martes, 10 de mayo de 2011
3825.- JOSÉ MARÍA REQUENA
José María Requena Barrera (Carmona, Sevilla, 18 de abril de 1925 - Sevilla, 13 de julio de 1998) es un novelista, poeta, ensayista y periodista español
Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y graduado en Periodismo por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Fue fundador junto a un grupo de jóvenes poetas sevillanos de la revista Guadalquivir, primera tras la postguerra civil española. En 1955, con "La sangre por las cosas", logra ser finalista del Premio Adonáis de poesía y dicha obra se publica en la prestigiosa Colección Agora. Su primer destino periodístico fue en La Gaceta del Norte, de Bilbao, que le retuvo en tierras vascas hasta 1964, año en que regresa a Sevilla, primero como subdirector de El Correo de Andalucía y entre 1975 y 1978 como director, en plena transición política española. A partir de 1978, apartado del periodismo activo, se dedica de lleno a la producción literaria. Antes, en 1972, había obtenido el Premio Nadal de novela con su primera obra, "El cuajarón". A este premio se suman otros, como el Premio Aljarafe de cuentos por su obra "La cuesta y otros cuentos", en 1979. En 1981 obtiene el Premio Villa de Bilbao con su novela "Pesebres de caoba", y en 1983 el Premio Luis Berenguer de novela con "Las naranjas de la capital son agrias". En 1985, consigue el Ciudad de Granada, con su novela "Agua del sur". En 1992 obtiene el Premio Ciudad de Sevilla de Periodismo. Falleció en esa ciudad el 13 de julio de 1998 a los 73 años de edad.
Los pobres
Los pobres... ¡Qué naufragio
en playas de pan poco y de remiendo!
Se visten con la copla y no parecen
los hombres que se mueren por las manos.
Se sacan una risa del sudor
y no parecen ya penas macizas.
Se mueren pero siguen, nunca faltan,
los pobres no se acaban,
nos quedan muchos pobres hasta Dios.
Con callos preñan sombras cuando mueren
y no tienen ni rama en que criar algo de sueño.
Los pobres tienen almas de caminos
y lloran cuando sienten al caballo
bebiéndose horizontes al galope.
Para mis amigos pobres de la niñez
La vida está muy grande, amigos míos.
Nos ha crecido mucho desde el juego
y ya no cabe entera en la alegría
La sangre era distinta cuando entonces,
apenas si notaba que vivía,
estábamos en casi Dios aún
y toda la semana era domingo.
Nos fuimos a ser hombres separados,
a ser tiempo medido con distancias,
a no saber los unos de los otros
ni un poco de raíz de nuestra pena
Vinieron los oficios de mano y de cerebro
y cada amigo aquel se fue agrietando
en eso que ha de hacerse cada día
y en ese darse entero a los abriles
que legan por la sangre y se hacen hijos.
El blanco movimiento del saludo,
acaso porque yo manejo letras y creéis
que soy rico en orgullo aunque no gane
un sueldo, como Juan, por la madera
que mansa hasta la forma de una silla.
Admiro a Joselito, por los hierros
que ataca sobre el yunque como a tigres.
Me duelen los ladrillos que Agustín
levanta a pleno sol de la aspereza,
hasta una altura tal en que sus manos
parecen duras flores de otro mundo.
No olvido a los del campo,
los que inventan el pan con la tierra y la lluvia
y sudan bajo el sol, el mismo sol
que siempre está en las tardes de los niños.
La vida se ha hecho cuesta,
castigo de colegio en primavera,
y poco a poco calles y palabras
resuenan en el pecho a campanas leídas.
Acaso ser poeta será para nosotros
pretexto en que librarse de herramientas,
y no sabéis que un verso es como un hombre
que lleva dentro un niño sorprendido
de ver lo travesura que es la vida.
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