martes, 10 de mayo de 2011

FLORENCIO QUINTERO [3.826]



Florencio Quintero 



Nació el 24 de Junio del año 1914 en el número 35 de la popular calle Adriano, en pleno barrio del Arenal en Sevilla, lo cual determinará en gran manera su posterior evolución poética, como se verá más adelante. Fue el mayor de los dos hijos que nacieron del matrimonio formado por Florencio Quintero y Adela Martín. Su niñez transcurrió normalmente, formándose en las escuelas del barrio. Pero desde muy pronto despertó en el joven Florencio la curiosidad por la lectura. A pesar de que fue un autor de iniciación tardía, el gran lector que cada poeta lleva dentro fue desarrollándose en esta época. Así, cultivando esta pasión por los libros y leyendo a sus autores favoritos (Bécquer, Machado, Darío,...), comienza en el año 1933 la carrera de Medicina, que tiene que abandonar tres años después obligado por la contienda civil que asoló España. Terminada la guerra desentendiéndose de todo pensamiento político, se casa con Isabel Filiberto en 1943. De esta unión nacerían seis hijos: Adela, Florencio, Isabel, Carmen, Federico y Caridad.

Pero esta manera de crear no deja de ser una mera anécdota, como a continuación se va a tratar de razonar. Y es que en el año 1952 ve la luz el único libro de poemas publicado en vida del autor: Alborada. Es este un libro que da cuenta de la no improvisada formación del poeta a la hora de afrontar la creación literaria. En una estructura trimembre (el libro se divide en tres partes tituladas Arrullos, Albero y Azulejo), Florencio Quintero da rienda libre a todo su universo poético. Y es en este punto donde debe profundizarse, ya que a pesar de la temática tratada, un tanto tópica (el amor, los toros,...), en dicho libro pueden encontrarse muchas virtudes que no dejan de sorprender: la valentía de algunas imágenes ("Sueño con espinas verdes; / con seres indefinibles; /con ángeles que fallecen; / con uñas que me amenazan; / con rosas blancas que mueren", en Angustia), la extraordinaria originalidad de algunas metáforas ("Los campos eran desiertos / con promontorios de arena. / Se retorcían en las sombras / esqueletos de arboledas. / (Gigantes de dos mil brazos / y encallecida piel seca)", en Espejismo), el colorido deslumbrador de algunos versos ("[...] quisiera cantar un verde / que fuera un verde suave, / verde claro, verde leve, / que no fuera verde campo / por ser un verde muy fuerte, / ni fuera verde azulejo / porque sus reflejos hieren", en Verde Viernes).

Bien es verdad que Alborada, también adolece de muchas carencias y defectos, achacables, no hay que perder de vista esto, a que se trata de una obra primeriza. Lo que este libro viene a desmentir es el popularismo mal entendido en la obra del poeta baratillero. Posteriormente a este libro, la obra de Quintero se disgrega, puesto que la mayoría de sus poemas no tienen más vida que la efímera del papel perdido o la recitación. Abundan, pues, en gran manera los versos de circunstancias (presentaciones de poetas de la tertulia, anécdotas banales, poemas dedicados a cofradías –generalmente romances -, ...), pero en todas estas composiciones se adivina el halo de poeta original y trabajado, ya presentido en su primer y único libro.

Empujado por su sevillanía y por un desmedido amor a su Semana Santa, acogió la idea de crear una revista dedicada a las Cofradías, con una línea de lirismo muy marcado. Este anhelo fue cumplido hacia la mitad de la década de los cincuenta con la publicación de la Revista Piedad, que igualmente contó con colaboraciones bastante importantes. Por otra parte, resultaría ilusorio pretender abarcar en el corto espacio de este artículo una relación completa de todos los pregones, actos, exaltaciones, disertaciones, etc,... a las que fue invitado, no declinando su generosidad ninguna de ellas. Pero como de muestra vale un botón, puede reseñarse que en el año 1957 dio el Pregón del Arenal, que todavía emociona en el recuerdo de cuantos lo escucharon.

Enfrascado en el peculiar ambiente cultural que a su alrededor había sabido crearse, Florencio Quintero murió inesperadamente el 16 de Febrero de 1968, entre el dolor de sus vecinos del Arenal y de toda Sevilla, no sin haber ganado antes numerosas justas literarias y flores naturales organizadas con motivo de las ferias de algunos pueblos. Entre esta clase de premios destaca el de la Fiesta de Exaltación del Guadalquivir de Sanlúcar de Barrameda, galardón que recogió en varias ocasiones consecutivas. A su muerte se sucedieron los homenajes, entre ellos la rotulación de la calle en la que vivió en el final de su vida,. Igualmente se editan, en incompletas antologías, algunos de sus poemas.



Guadalquivires de pena

Se va abriendo el Viernes Santo
como una flor desgranada.
Sobre el Baratillo caen
tibios pétalos del alba,
y el sol que va tras la noche
y es novio de la mañana,
besa leve la blancura
graciosa de la espadaña
de la Capilla torera
que se asoma a la Maestranza.

-¡Capilla del Baratillo,
la de la carita blanca!-
Blanca de pureza niña,
niña de pureza casta
y amarilla de tristeza
de un lirio que se desmaya.

El sol la besa y la besa,
el sol la abraza y la abraza,
mientras por el Arenal,
en pedestal de alpargatas,
meciéndola costaleros
ceramistas de la gracia,
va llegando al Baratillo
la Esperanza de Triana.

La Virgen Baratillera
la espera sobre sus andas.
Ya están las dos frente a frente.
Ya están las dos cara a cara.
Dime, Señor, ¿qué se dicen?
Dime, Señor, ¿de qué hablan?
Que Caridad, Flor torera,
se está deshaciendo en lágrimas
y Esperanza se deshace
en una aurora de aguas.

Guadalquivires de pena
por las mejillas le bajan
y sus pañuelos de encaje
mares de dolor empapan.

¡Ay, la voz del capataz!
¿Estáis puestos? ¡Llama, llama!
Y a música de martillo,
música de yunque y fragua,
un fanal de seda y flores
levemente se levanta.

"Que no se la lleven. ¡No!"
está pidiendo su hermana,
y así lo pide Piedad,
así el Baratillo clama,
y así lo pide Sevilla
y así lo pide Triana
y lo pide el martinete
que brota de la garganta.

"Déjala" así, frente a frente.
"Déjala" así, cara a cara,
a esa Aurora Trianera
y a esa Rosa Sevillana.
¡Que llore Sevilla entera
junto al llanto de Triana!










Por Sevilla y Soleares

Amarillo es el limón,
lo malo es aquel que tiene
amarillo el corazón.

Si no tuvieran la sal...
los saleritos serían
pedacitos de cristal.

Los cristales hacen sangre,
y la sangre deja huellas
igual que las deja el hambre.

Dame la sal como quieras...
pero no me des cristal
para que el cristal me hiera.











A Juan de Dios Pareja Obregón

En su Homenaje

Guárdala bien, Juan de Dios,
esta ofrenda hecha de rimas.
No por el pobre romance
sino por la ofrenda misma.
No es ofrenda de claveles
en abrileña corrida,
ni de caballos caretos
trotando por las marismas.
No es de escultóricos galgos
que crucen por las campiñas
en frenética carrera,
siguiendo liebres heridas.
No es de capotes bordados
con besos y con sonrisas.
Ni ofrenda de soleares;
ni llanto de seguirillas.
No es ofrenda de guitarra
que cante en bordón y prima.
No es cal, ni luz de cortijo...
Es... ¡el amor de Sevilla...!
Son las almas que te quieren
por tu bondad infinita
y te dan el corazón
en garabatos de firmas.

La Virgen de la Esperanza
-¡la de la marinería!-
firmó con lágrimas suyas
para bendecir tu vida.










A Nicolás Fontanilla

En su Recital de Noches del Baratillo

Aquí está, fuerte y curtido,
cual torreón zamorano.
Es bajo, bajo de cuerpo,
pero lleva el alma en alto
y en la frente una diadema
de Cristos crucificados.

Cristo de la Expiración...
Cristo muerto en el Calvario...
Cristo de la Vera Cruz,
de Villanueva del Campo...
Ese Cristo de su infancia
suspendido y lacerado
con Él en distancia y tiempo
cuando están ya tan lejanos.
Consuelo en su desconsuelo;
ánimo en su desencanto.
Cristos y Cristos y Cristos
les dan fuerza y les dan ánimo.

Sevilla y Zamora son
como los puntos de un arco
que, entre recuerdo y presencia,
consiguieron el milagro
de un poético arco iris
del que es hoy nuestro regalo.
Jardinero de amistad,
lleva repletas las manos
de jazmín, para la espina;
para las ofensas, nerdos;
y para el dolor, la rosa
de las sonrisas en sus labios.

Este Nicolás, viajero,
que vió ciudades y campos,
ni por grandes capitales
ni verdear de sembrados,
ni por los blancos cortijos,
Nicolás, fue conquistado,

Pero una tarde en Sevilla,
-¡ay, tarde de Viernes Santo!-
olió a cera, olió a incienso,
a lirio, azucena y nardo,
y vió las negras mantillas,
y vió nazarenos blancos,
y vió llorar a la Virgen
y vió costaleros blandos
que mecían y mecían
a la Virgen sin cansancio.

Cristos y Cristos y Cristos
les dan fuerza y les dan ánimo,
pero su conquista fue
la luz de un paso de palio.

Desde entonces, desde el día
en que vió mecerse un paso,
este varón de Zamora
vibra como un sevillano.











Varios Sonetos



A manera de semblanza

Para Manuel Lozano

Mirarlo aquí, pequeño y sonriente,
cual lucero que cita a la mañana.
Mirar que su sonrisa se desgrana
como el fresco murmullo de una fuente.

Mirarlo aquí, la despejada frente
de su intención es grácil barbacana.
Mirar su corazón, otra fontana
que ofrece una amistad pura y ferviente.

Mirarlo aquí, vibrando de alegría,
al que sólo llevó como equipaje,
en legado de sueños, su poesía.

Que Manolo es la luz de un claro día
que, allá por Santacruz, se hizo celaje
de la gracia y el sol de Andalucía.










Poeta ayer y hoy

Semblanza de Fausto Botello

Incipiente retoño de la vida
donde brota la flor que vive en sueño.
Visionario de altura, en el empeño
de enderezar la cuerda retorcida.

Conductor de corceles que, sin brida,
se dejan seducir por su beleño.
De los versos, señor; del poema, dueño.
Flechero que nos cura con su herida.

De sus sienes, crisoles de ideales,
donde vive lo clásico y lo abstracto
y palpita lo nuevo con lo antiguo,

surgen libres poemas, madrigales
y rotundos sonetos, es el pacto
de quien funde lo eterno con lo exiguo.










A la Virgen de la Caridad

¡Perla de Luz! ¡Diamante hecho de aurora!
Tú que, en el gran dolor de la amargura,
-por tu enorme pesar, por tu tortura-
eres consuelo del que pena y llora.

¡Oh, Madre Celestial, Dulce Señora...!
Tú, que riegas cascadas de dulzura;
que eres Oasis en nuestra desventura,
escucha a quien con lágrimas te implora;

Tú, que eres Caridad, que eres Consuelo;
Dulce auxilio del que te necesita,
y alivio de afligidos corazones...

No olvides la aflicción de nuestro anhelo;
danos Paz, y mitiga nuestra cuita
¡CON LA DIVINA LLUVIA DE TUS DONES!








Visión del amanecer

Los niños, en el Rosario del Alba del Convento de Capuchinos

En la campiña azul de la mañana
de la serena paz de Capuchinos,
en celestiales cánticos divinos
castísimo rebaño se desgrana.

Cual vellones blanquísimos de lana,
sus almas puras, con celestes trinos,
van marcando los más rectos caminos
de llegar a la Madre Soberana.

El infantil rebaño va entonando
sus baladas de amor a la Señora,
y al redil de su amor va caminando.

Mientras, la oveja descarriada implora
con dolor, su pecado, recordando
el volver al redil de la Pastora.










Angustia

Tengo unos sueños...¡qué sueños!
unos sueños que me muerden...
unos sueños que me ahogan...
Sueño con espinas verdes,
con seres indefinibles,
con ángeles que fallecen,
con uñas que me amenazan,
con rosas blancas que mueren.

Sueño que caigo por simas
sin terminar de caerme,
con luceros que se apagan;
sueño con cuerpos inermes,
con dogales que me ahorcan,
con puñales que me hieren,
con monstruos inconcebibles,
para destrozar la presa
de mis carnes inocentes.

Sueño arenosos desiertos
cuando la sed me estremece.
¡Tengo unos sueños de angustia...!

Sueño que mis venas vierten
gota tras gota de sangre,
que se ve llegar la muerte
tan despacio, que horripila
que llegue tan lentamente.

Tengo unos sueños...¡qué sueños!
los sueños del que algo teme.

Y... ¿qué puedo temer yo
cuando dices que me quieres?
¿Por qué soñaré estas cosas
que no pueden comprenderse?

¿Será quizás por lo mucho
que yo he llegado a quererte?

¿Serán un símbolo acaso
de mis temores perennes?

¿Estos temores constantes
de que pudiera perderte?

Porque yo te quiero tanto
-¡trozo de cielo celeste!-
que no vivo y que no duermo
cuando pienso que la muerte
te cubriera con su manto
de eterninades inermes.

Este dolor me horroriza...
la luz del Sol se oscurece,
la Noche queda sin Luna,
brota sangre en los claveles
cuando algunas veces pienso
que yo pudiera perderte.












Penitente en la Esperanza de Triana

Yo iba detrás de ti
Señora, una madrugada
Yo iba de penitente
con una cruz a la espalda.

Iba delante la cera
que el rostro te iluminaba
delante blancos claveles
que tu cara perfumaban
y delante iba la brisa
refrescándote la cara
Iba delante la estrella
delante la flor del alba,
y fue delante la luna
fue delante la mañana
y delante las saetas
que a porfía te cantaban
Iba delante el lucero
anunciando un sol en llamas,
delante una bambalina,
delante velas rizadas,
y la luz iba delante
con un color de Esperanza.
Delante los candeleros
con sus piropos de plata
iba delante el incienso
perfumándote la saya
y delante tu pañuelo
para secar tus pestañas

Y fue delante Sevilla,
delante toda Triana
todos gozando de luz
todos gozando la gracia,
todos gozando la gloria
de poderte ver la cara

Y no me pesó la cruz,
ni me hundió la madrugada,
ni el cansancio de la noche,
ni los cuchillos del alba...
Pero me hundió el ir detrás
sin poderte ver la cara.










Dos Lirios

La Piedad y Caridad,
Señoras del Baratillo.
La Piedad es toda pena
por el dolor de su Hijo.
La Caridad es dulzura,
y tiene un llanto tranquilo.
La Piedad lleva en el pecho
una daga de dos filos.
Caridad, en las mejillas
cinco gotas de rocío.
La Piedad lleva en las sienes
porrazos de cien martillos.
La Caridad, en sus manos,
la granazón de los trigos.
La Piedad tiene los ojos
morados por el martirio.
Caridad lleva en sus dedos
la blancura de los lirios.
La Piedad lleva en la falda
la sangre del sacrificio.
Caridad lleva la Gloria
en un pañuelo de lino.
La Piedad tiene una pena
de huracanes de martirio.
Caridad es como brisa
de azahares florecidos.
La Piedad lleva los dedos
atravesados de espino.
Caridad lleva en la cara
la gracia de los jacintos.
La Piedad es catarata.
Caridad lago tranquilo.
La Piedad es toda pena
con un Calvario de cirios;
con Calle de la Amargura;
con el corazón partido;
con espina de los cardos;
con lanzazo de Longinos;
con esponja con vinagre;
risotadas de judíos;
con traición en una noche
bajo una sombra de olivos;
con Cruz del más tosco leño
sobre los hombros del Hijo...
La Piedad tiene una pena
como nadie la ha tenido.
Caridad, Resurrección,
agüita de arroyo limpio,
plumita de Serafines,
pétalo de blanco lirio,
nieve de las altas cumbres,
rosal de abril florecido,
llanito de primavera,
día de mayo claro y limpio,
brisa del amanecer,
transparente agua de río...

Piedad es todo dolor.
Caridad el Cielo mismo.

Una azahar, la otra espina;
una llanto, otra rocío;
una dolor, la otra Gloria;
una sangre, la otra lino;
una huracán, la otra brisa;
una cardo, otra jacinto...
Pero son lirios las dos
con los pétalos caídos,
una es un lirio morado,
la otra es un blanco lirio,
y las dos van siempre juntas
bendiciendo al Baratillo.



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