Carlos Medrano
(Salamanca, 1961). Mi vida ha transcurrido entre Extremadura, Valladolid y Mallorca donde hace ya largos años resido. Si el papel impreso o las ediciones en libro dan carta de existencia a un escritor, títulos como Corro (Badajoz, 1987), Las horas próximas (Badajoz, 1989), A lo breve (Mérida, 1990), Imágenes, encuentros (Valladolid, 1996), o Poemas -una selección para un aula literaria- (Navalvillar de Pela, 1996) recogen, con más o menor fortuna, esa parte emergida de mi obra, si admitimos el espejismo. Recientemente, en 2013 fui incluido en una antología de autores vallisoletanos, Sentados o de pie, 9 poetas en su sitio, publicada por la Fundación Jorge Guillén, cuya soterrada existencia me confirma de nuevo mi extraña sensación sobre la normalidad literaria.
Tras unos años de silencio, en septiembre de 2010 abrí un blog, isla de lápices, que ha ido recogiendo con cercanía a su momento de escritura los nuevos poemas (a la vez que rescataba algunos anteriores) y así, por encima del largo sueño de los cuadernos en casa, lo escrito podía llegar a través de este soporte en la red a un más abierto campo de lectores. Con algunas ventajas, como que el blog otorga al autor ser el editor de sus textos y así sólo depende de él su cuidado, permite el proceso vivo de incorporar cualquier cambio, y el placer añadido del diálogo creativo con algunos lectores, más inmediato y directo por la naturaleza de este medio. La literatura también es amistad y, a veces, afortunado diálogo.
Advertencia
De pronto unas palabras
dignas de rescatarse.
Y dichas para nadie
sólo las leen tus ojos.
Deja que sea el olvido
quien así las disperse.
Porque quien las recuerde
percibirá por siempre
el daño que perdura
sobre la piel del aire.
Hay veces que lo escrito
no busca permanencia
como ocurre en las voces.
Si lees estos confines,
en su silencio huye.
No menciones la herida
por más que la belleza
de su nombre te hechice.
Ante el invierno
Soy el superviviente de mí mismo.
Con los años cada pasión alcanza su vacío,
pureza o levedad
con la que ven mis ojos
tibios y preparados para mirar más lejos.
Sólo la voz contiene -y ejerce- ahora todo.
Y el cuerpo deja el rastro lineal del silencio,
del hermoso sentido lúcido de un destello
al mediodía limpio sin declive vivido.
Como escalar el tiempo bajo esa necesaria
comprensión del que sabe que el triunfo era otro.
Intemperie
Tus palabras son bellas.
Dime si me devuelven lo perdido.
Ahora suenan,
vibran como las hojas
que anticipan lo nuevo.
Repiten en el aire
su mejor plenilunio.
Y dejan en los dedos
un reflejo distinto
al que acudir por siempre.
Las palabras no dichas
ni poseen el silencio,
ni el tiempo que declina
las conoce.
Lejos de lo inmanente,
oscurecen los límites,
sobrecogen los gestos
cuando cruzan la tarde.
Junto al agua
Las señales sagradas de cada día,
por ejemplo, unas piedras rodadas bajo el agua,
la luz que en apariencia no declina,
el tiempo vuelto aroma de las rosas,
lugares que se abren
y figuras.
Falta sólo la voz que si la dibujara
me daría por siempre
la belleza y sus formas.
Alacena
Nos aferramos a sensaciones básicas:
así ahora,
una naranja dulce
mordida al mediodía.
Intensa miniatura
donde ofrece la vida
esta paciente pulpa.
La intemperie no impedirá otras calmas:
en las cálidas formas
posibles, pasajeras,
asomadas al tiempo
del sabor de las horas protegidas.
SIRENAS
Sándalo de la duda
donde acaso besaras
cristalmente
-desconcierto de miel,
casi deshielo-
labios de mariposa
desterrada.
En alud los galápagos
comían -raíz de lo jamás-
suerte de estrellas
y al fondo del estanque,
vertido por la luna,
el polen de tu voz,
suicida,
canta.
Poema incluido en el libro Las horas próximas
(Diputación de Badajoz; Colección Alcazaba; Badajoz, 1989)
DE Corro. Col. Alcazaba, Badajoz, 1987.
Quise seguir buscándome en tus ojos
porque los párpados de la noche nos enfrentaron en el lecho
de aquel viento magnético de sombra apegada
y temblorosa
y encontré el vacío de tu respuesta crepitando
en tus labios las lágrimas que extinguiesen
la desintegración de fuego de un recuerdo en olvido
y de aquel sueño de ceniza se anuló mi mirada
por la que te perdiste
y desde el fondo de mí mismo
quedó el eco doblado de mis piernas
y en mi boca el lamento cruel de insuficiencia
de un salobre y errático oleaje.
A Jorge Luis Borges
Porque sabes se ciega el desconcierto
de un paréntesis vivo, semejante
de infancia y de vejez. No descifrado
aún, emerge y nos estrella. Desde
siempre cualquier lugar es para amar
o arder en llanto. A todos desafía
la soledad a horrores remotísimos,
e indefensos nos oculta la noche.
Nuestro dominio, en cambio, en alardes
cruentos nos ofusca. Otras veces
seguimos sin saber por qué ocupamos
huecos de vida y de pensamiento.
DE Las horas próximas
Noche y nostalgia
El tiempo es mineral
y paraliza
-no llego nunca a ti-
y un remoto dolor tan sólo excava
el túnel de mi voz
que no te alcanza.
Sepulto en ti
mi corazón congrega
tardes de luz
-tú y yo por entre calles hasta el río-
donde emana en reflejos tu presencia:
Leve fanal de amor de los crepúsculos.
Música era tu voz aun siendo grito,
alba temida, noche no llegada.
Una hoja mecida por tus labios
cúpula dio al placer, eco al vacío.
Sólo el aire guardó huella de un cuerpo
claro como la luz, fugaz, no triste.
Luces tenues de marzo.
Cae la tarde.
Frágil es esta luz del norte.
Remanso en esta plaza
dorada. Es una nube
esos niños que cruzan,
las nervadas barandas,
la piedra casi móvil.
El aire azota fresco.
Cae la tarde
más, y el sol, sin huir, no resurge...
Últimos resplandores, gris espacio.
Helada noche habrá para jazmines.
Si enemigo es amar lo que no muere
vuélvete de esa crin a la costumbre.
DE A LO BREVE
Nacer
sin más error
lúcido cielo
pero no a lo que atañe
siempre el tiempo,
perdida sensación,
mortal conciencia,
palabra que encadene.
Más allá: lo que brote
del roce de un mirar
tan conmovido:
ladera, claridad, vuelo que mane
íntimo tú, certero balbucir
...Mirar qué nada.
¡Tanto temor!
Pero para nacer de nieve
cumbre, cumbre.
Teme y huye feliz
oh pulso amado,
seguro de la noche que enloquece.
CAMPO GRANDE
A Francisco Pino
Sí, tu niñez, ya fábula de fuentes
Jorge Guillén
Otoño. Vegetal humedad,
y el parque es nave
callada
en la ciudad
que desconoce.
La luz, la suavidad, la tarde clara.
Lejos de mí otro parque, y otro
parque...
y otro parque
¡mañana!
incandescente.
Órbita de la edad en esa piedra
lanzada sobre el agua
de un reflejo interior.
Casi un bosque esa fuente
y la voz, onda, luz,
espesa rama.
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