ALEXIS CASTILLO JORDÀN
Nació en 1975 en Linares, CHILE. Ha cursado estudios de Historia y Derecho en Concepción y Talca.
Sus poemas han sido publicados en numerosas revistas nacionales e internacionales. Fue miembro fundador de la revista de poesía y cuentos “Pájaro Verde”, hoy desaparecida.
Con dos libros terminados aun sin publicar ("Me Inicié en los Bares" y "Bitácora del Tigre") se encuentra trabajando en uno que se titulará tentativamente "El Desorden de los Sentidos".
AEROPUERTOS
Brizna sobre el chaleco verde de la niñez.
Agua sobre el pavimento gris de la ciudad.
Sol del amanecer: autos, calles, edificios.
No saben lo difícil que es estar en un aeropuerto.
Casas baldias, chaquetas fantasmas, mudos roperos.
Parques solitarios, edificios abandonados.
Hospitales asilos imaginarias prisiones.
No saben lo difícil que es estar en un aeropuerto.
Irreparables artículos del hogar:
enceradora, lavadora, aspiradora,
televisor, radio, angustia y pánico.
No saben lo difícil que es estar en un aeropuerto.
Pesados abrigos colgados de la cuerda
floja como la tarde que veíamos caer
desde el corto y angosto patio de la juventud.
No saben lo difícil que es estar en un aeropuerto.
Libros bajo el parrón de la locura.
Lápices y cuadernos como fármacos.
Perros desvelos de la noche.
No saben lo difícil que es estar en un aeropuerto.
Servilletas marcadas con rouge pasajero.
A medias la copa de tristeza sobre el mantel:
despiadados recuerdos, amargas derrotas, torvos reflejos.
No saben lo difícil que es estar en un aeropuerto.
Guardias de lo sagrado: pan, vino y soledad.
Ronca sombra del nogal enmohecido.
Inexorable bosque negro de la muerte.
No saben lo difícil que es estar en un aeropuerto.
ME INICIE EN LOS BARES
La higuera
¿Podríamos afirmar con certeza que la vida es real?
¿Podríamos lanzarnos a una empresa semejante
o son los años como el humo de las hojas
que se queman en un otoño ya olvidado?
¿Podríamos clavar nuestra pupila sobre el cielo de la tarde
y recordar el patio que alzaba una higuera
y a un niño observando la sombra que ella desprendía,
mientras la abuela, adusta como siempre,
miraba desde la puerta con inquietud?
¡invierno! ¡verano!
Y pensar…la caricia materna era
todo el amor que conocíamos.
La higuera proyecta su sombra sobre el muro,
mis hermanos y mis primos juegan con un perro,
una extraña mitología nos rodea,
la máxima aventura, creer que trepábamos por sus ramas.
¿Cómo sube el musgo por el tronco?
¿Cuál es la línea que separa un sueño del recuerdo?
Adiós pájaros que habéis posado vuestros cuerpos
sobre las ramas de la higuera.
Los años han pasado como un tren
que corre desde una oscuridad hacia otra oscuridad.
La abuela ya no está en la puerta
y la higuera, sin embargo, sigue proyectando una sombra.
La higuera y la sombra es lo único que puedo afirmar
y si pudiera alcanzarla
me arrodillaría frente a sus ramas
con la devoción y agonía de niño
con la misma alegría que me provoca
ver el sol brillar sobre las cosas.
Marina
El sol alumbrará mi tela por mucho tiempo
a orillas del mar junto a los botes.
Hay inmortalidad en el lenguaje del vino:
pescadores que extienden sus redes,
pequeños barcos de color en hilera de álamos.
Una imagen nos puede revelar la verdad
y también su contrario.
¿Son valederas las palabras frente al mar?
Atardecer marino, arrebolados botes;
la bruma cubre nuestros cuerpos;
noble vino, una tela difusa, breve tiempo
y nuestros ojos brillan cuando la mar canta.
Navegantes
Se habla de día y se calla de noche,
corre el viento a través de las jarcias,
las corrientes sufren el bramar de las olas;
tiembla el cielo, tiemblan los botes.
Las aves del mar se lanzan en picada
sobre las profundas aguas de la esperanza.
Brilla en el horizonte la costa lejana;
tiembla la bruma, tiemblan los botes.
Se habla y se calla de día y de noche,
oímos con furia el sonido del viento,
navega la vida hacia un puerto perdido.
Con una navaja se hiere la espuma,
la noche es un sueño de eternos marinos.
Tiembla el tiempo, tiemblan los hombres,
se calla el día y se calla la noche.
El canto del gallo
Solitaria la sombra se mira.
En el espejo sube la mañana.
Un gallo canta en el patio.
El sol no derrite la escarcha de las casas.
Corre el viento por nuestros ojos.
Bailan las ramas en los álamos.
Mirlos agitan sus alas en los cables de luz.
Hay fantasmas que sacuden los manteles.
La calle está vacía.
La casa está vacía,
sólo un rumor de duendes en el corredor.
Canta el gallo y la mañana.
Oscuros perros ladran en el parque.
Sube la aurora y se pierde la sombra.
Sube para que el gallo cante una danza antigua.
Meteoros nocturnos
In memoriam Raymond Carver
Cuando la ciudad duerme
y la luna cual ojo omnipotente
surca su destino por las nubes del sendero,
los meteoros entran en escena comenzando
el rito sin fin hacia el maldito bar de la noche.
Como faros iluminan el silencio siempre
vagabundos y ajenos porque así lo exige
la tormenta. Los meteoros nocturnos,
fiel reflejo de lo que puede ser el universo,
cruzan por lo infinito de sus caminos
bajo el cielo de una noche sin estrellas.
Cementerio de uvas
Cuando el áspero cielo de una tarde me susurra
que la vida es un viaje por tierras de secano
donde troncos de parras apuntan hacia el cielo
como un cementerio sin nombres ni apellidos.
Manos campesinas ponen la jarra sobre el tiempo
con el vino que nos hace recordar a nuestros muertos:
sus sueños, sus voces y el olvido en el que yacen:
brota sabia vid desde las raíces de la pena enterrada.
Sube la tristeza desde los pies fríos entonces
y nuestra sombra palpita bajo nubes de cenizas
que sueltan las amarras del viento pasajero
mientras cae la tarde sobre la viña solitaria.
Y veo la llanura en su representación doliente
como un Cristo lleno de culpas que carga cruz y espinas
y emerge un poco de agua desde el brocal del olvido
para seguir este andar cansino hacia tierras extrañas.
Sin orillas el día se reúne como un rebaño:
Y veo y cavilo y lloro y digo: bajo cada parra
un muerto pronuncia una palabra por nosotros.
Y la ausencia cabalga sorprendida por el llano.
El regreso
Cuando vuelvo a casa la tierra se cubre de hojas
el musgo trepa por la gris corteza de los árboles
y la brisa corre leve por el tejado
de la antigua iglesia que está frente a la plaza.
Cuando regreso recorro las veredas de siempre
vuelvo al mismo bar y a las mismas esquinas
y observo entrarse al día detrás de la iglesia
desde la triste ventana que hay en el frente de mi casa.
Cuando vuelvo a veces no todo sigue en su lugar
han caído algunas frágiles castañas en la plaza
han emigrado pájaros y murciélagos del nido
y en la verde alameda se ha secado el pasto con el frío.
Cuando regreso las calles están más húmedas
por la niebla y la escarcha de la mañana
que como un vaso de leche sobre el mantel
cubre de blanco la extraña ciudad que me espera.
Cuando vuelvo a casa han derrumbado
la vieja escuela donde pasé mi infancia,
tranquila y breve como la lluvia que veía
desde el oscuro corredor que rodeaba su patio.
Cuando vuelvo el cementerio tiene más habitantes,
eternos huéspedes bajo la profunda sombra de los álamos,
que beben mirando hacia el cielo el té de la tarde
mientras sigo mi lento caminar de regreso a casa.
Me inicié en los bares
para los amigos reales e imaginarios en las lides etílicas
Me inicié en los bares a eso de las seis
cuando sólo tenía diecisiete. Me inicié
por los confusos caminos del alcohol
antes que las brasas de la tarde se apagaran.
Y la costumbre se hizo rito sagrado
y la palabra una suerte de trueque
y la vuelta a casa un tambalearse feliz
bajo las pálidas estrellas de la noche.
Me inicié en los bares y así pasé mi juventud
gastando tiempo en cosas sin sentido
o con la mueca del tedio cuando no había
una buena cerveza para terminar la jornada.
Llegada la mañana fue difícil
asumir que nos perdimos en los bosques del licor
cuando la niebla del invierno fue densa
y no pudimos ver las huellas de la ruta.
Me inicié en los bares a eso de las seis
de tarde en tarde pasé horas junto al vaso
con la risa del que nunca termina de asombrarse
y el saber que todo expiraría de un momento a otro.
Entonces siempre fue bienvenido el penúltimo vaso
para brindar por la vez primera en que llegamos al bar
a eso de las seis cuando teníamos diecisiete
y las brasas del atardecer aún no se apagaban.
EL DESORDEN DE LOS SENTIDOS
Mi Comala
El ronco dolor que me provoca
El saberme despreciado por mi musa
La belleza incorruptible de su cuerpo
El color de sus ojos en el té
El sol que se me va frente a mi cuerpo
Herido por mi mano y por mi voz
Me voy desgranado poco a poco.
Amanecer Ceniza
Amanecer ceniza
que subes desde el fondo del pozo.
Gris ido cuando miraba
desolado
desde la ventana en casa de un amigo de otros años.
Amanecer que vuelves ahora
en esta plaza en donde espero
a una muchacha que no amo ni me ama.
Después de leer Niebla Veraniega de Raymond Carver.
Desde hace meses
que suena el teléfono por las mañanas,
a veces contesto, otras no.
Vivo en un edificio
que me recuerda lugares en donde he estado.
Suenan relojes, puertas, ventanas,
el tirar de cadenas de W. C.
Por las mañanas miro el cielo,
últimamente niebla o cielo gris.
Paso de la angustia a la rabia
paso de la rabia al miedo,
ya casi no converso con nadie.
Yo debería
estar con Lautréamont y Baudelaire en el infierno.
Yo debería
estar con Lihn y Tellier en el purgatorio.
Yo debería
estar con Rimbaud y Bolaño en el cielo.
Yo debería
estar con mi amigo Matías Ellicker en ciudad de México bebiéndonos unas cervezas.
Yo debería
recorrer de norte a sur los Estados Unidos como Jack Kerouac.
Yo debería
comprarme un arma y pegarme un tiro en la sien como Pablo de Rokha.
Yo debería
leer “Los miserables” y “En busca del tiempo perdido” de principio a fin.
Yo debería
estar con una puta de ocasión follando hasta morir.
Yo debería
no pensar más en Silvana ni en Javiera ni en su hermana María.
Yo debería
construir mi propio ataúd desde ya.
En cambio estoy
frente al televisor apagado,
mirando mi rostro en la pantalla,
haciendo gestos de idiota
y no diciendo nada a nadie.
Ni cristiano ni político.
Me gustan los night clubs los prostíbulos y los bares.
No me gusta estudiar ni que me estudien.
No me gusta leer poesía.
Prefiero las novelas y los cuentos cortos.
Sobre todo los de Carver.
Me gusta la ópera de Puccini y las canciones de Sabina.
Amo el mar.
Me gustan los viajes, todavía recuerdo uno que hice a Concepción con mis compañeros de armas y en el momento en que yo daba un dulce beso
a mi mejor amigo le daban un combo en el hocico.
Me gusta la cerveza el vino y el whisky.
Tengo una mujer que me ama,
pero que si me viera escribir esto, creo, moriría.
Siempre llevo en mi bolso un libro de Dylan Thomas
y una pequeña cruz de madera que me sirve de amuleto.
Nací un 8 de diciembre de 1975, día de la Asunción de María.
No vengo de los bosques negros, pero sí de cerca del río Maule.
Siempre me pregunto cuantos años viviré.
Soy orgulloso y no le tengo miedo a la muerte:
nunca he leído a Nietzsche.
Lo que mi madre me contó que dijo mi padre antes de morir
Hace algunos días, tan sólo
inspirado por algo, no recuerdo qué,
le pregunté a mi madre que cuales
habían sido las últimas palabras de mi padre antes de morir.
Ya más de quince años que esto ocurrió:
murió cuando yo tenía dieciséis,
era víspera de Nochebuena
cuando se accidentó en la carretera.
Recuerdo que mi hermana dijo que pasaríamos
la navidad en el hospital como en las películas.
El veinticuatro por la mañana un tío nos trajo la noticia,
mis hermanos se largaron a llorar
luego yo, encerrado en el baño.
Mi madre me contó que una de las últimas palabras
de mi padre habían sido que le diera un beso
a lo cual ella accedió preguntándole si era una despedida.
También preguntó si había comprado nuestros regalos de navidad.
Esa fue la última vez que ella lo vio con vida,
nosotros lo habíamos hecho el día anterior.
A mi madre
Para mí la escarcha de los tejados.
Para mí las sirenas policiales.
Para mí los truenos.
Para mí la desolación de los artefactos eléctricos.
Para mí el miedo, los cuchillos, la nada.
Para mí el frío, las alcantarillas.
Para mí las acequias.
Para mí las deudas, lo irreconciliable del tiempo.
Para mí las avenidas pobladas.
Para mí los malos recuerdos.
Para mí la tristeza, la eternidad de las noches.
Para mí las ollas vacías.
Para mí las armas de fuego.
Para mí los trenes que jamás volverán.
Para mí la ropa húmeda colgada.
Para mí el primer y último trago de la noche.
Para ti el mar, las flores, las estrellas.
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