viernes, 1 de noviembre de 2013

ADA SORIANO [10.726]




ADA SORIANO LIDÓN

Orihuela, Alicante, diciembre de 1963. Codirectora de la revista de creación “Empireuma”.
Premio Nacional de Poesía “Montesinos 2000” (1995).
He participado en algunas antologías como “Narradoras españolas de hoy” (Université de Perpignan, 1988).
Libros publicados: Anúteba (Ed. Autor, Orihuela 1987); Luna esplendente o sol que no se oculta (Ed. Empireuma, Orihuela 1993); Como abrir una puerta que da al mar (Biblioteca pública Fernando de Loazes, Generalitat Valenciana, Orihuela 2000); Poemas de amor (Fundación Cultural Miguel Hernández, Orihuela 2010); Principio y fin de la soledad (Cátedra Arzobispo de Loazes, Universidad de Alicante, 2011).
He publicado reseñas, cuentos, artículos y poemas en revistas nacionales y extranjeras. He versificado “El sabio desnudo”, colección de dibujos del pintor José Aledo Sarabia. (Ed. Digital de Ediciones Empireuma).
“Luna esplendente o sol que no se oculta” fue traducido al inglés en 1994 por el hispanista Geoffrey Holliday. Algunos poemas han sido traducidos al valenciano y, otros, al rumano por Elena Liliana Popescu.







GÁNDARA es una tierra que se ofrece
para ser fecundada
se alarga como una noche
en luna llena

Pronunciar su nombre es elevar
entre mis manos una copa
gan dará un fruto compartido
Sentirla es un caballo al galope
que recorre la maleza
enclavar una bandera
o encontrar una roca
                                   un orificio
penetración de aire
                                   agua marina
árboles como raíces
Gozarla es la expansión de tu cuerpo
que amenaza derrumbarse en Gándara
o imaginar tu cuerpo
en mi cuerpo de bocas
                                   cavidades
desorbitados ojos jugando
a refugiarse en una playa

Gándara es una tierra que se inclina
y para ofrecerse se alarga
se alarga como una noche
en luna llena.

Poemas de amor (Fundación Cultural Miguel Hernández, Orihuela 2010)






rumor de savia

La mano en la mano
acaricia y se deja
La mano con un dedo
que se pierde en la boca
Dedo húmedo
que resbala por el hombro
se esconde entre los pechos
hermosos y erguidos
La mano en la mano
roce leve y fugaz
que se repite
La mano en la mano
la mano en el hombro
la mano en el pecho
bajando hasta el vientre
El cuerpo sudoroso
oprime el corazón
que golpea como un martillo
El cuerpo en el cuerpo
que busca y reclama
Rumor de savia
Carne abierta
El sexo en el sexo.

Poemas de amor (Fundación Cultural Miguel Hernández, Orihuela 2010)







LA GRAN MADRE

             A la memoria de Concepción Muñoz Samper,
                                                      mi abuela materna.

                                Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
                                Al primer muerto nunca lo olvidamos,
                                aunque muera de rayo, tan aprisa
                                que no alcance la cama ni los óleos.
                                          Octavio Paz

Me acerqué a la casa donde antaño vivías
y no hallé puerta ni ventanas.
Ni un solo resquicio por donde asomarme.
Sólo quería contemplar la escalinata
por donde subías y bajabas.
No estos muros de cemento
como la losa que te cubre.
No el lugar donde descansas
sin poder cruzar contigo una palabra.
No este paraje desolado
donde los sauces enfilados anochecen
el angosto camino,
donde las flores, sedientas de piedad,
agonizan a la caída del sol.
Han pasado tantos, tantos años.
De tu hogar, antes cálido y alegre,
sólo queda un recinto donde se aúnan
la frialdad y la tristeza.
Sé que pronto caerá tu casa
con el ruido cruel
de la máquina del hombre.
Edificarán, edificarán
por encima de nuestros recuerdos.
Han de temblar los cimientos
con una agitación incontenible
como temblaron en su día
los corazones de los que te aman.
Pero ni la densidad del muro
ni el poder del hierro afilado
podrán ahuyentar de mi memoria
la armonía de tu semblante:
tu imagen contradictoria
de mujer que reía conteniendo a la vez
un gesto de amargura.
Se ha instalado en mí una huella
de la cual no puedo evadirme
porque la humanidad y la fortaleza
que de ti emanaban
lograron que la soledad
no fuese un comienzo azaroso
sino un final, una victoria
en la lucha por la vida.








La espada del Arcángel

Para “Figuras bíblicas” de Pepe Aledo

  
Algunos esperaban que no despertase de su letargo
el dragón rojo de siete cabezas y, si lo hacía,
que su atrevida cornamenta quedase clavada en el abismo.
¿Es cierto que pudiste arrastrar tantas estrellas?
¿Tan poderosa era tu cola de brillantes escamas?
Estuviste al acecho, en las entrañas del aire.
Ansiabas raptar a la mujer fecundada
para devorar al hijo que no te pertenecía.
Luchaste a muerte contra el Príncipe de la Luz,
el que en una sola noche y con una mano
aniquiló a miles de hombres invocando la sombra.
Al que descendió del cielo con una larga cadena
para esclavizarte y condenarte al destierro.

Oh San Miguel, arcángel de las cohortes celestiales,
siempre con la espada desenvainada,
dispuesta para el duro combate.
Querías la gloria a cambio de eliminar a Satanás
el deslenguado, el lascivo, el lujurioso.
Dicen que lo derrotaste, que lo arrojaste a la tierra.
¿Somos acaso sus descendientes?

Oh San Miguel, ángel supremo.
Eres tú más seductor portando tu espada desnuda
bajo ese rostro bondadoso que cien dragones
pavoneándose con sus cabezas rojas y cornudas.
El fuego de tu pasión dejó a Satán y a sus hijos
sumidos en un inevitable desconcierto.

Publicado en el nº 2 de la revista “Lunas de papel”






Monólogo de una mujer

A todas las mujeres que sufren malos tratos
y a la memoria de Constantino Romero.
Con su maestría recitó este poema
una tarde, en Pinoso.

Yo elegí estar aquí, no elegí la soledad, pero
Iba implícita, y estar es todo lo que me queda.
                                                    Ana Becciu
                                                           

Me he quedado sola.
Las estrellas se aletargan
en esta noche invernal
donde habita el desamparo,
donde la tristeza alcanza
las cumbres más sombrías.
Nadie me consuela.
Así que me he unido a la noche,
la que no tiene límites.
Tras mi ventana asoma la luna
que reverbera en máxima plenitud.
Derrama su blanco perfume
por el ángulo donde me hallo.
Es el vientre redondo y firme
de la mujer fecundada.

……..

Me he quedado sola, sí.
Pero no me vence el sueño
con su ramaje entramado
ni el golpe de la intemperie
que penetra por las rendijas.
Tengo las entrañas encharcadas
de tanta lluvia vertida.
En la humedad de mis ojos
se refleja el cansancio
de quien lo ha perdido todo.
Yo me asomo a contemplar
la nieve esparcida en el suelo,
pero no me atrevo a pisar
la alfombra mullida y quejumbrosa.
Yo me asomo, sí, a veces.

……..

Los almendros floridos y quietos
me recuerdan el tamaño de su fruto
que un día llegará.
Yo quedo sumergida en su cáscara
como la lluvia contenida en el charco.
Callada, inútil, paralizada.
Todo esto me digo.
No confío en mí.
Las plantas son frágiles.
Muchos hombres lo proclaman.
Me tomaste de la mano;
tu ofrenda era adentrarnos
en la inmensidad imperecedera,
pero sólo fueron vibraciones
de un sueño imperfecto.

……..

Ya se enderezan los primeros brotes
del amanecer.
El alba blanquea
la oscuridad de mi insomnio.
En la quietud de la piedra
se comprime el silencio.
Yo permanezco recostada
abrazando a un niño inexistente.
Quiero acontecer mientras observo,
descubrirme de nuevo ante el espejo
y horadar mi cuerpo, asistir al alma
que ha quedado muda.
Me he quedado sola, sí,
con el vientre vacío
y un manojo de palabras.

Principio y fin de la soledad








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