Óscar Sepúlveda
Nació en San Carlos en 1878, y ya a los veinte años era colaborador asiduo del diario La Tarde. Contribuyó igualmente con producciones poéticas a Pluma, Lápiz, de Marcial Cabrera Guerra, y en 1904 anunciaba en esta revista la próxima publicación del libro titulado Cantos del Paraiso, en que intentaba recoger sus primeros versos. No pudo hacerlo porque la vida periodística y bohemia que llevaba le fue alejando de los centros adecuados para la impresión de libros. Trasladado al norte, fue redactor de La Patria y El Nacional de Iquique y de El lndustrial de Antofagasta.
Escribió varias piezas teatrales, entre las cuales se recuerdan La máscara,
Macul, Amor plebeyo, Salitre y yodo, Diablos azules, y otras más. Estrenadas en diversos sitios, estas piezas se han perdido y de ellas no queda por el momento otra cosa que la mención en los diarios que dieron cuenta de los respectivos estrenos.
Víctima de un atentado criminal contra su vida, falleció en el Hospital del Salvador, de Antofagasta, el 22 de mayo de 1910.
COPOS DE NIEVE
Lágrimas de los astros desprendidas,
blancas flores del aire, nieves puras;
corona de realeza en las alturas
y en las serenas sienes bendecidas;
páginas en los aires esparcidas,
llenas de simbolistas escrituras:
epitafios en hoscas sepulturas
y en cunas, rosas del candor nacidas;
emblemas santos de inmortal pureza,
besad con vuestros besos de terneza,
la alba frente de luz y poesía,
las manos de la virgen inocente,
¡mas no ¡por Dios!, su corazón ardiente
ensueño, vida y esperanza mía!
SIEMPRE
¡Cuánto tiempo, cuánto día.
largo y triste, vida mía,
que yo anhelo
ver la santa poesía,
ver el cielo
de tu rostro, cuyo hechizo
es perdido paraíso
que en mi ardiente devaneo
ver deseo
cada día más y más! ...
¡Cuánto tiempo! ¡Cuánto día,
vida mía!
¿Dónde estás? ...
¡Cómo sufro! ¡Cuán amargo
es el tiempo triste y largo
de tu ausencia
que me cubre de letargo!
¡Cuál devora
mi existencia
esa ausencia
matadora!
¡Desfallece
mi alma en hondo desconsuelo,
pero crece
mi desvelo
más y más!
¡Si supieras! ¡Te has marchado!
¿no sabías que te amaba
mi alma toda tuya esclava?
¿Te has marchado? ¿La has dejado?
¿Eras ángel y tu vuelo
ya tal vez alzaste al cielo? ...
Yo me ofusco.
¡Tanto tiempo! ¡Tanto día que te busco! ...
¿Dónde estás? ..
¡Vuelve! Dame
un instante, tan siquiera
yo te vea, yo te ame ...
y después... , amando, muera
del eterno amor que encierra
esta débil alma humana
por ti, reina! ¡Soberana
de los cielos y la tierra!
¿no me escuchas? ..
¡Mis angutias ya son muchas!
¿Volverás?
Angel mío, ¿no me escuchas?
¿no vendrás? ..
Ya se calma
este loco devaneo
de mi alma ...
Ya se calma, vida mía,
el tenaz, mortal deseo
que he sentido, tanto día,
más y más:
ver tu rostro, cuyo hechizo
es perdido paraíso
que creía.
no volver a ver jamás;
ya se calma mi desvelo,
ya mi negro desconsuelo,
porque siento que, en mi alma,
¡oh blanquísima azucena,
de ternura siempre llena,
siempre amada, siempre buena,
siempre estás!
El Nicho 406 de Antofagasta
En el nicho 406 del Cementerio General de Antofagasta reposa su muerte el poeta Oscar Sepúlveda, a quien la vida trajo desde San Carlos a los ásperos caminos de la pampa. Era un ansioso de novedades y aventuras. Poseía una singular hermosura de hombre. Don Samuel A. Lillo recordaba su blancura de nardo. Compañero de Marcial Cabrera Guerra en "Pluma y Lápiz", en 1904, bebió de buenas fuentes la nueva inspiración Domingo Melfi habla de la "simplicidad delicada" que definía sus poemas. Su "rima bohemia" permanece, como un trozo de su verdad de sangre.
"Ay, yo no sé, yo no sé"
cuando encerraban en si
esos versos que escribí
en la mesa del Café.
Pero la altiva Frine
siempre que esta junto a mi
recuerda lo que escribí
en la mesa del Café…
Y llora mucho Frine¡
… acaso llorando así
Sentirá lo que sentí
Cuando versos le escribí
En la mesa del Café…
En "Selva Lírica", lo describen, como "un nuevo Juan Bautista", predicando a los obreros pampinos "el Evangelio moderno", diciéndoles sus poemas y arengándolos en su fervor de días mas puros para los hombres. Amaba los teatros y las copas donde el vino y la noche se mezclan, embraveciendo al hombre:
"Bebemos entonces de ese rojo vino por las almas tumbas, por su mal divino".
Murió el 22 de Mayo de 1910, en una sala del Hospital del Salvador, de Antofagasta, asistido por espíritus hermanos que lloraban en su muerte a un poeta en cuya voz surgían, lejanas, las de Alfredo de Massot y lord Byron. Luís Bettelini que se encontraba, allí, escribiría que a Sepúlveda caracterizaba una "honda sutileza":
"La vida, tesoro mió,
Es un caudaloso rió
Que arrebatándonos va
Y dos hojitas caídas
Por la corriente unidas
Somos nosotros no más".
Bajo el seudónimo de Volney, firmo artículos polémicos y criticas a cuanto era turbio y sin ley de verdad. Marchaba con un libro inédito bajo el brazo "Cantos del Paraíso", soñándolo en la imprenta a la que nunca llegó, distraído por la vida que lo solicitaba en combates y en amores.
Una puñalada lo abrió a la muerte. Cumplía 32 años.
Ahora, allí, junto a las flores que lo honran, están las rogativas de los que no ignoran que un poeta es un hacedor de milagros, criatura a la que se le puede pedir que florezcan imposibles. Oscar Sepúlveda no defraudará a quienes les confían su esperanza, porque un poeta, aun muerto, por ser hombre de palabras, es "hombre de palabra".
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