Alberto Santamaría
(Torrelavega, CANTABRIA 1976). Profesor de Análisis del discurso artístico y literario y Arte Contemporáneo en la Universidad de Salamanca.
Ha editado la poesía ultraísta de José de Ciria y Escalante bajo el título "De mi sortija penden todos los merenderos" (Carmichael Alonso, 2003). También ha llevado a cabo una antología y estudio de la poesía de Luis Felipe Vivanco titulada "El alma de un oso blanco" (La Mirada Creadora, 2008). Ha publicado la novela "B" (El desvelo ediciones). Ha realizado la antología "El hombre que comía diez espárragos" (El olivo azul, 2010), con los textos de viajes de Leandro Fernández de Moratín. Contacto: albertosantamaria08@gmail.com
Ha publicado los siguientes libros de poesía: El orden del mundo (Renacimiento, 2003), El hombre que salió de la tarta (DVD ediciones, 2004), Notas de verano sobre ficciones del invierno (Visor, 2005), Pequeños círculos (DVD ediciones, 2009) e Interior metafísico con galletas (El Gaviero ediciones, 2012).
UNA COCA-COLA CONTIGO (AFTER FRANK O´HARA)
Yo estuve en Alaejos
mientras el sol
depuraba
a los estúpidos hombres
que se depilan el pecho. Yo estuve,
allí donde la tierra nada dice
entre camiones de puertas oxidadas
que levantan
una tierna piel de polvo
de camino al menú del día. En realidad,
una sombra aquí equivale al mordisco
de un cuerpo
débil
apenas nutritivo. Tomar una coca-cola
contigo en Alaejos es como devolver
al tiempo todo el metal prestado, como
devolver vida
a lo que eternamente se repite.
Un ciclista detiene sus pies
sobre la tierra
como un bello inquisidor
reclama agua del cielo
en Alaejos,
siempre en Alaejos…
¿Cómo regresar allí de donde nunca debimos salir?
EL ÚLTIMO REY DE AMUSCO
El aire se adueña de los postes
de la luz
con un temblor
que nos vuelve desgraciados.
El vino aplaza su destino
en el aliento
que dispara su lengua
hacia el centro de la plaza.
Yo fui dueño del palomar
junto a la autovía y ahora dibujo
círculos con un palo
sobre la tierra seca. ¿Quién si no yo
puede hablar del destino? ¿Quién mejor que yo
puede desafiar a la suerte
entre ruedas de madera y aleros
de metal? La felicidad,
como la vergüenza,
no visita a sus hijos sin exigir
un sacrificio. Inclinado
en busca de cebollas su espalda
da sentido al paisaje. No escribir más.
Esperar que otro sea quien
comulgue con la nada. Que otro sea
quien talle el desequilibrio que la música
electrónica deja en los maleteros abiertos
a las afueras de la noche. En esa simpleza
reside el placer de lo que ocurre
sin que nadie lo vea. Pasar
de un instante a otro sin depender
del óxido que todo lo tiñe. Yo fui
dueño del palomar y perdí
un ciclomotor en las verbenas
de San Áspide. Descender al infierno
—con su música de latas vacías—
sería parecido entonces a confiar
en que esta historia
pueda ser narrada; confiar
al fin
en la posibilidad
de decir paisaje
—trazar su existencia—
y olvidar
que nada sucede sin nosotros.
Intento fallido de sainete
Estos dedos no sabrían por dónde
comenzar la historia. No hay tiempo.
Has de cumplir tu parte del trato.
(¿A quién pedir cuentas entonces
si nada de esto habla de ti? Las leyes no escritas
dicen que no caces nunca un búfalo tú solo. Jamás. Quizá
debas tu miedo a esta brillante disposición de los girasoles
antes del verano. Tu sombra se deposita en ti
como una idea. A veces
sientes envidia del ojo negro
de los peces ya muertos
y de las niñas retrasadas
tímidas y solas. A veces
sorprende este minucioso
enigma de una falda a cuadros. ¿Cuál será la tecla adecuada?
¿Cuál la luz apropiada para entender este mapa o comer una naranja?
Cada uno debe algo a su enemigo como cada espejo debe algo a lo grotesco).
De nuevo nos encontramos
afinando el ojo
para tropezar con algo de qué hablar. Un triángulo
es una visión evidente
de lo que es un pensamiento
entre tanta luz tan nítida.
Por ejemplo,
sus tripas se abrirán como el mar rojo
PENSÓ YO VIVIRÉ SIEMPRE SOBRE EL FUEGO
Pensó yo viviré siempre sobre el fuego y el sabor
de las abejas. El horizonte guía a quien guarda el secreto
de la nieve por encima de las huellas. Pensó yo jugaré
entre los huesos
y la imagen de san Pablo ajada
sobre la cal viva. El cielo nombra
a quien duerme en la playa sorda del fin.
Luego se quedó dormido
sobre el ombligo apagado de su madre,
dulce gato de fuego,
para no regresar jamás
a la hora santa de la carne.
De Notas de verano sobre ficciones del invierno. 2005
El sonido del champán
Nos hemos sentado en la única mesa libre del restaurante, y sin embargo sigo imaginando que todo esto no es más que otra pegajosa forma de eso que llamamos realidad, con sus letras grandes y naranjas, con su disciplinado sentido del amor y la costumbre, con sus batas y sus quitanieves, con su música de erizo, con sus etiquetas patrióticas sobre las latas de albóndigas. Pronto vendrá el camarero. Es difícil volver a lo que ya conocíamos pero demasiado fácil acostumbrarse a ello. Era la época en la que vivías en un séptimo piso cuando tu vecina, una vieja gorda con aliento a algas podridas, se lanzó por la ventana dejando una estela gris de paloma en el aire. Durante días tuve en la cabeza el sonido gaseoso de su cuerpo al chocar contra el suelo. Me despertaba en mitad de la noche con ese sonido seco y doloroso como una botella de champán barato al ser abierta. Era una serpiente que volvía, regresaba, se enroscaba sin principio ni fin. Y se repetía una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez en medio del océano donde me encontraste.
—¿Quién probará el vino esta noche, señores?
(de 'Pequeños círculos')
Del Libro 1 Teoría y ficción
Descripción de la duda
En el aire fenecen las gotas
de la última tormenta,
como dudas inermes, golpeadas a propósito;
desde la orilla
disimulas tu suerte de hombre solo ante la cerradura.
Sobre el perchero la humedad del tiempo juega con tu cabello.
Diálogo primero al amanecer
Entró en el bar con la mirada esquiva,
dormida sobre la solapa de su chaqueta.
Pidió una copa,
y regresó hacia el gesto primero del recuerdo.
No se le oye respirar,
se encoge en cada sorbo
como si le fuese la palabra en ello.
El peso de un silencio no dicho,
no llegado, furtivo entre las manos,
le hace insoportable la luz, la noche
y el sueño se hace pesado,
se carga de saliva errante,
de tactos secos y hermosos.
No hay amanecer sobre la faz de la tierra
capaz de describir tu sombra,
capaz de decir: tú eres. Entró en el bar,
ya tarde, como quien celebra el fin sobre todas las cosas.
De Epílogo Ante la tumba de W. S.
Idea primera
Y si despacio las hojas, creciendo de la idea,
del tiempo en el crujir de la tierra
llegaran a ser tu voz
o tu cuerpo envenenado.
Llamas a la tarde Cuerpo, tan cuerpo
como la letra, ida, vuelta hacia su memoria
inacabada, piel de serpiente que hace la idea
sombra pura, quieta como fuente,
historia que envejece como mundo,
lenta rueda encendida
por encima de la niebla.
Yo cuelgo una huella en tu frente,
pero nada –nadie—responde a tu llama, a tu origen,
al filo de tu canto nevado.
Tempo
Que el tiempo es otra cosa: luz, origen, entrañas,
distancia, error a manos llenas, humedad en el pasto
que te escuchaba, historia que precede a las raíces.
Que el tiempo, volcán palpitante, no tiene palabras
ni frutos, túneles a veces con sabor a danza; pero nada,
nada exacto en su justicia, ni edad ni noche escritas
en su frente indígena. Nada: cuerpo aliado a las costumbres.
Canción del despertar
De mis brazos
pende el aliento,
el solitario humo
de tu vida. Observo
así el fugitivo nacer
de tu edad cada mañana,
el asombro de mi corazón
que teje en sábanas de invierno
la historia de dos
en el cotidiano duelo
de la carne. Te nombro
y abres más tus ojos.
¡Qué savia tu voz
en mi tronco! ¡Qué latido
involuntario te delata!
De mis brazos
brotan espigas y andamios,
dedos que buscan
la columna, la fiebre
entregada a su oficio
en el deseo. Mi voluntad
cruje como nieve
ante la huella callada
que tu mano deja
sobre el azul temor
de la mañana. Y tirito
ante tu aroma, y busco
la arquitectura de tu amor
en mis brazos, el proyecto
de tu sombra
en los límites de mi ciudad
sin forma. Así acojo tu aliento
en mi regazo, pronto,
antes de que el amanecer
sea reino único de las aves,
en la celebración primera del canto,
antes, para que la luz hunda
sus brazos en tu misterio salado.
Callada así para siempre
la noche en su triunfo
esculpirá nuestros brazos
como trenzas
sobre la piel de los tejados.
Notas de verano sobre ficciones del invierno
HOMBRE Y TARTA
En qué tarta soñada el hojaldre se tornó invisible
para ver desde dentro el mundo sin ser visto,
qué imaginación nació de la nata, qué tarta
de Giges me hizo acariciar el lomo
del perro, el débil lloro del pájaro,
decir al fin “más allá” o “más acá”,
según mi lengua ordene. Qué diablos
hacía un hombre en una tarta
sino ser él mismo esa tarta. Allí dentro,
sin espacio y sin tiempo.
Qué hacía
Sino esperar el grito, la sorpresa:
“tomad, aquí está mi cuerpo”.
Qué hacía, sino comenzar siempre de nuevo.
Qué
diablos
hacías
jessie
dentro
de
esa
tarta.
¿Qué
señal
esperabas?
DVD ediciones
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