Verónica García García
(Las Palmas de Gran Canaria, 1967). Licenciada en Ciencias de la Información. Ha publicado los poemarios: La mujer del Cubo Verde, primer premio de Poesía Tomás Morales, 1986; Sinestesia, Nuevas Escrituras Canarias, 1990; Posibles Enunciados, Ediciones La Palma, 1996; El Universo de los Náufragos, Colección San Borondón (Museo Canario), 2000; La Isla del Caimán: poemas 1980-2003, Colección Plenilunio, Ed. Baile del Sol, 2003; De Amor y Locura, alharfish-edita, 2004; Lapso, Ed. Baile del Sol, 2006; Atonal, Colección El Mirador, Ed. Idea, 2008; La Fiesta Innombrable, Vía Blanca, Baile del Sol, 2009; Resucitar del Agua, Gobierno de Canarias, 2010 (del que forman parte los dos poemas aquí publicados).
Resucitar del agua
Cuando pienses que he muerto
verás una duda abierta junto
a una nube muy, muy pequeña,
respira entonces los últimos
rayos de luz que abandono.
Si dejas de creer tira el espejo
a la piel del agua, siente
la respiración que se apaga:
no somos viento pero podríamos
tocar los cuerpos del aire,
encender el sol que se esconde.
Dame la mano isla
y seamos palabras del mar,
letras sin forma
seamos gigantes del agua.
Miro hacia atrás y veo un delfín
junto a una nube muy, muy pequeña
me veo resucitar del agua.
Destierro
Están vacíos por dentro,
los santos temen la niñez
y el fulgor de la dicha,
roban a los fieles y atan
banderas al cuello de la lluvia.
El frío les deja indiferentes,
no acerques tu lengua a su cruz,
no malgastes el agua en su frente.
Sobre un manto de claveles
bostezan sangre, empañan
el azul en las cumbres y el gris
que destilan las flores secas.
Entran en la fe como quien taladra
la pared del vecino y no se disculpa,
salen de la fe como un derviche estático.
A las puertas del infierno esperan,
desterrados del mar ahogan sus ansias.
CANELA
Pregúntame por el hueco
que abre la tarde entre las nubes,
la pisada sin huella
o la humedad en los tejados.
Nada sé de la medida que cincela
los nombres en la noche, ignoro
qué palabra abrirá los ojos al letargo.
Un amor de cerezas en la axila
imagino placer de mujer en hombre
o niebla en estómago vacío.
Sólo se desgasta mi mirada
entre contornos que permanecen:
la cúpula del aire tiene forma
de virgen inclinada,
sus manos de canela destilan
cerezas en la lluvia.
La fiesta del innombrable (2009)
SOBRE ATONAL, DE VERÓNICA GARCÍA
PEDRO FLORES Hace más de veinte años ya que Verónica García viene tejiendo y destejiendo sus enigmas, erigiendo una de las obras más serias, sólidas y honestas de la poesía canaria, y no canaria, de los últimos tiempos. Desde La mujer del cubo verde, que le valió el Premio de Poesía Tomás Morales con sólo diecinueve años hasta este Atonal, la autora no ha hecho concesiones en cuanto a su forma de entender la poesía; una madura convivencia entre contención y sorpresa, entre meditación y pasión transita sus libros desde aquel primero hasta esta última entrega.
A mi juicio la poesía hecha en Canarias (o por canarios) vive una eclosión sin precedentes cuyo epicentro se sitúa cronológicamente a principios de la década de los noventa del pasado siglo. No trataré aquí de profundizar más sobre este hecho, cuyos principios teóricos están aún por fundamentar (si es que ello es necesario), pero baste decir que su importancia no ha sido calibrada mínimamente. Una de las voces fundadoras de ese, a mi modo, innovador modo de decir, es sin duda Verónica García. En ella coexisten, quizá como en ningún otro poeta, esas nuevas divisas que la poesía canaria empieza a ostentar, como digo, en las últimas décadas del XX (y sigue ostentando en el XXI) y ciertos rasgos, que, de alguna manera, podrían decirse, y sé que este es un debate arduo, "tradicionales" en la poesía insular de siempre. Lo que ocurre ahora es que la poeta, y de ahí, entre otras virtudes, el vigor de su palabra, toma esos elementos, esos temas, y los somete a un proceso de "actualización", obteniendo como resultado una poesía de sutil atrevimiento, que, a la vez que solidaria y humana, exige de un lector agudo y dispuesto a un ejercicio de fértil indagación intelectual y estética.
La poeta logra en Atonal una perfecta conjunción de esos elementos dinamizadores, contextualidad, memoria, irreverencia, homenaje, reescritura que, si bien no son un invento de esa "hornada" de poetas, si adquieren con ellos una importancia protagonista
¿Quizás el cielo de Chagall
o un ángel fieramente humano?
No hay en la autora de Sinestesia, y no debe haberlo, el menor rubor en manejar, desacralizar (y por tanto democratizar) esas referencias en toda su variada gama, lo hace con maestría, se implantan naturalmente en el transcurso del poema, forman parte de su encarnadura.
La poesía de nuestra autora es marina, sus versos no pueden desprenderse de las palabras orilla, agua, líquido, estela, barco, escamas, erizo, faro, espuma…, es geográficamente insular, y sin embargo nos deja su lectura la sensación de una insularidad "abierta", dialogante con otras latitudes, y ahí, a mi modo de ver, reside también la originalidad de la autora frente a precedentes insularidades "cerradas", excluyentes. Se podría decir que antes el elemento físico, paisajístico era, en la poesía canaria, era símbolo de cierto aislamiento meditabundo; ahora ese mar insular es capaz con Verónica García de llevar corrientes nuevas, no sólo ya de dejarnos restos de naufragios.
Atonal es, también, un libro hecho en el nombre del padre, una asunción más consciente que nunca de la idea de la poesía como un oficio de la memoria, la constatación de que el poeta se hace en parte con otros poetas. En este caso la autora lidia con la no siempre sencilla dualidad en la que padre y poeta admirado son una misma persona
Hoy me he sentado en el lugar del padre,
él no estaba y yo crecía en su presencia.
Verónica García consigue con Atonal un poemario de una originalidad y una altura lírica y humana poco común que sin duda merece una profundización mayor. Baste este breve esbozo para, simplemente, como lectores de poesía, felicitarnos de que el mar insular, después de llevarse tanto, por fin nos deja algo.
Seis poemas de ATONAL
POESÍA
Querer asir con las manos
la luz es quimera,
parpadear en lo oscuro
cegar las estrellas.
¿Es eso lo que esperáis del poeta?
¿Y acaso existe el que se dice solo
entre las gotas de lluvia?
Por bajarme del poema
sería capaz de matar,
atravesar la vehemencia
e incendiar a los amantes.
Romper el verso,
despedirme en la esquina
que se bifurca hacia la página en blanco
y me convierte en nómada quieta1
del corazón al pensamiento.
Ir más allá:
ser la cortina del frío,
la religión olvidada,
la grieta inaugural
retornar sin palabras
porque nada hay que decir,
nada que nos haga ser
fuego y luna.
Poesía al fin
porque me sé difunta,
novia sin mácula del blanco
que precede al nicho.
Explotar
y conmigo el rojo inquisidor,
el violeta metafísico
y el verde cubriendo el epitafio:
"Yace aquí Poesía,
la envidiosa de Dios,
demoledora del mirlo
y la espuma.
En pie,
desde la muerte alzada
revienta su llanto primigenio".
ORILLA
Camino y el aire se aparta
por no respirar el ansia
que de él tengo:
abra la boca o gire
los ojos hacia el olvido
no consigo tocarle.
Envuelve mi cuerpo con mortaja
de cielo y almendra, invisible
a los gatos que escupe la mañana.
La huella que dejo en su borde
la borra el azar de una palabra
en la esquina del tiempo.
Me corta y sangro el sueño
de estar viva.
No creo en los ojos que miran
con la bruma del ardor,
sólo quiero aliento de aire
huracán de su pelo en mi saliva
ser eclipse en la nada de sus brazos
cuando agitan mi orilla.
ÉL
Es posible que Dios se esconda
tras la tela del cielo
mientras cuenta los siglos
y escribe soledad o manzana.
Que mañana sin rumbo
caiga mi libro de la estantería,
se queme en el fuego del Yo fui
y Él descuelgue la tela del cielo:
me abandone al aire.
CRISTAL
La palmera no es número
a pesar de ocupar su fracción
decimal en la línea de playa
y permanecer tras el vaivén
de pasos que se oxidan.
No hay daño en las barcas
que se mecen,
no miente el alisio cuando
azota las banderas
pero mi corazón arde
como gasóleo en cerilla
es hoguera que celebra
el ascenso prendiendo nubes.
La calma se desborda,
expulsa el mí más agudo.
No es hora de abrir el sexo
y succionar la ola,
es tiempo de saltar la valla
que eclipsa el camino
y caer sobre los pájaros muertos:
andar sobre las aguas
que hoy son cristal y abandono.
AGUA
Ahora decido desnudarme contra nadie
contar los lunares que ayer regalé a un extraño
y fingir que nazco sobre el mar de siempre.
Fuera están los helicópteros que agitan la orilla
y un malabarista camina con la cabeza abierta.
Aquí es mi olor el que vuela.
Ayer un extraño robó de mi placer un grito,
creí matar una hormiga en su espalda
pero atrapé este poema de cuerpo solo
en el agua.
TRANSPARENCIA
Pongo en duda
cada instante del mundo
su existencia.
Todo está consumado:
un estallido de pólvora
anuncia el día,
los niños corren
hacia la playa
celebran el sol
exigen la transparencia.
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