Matthew Sweeney
Nacido en 1951 en Donegal, Irlanda del Norte. Vive como escritor y poeta.
Se graduó de Gormanston College, Polytechnic of North London and University of Freiburg, en 1979.
Ha tenido residencias en la Universidad de East Anglia, y el South Bank Centre, entre muchos otros.
Vivió en Londres durante muchos años, hasta 2001, después de lo cual él vivió en Timisoara, Rumania, y en Berlín. Ahora vive en Cork, Irlanda.
BIBLIOGRAFÍA:
Poetry
A Dream of Maps, Raven Arts Press, Dublin, 1981
A Round House, Raven Arts Press, Dublin, 1983
The Lame Waltzer, Raven Arts Press, Dublin, 1985
The Chinese Dressing-Gown, Raven Arts Press, Dublin, 1987
Blue Shoes, Secker & Warburg, 1989
Cacti, Secker & Warburg, 1992
The Flying Spring Onion, Faber and Faber, London, 1992
The Snow Vulture, Faber and Faber, London, 1992
The Blue Taps, Prospero Poets, London, 1994
Fatso in the Red Suit, Faber and Faber, London, 1995
Penguin Modern Poets 12: Helen Dunmore, Jo Shapcott, Matthew Sweeney, Penguin, 1997
The Bridal Suite, Cape, London, 1997
A Smell of Fish, Cape, London, 2000
Selected Poems, Cape, London, 2002
Fox, Bloomsbury, London, 2002
Sanctuary, Cape, London, 2004
Stories, Cape, London, 2006
Black Moon, Cape, London, 2007
Pendulum: The Poetry of Dreams (contributor), Avalanche Books, 2008
As editor
Emergency Kit: Poems for Strange Times (editor with Jo Shapcott), Faber and Faber, London, 1996
Beyond Bedlam: Poems Written Out of Mental Distress (editor with Ken Smith), Anvil Press Poetry, 1997
One for Jimmy: An Anthology from the Hereford and Worcester Poetry Project (editor) Hereford and Worcester County Council, 1992
Selected Poems of Walter de la Mare (Poet to Poet series) (editor), Faber and Faber, London, 2006
For children
Up on the Roof: New and Selected Poems, Faber and Faber, London 2001
Irish Poems, (editor) Macmillan Children’s Books, 2005
The New Faber Book of Children’s Verse (editor), Faber and Faber, London, 2001
Anthologies
Emergency Kit: Poems for Strange Times (with Jo Shapcott) Faber and Faber, London 1996
Beyond Bedlam: Poems Written Out of Mental Distress (with Ken Smith) Anvil Press Poetry, London 1997
The New Faber Book of Children’s Verse (editor) Faber and Faber, London 2001
Non-fiction
Writing Poetry (Teach Yourself Series) (with John Hartley Williams) Hodder & Stoughton, London 1996
La lechuza blanca
Por sobre las cabezas del pelotón de fusilamiento
voló una lechuza blanca, que ululó dos veces
antes de que tiraran del gatillo
y cuando la mujer se desplomó en las cuerdas,
y su vestido blanco se salpicó de sangre,
la lechuza aterrizó en su hombro,
ululó otra vez y recorrió con su mirada
de enormes ojos a los uniformados,
uno de los cuales le iba a apuntar pero el capitán
le desvió el rifle de un manotazo
mientras la lechuza picoteó la sangre
del pecho de la mujer, ensuciando
las plumas de su propio pecho, y luego
fijo su vista en los pasmados hombres
antes de despegar de súbito apenas salvando
la cabeza de uno y obligándolos a todos
a voltear y verla alejarse planeando, y recibir
el eco de un último ulular desde el cielo.
Traducción de Carlos López Beltrán y Pedro Serrano
The Snowy Owl
Over the heads of the firing squad
flew a snowy owl, who oohooed twice
just before they pulled their triggers
and as the woman slumped on her ropes,
blood splattering her white dress,
the owl landed on her shoulder,
oohooed again, and swivelled its
big-eyed gaze over all the uniformed men,
one of whom raised his rifle
but the captain knocked it away
while the owl pecked at some blood
on the woman’s breast, smearing
its own breast feathers, then glared,
it seemed, at the transfixed men,
before swooping off, barely missing
the head of one, making them all
turn to watch it glide away, and hear
one more oohoo echo through the sky.
En el polvo
Y luego en el polvo él dibujó un rostro,
el rostro de una mujer, y le preguntó
al hombre que bebía whisky junto a él
si la había visto alguna vez, o si la conocía,
sin quitar nunca la vista de ella, como si
esto pudiera hacerla surgir toda entera. Y luego,
mientras negaba con la cabeza, hizo que su bota
la disolviera en una nube de tierra.
Arrojó un leño más al fuego,
vació su vaso y lo llenó nuevamente,
mirando que su perro se levantaba
para gruñir de cara al camino de barro
que se extendía, pleno, en un accidentado horizonte.
Un disparo acompañó el primer ladrido del perro,
se duplicó, se triplicó, se convirtió en una balacera
que paró sin que nada apareciera, entonces se dispuso
a confrontarlo, pero ni siquiera el viento
rozó su cara, ni una sombra,
y cuando su perro había callado ya, una mano
lo ayudó a sentarse y a retomar su vaso.
Versión de Carlos López Beltrán y Pedro Serrano
Música nocturna
Se plantó sobre el techo con un saxofón
tocando hasta el otro lado de la calle. Estaba oscuro
y nadie lo podía ver. Los coches que pasaban,
(escasos a estas horas) lo ahogaban
así que se lanzó más fuerte para oírse
enviando arcos espigados de sonido hasta
los pisos del edificio de enfrente.
Una mujer sacó la cabeza de su ventana y gritó.
Un hombre cogió unas papas como misiles
y ninguna atinó. Él siguió tocando, a veces suave
como el arco iris, a veces firme como un promontorio.
Un gato blanco alzó la vista maullando.
Sobre una litera yacía un niño sonriendo.
Tocó para los búhos que surcaban veloces.
Tocó para el cosmonauta en la Luna.
Jamás había tocado tan dulcemente y nadie
lo grababa. Intentó una alta y luminosa
rayuela de estrella a estrella,
sosteniendo las notas como haciendo el amor. Una luz
se encendió en el piso más alto, a la izquierda.
Una mujer se recargó adormilada en el balcón.
Lanzó unas revoloteantes notas hacia ella
justo cuando el primer rojo del sol
tocaba en el cielo. Entonces él despegó, elevándose
hasta Marte y de vuelta, hundiéndose al fondo
del Atlántico, mientras el rojo se ahondaba, y el sol
trepaba por encima de los techos, palideciendo hasta un blanco
que lo cegó, lo detuvo, lo hizo empacar
su saxo, hacer una reverencia, dirigirse
a su escalera de cuerda, descender, desaparecer en el día.
Versiones de Carlos López Beltrán y Pedro Serrano
Night Music
He stood on the roof with a saxophone
playing across the road. It was dark,
no one could see him. Passing cars –
though few at this hour – drowned him
out, but he swooped back into hearing,
sending high arcs of sound across
to the block of flats on the other side.
A woman stuck her head out a window,
shouting. A man fired potato missiles,
all missing. He played on, now soft as
a rainbow, now firm as a promontory.
A white cat looked up, miaowing.
A boy lay on top of a bunk bed, smiling.
He played to the owls that flitted past.
He played to the cosmonaut on the Moon.
He’d never played as sweetly before
and no one was recording this. He tried
one high bright hopscotch between stars,
holding the notes, as if lovemaking.
A light went on in the top flat, left.
A woman stood sleepily on a balcony.
He sent some fluttery notes her way
just as the first reddening of sunlight
hit the sky. Then he was off, soaring
to Mars and back, diving to the bottom
of the Atlantic, as the red deepened, the sun
climbed above the roofs, paling to a white
that blinded him, told him to stop, pack
his sax away, bow once, go to his
rope-ladder, climb down, disappear into the day
El frío
Tras la interminable borrachera,
y la insulsa acrimonia,
se lanzó a pie hacia el mar,
una milla al menos bajo el viento,
entre hileras de coches estacionados
en zig zag y el sonsonete de la disco, dejando
atrás farolas, aunque de requerir luz
las estrellas le habrían bastado:
bajó a la playa bamboleándose,
una lata de cerveza en cada bolsillo,
y se sentó sobre una roca a beber,
y pensar en su matrimonio,
y cuando ambas latas estuvieron vacías
se quitó los zapatos para meterse
tambaleándose en el mar
y coger rumbo a Islandia,
pero el Atlántico lo mandó de vuelta a casa,
no un cadáver, ni un fantasma,
a despertar a su esposa
y quejarse del frío.
The Ice Hotel
I’m going back to the ice hotel,
this time under a false name
as I need to stay there again.
I’ll stand in the entrance hall,
marvelling at this year’s design,
loving the way it can’t be the same
because ice melts and all here is ice –
the walls, the ceiling, the floor,
the seats in the lobby, the bed.
Not that I lay on naked ice,
but on the skins of reindeers,
piled high, as on a sled.
First, though, I went to the bar –
no beer, only vodka –
and I met my sculptor there,
or I should say, my ice sculptor
whose pieces were on display
in every room in the ice hotel,
and who told me his name was Thor.
We stood in that ice-blue light
swapping whisper after whisper,
drinking vodka after vodka
till we agreed to go to bed,
and neither of us slept that night.
Let me tell you about that bed –
ice pillars, two foot high,
each with a lit candle on top,
and wedged in the middle of each
the four corners of an ice sheet
three, maybe four inches thick.
On this the pelts were laid,
then the Polar Survival bag
that the two of us climbed inside.
Next morning, over Arctic char,
he offered me any sculpture
but which could I take home?
And I didn’t want to go home
but I went. Now I’m going back –
back to the latest ice hotel
with its blue ice, its silence,
its flickering candlelight,
its sculptures I can claim.
The Snowy Owl
Over the heads of the firing squad
flew a snowy owl, who oohooed twice
just before they pulled their triggers
and as the woman slumped on her ropes,
blood splattering her white dress,
the owl landed on her shoulder,
oohooed again, and swivelled its big-
eyed gaze over all the uniformed men,
one of whom raised his rifle
but the captain knocked it away
while the owl pecked at some blood
on the woman’s breast, smearing
its own breast feathers, then glared,
it seemed, at the transfixed men,
before swooping off, barely missing
the head of one, making them all
turn to watch it glide away, and hear
one more oohoo echo through the sky.
The Hat
A green hat is blowing through Harvard Square
and no one is trying to catch it.
Whoever has lost it has given up –
perhaps, because his wife was cheating,
he took it off and threw it like a frisbee,
trying to decapitate a statue
of a woman in her middle years
who doesn’t look anything like his wife.
This wind wouldn’t lift the hat alone,
and any man would be glad to keep it.
I can imagine – as it tumbles along,
gusting past cars, people, lampposts –
it sitting above a dark green suit.
The face between them would be bearded
and not unhealthy, yet. The eyes
would be green, too – an all green man
thinking of his wife in another bed,
these thoughts all through the green hat,
like garlic in the pores, and no one,
no one pouncing on the hat to put it on.
-
No hay comentarios:
Publicar un comentario