Miguel Oviedo Risueño
Miguel Oviedo Risueño. (Ipiales-Nariño-Colombia 1960) Escritor, Poeta, comunicador social. Ha cursado estudios de Filosofía y Letras, Administración Publica y Comunicación Social-Periodista. Hizo parte del grupo de escritores y académicos del proyecto “Taller Tinta”, con el cual el Departamento de Nariño participó, como invitado de honor, en el Segundo Encuentro Hispanoamericano de la Poesía, 1994. Ha sido integrante del Taller de Escritores “Poesía Sur”; en la Ciudad de Ipiales colaborador de varios periódicos y revistas regionales, co-fundador de la Revista cultural “Canto y Greda” auspiciada por la Academia de Adultos de la Universidad Mariana y El Principado de Liechtenstein.
Segundo Puesto en el Premio Nacional de Cuento “Banco Popular”, 1993. Con su obra “Solo Veinte Días con mi Padre”, publicada por la DI y la Alcaldía de la Ciudad de Ipiales, en 1994. En el libro “Más Allá del Galeras. Ha participado, en calidad de invitado, en: Encuentro de Teatro Regional Sena Ipiales, (1993) con su obra “Contrabando”; entre otros eventos.
Publicaciones: “Sin Agua en el Desierto”, publicado en 1991; Segunda Edición en 2012. “Donde Soñaras Esta Noche?”, publicada en 1995; Segunda Edición en 2012. “Poemas en punto G. Poemas en punto de Guerra” Publicado por Free-ebooks en 2012. “Vuelo de Commetta” Cuento infantil Publicado por Autoreseditores en 2013.
Tiene varios textos inéditos (cuento y poesía), Novela Inédita: “Leticia Amaneció Desnuda”. Libro Inédito: “Al Morir el Sol, Cuentos de Casi en la Noche” y está concluyendo una novela titulada “En tinta Verde” Para la Maestría en Etnoliteratura de la Universidad de Nariño.
Inéditas:
• Al ladrar de los Perros - Poemas
• Huellas en La Arena – Poesía
AL LADRAR DE LOS PERROS
POESIA
MENTA CEDRON Y CAPULÍ EN LA ESQUINA DE MI CASA
En el escenario de mi vida soy el actor principal. Modifico el tablado tantas veces, como el número infinito de estar vivo.
Hay poetas que viven por y para el poema, yo vivo con y en el poema como las caras de una misma moneda hecha de versos, cinceladas a base de golpes contra las sombras de tanto persistir en la palabra.
“Como si llegaras y no fueras tú sino la noche”
¡Te veo venir del otro lado de la lluvia!
Se escucha tu voz entre frases de luz que no se miran,
frases oscuras como bocas,
como la hoguera del amor en la que ardemos,
llegas con el grito que no puedo oír perdido en el silencio de tus manos.
Verte flotar entre las hierbas con alas desplegadas,
ascender por una escalera de cedrón hacia una casa de adobe y tierra apisonada,
en la que deambula a grandes pasos Carmelita, la dueña de la casa.
Creer que es ahora el momento de hablarte entre lágrimas,
de ir descalzo a tu encuentro, para que te diga frases que no alcance a decirte.
El luto bebido en un mate de chicha o el luto tomado en la puerta de la casa
y sus paredes raídas, que poco a poco se terminan.
Es la última noche del año, todos pensamos en ti, hasta los espejos
salieron a tu encuentro y lloraron junto a las encendidas lágrimas
en las llamas de amargura de un año que se quema.
El añillo apagado en la mano de mamá, para verla venir a través del humo
y verla pasar a esperar tú partida junto a los maderos de la puerta,
en el umbral donde cerró tus parpados y con sus manos apretó la pequeña
cabeza de su nieto, el ultimo…
Tu mano cayó entre las losas, sin eco con sonido ausente,
y arriba la montaña como una ciudad de madera, partió junto a tu sombra,
envueltos en el olor a menta quedaron los recuerdos de tu instante,
impregnados para siempre en el brillo frio de los espejos.
Cortante se oye la fanfarria del último día del año. Te pones la careta, prendes el encaje negro en las mangas de tu traje de ceniza, subes al árbol de cedrón, comienza el vuelo, no, nadie ha sabido aletear como tú alrededor de esta casa. Ha anochecido, estas flotando boca arriba, los espejos de la casa se inclinan sin tregua para recoger tu sombra, las estrellas caen y te desgarran la careta, los ojos se revierten hacia tu corazón en el que la menta y el cedrón han encendido sus hojas, las estrellas también descienden, todas, hasta la última, la muerte gravita a tu alrededor mientras tu boca pronuncia uno a uno los nombres, ¡nuestros nombres!.
“Sos la casa. El cuarto vacío. El vacío en el eco”
Eres la ceguera del espejo en el agua. El ojo que deambula por los pasillos.
Eres el árbol de capulí. Que araña el sueño de raíces.
Dibujas con el polvo la casa .En ella caminas dejando huellas de recuerdo.
AL TORRENTE AL ALUD AL FUEGO DE LA TIERRA
Soy insurrecto necesitado de la ciencia para penetrar los muros de lo tradicional. Para esta lluvia de ácido silenciador no hay sombrillas que resguarden a nadie de aquí y de allá. Tanto da la gota en la piedra hasta que la perfora, así como nos agujerean los falsos sonidos que no son palabras quedando un cuchillo en la garganta ajena, pero ansiosos por ingresar a la mía. Escribo un poema lo hago sobre la arena húmeda de la esperanza. Generación que se quedó sin espejos e inventó su propia historia a imagen y semejanza de la palabra.
Por ella vamos a entender los movimientos que no se ocultan del día
los que no inspiran ninguna cosa grande
vaivén que no le teme a nada, ni tampoco es un leal enemigo
que se esconde en la laxitud de una esquina
no es asombroso eclipse que deja el mediodía en sombra.
Ah los miedos los pequeños miedos
desnudos en la enorme extensión de la palabra.
No es estar solo entre un inmenso campo y un infinito horizonte,
es la sombra adornada de ojos felinos que mienten
mirando decididamente a la muerte.
La que lleva entre los dientes el animal
muerte de hombres
propiciada por el rayo, al torrente, al alud, al fuego de la tierra.
Fuego prometido debajo de la misma tierra
en miedos que nos origina un dios terrible salido de la nada
un pariente medieval con su ancestro de brujas
las del sudor en la frente, frente a la espada, contra la espada.
Ha cambiado la muerte de palabras
la certeza de una lluvia ardiente
con el propósito de un insecto, al fin también es una buena causa
como la antigua peste de los miedos que conoces
y que son los míos exactamente ocultos debajo de la cama.
Escuchando el crujir de la madera, el aullido de la nada
preñando nuestros sueños de caras que duermen
y que de cuando en vez caminan con nosotros.
ES UN BÚHO QUE A VECES ES UN HOMBRE
Sacar las heces de la cabeza toma tanto como dejar de ser complaciente. No tendría que llorar más, para qué sirve la humedad del llanto en la aridez de unos ojos ajenos ardidos por la urgencia de lo efímero. El que tenga espejo que tire la primera piedra y sabrá si el poema embarra o quiebra los cristales de los sueños. Arisca y culebra en este paraíso de los tapones y túneles inundados de estafas y sobrevaluados para que las pague el que tenga más saliva y menos razones para escribir.
Él sabe lo que escribo porque antes de mí otros lo han leído
y me mira con sus ojos cargados de eternidad.
¡Fantasea con su sabia presencia, mientras me toma por un todo!.
A veces es un pájaro, un árbol, el viento,
o es una hoja que cae lentamente al calendar del reloj
y a veces es un algo:
Que deja en las ramas grandes manchas de sangre purpura que brillan a la luz de la luna.
¡Un paso se aleja, firme e invisible!.
Es un búho. Que a veces es un hombre.
Eterno presente, a las pasiones soberbias,
a la rabia infinita, a la muerte violenta.
Es un búho. En sus ojos profundos hay un algo execrable.
Nos da miedo que vuelva, ¡que vuele!.
¡Y allí esta!, junto al terror y la noche. Derrumbando ciudades,
picoteando en el fuego de los dioses hambrientos que reclaman la luz,
de tiempos inmemorable, llenos de imaginaciones.
Todo cabe entre sus cuencas. Allí donde recuerda, una por una, las traiciones de los hombres.
No guarda venganzas, no planea surgir en la cómplice noche a cobrarse el desquite con sus garras.
Si el terror del retorno no bastara. ¡Para matar a un hombre!.
LA PUERTA FINAL
Así como luce ser eterna la palabra corregir lo que está mal y hacer lo que no se ha hecho pretendiendo que no nos duelen las llagas que nos causan las mentiras. El cinismo revela más que pretendido sarcasmo inocentes.
Lentamente habrá de podrirse la carne y quedaremos desnudos, frente al abismo de la espera los dos a la majestuosa blancura del hueso redimido por el tiempo. Ella, por lo menos sabe que cuando llegue cansado, se contarán los pasos y bien contados por la misma razón.
Yo por el contrario voy ahora con calma
sintiendo
probando
viajando
saliendo
hasta que por sí misma
la vida
el corazón y, todo encajen.
¿Por qué no te desvaneces como el humo una vez extinguido el fuego?
Somos dos cuerpos que se buscan bajo la tierra.
Al sabor de la saliva húmeda y contagiosa.
Nuestras manos, unidas por los huesos.
No son sino raíces que se anudan en tu vientre
Escucho tu voz en la negrura, siento tus manos que se deslizan.
¿Había luz al morir?.
Quién dejó esta oscuridad detrás de la puerta.
COMO SI FUERAN DE ROBLE
Hablemos de la puerta, de sus bisagras, de ese pedazo de madera rota que deja pasar la luz que alumbra la dulce levedad del medio día, como luz que evita sombras, con esa sencillez del palo amarillo o de la chonta tenue, con la humildad de la astilla en el monte que crece, sabia y adormilada junto al más bizarro de los árboles, pero con esa misma trascendencia…
Hablemos del madero de la aseguranza…
Quizá hayáis paseado por rosales, quizá hayáis desnudado sus tallos o quizá sus pétalos desvistieron las puyantes espinas y un pinchazo accidental los hayan transportado hacia mundos intangibles, como si tu sangre fuera ríos por explorar con besos como venas…
Y al morder esos besos muy despacio como si fueran de roble, o fueran lenta lluvia de lágrimas dormidas.
Quizá entonces algunos secretos se resuelvan tras la puerta, o se atropellen al golpe de sus maderos buscando que la luz esté en su sitio, para que la negrura no nos ciegue,
aunque sean horrores los que alumbre.
Ahora que se desprecia lo sencillo, hablemos de la puerta, antes de que el tiempo la vuelva cenizas.
TIEMPO INFINITO
Déjame ver los árboles cuando desprenden las hojas o pégate a mí como hiedra.
Déjame porque la guerra se ha perpetuado y no nos damos cuenta.
Ámame porque es lo que tenemos que hacer para sanarnos,
ámame porque el pueblo eligió democráticamente.
Ámame o déjame para siempre
Hemos viajado por los vientos, como un huracán que arrastra todo
venimos de la sangre y por la sangre rompiendo piel ente los huesos
tras el rastro de un tesoro: libertad, poder o simplemente
los objetos, las llaves, los cuadernos, las aves, los insectos,
las nubes de los cielos, los paisajes donde hoy se han derrumbado casas
y se han sacado muertos.
¡Colombia! Caminas sin pies, o vuelas en las noches y los días por los que has caminado sola, entonces vuelven los dioses en cada medianoche,
en cada mediodía, y vamos a llorar sobre esas imágenes,
vamos a gritar sobre esas imágenes y sobre el mismo llanto que no reconocemos:
un hombre, una mujer héroes libertarios que se han perdido en su victoria haciendo un cerrado círculo, a la sombra, sobre la luz pensando en el triunfo que es efímero.
Para trazar su arduo viento, hemos perdido entonces los dos bandos este tiempo infinito.
Hemos perdido ambos lo más preciado.
Colombia, Yo imaginé tu infancia. ¡Yo fui hasta el tiempo infinito!.
UN SOPLO SOBRE LAS CENIZAS
Me ahogas tanto como tus labios arrancando de mí un delicioso orgasmo… como todos los sonidos que me conectan con tu ausencia.
Como la invención en tecnología y la pobreza del mundo en aumento.
Porque no existes y nunca he imaginado un minuto contigo.
A veces te pierdes por dentro embargada por una soledad comparable a la de los planetas, después de todo casi se extinguen cuando se lanzan en un solo choque de mundos. Cuando iba a salir del abismo emocional resbalo como asido por mil almas que me succionaban al oscuro espacio de la levedad.
Armonía primera allí te vi,
no era necesario mirar las partes de tu intimidad para no detenerme en tu orilla
Tu orilla que está en las simples cosas llenas de tu ondulante sombra.
Qué delicadamente, luz en la luz, centro del día,
te corporizas o elijes una sencilla forma cuando me prestas tus ojos
y cómo un eterno amor me llevas de la mano a tu cintura,
allí donde eres sí.
En lo animado, la infinita danza,
la queja misma de cuanto existe.
De un año que para ti no cuenta y sin embargo
un dulce calor te trajo aquí a mi lado.
Era yo apenas una certeza esta mañana y los lados del día se apagaban en mí.
Bastó pedir, correr a tu contagio,
para que un soplo sobre las cenizas que empolvaban las cosas
encendiera de nuevo el mundo, de tus brillantes vidrieras,
de dónde vienes, de qué atmosfera profunda,
de qué otro tiempo apenas visitado, apenas entrevisto en el fuego.
CON OLOR A MONTE
Un olor nocturno flota entre mis parpados cuyas pestañas al cerrarse rozan tu nostalgia. Mi cuerpo trémulo y solitario cambia de piel al mundo lleno de contenidos. Como una ciudad de arena que al correr fundo con mis lágrimas como si contuvieran poderoso acido corrosivo.
De las tantas cosas que no puede mostrar ciertamente la palabra,
la primera imposible es el olor tan propio y exacto de las cosas.
La poesía también es como el aroma.
Así quedan sin nombre
el olor definitivo de la lluvia
y el efímero matiz que se respira
al asomarse a las sombras de un aljibe;
el olor a monte, a los seis años,
la fragancia, que nos asustaba, de los cielos nublados,
y el olor a menta en la esquina de mi casa.
La memoria tal vez sea
sólo visión de olores olvidados,
como este papel en donde escribo
ardiente como hojas quemadas
encendidas por la pluma y mis palabras;
al olor de las sangre
que no vi derramarse,
al olor del incienso y de semana santa,
o el de las jóvenes mujeres antes y después del baño.
El de las monedas, que abandonan la mano,
el de las monedas que recibe la mano
olor milagroso de los montes,
de las hojas y bosques que envejecen y nacen.
que emana la noche poderosa,
el de los río que corren y el de las aguas quietas
el de esta mañana igual al del recuerdo
para que mis palabras escribieran
el perfume de unos versos
el de nuestro amor, el de nuestros besos
el de Esmeralda que habla en sueños, del origen del día,
de las tantas cosas a las que no pudo acercarse y que la esperan.
También a mí esos olores vuelven
bellos y pesados como un remordimiento.
¿Serán estos versos mi memoria?
Para el tiempo, para el viento o la marca ineludible
del error, o del no equivocarme ¡cuando me haya muerto!.
AL LADRAR DE LOS PERROS
I
Dos o tres noches le son dadas a cada hombre, preguntas por las tuyas sin saber si acaso te piden te acerques y aquietes su paso. Quizás ya se han ido y queda el rumor de una luz como cuando en el bosque se apaga la luna. Y surge la pregunta, ¿con qué voces se escuchan las mentiras?.
¡Con las palabras que uno aplazaría si un perro inclemente no hablara con ellas!
No te olvides, ya están dentro de nosotros y es tarde, muy tarde para todo
y no se van jamás de aquello que conquistó su imparcial malicia inconsciente
y también su destreza largamente adquirida en combate contra otras voces.
Seremos su triunfo la gota de alegría inefable que dura un día,
la jactancia a solas que pronto se disipa.
Nuestras serán las ruinas las grandes bocas que ladran
mordidas por ellos a coces de callejero.
Nada o casi nada vale algo nuestro entre los perros
y nuestra será la noche donde escuchemos su aullar
eternamente para siempre en voces y palabras.
¡Al ladrar de los perros!.
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