin defensa
Hay pueblos sometidos a causa de las viejas fábulas de la historia
Toda la noche dura el combate de las máscaras
Y la siesta es sólo un punto de sombra en la batalla
En medio de la noche el muerto abre los brazos
Cruza las avenidas y el insomnio de las olas
Es otros al mismo tiempo, les roba su voz y canta
El mundo se alza insomne sobre las sombras de la vieja Edad
Y la memoria es ese viejo pacto de la luz con el olvido
La muerte es transparencia que tiene sentido y habla
Sentado sobre una piedra en el centro del mundo
Hundido en el fulgor del oleaje
Reconozco mi voz, su transparencia.



Lluvia en la ventana

Hoy te has despertado con el alba
y me obligaste a madrugar contigo.
Tú aún no puedes saber cómo la lluvia fría
es ese resplandor que incendia viejos trenes.
Te has levantado serio. Tienes sueño y observas
cómo el agua cae dulce sobre nuestra terraza.
Sé que en tu mundo ahora sobran palabras, gestos.
Todo es tan primigenio como el hambre y el llanto.

Es sábado y amanece. La ciudad está muda.
Tú habitas otro país contiguo, propio, diverso.
Aplastas tu nariz en el cristal.
Dibujas en el vaho de tu aliento
un vago signo de condescendencia.
Y el eco de la lluvia en tus pupilas
es un rumor sagrado; un aire casi azul
que atraviesa el silencio y me devuelve
a una escena y un tiempo que no existen,
a una anciana que llora mientras suena
un serial en la radio,
a una madre que cose mientras canta,
a un salón en silencio...

Y tú vuelves del vaho y me preguntas:
“¿papá, tú haces la lluvia?”.
Del frío del invierno,
del aire azul del tiempo me rescata tu pregunta.
Hoy amanece la ciudad bajo un cielo negro.
La vida tiene una raíz ajena y misteriosa.
Y tú, hijo del cielo y mío,
contemplas divertido mi silencio.




Alabanza de la rosa

La tarde es luminosa, cae fuego
vivo del cielo azul, cercano y suave.
La casa nos deslumbra en su blancura
alzada junto al mar, inmenso y calmo.
Un pájaro, en el aire antiguo, canta.
Es el día pleno y la hora hermosa.
Alguien juega extrañado a que el mundo
le cabe en un papel:
esa ilusión banal, pueril, tan literaria...
Y tras la siesta larga en blancas sábanas
traes tu trozo de papel usado.
Me dices que es, sin tú saberlo aún,
una antigua y eterna y encendida rosa.

Una rosa es perfume, es instante y delicia.
Es flor sin dudas que se da;
es un instante, ¿éste otra vez?, de dicha inesperada
ofrecida del todo, toda ella, sin nada a cambio.
Una rosa es perfume loco y aire del camino.
Es fondo íntimo que perfuma
el cuerpo todo y toca el corazón.
Es un darse que perdona,
nada para si, silencio que se eleva,
vacío misterioso de mujer bellísima.
Una rosa es cuerpo que aún no conoce lluvia.
Es alegría interior del cuerpo perfumado.
Es luz que ya se va y perfume de la tarde.
Es fragancia íntima y suave y misericordiosa.
Una rosa es flor de Dios en el jardín del día.

Y tú me traes, hija, cuando la tarde es humo
que se va como mi tiempo,
en un ajado y roto fragmento de papel,
una encendida rosa frágil que se extingue.

Me enseñas una hermosa manera de vivir.
Te das toda tú en medio de este viaje,
en este poema.
Y haces que yo también quiera darme,
rosa sencilla abierta al aire del camino,
flor pobre y humilde del jardín diario.




El ruedo invisible


Siglos y siglos de infinita gloria
en la arena de un círculo sagrado,
duelo de un caminante ensimismado
en el ruedo sin fin de la memoria.

El toreo es misterio, es verdadera
cadencia silenciosa, es pintura
breve en el manantial de la bravura,
es artificio de una sabia espera.

Es el rito del arte y la osadía
del hombre, de la suerte, del destino
que sabe a barro y a mitología.

Es la música callada y el vino
amargo adonde bebe un alma fuerte:
caldo umbrío y espeso hasta la muerte.



Escrito en una tablilla


¿He muerto una tarde junto al mar?

Soy un hombre ciego en la penumbra,
la noche y la penumbra de esa noche,
alguien que marcha a lomos de sus libros
y sueña, en una lengua solitaria,
un hombre nuevo en un país más libre.

Soy la carne de otro que me abruma,
lunas, silencios, instrumentos, rosas,
la llanura, el aljibe, el alto coro
de los años gastados, este cuerpo:
huyo de su esplendor y de su sombra.

Soy el tiempo que vibra a cada instante,
la tarde en el anaquel de la nostalgia,
cuatro o cinco palabras aprendidas
a cambio del dolor de la existencia,
el inventario monótono del aire.

Soy también el incierto porvenir,
la carne ultrajada, la serpiente
que se arrastra en los lerdos lupanares.
Este verso remoto es otra vida
ajena a la que viví, lejos, muy lejos.

Han caído en el campo las estrellas,
llueven mis ojos luz en los oteros:
mañana puedo ser también tus ojos.
Soy el hombre que dice este poema.



Conspirando contra el tiempo


1

La tarde es un ladrón veraz y hermoso,
una lumbre que prende en el oído
como una ciudad quema sus mitos.
Vivir es, finalmente, un duro encuentro.
Hay un hombre que cruza la avenida.
Es un desconocido que me ignora,
alguien recién llegado que habla solo.
Cree saber quién es y se equivoca.
Su esplendente halo de amargura
atraviesa la tarde de verano
entre las blancas tumbas de azucenas
como un laúd de música apagada
que marcha hacia su olvido
lejos, sombrío, nunca.
El viento es el espacio del deseo
y la tarde, un rito repetido.
¿Oyes crujir sus huesos mientras lees sentado,
mientras sobre tus manos llueven, diluvian signos?
Su corazón tiene la edad del mundo.
Su corazón es una inmensa lágrima enmudecida adonde las alas poderosas del otoño espesan el silencio de un

largo beso final.
Ayer era un latido gris perdiéndose en la lluvia, una sed de luto innecesario rumbo a un interior sin casa, sin

fuego, sin latido.
Jamás ha visto el mar, la roca, el alto seto.
Junto al mar hay caminos con nombre de pájaro: alcaraván, extravío, petirrojo, sacrificio, ruiseñor en la piedra...
Su adicción a la melancolía es la memoria de un antiguo tren que cruza los territorios del adiós lleno de música.
Pide perdón al día con urgencia, perdón a los cipreses, a las acacias, al cisne que apunta en el crepúsculo un cielo

nuevo, a un mar celeste y manso anegado de algas.
Su cuerpo fue un apócrifo barrio extramuros adonde el fragor del mundo cantó su íntimo derrumbe: hierros,

pilastras,

cetros de sol y cal, sueños y quimeras fugitivas.
Ahora es sólo huesos y roca y raíces,
un altozano ciego donde ladran los perros
a una luna redonda preñada de infortunio:
las señas abisales del naufragio de un hombre.
Ahora es un árbol donde mueren cerezas; donde agonizan las ínfimas estrellas que, fúlgidas, llameantes,

derivan hacia el viento.
Los días perdidos, los días sin culpa, el gesto que permanece.
Una lengua muerta en un pozo de herrumbre.


2

Todo lo que ha empezado ya no importa:
la casa, el árbol, los juegos de los niños,
la culpa y la cobardía sobre la piel desierta.
Oye voces de horror en su alma lastimada, y su melancolía es una patria sin fronteras adonde la eternidad

instala frías camillas pálidas.
Son versos enloquecidos que saltan por la ventana en esta hora prójima de la calamidad y de la huida.
Es madera que duele en los ojos abiertos,
que cruza las llanuras de los años sombríos,
pasos, pasos y pasos, siglos terriblemente
a la deriva albina de un río sin nombre.
Desembocar es una furia en un lago sin bóveda.
La tarde es un ladrón veraz y hermoso.
Arrebata las cenizas del amor, todo lo que hemos sido: cuerpo radiante, ojos negros, labios de vino, orilla

abandonada, bella rosa mortal de todos los jardines.
Existe este hombre recién casado con un sueño, la lengua aprendida en el brocal de un pozo.
Existe este tiempo, su cuarzo nocturno,
su luz oscura de múltiple naufragio
y crecen poco a poco el resplandor y el vértigo.
Existe un teatro adonde el cielo arde.
Existe este lino de tacto milagroso.
Hay una casa blanca y un mar con sirenas,
una estación dorada sin nubes y sin trenes,
una escala de luz, un telar, unas redes...
y un cuerpo dormido que vela cada noche
los monstruos del ayer que vuelven fielmente.
Sus amigos han sido la música y el vino del otoño, la pausa blanca, la mancha, el rumor de lo invisible: la letra y el

fuego, el agua y la piedra, la rosa de Keats y el muro.
La indulgencia es mirar sombras en la caverna,
sobrevivir dignamente a la verdad, a su fuego.
Todo lo que ha empezado es luz nocturna y tenue,
lo que los otros llaman el destino.


3

Este viaje, este hombre, su silencio
vuelto pavesa en voces sucesivas.
Mira con atención el escenario.
Todo lo que un día fuimos y olvidamos.
Contempla el auditorio y, tumbado en la honda noche, el encendido cielo oscuro.
Respira, con la minuciosa exactitud de un prófugo, este verso negro que es el mundo.
Este hombre camina como un mensajero que ya no recuerda las tierras abiertas donde siempre es de día.
Recorre un paisaje imposible con aire de niño antiguo, con palidez de antaño y ruiseñores ácidos, un paisaje

al final de un sueño y de unos ojos.
Conspira en silencio contra el tiempo.
Es un actor que dice su papel.
La belleza es paciencia y lentamente
espera en la inscripción de cada losa,
en la frágil ciudad de un mar de usura.
La verdad tiene el olor de la misericordia.
Es una herencia hermosa para un cielo sin límite.
Pasa el día y los monstruos vuelven siempre:
el viento, el fuego, el mar, el sol, septiembre...
Es la felicidad del visitante.
Un hombre y unos ojos, su silencio.
Un hombre que ya nunca viaja solo.
Ahora son palabra en tu memoria,
nadie que dice nada,
y que regresa.



El viaje


Llegas, amor, y sueño que soy libre.
Es un latir ajeno de días y de pájaros,
abandonada al fin toda coraza,
sólo murmullo el ansia atroz del día.
Bate, en la penumbra, una imagen futura;
la casa está desierta de huellas y recuerdos,
proyecta su blancura en un mañana extraño.
Una mujer dormida sueña un sueño
alto, ajeno, vasto, luminoso.
Sopla el viento y la luz rompe la noche.
El viento es humo entre la luz tangible.
Afuera, en el siglo, arden los trenes.
Hay un ardiente sol y una luz clara,
y su amante escribe mientras duerme;
susurra en su oído un poema:
dos que son una sola y misma carne
en el gran mediodía de la noche.


La curva del camino


Cuántas tardes he vuelto a ese sendero camino de aquella oculta fuente.
Veo tus blancas manos en la mañana alzadas, manteles albos en la mesa grande, cucharas de alpaca, castañas en la

lumbre

y aquel pan amasado con ternura.
Veo danzar las nubes en esa misma fuente.
Combatías nuestra hambre de siglos.
Tendías nuestra ropa contra el frío en aquella cocina antigua donde aún sucedían los milagros, aquellos nogales

de la pobreza, siempre llenos de fruto, en los que esperanzadamente hemos vivido.
Ahora veo nuestro corazón rojo de luz frente a la historia en blanco.
Digo también esa hierba piadosa y ese estambre, ese murmullo que fundó una patria sobre tu dulce habla.
Digo el collar de júbilo, los múltiples rebaños, las albadas, tu piedad con cada uno de nosotros.
Ha llovido siglos desde entonces y te he debido siempre este poema escrito una fría mañana de un día sencillo.
Después se hizo tarde y siempre ha sido tarde para decir con amor todo lo que te debo.
Eras “mami”, “ mamá”, y éramos cuatro bocas robándote atención a manos llenas, y tú las tenías siempre

dispuestas para el sacrificio.
Eras el centro exacto del mundo y de la casa, el momento oportuno, la alegría servida, la ropa de domingo y

todas nuestras lágrimas.
Después de tanto invierno, después de esta curva, tu risa suena en el aire del camino.
Mientras juego en la puerta con las piedras y los años, restriego mis manos sucias sobre las rodillas.
Entre una nube y otra, una figura de hombre.
Dibujo el silencioso ruido de mis venas futuras.
Veo cómo mis pies se hunden en la tierra y mis dedos rozan el cielo.
Oigo tu risa amorosa en el aire del camino, tu sencillo silencio tantas noches de mi vida.
Siento el ritmo antiguo de mis pies descalzos.
Me tiendo en esta hora calma y parpadeo tu habla, tus brazos infinitos que se alargan de sol a sol.
Nunca te he visto como te veo ahora: tu lienzo de blanquísima textura, tu telar de paño y tu silueta de mimbre;

mientras el campo se ensancha y allí tus manos crecen, mientras pastoreas más allá de mi cerca.
Siempre ante mí tu cálida mirada, el dintel de la casa, la lluvia limpísima, el viento en los vitrales...
Y hoy, madre, contemplo este cielo, esta oculta fuente, y sé que este camino es tuyo.


Días de Marzo


Este poema es tuyo,
como día de lluvia entre tus manos limpias,
como la libertad que un día aprendimos.
La brisa es ligera
y arden las nubes estos días de Marzo.
En cada nube el tiempo
pinta un mar y un enigma.

Vengo a charlar contigo mientras los niños juegan a la comba en la plaza.
Son el coro del mundo que nos sobrevive -a su lado esta voz es tan pequeña y torpe.
Dibujan un coro milagroso contra la desgracia, y cantan y levantan la vida nuevamente.
Traen el olor del cielo y la tierra mojada.
Al cielo le llaman cielo y ven la tierra pura.
Saltan a la comba viva con el cuerpo en llamas.

Tenemos cuatro y cinco años y ya vamos a la escuela.
Mamá nos ha comprado unos zapatos nuevos.
Son del color del cielo. “No los manchéis”, nos dijo.
Volvemos de una escuela humilde sin deberes.
¿Ves la pizarra en blanco del destino, la víspera de la fiesta y el pan con chocolate?

Nadie salta más alto que tú, y yo tengo que hacer trampas para poder ganarte con estos pies tan lentos.
Llega el invierno frío y las tardes son cortas.
Pasan como las nubes sobre un fondo de dudas.
¿Ves ahora a la niña más hermosa, la que parece más frágil cuando canta y baila, la que necesita que le cuenten

siempre un cuento?
¿Y ese niño siempre pendiente de ella, mirando desde lejos el corro, vigilante, adonde juega su hermana

pequeñita?


Tu risa es una fuente con palomas adonde mi ojo mudo siempre vuelve.
Somos ese aroma grabado en el espejo, en este sol de marzo, gozoso, libre, ágil.
Ven, siéntate a mi lado: compartiremos el pan y el vino de este sueño.
¿Sientes la gracia de esta lluvia entre las manos, la canción en la tarde contra el dolor oscuro?
Cada gota es un río misterioso.

Abre tus manos llenas de castañas a la inocencia de esta senda blanca.
Escucha estos ojos mudos, estos labios que te hablan desde nuestro pasado.
Estás en mi corazón como un sello sagrado.
Cada palabra es lluvia sobre el río.

Es el resplandor de estos días de Marzo.
He venido a cantar este día a tu casa
por el mismo sendero de piedra que entonces,
con los zapatos nuevos en un día de lluvia.
Hoy danzan las nubes y arde el mar,
llueve días perdidos sobre nuestra mirada.
Somos la blanca huella del camino.
Vamos a caminar bajo este cielo.



Charca del Aliso


¿Será esta misma luz allí, impregnada
de sal y de memoria, al descender
las tardes en las viejas bicicletas
hasta el río del íntimo secreto?

Las horas sucedían sin esfuerzo.
Qué alegría de piernas con el sol en lo alto,
en el esplendoroso andén del mediodía,
lanzados, tumba abierta,
por el voraz camino pedregoso.

El bullicio llevaba de la mano al agua.
Eran tantas ilusiones furtivas
antes de conocer a una muchacha.
El tiempo exultante del presente,
una dicha que jamás podría acabarse,
como el agua o la soga, como las hojas verdes
del misterioso árbol,
y la promesa de volver un día.

Cada tarde el milagro de la luz
entre las ramas locas y las hojas;
un destello atravesaba el aire,
hería el agua
y ahondaba en la profundidad del charco,
donde nunca ninguno se atrevió a bucear,
donde el niño caído del árbol del Aliso...

Y más tarde, con la puesta de sol,
volvíamos a casa
y pesaba el cárdeno crepúsculo
en la cuesta arriba;
dolía cada piedra del camino...

Hoy he vuelto a la charca del Aliso,
a los viejos tablones y las latas,
a todas las cenizas de aquel lodo efímero.
La mirada rebelde ante las ruinas,
Mayo lozano floreciendo tímido,
esa misma fragancia a jara primavera,
rojo el atardecer y el cielo húmedo.
Era la imagen tenaz de la vida:
era esta luz y aquella latiendo en la memoria,
aquella luz y ésta fulgiendo en el camino,
hoy, que todos sabemos quién era aquel niño.




Viaje de familia


Fue una tarde en penumbra y una plaza
del Barrio Alto en la ciudad antigua
con nubes y palomas anilladas.
Fue una tarde radiante, tersa, ágil.
Lisboa era tinta bajo el cielo
pausado, compasivo, milagroso.
Fue un año feliz en nuestras vidas:
tú y yo decidimos seguir juntos
y dar razón de un mundo sin nostalgia.
Caminamos perdidos respirando
estaciones y vino, libros, música,
mapas del mundo impávidos y exactos
en la pulpa furtiva de ese día.
El silencio de calles hacia el sur,
el aire azul y la fruta prohibida,
el río que limita tenuemente
los íntimos momentos del ayer.
Un hombre, una mujer, un mar sagrado.
Bullen en nuestros dedos inseguros
el sol, la sal, la luz, el viento, el agua,
el perfume secreto de la rosa…
Todo es posible esta tarde blanca.
Tal vez yo sea ese sueño extraño
que cruza el bulevar
abandonado al aire de Septiembre.
Y tú, tan misteriosa, tan sencilla,
me invitas a ser piedra en el camino
que humillan, al pasar, los pies desnudos.
Ilusos, conspirando contra el tiempo,
contra el girar absurdo del planeta.
¿Alguien vio una ciudad más luminosa,
un cielo más azul, un mar más limpio?
Y tras la plenitud de aquellos días
fulgentes siempre, siempre fugitivos,
volver años después a la ciudad,
subir a la colina de la foto,
decirte “aquí estuvimos, aquí fuimos
felices en aquellas hondas noches
insaciables,
aquí fuimos amantes invisibles”.
Y contemplar con la emoción de hoy
-si la emoción existe, si es palpable-,
cómo fuimos el tiempo y el olvido.
Volver años después
con la extrañeza tenue del viajero
que va a ninguna parte
desde ningún lugar,
después de haber
amado mucho, después de haber
velado tantas noches,
extranjeros tal vez de aquella foto,
días, años después,
en este otro viaje de familia.



Lluvia en la ventana


Hoy te has despertado con el alba
y me obligaste a madrugar contigo.
Tú aún no puedes saber cómo la lluvia fría
es ese resplandor que incendia viejos trenes.
Te has levantado serio. Tienes sueño y observas
cómo el agua cae dulce sobre nuestra terraza.
Sé que en tu mundo ahora sobran palabras, gestos.
Todo es tan primigenio como el hambre y el llanto.


Es sábado y amanece. La ciudad está muda.
Tú habitas otro país contiguo, propio, diverso.
Aplastas tu nariz en el cristal.
Dibujas en el vaho de tu aliento
un vago signo de condescendencia.
Y el eco de la lluvia en tus pupilas
es un rumor sagrado; un aire casi azul
que atraviesa el silencio y me devuelve
a una escena y un tiempo que no existen,
a una anciana que llora mientras suena
un serial en la radio,
a una madre que cose mientras canta,
a un salón en silencio...

Y tú vuelves del vaho y me preguntas:
“¿papá, tú haces la lluvia?”.
Del frío del invierno,
del aire azul del tiempo me rescata tu pregunta.
Hoy amanece la ciudad bajo un cielo negro.
La vida tiene una raíz ajena y misteriosa.
Y tú, hijo del cielo y mío,
contemplas divertido mi silencio.



No hay comentarios:

Publicar un comentario