Arturo Zúñiga Quilodrán
Arturo Zúñiga Quilodrán (CHILE, ¿? - 1982). Poeta. Fue colaborador de las revistas “Selva lírica”, “Siembra” y “Claridad”, su primer libro: “Olgajulia”, lo publicó en 1964. Luego publicaría “Callada flor” y “Palabras para el olvido”.
CALLADA FLOR
Camino envuelto en la bruma
de mis sueños de niño.
Mirada de tantos años
que van cayendo al vacío.
En unos ojos dormía
y en otros ojos soñaba.
El tiempo nunca se iba
mientras que, ahora, pasa.
Asida a mi corazón
aún me queda la vida.
Flor, callada flor
que se deshoja.
Mis pasos en la sombra,
mis palabras sin cuerpo,
camino que no avanza
y sin embargo, se aleja.
Olgajulia
Autor: Arturo Zúñiga Quilodrán
Santiago de Chile: Arancibia Hnos., 1964
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1964-07-12. AUTOR: RAÚL SILVA CASTRO
Hace algunas semanas celebramos con entusiasmo en estas mismas columnas la aparición de un pequeño conjunto de sonetos, firmados por Homero Arce, en cuya edición, auspiciada por la serie de Cuadernos Brasileiros, aparecen como ínclita novedad ciertos diseños de Pablo Neruda. Arce era un olvidado. Escribió versos desde la más fresca juventud, pero jamás había tenido la prolijidad de reunirlos. Esta muestra de indolencia era además injuriosa a la calidad de la obra misma que estaba postergando, porque, como pudo verse en “Los íntimos metales”, hay allí versos excelentes y sonetos de gran categoría, con los cuales cobra Arce el sitio que de verdad le compete dentro de su grupo o generación.
Tres cuartos de lo mismo debe decirse ahora de Arturo Zúñiga Q., otro abúlico, otro indolente, otro despreocupado poeta a quien hemos tenido por mudo algo así como cuarenta años. No os asombre la cifra, queridos lectores. Cuarenta años son historia de ayer, según como se miren las cosas.
Zuñiga, por lo demás, no tiene otro modo de mirarlas que este, en virtud del cual los cuarenta años corridos sobre su frente no lograron cambiar en nada, según parece, la íntima actitud hacia la existencia que tenía cuando le conocimos. En aquellos años era Zúñiga autor de versos como estos:
RAYO DE LUNA
¿Qué quieres, rayo de luna
que te entras por mi ventana
y me buscas en el lecho
como una dulce palabra?
¿Qué quiere de mí la luna
esta noche sin recuerdo?
¿Qué quiere de su poeta
la buena luna de enero?
¡Blanco rayito de luna
que me adornas como a un muerto,
con tus cinco lirios blancos
de tus deditos enfermos!
Así cantaba Arturo Zúñiga Q. hace ocho lustros, poco más o menos. Hacía estrofas, empleaba la rima asonante, como más fácil y suelta, como menos engolada, y en su tono divisamos algo de queja resignada y dulce, dulzura y resignación que debían acompañarle a lo largo de la existencia porque con él habían nacido.
¿Debían? Sí, así lo parece, pues el volumen que acaba de publicar -¡el primero!-, donde “Rayo de luna” no aparece, el volumen titulado “Olgajulia”, se distingue por notas muy vecinas. Si leemos todos los versos de este pequeño volumen, como una serie continuada de emociones que el autor nos brinda a fin de compartirlas con nosotros sus lectores, llegaremos a la conclusión de que el poeta es tímido, abúlico, contemplativo; está absorto ante las naderías de la vida, y es amigo de la soledad y de los seres humildes, acaso porque se siente él mismo humilde en medio de la variedad algo estruendosa del ambiente al cual pertenece. En suma, la dulzura y la resignación que pudiéramos saludar en “Rayo de luz” hállase, igualmente, dispersa, en las diferentes composiciones de que se integra “Olgajulia”.
Pero hay más. En aquellos versos de ayer que hemos copiado –cometiendo una infidencia que acaso Zúñiga logrará perdonarnos- el autor podría aparecer como lejano y desvaído, discípulo de Juan Ramón Jiménez, aquel Juan Ramón lunar, de jardín silente, de paso tardo, que por entre los arriates iba aspirando el aroma de las violetas sin perjuicio de sentir en las manos la caricia de la pálida luna. Era lo justo. Hacia 1920 Juan Ramón había producido una reducida parte de su obra total, pero era ella de tan alta calidad poética, que habría revelado absoluta insensibilidad quien hubiese permanecido ciego o sordo a ella.
Pasaron los años, Juan Ramón cambió varias veces de orientación y de estilo, recibió el Premio Nobel, murió, ¿qué más? Ah, sí, algo muy importante: entró en aquel túnel de silencio y de sombra en que caen los escritores cuando mueren, largo, angosto, pegajoso túnel por donde no es fácil deslizarse. Y allí está, muerto y por lo tanto mudo, sin ecos.
En “Olgajulia” no hay, pues, influencia de Juan Ramón, y el autor, sin ataduras, ha ido sentando la planta en terreno más firme porque es propio, porque es suyo. Es su resorte el humor pálido, que podría ser ágil combinación de la abulia y la resignación, y este humor, que se divisa como cimiento subyacente en casi todas sus composiciones, se ve más de relieve en “Lluvia” y en “Bonjour, misere”. Zúñiga es amante de la naturaleza, cual se ve en “Árbol”, donde el poeta intenta la unidad de su ser con el ser vegetal a quien se dirige; y podría decirse que no habría sido fácil dejar de serlo. Si es el poeta, por definición, un individuo sensible, ¿cómo iba a quedarse sin advertir brotes de sensibilidad, de emoción, que le cercan por todas partes, y que surgen precisamente de la naturaleza, la cual llama a todas sus criaturas a que formen filas en su total sinfonía?
Hay, en fin, en “Olgajulio”, una serie de poemas que se llevan, aparentemente, las mayores preferencias del autor, sea por la ubicación que les otorga en el libro, sea por el mayor número de versos que cada tema logró provocar a su pluma. Podríamos, de primer intento, hablar de la grande y visceral emoción que en ellos asoma, solidaridad tierna con los que sufren, intensa visión, profunda visión de ciertos sentimientos y de ciertos problemas que afloran en el poeta como respuesta a la vida.
La piedad humana vese, por ejemplo, en “Ciega”; la perplejidad que produce la miseria abismal de los chilenos alcanza un asomo de vigorisa iniciación en “Población callampa”. Y decíamos iniciación porque el poeta no es, también por definición, individuo a quien calce bien tratar problemas sociales y económicos en sus versos. Lo que sí le es concedido, a plenitud, es la emoción humana, y en eso el pequeño poema de Zúñiga es de superabundante valor. Caen también en el grupo de la emoción visceral las composiciones tituladas “Domingo de invierno” y “En la cuna”.
Intentó un día Vicente Huidobro eliminar la anécdota del verso y recomendó que no se dejaran los poetas ganar por el llanto fácil. Bien; todo es posible en manifiestos y en exposiciones doctrinales. Pero la poesía no quiso aceptar como vivienda ese minúsculo zapato chino, y ha venido apoderándose de las mismas anécdotas y de las mismas emociones de antes, de que siempre hizo uso. Hoy la poesía que vemos a nuestro alrededor, la de Chile, desde luego, está llena de anécdotas y es en todo emotiva.
Arturo Zúñiga Q., hombre tímido, sosegado, que propende más a la mudez que a la garrulería, debe sentirse un tanto turbado al oír decir que él encarna una reacción contra Huidobro. Pero es así, y el tímido poeta no está solo. Son falanges los jóvenes que, como él, hacen poesía anecdótica y de emoción. Zúñiga, que ya no es joven, naturalmente ha de sentirse rejuvenecido al verse incorporado, de pronto, en una vasta columna, en una apretada columna de poetas que no dan la espalda a las emociones de los demás seres humanos sino que desean, cristianamente, compartirlas.
“Varón puro, tan modesto como rebelde y claro” es Arturo Zúñiga Q., en el sentir de su prologuista, Antonio Campaña. Si Campaña lo permite, hagamos nuestras estas justas palabras, que tan acertadamente logran definir a este nuevo poeta, nuevo porque emerge a la luz después de muchos lustros de silencio, nuevo por lo que trae y por lo que promete.
ARTURO ZÚÑICA
(Tomado de Claridad, año 1920, Volumen 8
( nº 1)
Si nos viéramos obligados a clasificar la obra de Arturo Zúñiga, dentro de una tendencia literaria determinada, no podríamos menos de incluirla en el género de la poesía “Ingenua”. Pero nó de la ingenuidad ficticia de la colejiala recién salida del liceo, sino con la del que anota sus temblores más íntimos, sin pensar en la hasta cierto punto, involuntaria impudicia, que revela esta entrega incondicional de sí mismo. Y es así como, en versos de una, sin pretenderla, sencillez nos cuenta “la historia de su amigo de cuatro patas que se llama Suspiro -y con quien charla como con una amada”. Donde también se manifiesta esta inclinación es en “Rayo de luna”; hay en este sutil poemita un enorme corazón de niño que canta a su “lunita” con una tan dulce fruición que obliga a pensar en un alma de sensibilidad inmensa, afinada en un tono agudo sin llegar a la hiperestesia. De pronto el ingenuo se nos vuelve burlescamente escéptico y ya no es el niño, ni el ingenuo, el que nos dice: “no creo en el amor, —ni en la melancolía— de las amadas, —no creo en nada— Un dolor de cabeza —es como una tristeza —al revés, —¿Y el sonar?. Pasó de moda —¿Fuma Ud?— La tarde tiene la fisonomía —chata y lánguida —de un buey”. Es un amargado que pretende no estarlo, quien habla aquí y burla, con una sonrisa donde se entrevé el sollozo, lo que lo ha herido. Pero donde verdaderamente se “vé” al poeta es en los poemas “Mañana gris”, “Tristeza”, “Yo estoy manchado de vicio...” que desbordan una intensa emoción: “Tristeza! esta mañana— llamó el sol a mi ventana —con sus dedos de luna amanecida. — Venia lleno de gracia y de locura, —su rostro enharinado se rió de mi amargura— y de la buena luna, su querida...
-Luego, como un payaso, saltó, por la ventana,— era un enorme circo la mañana— Y se quedó tendido sobre mi corazón”. ...Pero nó! sería preciso transcribirlo todo para dar la dulcedumbre melancólica que emana como de tina fuente bendita de este sencillo y sublime poema La música de su verso, no es la pegajosa música sin sorpresa de la mayoría de nuestros poetas, en el más pequeño de sus poemas la novedad siempre tiene un lugar y no es la novedad “pour èpater” como podría pensarse, es la novedad innata en todos los poetas que como Zúñiga, traen muy en alto el presente precioso que les confiara el encargado de hacer más cortos y dulces los instantes de nosotros los mortales.
MI AMIGO
Tiene cuatro patas;
se llama Suspiro;
no sé de que raza será;
pero tiene cuatro patas
y el pelo muy largo.
Vive en un rincón del patio;
vive modestamente;
sin pensar;
y ladra,
ladra furiosamente cuando yo,
hastiado de poetas y de filosofías le llamo,
como a una novia,
para charlar un rato...
En su manera de expresarse
es corno una mujer;
me tiende una pata,
menea la cola,
brinca,
va y viene como buscándose a sí mismo
y luego se queda tieso
mirándome a los ojos
con la baba colgando.
Pero somos dos amigos
demasiado humanos para comprendernos.
Y no nos comprendemos.
TENGO UNA AMADA...
Tengo una amada que no me conoce;
no sé como se llama ni ella sabe mi nombre.
Para estar a su lado me cierro los ojos,
y me quedo pensando en nada y en todo...
Yo se que me quiere y yo a ella la quiero,
y por guardarme su amor cada día soy más bueno.
Tengo una amada que no me conoce;
y Dios quiera que nunca lleguemos a vernos
¿DÓNDE IRÁS?
Vas como para un baile tan descotada,
que apenas se adivina tu chaqueta de gasa
bajo el hondo reflejo azul de tu mirada
que hace ponerse rojas a las dueñas de casa...
El ojo empedernido del buey octogenario,
te mira con la enorme vaguedad de un crepúsculo,
mientras empuerca su alma lentamente
el gotario del deseo podrido en la orfandad del músculo.
¿Vas a una cita antigua o es la primera cita?
El novio que te espera no ha de aguardar en vano...
¡Cómo rompe el silencio tu mirada maldita!
Virgen que va a la moda o Venus arrabalera:
por ti me perdería mil veces, si pudiera,
ante Dios y la Virgen, con Satanás, mi hermano
LA NOVIA QUE TENÍA LOS OJOS DE ZAFIR...
Cuando venga la pena a nuestros corazones
no apaguemos la lámpara ni cerremos la puerta:
es tan bueno olvidarse al son de las canciones
que vienen desde lejos con las alas abiertas
Que nuestro pan comparta y beba nuestro vino
y nuestro lecho ocupe, y siga nuestros pasos;
una mano piadosa florecerá de lino
la espina envenenada de todos los Fracasos.
No apaguemos la lámpara ni cerremos la puerta,
en los brazos mendigos de aquella que despierta
nuestro egoísmo inútil, acaso ha de venir
la novia que esperamos con los ojos cerrados,
la buena y dulce novia que nos dejó olvidados,
la novia que tenía los ojos de zafir.
MAÑANA GRIS
Tan, tan, tan, fastidia esta campana
con su són continuado de iglesia dominguera
sobre la soledad de esta mañana sin sol,
sin novia y sin una quimera,
que nos deje en el alma sus perfumes de rosa.
Yo bien quisiera,
al son de esta campana,
tirarme como un perro a tus plantas, Señor,
y ofrecerte entre lágrimas mis cántigas profanas
para que tus miradas tranquilas, sobrehumanas,
las bañaran de rosas con perfumes de rosas,
en la misericordia de tu gracia, Señor.
Pero este continuado lamento mañanero
ha golpeado en los hombros de la mañana en calma.
Y grita y se retuerce y nos clava en el sueño
los cuchillos mellados de un lamento sin alma.
ESTOY MANCHADO DE VICIO
Estoy manchado de vicio,
de locura de sol, de luna llena;
en mi sangre moruna llevo toda la vida
y lo mismo que un árbol doy al viento,
hecha música y versos, mi alegría enfermiza,
mi tristeza hecha ensueño.
Yo soy como una tierra
por donde se desliza un río caudaloso
de aguas angustiadas o bien
soy una nota hecha sonrisa
en el claro dolor de una mirada.
Porque tengo la vida como un verso
en mis venas un verso hecho de ensueños,
de risas y de lágrimas,
un verso que tuviera aprisionado
un mundo en sus entrañas!
TRISTEZA...
Tristeza! esta mañana llamó el sol a mi ventana
on sus dedos de luna amanecida.
Venía lleno de gracia y de locura
su rostro enharinado se rió de mi amargura
y de la buena luna, su querida.
Se rió de las arrugas de mi frente
y hasta de usted, señora, alegremente.
Luego, como un payaso, saltó por la ventana
-era un enorme circo la mañana-
Y se quedó tendido sobre mi corazón...
Afuera todo el campo se llenaba de gozo,
hasta el campanario brincaba de alborozo
la campana más vieja: esa que da el dín dan,
tan pausado y tan grave como una letanía,
como las pulsaciones de una lenta agonía,
como una tos de tísica, lo mismo que una tos...
Tristeza, buenos días, me voy. Adios
HILARIDAD
Rio nerviosamente; rio como un timbre
presionado por un índice febril.
Mi risa, franca, no tiene vueltas de tirabuzón,
ni es acomodada es una risa, loca,
a la manera de un don pueblo
ante la gracia hueca de un payaso.
Así rio nerviosamente.
Después de todo,
reir es afirmar una existencia;
y yo no tengo manos ni ojos de lirio
para sentir la anemia de soñar,
aunque sea inútilmente...
Rio de verme vivo.
Y de verte vivo a tí
que no eres más que una cosa que anda.
LA NIÑA COJA
Tiene ojos azules y manos blancas, de nieve;
ella sabe el defecto de su pierna derecha y,
acaso por eso,
tiene los ojos húmedos
como una estrella de invierno,
Su voz débil, rosadita,
es una dulce tarde de Noviembre
después que se ha cubierto de rosas
la abandonada cruz de un pensamiento...
Su voz débil, rosadita, hace pensar en los muertos.
Talvez, cuando habla, ella no piensa
nada más que en el defecto de su pierna derecha
y por eso su voz se hace tan lejana
como el secreto ritmo de una estrella.
Yo la miro temblando de miedo
que una tarde se nos muera
y nos lleve el regocijo de este cariño,
humilde que sentimos por ella.
Nadie le ha dicho nada de amores todavía.
Tiene ojos azules y tiene veinte años;
pero nadie le ha dicho nada de amores todavía.
MI OTRO YO
Corazón: yo, pienso, a veces,
que tú y yo somos distintos,
en la manera de apreciar las cosas.
Yo, por ejemplo, cuando tengo pena,
me río locamente de mí mismo y no condeno nada.
Tú, en cambio, tiemblas por lo más ínfimo:
por un dolor ajeno, por una hambre no saciada,
por un niño que cae,
por una desventura; y lloras;
lloras desconsoladamente,
como una niña huérfana que se helara de frío...
Y, en verdad, somos distintos.
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