Adelina Gurrea Monasterio
Adelina Gurrea Monasterio fue “la principal poetisa filipina en nuestra lengua” según Luis Mariñas Otero, y la segunda mujer miembro de la Academia Filipina de la Lengua,
correspondiente de la R.A.E., en la cual fue admitida en 1966.
Adelina Gurrea Monasterio
Una novia luminosa
en su fuego de volcanes,
ataviada con verdores
y rocíos manantiales.
Filipinas, Filipinas,
la esposa de sus cantares
Vida y obras
Adelina Gurrea Monasterio, tercera de cuatro hijos (Ricardo, Carlos, Luis), nació en La Carlota, Filipinas, en 1896 y falleció en Madrid el 29 de abril de 1971. De padre hijo de español y de mestiza, y de madre española; a este propósito recuerda Manuel García Castellón (uno de los pocos que recientemente se ha ocupado de estudiar su obra) que: «en su crónica Negros: historia anecdóctica de su riqueza y sus hombres, Francisco Varona cita el nombre de los Gurrea como una de las familias vascas (junto a los Aldecoa, Araneta, Camón, Lopetegui, Uriarte, Zuloaga) fundadoras del emporio azucarero que, a partir de 1840, surge en la isla visaya de Negros Occidental» . Estudió en Manila donde cursó sus estudios en inglés: cuando era pequeña fue enviada al Colegio de Santa Escolástica de Manila y, luego estudió en otros colegios de la capital. Ya desde niña, sin embargo, escribió siempre en español por vocación espontánea y a los once años, compuso una comedia que se representó en su colegio; en 1923 ganó el primer premio «Casa de España» en Manila, con un poema en honor de Alfonso XIII y su obra de pacificación nacional.
«Es la principal poetisa filipina en nuestra lengua» según Luis Mariñas , poetisa y literata ganó varios primeros premios por sus artículos y poemas. Fue, durante tres años, Directora de la Sección Femenina y Literaria de «La Vanguardia» de Manila. En su ensayo ya mencionado Castellón afirma que ella «fue la primera poetisa de renombre que apareció en aquella Filipinas todavía hispánica, así como la segunda mujer nombrada miembro de la Academia Filipina de la Lengua (la primera fue la escritora Evangelina Guerrero de Zacarías), lo que conllevaba el ser miembro correspondiente de la Real Academia Española» . Como directora de la sección literaria del periódico «La Vanguardia» siguió colaborando también después de 1921 año en que, por curas médicas, se trasladó a España donde vivió el resto de su vida. Colaboró también con otras revistas manilenses entre las cuales recordamos el diario bilingüe «Tiempo /Times» de Ilo-Ilo en el que escribió como corresponsal durante la Guerra Civil, desde la zona rebelde a la
República, bajo el seudónimo Juan de Castilla. En 1934, en Madrid, fue cofundadora de la «Asociación España – Filipinas». En 1950 fundó en Madrid el Círculo Filipino, órgano que editará obras de autores filipinos.
En 1951 obtuvo el Primer Premio del Certamen Internacional de Literatura de la Unión Latina de París con su libro Cuentos de Juana, narraciones malayas de las islas Filipinas, publicadas por la misma organización con ilustraciones de Luis Lasa. La Unión Latina no es la actual asociación con sede en Santo Domingo y París que ha nacido en 1954 y ha empezado a premiar escritores de lenguas latinas sólo a partir de 1990, sino otra organización con el mismo nombre. Sobre ésta no ha sido posible recuperar más informaciones.
En 1954 en Madrid Gurrea Monasterio publicó la colección de poemas A lo largo del camino que un año después mereció el premio Zobel. En 1962 fue admitida en la Academia Filipina de la Lengua. Dos años después, en 1964 la prestigiosa Editorial Doncel de Madrid premió el libro infantil Comodín y Pamplinosa. Siguieron las publicaciones de los volúmenes de poesía Más senderos (1967) y En agraz (1968) que recogían poemas escritos anteriormente y publicados en revistas. Escribió también dos comedias y dejó inédita una novela histórica. Falleció en Madrid en 1970.
Adelina Gurrea Monasterio escribió mucho, sobre todo para periódicos y revistas, pero sus obras publicadas no son tantas sea por la falta de tiempo debido a su actividad frenética de periodista y animadora cultural, sea por el crónico problema de los autores hispanofilipinos: la falta de un público nacional y la escasa atención de otros públicos de lengua española.
Estas son las obras publicadas: Cuentos de Juana, Filipinas heredera privilegiada decía ayer… digo hoy (conferencia), Filipinas, auto histórico-satírico, A lo largo del camino (poesía), Comidín y Pamplinosa, (libro infantil), Más senderos (poesía), Rizal en la literatura hispano-filipina (Discurso de ingreso en la Academia Filipina), En Agraz (poesía), Fortalezas (comedia), Brumas y voces (comedia) .
A éstas tenemos que incorporar una novela histórica inédita sobre las empresas magallánicas, y todos los escritos, artículos, pero también poemas, reseñas y notas de critíca literaria publicados sólo en revistas y no en volumen. Con excepción de unos pocos libros (Cuentos de Juana y A lo largo del camino) el valor literario resulta modesto, pero tenemos que precisar que Monasterio nunca pretendió conseguir obras estéticamente perfectas sino que su razón de escribir se encuentra sobre todo en la voluntad de ofrecer más ejemplos de literatura hispanofilipina y enriquecer esta tradición, así como fomentarla en los otros para que no se perdieran en su país la lengua y la cultua española.
Se analizarán brevemente casi todas las obras en elenco. En relación a Comidín y Pamplinosa, Fortalezas, y Brumas y voces, ha sido imposible recuperar un solo ejemplar o simplemente saber si y dónde se conservan.
PROSA
Cuentos de Juana y otros cuentos y leyendas
En 1943 Adelina Gurrea Monasterio publica, en la Imprenta de Prensa Española y con ilustraciones del dibujante filipino Luis Lasa, las prosas malayas. No es su primer escrito literario, pero parece el primero publicado en volumen. La edición de 1943 no tiene ni prólogo ni introducción, sólo la dedicatoria : «A la memoria de mi padre, que fue tan amante de los libros y de su Patria, dedico este libro escrito con aromas folklóricos de nuestra tierra» (p.5).
Es la obra principal de esta escritora y la única obra en prosa con intento literario. Protagonista es Juana, «una criada nativa que conocí en mi hogar desde que comencé a darme cuenta de las cosas de este mundo» (p.7). Juana cria Adelina y a sus hermanos, a ellos les contaba historias sobre duendecillos y espíritus, relatos que Monasterio recoge en su libro: «Juana me contó estos cuentos. Todos ellos son de Filipinas: de la isla de Negros» (p.7).
Las 251 páginas del texto están divididas en nueve partes, especie de capítulos: Juana, El tamao, La doncella que vivió tres vidas, El tic-tic, El vaquero de Calatcat, La leyenda del Camá-camá, El Bagat, Mala suerte, El lunuk del remanso verde. No se trata de nueve cuentos diferentes: son cinco historias encuadradas en situaciones de vida cotidiana de la hacienda de la familia Monasterio.
Los personajes que pueblan estos cuentos se pueden dividir en dos categorías bien distintas: personajes fantásticos y reales. Entre los reales se distinguen dos tipos humanos diferentes por aspecto, papel social, cultura, psicología: el indígeno y el criollo. La criada Juana, narradora, pertenece al primer tipo, Adelina, que trascribe, al segundo.
Existen dos tiempos, el tiempo real, de la vida de los personajes humanos, y el tiempo-no-tiempo mítico de la leyenda; con los griegos podríamos distinguir entre ??????, el fluir regular del tiempo donde el hombre vive y opera, y el ????, la eternidad celeste, de Dios, el tiempo suspendido, sin duración, de los espíritus.
El lugar donde se desarrollan todas estas historias es la isla de Negros, en los alrededores de La Carlota; el ambiente rural de la hacienda azucarera, las aldeas y el campo de la isla visaya son tablas tropical-bucólicas de dramas y escenas de vida cotidiana de una civilización agraria en aquellos archipiélagos malayos. El folclore, utilizado dentro de una representación de tipo costumbrista, anima personajes y paisaje de una forma casi pintoresca.
El punto de vista del narrador, omnisciente, no siempre es tan claro: a veces parece ser un narrador impersonal, naturalista; más frecuentemente se nota que, en el fondo, es un europeo el que cuenta y, con interés, respeto y cariño, mira este mundo ancestral desde fuera. Es evidente que lo aprecia pero no comparte los valores indígenas, no juzga este universo humano sino que lo describe con el corazón.
Desde el punto de vista estilístico, hay que notar que la lengua de Cuentos de Juana es un español literario pero sencillo y plano, con injertos lingüísticos malayos, que no influyen sobre la sintaxis.
Parece oportuno a este punto resumir los cinco cuentos.
El Tamao – La doncella que vivió tres vidas : protagonista es el tamao, duende «muy maligno que, al parecer, era el que poseía más recursos y más poder que los demás» (p.11). En casa de los Monasterio la abuela de Adelina, más por piedad que por necesidad, había asumido como criada a Josefina (Pinang era su nombre en lengua indígena) una muchacha de doce años que colaboraba con Juana en los trabajos de la casa. Una noche de temporal Pinang desapareció de manera misteriosa: «Juana oyó un grito agudo de la muchacha, y al abrir los párpados vio que el cuerpo de Pinang se volcaba por encima de la ventana, trazando con las piernas un semicírculo en el espacio. […] La noche se había tragado a Pinang con la boca de su oscuridad» (p.20-21). Pasaron unos días y Pinang seguía sin volver: «Salió el sol. Anunció la desesperanza» (p.24), y Juana y Felipe, el criado que amaba a Pinang, se desesperaban, sin encontrar solución. Felipe y Bucio, otro criado, celebraron un rito de exorcismo alrededor de un árbol que estaba cerca de la casa y era considerado el refugio del tamao: si el duende no restituiría a la moza dentro de tres días ellos cortarían la planta decretando la muerte del espítitu. Los tres días pasaron, con la desesperación de Felipe, sin resultados, así al fin de liberar a la muchaha de una vida prisionera del duende, los dos criados resolvieron cortar el árbol: al primer golpe de hacha en la planta volvió a aparecer Pinang «desmayada, con una herida en el pecho». Pinang vivió así sus tres vidas: la primera antes de su prisión, la segunda como prisionera del tamao y la tercera «fue sombra continuada y alagrada, como esas sombras de los ocasos. No era ni de este mundo ni del otro» (p.37).
El Tic-tic – El vaquero de Calatcat: una noche de lluvia llegó a la casa de Adelina la vieja Cristina: su nieto estaba en punto de morirse y como la culpa era del tic-tic, pidió la ayuda del padre de Adelina y del doctor. Juana empezó a contar la historia a los niños: «el tic-tic es un hombre y un espíritu malo […] es mitad hombre mitad duende; él […] quiere hacer daño a quienes le desagradan […] busca un paraje muy cerrado y allí se convierte en duende, separando su cuerpo» (p.47). Blas era criado del cura de La Carlota, una día se enamoró de Doric y para ganar más y obtener el permiso de casarse con ella empezó a trabajar en la hacienda del dueño. Nació una ternera que el dueño quería matar porque parecía no poder sobrevivir. Blas se la pidió al dueño, que se la dió, para criarla, venderla y conseguir así la mano de Doric. Un día Roque, hijo de Cristina, hirió la ternera de Blas que estaba comiendo en su campo y la ternera, como no podía andar, fue matada. Blas perdió la posibilidad de su matrimonio y Doric se caso con un viejo rico de otra isla. A partir de ese momento Blas se volvió salvaje, vivía en una cabaña aislada y la única persona a la que respetaba era al dueño. La gente decía que se había vuelto en tic-tic haciendo exorcismos contra Roque y su familia. Al mismo tiempo la familia de Roque empezó a sufrir grandes desgracias y numerosos lutos hasta la muerte del último hijo. Roque entonces fue a la choza de Blas y al día siguiente el cuerpo de Blas fue encontrado «segado por la cintura» (p.98).
La leyenda del Camá-camá: el Camá-camá «es un duendecillo muy divertido. La primera vez que Juana nos habló de él éramos ya mayorcitos…, el Camá-camá es un duendecillo diminuto y travieso, muy travieso, muy travieso» (pp.99-106). Ino-Dactú era hijo de un reyezuelo de una isla, era «muy fuerte, muy hermoso, pero excesivamente travieso» (p. 110). Un día llegaron los Moros a la isla de Ino-Dactú y destruyeron toda la población, el reyezuelo murió y a la madre se la llevaron los moros consigo. Sólo Ino-Dactú, que por hacer una broma se había perdido en la foresta, se había salvado. Con la ayuda de una garza, Mahamut, enamorada de él, y de muchos otros animales, y con el socorro inesperado del primo Hamabul, consigió vencer al jefe de los moros y liberar a su madre y su pueblo. Por su victoria tenía que ser rey de su isla, pero Ino-Dactú rechazó esta posibilidad, dejó el trono a su primo y pidió un milagro: convertirse en garza y vivir con Mahamut. Ella tenía un mágico collar de perlas, si lanzaba una al aire y un águila de día o un buho de noche la cogía, su deseo se convertía en realidad. La última perla que quedaba fue lanzada pidiendo que Ino-Dactú se convirtiera en garza; un águila la cogió pero la perla se partió en dos, así el principito se transformó sólo a mitad, convirtiendose en un duendecillo mitad ave y mitad hombre: «Así surgió el primer Camá-camá» (p.160).
El Bagat – Mala Suerte: «El Bagat es un asuang. Un asuang ya sabemos que es un ser sobrenatural, invisible, maligno. Los llamados Bagat tienen como especial misión de su existencia detener a los caminantes en los lugares solitarios, conduciéndoles por caminos errados, despistándoles, en fin, para evitar que lleguen a su destino o para retrasarles la hora en que deben alcanzar un lugar señalado» (p.164). Esta vez Juana cuenta la historia de una familia vasca de La Carlota, la familia Gaiztegui. Unos bandidos habían penetrado en casa de esta familia y se habían llevado al viejo padre don Anastasio, al hijo Julián y al cuñado Manolo. A Anastasio y Manolo pronto restituyeron la libertad pero para rescatar a Julián pidieron dinero. La familia encargó al fiel criado Jacinto «hombre de confianza de los protectores» (p.171) la entrega del rescate a los bandidos. Pero Jacinto, que debía viajar por la noche, se perdió mágicamente y empezó a dar vueltas siempre en el mismo lugar hasta que un perro feroz lo detuvo hasta el alba, momento del asesinato de Julián. Pasada la hora establecida para la entrega del dinero a los bandidos, Jacinto, desesperado, encontró a su compadre. A éste le contó lo que había pasado, y le pidió que se fuera a devolver el dinero a sus dueños para que ellos supieran que él no era un ladrón, que fue culpa de los asuangs y que pedía perdón. Luego Jacinto desapareció para siempre.
El lunuk del remanso verde: Juana cuenta la historia de la familia española Arruezo, familia de plantadores que «se extinguió por culpa del lunuk, que bebía de la gran poza del río con las mil trompas afiladas de sus raíces» (p.189). «Los indígenas sabían que el lunuk era la morada de un tamao. De un tamao poderoso y vengativo» (p.190). El primer dueño de esta hacienda, que se había convertido en el hombre más rico de la isla de Negros, antes de salir de viaje a España, ordenó al criado Arcadio, llamado Cadio, que cortara un árbol que con su sombra hacía «raquítica» la caña que crecía en torno. Arcadio avisó que no era posible porque esa era la casa del tamao, y cortarlo traía mala suerte; el dueño no le dio importancia, lo hizo cortar y murió de repente en España. Murió también Alberto, segundo marido de la viuda y primo del difunto, cuando, dos años después ordenó que se cortara el árbol. La herencia familiar pasó al hijo del primer Arruezo, Fermín, que se había criado en los colegios de Manila. Fermín que no estaba interesado en sus fincas y que en la capital vivía como un sibarita, se había enamorado de la hija del gobernador. Ella se casaría sólo con un aristócrata o un hombre riquísimo y esto era un problema para Fermín que era de origen humilde. El joven volvió a Nergos y decidió sacar cuanto más dinero posible de su hacienda para casarse. Pensó también en cortar el árbol del tamao pero Arcadio, que lo había criado como un hijo, se lo prohibió por su salud. Fermín aceptó esta prohibición pero, al decírselo a su prometida (ya se había vuelto rico y parecía posible el matrimonio con la novia que, de momento, se encontraba en España) recibió el reproche de ser poco cristano puesto que escuchaba el consejo del servidor pagano: su orden era que lo cortase, y, si no lo hacía, una vez casados, lo haría ella. Fermín no lo hizo y comunicó la opinión de la novia a Arcadio delante del lunuk. Tiempo después la joven murió en España y Fermín cayó en una profunda tristeza. Al saber por parte de Cadio que la causa había sido el tamao, Fermín, en una noche de lluvia violenta, se fue a cortar la planta, pero murió en la poza de agua que había cerca del árbol. Cadio trató de salvar a su dueño pero no lo consiguió y se volvió loco. «Las fincas fueron vendidas en pública subasta» (p.250) y compradas por la familia de Adelina Gurrea Monasterio.
La introducción del prof. Manuel García Castellón a La doncella que vivió tres vidas, publicada en la «Revista filipina», es extremadamente interesante y constituye la única aportación crítica reciente a esta obra y, más en general a esta autora. El libro es la obra maestra de Adelina Gurrea Monasterio y la única narrativa publicada que, según Castellón,
«da a veces la impresión de anticiparse a realismos mágicos. La técnica extrapola cuentos inspirados en el folklore nativo, o bien historias reales en un ámbito autobiográfico de memorias de infancia. […] En suma, los cuentos de Juana contienen muchas e interesantes referencias a aquella cultura entrañable-mente mestiza, pero sin cargar el texto» .
Sin duda Cuentos de Juana es una obra de corte costumbrista que, afirma Castellón, hereda la tradición del costumbrismo «propagandista» de Pedro Alejandro Paterno, autor de la novela sentimental Nínay y promotor cultural de la comunidad filipina en España a finales de 1800. No debe parecer extraña la comparación, ya que, como Paterno, también Gurrea se dirige al público peninsular y no tanto al escaso público de su patria. «A pesar de cierto espíritu paternalista que la crítica postcolonial de hoy reprobaría, la autora de los Cuentos de Juana hace notar que las relaciones interraciales y laborales no siempre fueron perfectas» , y es esta la razón, junto a la ambientación exótica, que hace que estos cuentos sean la obra que hoy más fácilmente se lee. Siempre Castellón afirma que en algunos cuentos es evidente «un proceso de indigenización» de los dueños blancos, proceso vivido por la misma Adelina, así que «los Cuentos de Juana no sólo pueden leerse como documento social, cultural o folklórico, sino también como manifiesto del amor de la autora por la integrante malaya de su ser» .
En su ensayo Castellón presenta también un interesante elenco de las reacciones de la prensa española que fueron todas positivas: «La crítica española de la época alabó cumplidamente el libro de cuentos de Adelina Gurrea» .
No cabe duda de que en este libro está presente a veces «un proceso de indigenización» de los blancos, incluyendo en estos a la autora misma, y que domina una técnica que definiría como «costumbrismo mágico». El libro tiene también una vigorosa dimensión poética; por ello, a pesar de su extensión, hablaría de los Cuentos como de «prosa lírica»: narración a trechos concisa y evocativa como un poema elegíaco; ancestral, onírica y enigmática como una antigua epopeya; musical y repetitiva como un estribillo, una canción de cuna. Un crítico español de la época oportunamente parangonó, por la fábula, estos cuentos a los de Andersen; otro notaba que, como en los poemas homéricos, mortales y dioses condividían sus vidas de manera natural. Cuentos de Juana no se puede considerar una narración escrita por interés científico-antropológico, más bien es una crónica familiar, la memoria de un feliz mundo infantil pasado que la palabra escrita aún puede perpetuar. Es cierto que Adelina es española y, como tal, no puede creer en espíritus de los árboles y duendecillos caprichosos, pero ella narra con la frescura y la inocencia de una niña que cree y considera natural los cuentos fantásticos de su niñera visaya.
Filipinas heredera privilegiada decía ayer… digo hoy
Filipinas heredera privilegiada decía ayer… digo hoy es una conferencia pronunciada por Adelina Gurrea Monasterio, en cualidad de secretaria del Círculo Filipino de Madrid, en el mismo círculo el 30 de enero de 1954, y publicada por esta asociación en ese período en Madrid. El subtítulo «Decía ayer… digo hoy» se debe a que la primera parte de esta conferencia es la repetición de otra que la Gurrea pronunció en 1935 en la Asociación «España-Filipinas». La autora no ha querido cambiar nada por «honradez profesional» (p.5) y porque evidentemente todavía compartía esa visión.
El objetivo de este escrito es «meramente informativo». Adelina no pretende exponer algo original sino reflejar el pasado y la doble herencia de Filipinas para proponer un futuro que aproveche todos los aportes culturales que las islas han recibido. Filpinas es un país nuevo que está en su adolescencia y para crecer necesita atesorar su herencia por completo. Monasterio compara la situación de su país con la de los pueblos de la antigüedad, Egipto y Grecia, e individua en el modelo bipolar de Grecia (Esparta y Atenas) un paralelismo con Filipinas que ha sido colonizada por dos diferentes pueblos occidentales: «Me extiendo un poco más con Grecia porque fue un pueblo que no deben olvidar los filipinos, y hago hincapié en que el hecho de su grandeza tuvo por base la fusión de dos fuerzas que se completaron e hicieron un todo perfecto para la vida» (p.8). Sigue un largo excursus sobre la historia del descubrimiento y de la colonización de Filipinas; interesante es cuando se afirma que fue una fortuna para las islas no ser colonizadas por los portugueses como debía ser según el tratado de Tordesillas:
«Afortunadamente, y se debe anotar este hecho como un golpe de suerte para Filipinas, no se dieron cuenta entonces de que éstas se hallaban a pocos grados al oeste de las Molucas…Si Portugal hubiese recabado sus derechos… su suerte [de Filipinas] hubiera sido muy distinta de la que es» (p.13).
Evidentemente Adelina Monasterio considera que el futuro bajo la corona de Portugal habría sido incierto, precario e intranquilo. Contrariamente para Gurrea ha sido una suerte la colonización por parte de un país con muchas «virtudes» como España:
«Queda explicado porque podemos decir que Filipinas es una heredera privilegiada en el campo del la historia; fue colonizada por amor a ella, y no en virtud de sus riquezas – que entonces no significaban nada – por la nación más poderosa, más hidalga y más llena de fervor evangélico» (p.17).
Sigue preguntándose: «¿Llevó España toda esta cultura a Filipinas? sí a pesar suyo» (p.20) y reconoce que si la alfabetización se debe a los Estados Unidos, España empezó la enseñanza, no sólo elemental sino que fundó la primera Universidad de tipo occidental en Asia, y en este gran mérito se debe a los religiosos. Luego sigue hablando de la aportación positiva de los EE.UU.: los americanos, «que faltan de tradición» (p.22) no trajeron sólo racionalismo e instrucción sino incluso «juventud y pujanza organizadora» (p.22). Así Filipinas tiene «la enorme ventaja de haber heredado también las dos lenguas más universales y de más utilidad» (p.22). La colonización americana ha resuelto de alguna manera uno de los problemas de Filipinas su fatalismo y sus «costumbres con laxitudes y abulias perjudiciales» (p.24), vicios que vienen por ser un país oriental y por tener España en su partimonio genético influencias orientales, árabes. Entonces, si «Filipinas logra vencer esa influencia de ambiente y de clima… puede ser Occidente en Oriente» (p.25). Esto, en síntesis, afirma Adelina Gurrea en la primera parte de esta conferencia; en la segunda, en el «Digo hoy» pronunciado veinte años después, reafirma cuanto dicho: «sigo diciendo que Filipinas debe ser el país faro y guía del Oriente», pero, tras la experiencia de la guerra, evidencia cierta desilusión ante la decadencia de los constumbres, la crisis de la enseñanza y una independencia mal interpretada y demasiado rápida: «la guerra vertió sobre la esencia de las herencias de Filipinas una serie de reactivos perjudiciales para la consolidación de aquella» (p.33), Filipinas ha escogido muy mal momento para recibir su independencia» (p.30-31). Las nuevas generaciones no se identifican en claros modelos culturales pero «el nacionalismo extremado no puede ser un remedio», esto se debe también a la enseñanza que «es bastante superficial» y que está en la base de la pésima visión que la gente tiene de España: «La historia de España, sabida actualmente por una mayoría de filipinos, es una historia adulterada por la leyenda negra, y la desvirtuación de lo real» (p.37).
Sin duda, este breve escrito es de modesto valor literario y sufre el peso de la retórica, sobre todo en la primera parte, escrita en 1935, cuando la autora era más joven, que resulta escolástica, sencilla y moralista; sin embargo, presenta algunas pistas de reflexión interesantes y a momentos una aguda capacidad de penetración de la realidad de entonces, sobre todo al hablar de la independencia. El defecto más evidente es la falta de una visión clara y crítica sobre el porvenir de Filipinas: Monasterio indica en la valorización de las dos (y más) herencias del país la clave para construir el futuro, pero no logra superar una visión demasiado sencilla y parece casi no enterarse de los conflictos ideológicos, económicos, sociales que el pasado ha dejado. Por otro lado, se da cuenta, casi inconscientemente, de la crisis de valores e identidad y su favor hacia América parece sólo una lógica aceptación de la realidad así como es, mientras que su corazón ama España.
TEATRO
Estrictamente ligado al texto ya analizado por contenido y temas es Filipinas auto histórico – satírico original . Fue estrenado el 1 de junio de 1954, en el Aula Magna de la Universidad de Valladolid, y es un acto único, un «auto» como lo define la misma autora en la única impresión que se hizo en ese año en Valladolid por la Imprenta Agustiniana. En la edición de 1954 aparecen también una dedicatoria con foto de la autora «Al Dr. P. Bantung» datada «Valladolid – Dia de San Antonio de 1954», noticias sobre Adelina Gurrea Monasterio y un prólogo escrito por Faustín Herranz.
Filipinas… es un acto teatral alegórico donde no hay acción, sólo debate, los personajes son cuatro: Filipinas, España, el Tío Sam (los Estados Unidos) y la Voz de la Historia, en el estreno interpretada por la misma Adelina Gurrea.
El acto es una original reflexión sobre la situación de Filipinas a la luz del pasado y de sus herencias coloniales. La escena se abre con el monólogo del Tío Sam esperando a los demás protagonistas y quejandose de la falta de puntualidad de «los latinos» (España) y de «los orientales» (Filipinas) que se han reatrasado charlando y asistiendo a una pelea de gallos, en cuanto madre e hija, demuestran tener los mismos defectos. Tampoco la historia es puntual, pero por ello hay una razón, porque «la historia tiene que llegar tarde. Es su obligación» (p.14), porque tiene que llegar «cuando todo ha pasado, cuando todo se ha hablado, cuando las aguas se han serenado y los hechos están sedimentados en el fondo del agua clarificada» (p.14); la historia tiene el único papel de moderador, se limita a registrar «para que yo [historia] los pueda ver y registrarlos» (p.14).
Después el diálogo se desarrolla entre España, América y Filipinas, y objeto del debate es la herencia de Filipinas. Abre la discusión la historia: «Decidme qué he de registrar en mis páginas» (p.16), y modera dando la palabra primero a Filipinas, luego a España, y por último al Tío Sam-América: «eres el último en hablar porque fuiste el último en llegar a Filipinas» (p.17). Filipinas hace un largo y detallado relato sobre su pasado, sus origenes malayos y los varios reinos que se han sucedido en las islas hasta el encuentro con España.
Detallada es también la reconstrucción de las etapas de la conquista de España que no es vista como negativa: Filipinas es una niña, abandonada y maltratada por los demás pueblos y España, la madre, la cuida y cría. Cuando España reprocha a Filipinas el asesinato de Magallanes, está se defiende afirmando «que él era un buen hombre [Magallanes] pero no todos eran como él; e hicieron cosas, vamos, bastante feas» (p.19) pero reconoce también «Eso es verdad, pero ¿qué quieres, mamá España? entonces no entendíamos de esas cosas y no supimos agradecerlo. Ahora sí» (p.19). España es incluso la libertadora de Filipinas:
«Los moros nos cazaban y nos hacían esclavos. Se llevaban, además, nuesto oro, y nosotros luchábamos contra ellos cuando llegó Legazpi. Le recibimos bien, porque nos prometió liberarnos de ellos y, con raras excepciones, le prestamos ayuda. Así asentó España su dominio sobre mí. Alguna vez, a lo largo de la historia, nos arrepentimos de haberla recibido bien, pero ahora nos alegramos, porque, gracias a ello somos un pueblo católico y de cultura occidental» (p.20).
Y si la razón del contento de Filipinas de sentirse hija de España es el hecho de ser «católica», las motivaciones que empujaron a España hacia la conquista son puramente espirituales, una cuestión de honra, de hidalguía, son las razones del «corazón de la reina Isabel, delirante de fe»:
«Digo lo que todo el mundo sabe: Yo no fui por el oro ni por las riquezas a descubrir mundos. Fui para llevar la gracia de Dios a aquellos seres que vivían sumidos en la ignorancia del verdadero Dios… La epopeya más grande de la historia es la colonización de América y Filipinas por España. Colonización, no; formación de veinte naciones con una misma religión y una misma habla, sin destruir razas, ni el carácter típico de los habitantes; sin arrancar las raíces autóctonas ni borrar la huellas de su pasado, un dar sin tomar nada, un perder sin ganar, más que la gloria de crear y de formar, y la gloria de llevar almas al cielo» (p.21).
Claro que, delante de estas declaraciones, la Historia no puede callarse y pide razón de las relaciones que Bartolomé de las Casas y Antonio Morga enviaron al rey añadiendo que tiene noticias de que «tus carabelas y tus galeones volvían a España cargados de plata, cargados de oro» (p.23).
España se justifica con respecto al primer punto diciendo que los misioneros eran también españoles y que por tanto sus acusaciones no son deshonor para España sino signo de su gloria junto con las sabias leyes de la corona. A la segunda acusación España declara que:
«el oro y la plata de América no los acumulé en mis arcas avariciosamente, sino que los usé para defender el mundo contra el Islam, contra el protestantismo. …De Filipinas no saqué nada, ni oro ni plata, ni productos. Non supe o no quise» (p.23).
España, más que buscar de alguna manera una justificacción aceptable de sus errores, denuncia la existencia de la leyenda negra creada por la envidia de otros países, «esa leyenda que no menciona mis “leyes de Indias”, mis magníficos instrumentos de justicia como el “Consejo de Indias”…» (p.23-24). En fin España dice que éso podía dar a su hija ya que ella misma «era una pobretona» (p.27) y Filipinas responde al Tío Sam afirmando que «España me enseñó a tomar a risa lo irremediable» (p. 27).
Al relato de España sigue el elenco del Tío Sam que, escéptico hacia todo lo espiritual, concreto, calculador, enumera doce nuevos mandamientos de su civilización en el archipiélago: la enseñanza, la lengua inglesa, el deporte, la legislación moderna, las reglas democráticas, la defensa contra Japón, la independencia; tampoco a los Estados Unidos la historia, ayudada por Filipinas, ahorra las provocaciones y no deja de subrayar los intereses que estaban debajo de la conquista. Filipinas ha sido, en fin, un mercado más para el comercio de América y cuando se ha vuelto una competidora peligrosa, la independencia ha permitido marginar sus productos en el mercado de América. Pero en fin Filipinas afirma:
«Debo decir noblemente que no tengo más que motivos de agradecimiento hacia mi madre España y mi Tío Sam. Yo perdono y olvido todas las debilidades, todos los defectos de su comportamiento conmigo. En el otro platillo de la balanza ¡es tanto y tan bueno lo que he recibido de los dos! Sobre los cimientos cristianos y de nobleza humana que me legó España […] sobre esa formación completa que es también armazón, además de base; colocó, América, su dinamismo y su músculo y me dotó de lo material para hacerme fuerte y moderna y me hizo libre después de enseñarme normas de democracia que garantizasen mi libertad» (p.31).
Este auto histórico – satírico resulta simpático y bastante brillante, no tiene la pretensión de obra teatral o literaria, sólo se propone como una irónica divertida reflexión sobre el pasado de Filipinas. Claro que falta una perspectiva histórica madura y lúcida. La colonización parece no llevar conflictos y por sí misma sobresale como hecho positivo. No faltan la críticas también lúcidas, agudas y precisas, pero todo parece, digamos así, derretido dentro de un sentimiento de cariño por los antiguos colonizadores y Adelina Gurrea parece mirar el pasado sólo por lo que puede ser útil al futuro.
Esto no quiere decir que falten la críticas y la capacidad de ver los aspectos negativos, pero el colonialismo no se analiza como un problema, un golpe que ha violentamente mudado la historia del mundo, sino como una realidad ya debatida en pasado y que hay que aceptar así como es. La obra de Gurrea no presenta reivindicaciones del alma indígena, y por supuesto esto no podía ser ya que ella es y se siente española, miembro de aquella raza que ha colonizado y llevado la civilización. Adelina reconoce dos méritos a España en su colonización en Oriente: el respeto y la conservación de las culturas y lenguas indígenas, y la homogeneidad nacional que España ha hecho posible en un archipiélago tan variado como Filipinas, identidad que ha permitido no sólo la unidad sino también la defensa contra los piratas moros musulmanes. Pero en todo esto no cabe espacio para el conflicto del alma indígena violada y tiranizada por el estranjero invasor. Filipinas es tal, hasta en su nombre, por obra de España, pero no se considera que habría podido existir algo diferente de Filipinas, algo que no era el pueblo hispano-malayo católico, sino otra cosa un conjunto de pueblo diferentes, de varias nacionalidades separadas, o unidas bajo otra bandera, otra lengua, otra religión.
Tanto en Filipinas heredera privilegiada como en Filipinas auto historico-satírico la visión de la historia que surge hace de hincapié en la pacificación de los conflictos que a lo largo de la historia las diferentes conquistas han provocado: no importa el pasado, si no en su aportación positiva, lo que importa realmente es la construcción de un futuro que sepa armonizar la base cultural autóctona con la herencia española y la influencia americana. Las críticas, sobre todo a los Estados Unidos, que se han propuesto como libertadores pero han sido más colonizadores que los españoles no faltan, pero parecen a próposito dejadas a un lado. Sin duda las simpatías de Adelina van hacia España, la cual ha realizado un colonialismo, podríamos decir, «ecológico» en armonía con las tradiciones filipinas y que ha llevado la luz de Evangelio a esas gentes paganas en la única forma posible, la católica; pero el mensaje que comunica la autora es que hay que pensar en el futuro sin recriminar los errores de un pasado que no se puede cambiar, y se deben valorizar ambas herencias del colonialismo: el habla y la cultura americana pero sin perder la tradición hispánica.
POESÍA
Ninguna obra poética de Adelina Gurrea Monasterio ha sido pensada y escrita para la publicación en volumen; por el contrario, los tres libros líricos editados presentan poemas publicados en revistas diferentes, en distintos períodos de la vida de la poetisa: falta por tanto una unidad de inspiración y temas.
Publicado en Marid en 1954, A lo largo del camino ganó al año siguiente el premio Zobel. Ha sido considerado por la crítica el mejor libro de poesía de Monasterio y sin duda resulta el más homogeneo. Es una antología poética que recoge cuarenta y cuatro textos distribuidos en tres secciones cada una con doble título: Naturaleza y Ternura, Amor y Pasión, Patria y Fe. La segunda, Amor y Pasión, contiene el grupo autónomo de tres líricas (Cansancio, Abreme la puerta, Yo quisiera saber) que van bajo el título de Canciones del amante. El libro, con viñetas y grabados de Beatriz Figueiredo, es introducido por una «Dedicatoria», que recita: «A mi madre, que supo enfrentarse/ valerosamente con la prosa diaria/ para que yo pudiese hacer poesía»; una «Nota preliminar» de la escritora y un «Prólogo» de Federico Muelas.
La «Nota preliminar» aclara que «esta colección no lleva la pretensión de ser un libro con homogeneidad de temas para hacer un todo, cuya unidad quiera presentar un estilo original, y menos aún formar una escuela o pretender abrir caminos nuevos en la poesía» (p.11). El título indica que se trata de «una colección de poemas, escritos en distintas edades, ante diferentes estados de ánimo, con una variante de asuntos que fueron surgiendo conforme a las necesidades de mi alma […] ni siquiera con intención de ser publicados» (p.11). Y la única razón porque lo hace es «para que mi patria, Filipinas, tenga una representación más de sus poetas de habla hispana» (p.12) ya que «siempre fue sueño y ambición de mi vida dar todo cuanto pudiese para evitar la extinción del castellano en mi tierra, y ahora, para hacerlo resurgir de nuevo» (p.12). En la escritura Adelina Gurrea ve una forma de difusión de la lengua; esta escritura no debe, pues, mirar a la gloria y fama personal creando productos sofisticados para una minoría culta, sino «populizar» (p.12) para que la escritura se convierta en «una lección amable de corazón y amenidad capaz de ser leída por las masas» (p.12); por tanto este libro no tiene otra pretensión que la «de ser un tomo de versos más en castellano publicado por un filipino, pensando en España y en Filipinas» (p.12).
El «Prólogo» (pp.13-20) de Muelas es un interesante intento de análisis: los poemas de Monasterio son calificados como «cultas trascripciones» concebidas «bajo el dictado subsconciente de las voces populares eternas de la tierra filipina» (p.16). En algún caso Adelina Gurrea construye sus poemas en torno a temas tópicos en la poesía oriental, es el caso de Ladrón de flores donde el robo de una flor por amor es común a otras literaturas. Concluye Muelas afirmando que:
«el libro responde a un deseo antológico. Cada una de sus partes contine, entremezclados, poemas de épocas muy distintas que ella agrupa en razón del tema. Adelina se mantiene en una línea intuitiva, fiel a sí misma, sin influencias notorias. Procura decir lo que siente de la manera más limpia sacrificando en general el tema a la frase. Para el buen lector de poesías, este deseo de decir desdeñando las puertas de la evasión lírica, limita las posibilidades poéticas de la composición. Pero Adelina es ante todo un firme temperamento que utiliza la poesía, aún más el verso, para una tarea de confesión que le es necesaria» (p.18).
La división en tres secciones se debe a una organización de los poemas por temas: la naturaleza y el pasar del tiempo, el amor, la patria y la fe cristiana. Abre el discurso poético el texto Oración (p.23) una invocación a Dios que recuerda el tradicional uso del poeta de pedir ayuda a cielo para hablar:
«Señor:
Rompe el hielo que cubre los estanques,
disipa la neblina que oculta las estrellas,
haz pequeños a todos los gigantes
y agiganta las cosas más pequeñas».
El poema más significativo de la primera sección, Naturaleza y ternura, es sin duda Playa filipina - de mediodía a medianoche (p.39-40). Aquí se conjugan perfectamente la naturaleza tropical y el cariño por la tierra materna en una descripción de Fililpinas como exótico locus amenus, una patria añorada del alma, un estado feliz de la infancia.
«Dice su amor a la espuma
una canción de palmeras;
el beso de luz del trópico
incandece las arenas.
Mil caracolas lo gozan,
mil conchas de cien colores
y hay un renovar de ritos
bajo rodares salobres.
El aire suspenso y quieto
va durmiendo los cocales,
las ciegas fosforescencias
bañan su ronda en los mares.
Gayo se va haciendo el cielo
con pinceladas de ocaso
que ennegrecen las siluetas
sobre el fondo iluminado.
Una pantalla de nubes
vela luces de horizonte
y avanzan las soledades
sobre el llano de la noche.
Saturaciones sensuales
trae la luna, sin vientos.
¡Cuanto amor tiene el Amor
prendido en su encantamiento!»
El amor cantado por Adelina Gurrea es un amor hecho de pasión y ternura de íntimas confianzas y silencios, alguna vez de abandono; pero es un amor tan fuerte y delicado, tan sagrado que se confunde a menudo con el sentimiento religioso como revela la lírica Anhelo (p.65):
«Quisiera haberte encontrado
El día de tu primera comunión;
¡Hostia blanca en tu carne
y hostia blanca en tu corazón!»
Cierra la colección la tercera sección dedicada a la patria y a la fe donde destacan dos largos poemas, dos canciones dedicadas una a la famosa y desventurada protagonista de la novela historica Noli me tangere de Rizal, El fantasma de María Clara (p.107-111), y otra, Magallanes – Romance del descubrimiento de Filipinas (pp.112-118), dedicada a la memoria del primer descubridor, europeo, de la patria de la poetisa. Magallanes es el héroe sin miedo y todo voluntad que desafía la furia de los elementos para alcanzar:
«Una novia luminosa
en su fuego de volcanes
ataviada con verdores
y rocíos matinales;
en su frente una diadema
de luces crepusculares
y calzada con espumas
del retozo de lo mares…
…Filipinas, Filipinas,
la esposa de sus cantares».
En sus versos Monasterio es auténticamente filipina e hispánica: celebra una mística de la nación panhispánica que se confunde y coincide con la retórica de un cristianismo militante y armado; una mística nacional-cristiana que no hace autocrítica o se confronta con lo diferente, sino que se impone sin escrúpulo, que no tiene duda sobre su misión divina de redención de los pueblos. Esta manera de ver a España y a su destino imperial es una visión antigua y que la dictadura franquista – no se olvide que A lo largo del camino es del 54 y que en Monasterio durante la guerra civil era corresponsal de prensa en la zona nacionalista – había revitalizado dándole un papel central en la propaganda del régimen.
Desde el punto de vista estilístico, como decía Muelas, sacrifica el tema a la frase, y efectivamente la poesía de A lo largo del camino, favorece y privilegia el verso, el sonido la musicalidad, la imagen colorada y fantasiosa, tropical y folclórica al concepto. Su finalidad no es comunicar, convencer, es conmover, fascinar, deliciar, evocar.
Más senderos es un segundo libro de poesía, publicado en Madrid en 1967, se compone de cuarenta poemas escritos prevalentemente en versos tradicionales (soneto, romance, octava, quintilla, sextina etc…) y publicados anteriormente en revistas.
Muy Interesante es el «Prólogo» de don F. Sainz que presenta un agudo análisis crítico de la obra poética de Adelina Gurrea. Observa oportunamente Sainz que «poéticamente Adelina Gurrea ha permanecido fiel a su tendencia y a su gusto líricos: el modernismo neorromántico expresado en constante adaptación a su tiempo, pero sin abdicar jamás de la ortodoxia en la tradición» (p.8). Con respecto a los temas nuestra autora sigue escribiendo de todo, no privilegia ningún tema en detrimento de otro, ni se ha sometido a «constantes de la sensibilidad o de la mentalidad» (p.8). Equilibra armónicamente religiosidad, emotividad, temas sociales: «Gozosa en la variedad, fluye lirismo ante todo lo bello, ante todo lo capaz de originar un estado de ánimo de amor o de dolor, o un estado de opinión causante de peculiares emociones» (p.8). El título, Más senderos, interpreta bien esta variedad de metros y temas que animan la colección: «coexisten – afirma Sainz – el sentimiento religioso y las efusiones familiares más nobles, la entrañable amistad, el recuerdo doliente y el recuerdo risueño, la ternura ante la Naturaleza, y la fantasía suavemente desmandada, el amor de amar y el amor de caridad» (p.10). Los temas prevalentes son los mismos que antes: el setimiento amoroso, a menudo traicionado, y el religioso, que no desilusiona, el amor a la patria filipina y a su naturaleza.
El tema religioso se entrelaza con el homenaje, que es también deseada referencia literaria, en el poema a San Juan de la Cruz (pp.50-53):
«Más que hombre, poeta;
más que poeta místico;
más que místico puro,
del puro misticismo la quimera…».
Desarrollan el tema religioso el tríptico sobre la Pasión de Cristo: La Cena, Tu soledad asboluta, La Verónica (p.54-61) y el navideño Villancicos (p.62), escrito en siete cuartillas de octosílabos sobre Navidad. El tema religioso de Más senderos revela una mayor madurez con respecto al libro anterior; aquí más que la religión, protagonista es la fe, amor místico por la persona viva de Cristo, como expresan de manera clara las tres sextinas de endecasílabos de La Cena (p.54):
«La Cena fue la cruz de Tu milagro
y Tu milagro en cruz para el amor;
amor que ancló Tu nave entre los hombres;
espiga y vid del surco de Tu agro
hechas carne; presencia del clamor
con que llamas a todos por sus nombres.
Con que llamas a todos, sin respuesta,
mientras flotan las horas silenciosas
sobre el sagrario obsuro y solitario,
prolongado en la noche y en la siesta
de los siglos la espina sin las rosas
y el tormento de sed de Tu calvario.
La Cena fue la cruz con que eternizas
agonías del huerto y del camino,
quemándote en la herida desangrada,
y ese milagro en cruz con que nos izas
a cumbres donde otea el peregrino
su sendero hasta Ti desde su Nada».
La cena simboliza el eterno sacrificio de Cristo en la historia, su constante, perpetua presencia a través de la iglesia (nave). La cena es ya la cruz, el sacrificio es el milagro del amor de Dios por los hombres.
Frecuente en la poesía de Guerrea son las descripciones líricas de nocturnos embrujados, con estrellas resplandecientes, lunas llenas, jardines y paisajes quietos y adormecidos en la oscuridad, elementos estos que se alternan con otro tema de inspiración: Filipinas. Numerosas son las composiciones que la poetisa dedica a su país: La Patria, Mi isla de Negros, El carabao, El Canlaón, Campesino de Negros. Filipinas es «la luz primera/ que retoza en la mirada,/ el primer aire del niño/ en su primera jornada» (La Patria, p.73), es un país descrito en su aspecto más típico y evidente, recuerda mucho el costumbrismo de los Cuentos de Juana. Filipinas, patria lejana, es añorada en sus volcanes, en sus colores, en sus tradiciones y animales (el carabao es el búfalo filipino que ayuda a los campesinos en el trabajo agrícolo). Domina un sentimiento idílico de nostalgia estética, hasta la miseria del campesino es romántica y soñadora: «en su casita de nipa/ vive soñando pobrezas/ el labrador de la Isla./ Su corazón
de gacela/ lleva el paisaje del mar/ verde del cañadulzal» (Campesino de Negros, p.86). Emblema de esta visión son las siete cuartinas de versos mixtos (endecasílabos, eneasílabos, octosílabos etc…) que componen Mi isla de Negros (p.75):
«¡Ay mi Isla de Negros, mi Isla de Negros!
Se me ha hecho el corazón
De la forma volcánica
Del Canlaón .
Con su fuego perenne pero callado…
apenas un suspiro
de cenizas al aire…
espiral, giro…
Régulo de espacio, señor de nubes:
un penacho en la boca
finge bostezos de humo.
¡Incensario de roca!
Otras veces, gorguera para su cuello.
Y en la perilla
de la V de su cráter
la maravilla…
Dormidas en su falda las nubes son
farales cansados,
haciendo penitencia
por sus pecados.
¡Ay mi Isla de Negros, mi Isla de Negros…!
Porque es tu Canlaón
cono para holocausto,
flor de oración…
¡Qué oficiar de celajes
arropa lejanías
de ensoñación…
¡Mi Isla de Negros, mi Isla de Negros, mi Canlaón!»
El libro se cierra con una serie de poemas dedicados a los personajes más varios, amigos y estimadores como el escritor filipino Enrique Fernandez Lumba, a Gento, jugador del Real Madrid, a la memoria de un patriota anónimo indicado con el nombre de «Capitán», a un pianista igualmente anónimo y hasta a John F. Kennedy, del cual Adelina llora su fin prematuro y la muerte de los sueños.
En agraz es un libro publicado en Madrid en 1968. Carece de introducción, hay sólo un prólogo de la autora que explica las razones de la edición:
«este libro […] sale a la luz porque un amigo muy querido, lector de los escritos de mis primeros años, me lo ha pedido. Este amigo es Enrique Fernández Lumba, hombre admirable, al que es de justicia complacer. Por ello y porque es, en las letras, algo así como un hijo mío, lo publicaré» (p.7).
La colección recoge treinta y un poemas escritos entre enero de 1916 y abril de 1926, y publicados en revistas. Como en todos los antedecentes, incluso en este libro varios son los temas y las formas métricas aunque prevalezcan los metros tradicionales, y el amor y la retórica de la patria o de la historia son la materia de la poesía. Por evidentes razones, más que las otras antologías poéticas, En agraz carece de unidad temática, pero sí presenta una homogeneidad de estilo. Escribe la autora en el preámbulo:
«a falta de méritos técnicos y literarios tienen la jugosidad de lo recién nacido, la tersura de la piel del niño, la espontaneidad de lo candoroso, la ingenuidad del estreno reciente, la ternura de lo sin hornar, el vuelo de la ilusión, la frescura del manantial. Y todo esto puede ser un mérito. Y un motivo para no dejarlas en la oscuridad ocultas» (p.8-9).
Y realmente no son tan malos estos versos de Monasterio. Entre los 31 poemas destacan la canción A España (p.28), el tríptico de sonetos España, América, Filipinas (p.33), que en 1918 obtuvo mención honorífica en el Certamen Literario del Casino Español de Iloilo , la larga composición en versos libres A mis primos (en el día de su boda) (p.40), el largo poema El nido (p.46) que obtuvo el primer premio de poesía en el Concurso de la Casa de España de Manila en 1919, y el último poema El vuelo del «Plus Ultra».
El poema A España (p.28) confirma una vez más la visión retórica y afectuosa de la historia de la Metrópoli y su misión civilizadora en las «tierras paganas», hijas espirituales del León y la Torre, como Filipinas, niña criada y cuidada por la cristiana madre España.
Las páginas de la historia
De ti, madre, siempre hablaron,
y los poetas lanzaron
al mundo un canto de gloria,
estrofas que a tu memoria
dedicó el fiero talento
en un sublime momento
en que llora el corazón
y viene la inspiración
a crar un monumento.
Del esplandor del pasado,
del valor de tus guerreros,
celo de tus misioneros
o la industria de tu arado
habló el pensamiento alado
habló América, habló Flandes,
hablaron también los Andes
y la luz esplendorosa
que emana, crece y rebosa
del cerebro de tus Grandes.
…
¡Todo canta tus grandezas!
Mas de tus penas divinas,
de tu corona de espinas,
sólo puede hablarte, España,
la de los bosques de caña,
mi patria, mi Filipinas.
…
una soledad nos baña
añorando tu regazo;
tráenos el calor y el lazo
de la niñez arropada.
¡Lazo que no obliga a nada,
será nuestro eterno abrazo!
El tríptico de sonetos España, América, Filipinas (p.33), que obtuvo mención honorífica en el Certamen Literario del Casino Español de Iloilo de 1918 presenta, o mejor anticipa, la idea que la poetisa tiene sobre las herencias de Filipinas: España es la que «dejaba para ofrenda de sus misas/ almas fe y preces sobre sus altares», España «enamorada del Oriente» fue «la que en sus brazos tuvo a Filipinas/ y en un beso dejó sobre su frente,/ su valor, su nobleza y sus espinas»; América, en contra, ha sido la «llave» que abrió «para el mundo las puertas de una ciencia que nacía», América ha vencido el fanatismo «que quería poner límite al genio vagabundo», América es la tierra donde los esclavos buscan libertad y alivio. Del matrimonio de estas dos culturas y de la bendición de la naturaleza ha nacido Filipinas:
«Lirio flotante sobre un mar bordado
con blanca espuma en verdes de abedul
nido que envuelto por túpido tul
descansa en un ambiente perfumado.
Tienes en ti bravuras del soldado,
la caridad de Vicente de Paúl
y en tus noches de luna y cielo azul
ensueños de galán enamorado.
Por eso, desde días muy remotos
Fuiste de los monarcas ambición,
y de tu historia hábiles pilotos
te dieron, como premio y galardón,
como herencia y unión de lazos rotos,
músculo América, y España corazón».
A mis primos (en el día de su boda) (p.40) es un largo poema de homenajes a los esposos y a su vida futura en común, pero es la ocasión para una reflexión sobre la vida que «es un drama de más o menos actos, / que puede ser comedia, aunque así siéndolo/ no han de faltarle lágrimas,/ o puede ser tragedia, aunque así siéndolo/ no han de faltarle risas».
Datada «Diciembre 1918», El nido (pp.46-51), que obtuvo el primer premio de poesía en el Concurso de la Casa de España de Manila en 1919, es un himno, en versos libres y cinco estrofas, a la paz conservada en España durante la Primera Guerra Mundial por «el gran Rey Alfonso Trece»; la paloma de la paz «ha lanzado su quejido lastimero», porque «vomitan los cañones el derecho del más fuerte» así va buscando otro nido y pasa «por encima de los místicos del Norte» y se dirige hacia «la Corte/ y en el suelo de la España» donde:
«se ha posado la paloma de plumaje alabastrino
subyugada por un alma, que más fuerte que el destino».
Porque
«En las luchas de la Corte, en la inquietud de la cabaña
ha sabido defenderla con su pecho y con su ley,
ha sabido defenderla vuestro rey,
por la unión de sus hermanos y la gloria de su España».
La coleción termina con el poema El vuelo del «Plus Ultra» (pp.98-103), dedicado «a los intrépidos Quijotes del espacio Franco (un hermano del Caudillo), Rada, Durán y Alda que lo realizaron». La lírica (diez estrofas de diez versos octosílabos cada una) celebra la «nueva vía» de la aviación entre España y América y la parangona a las empresas antiguas de Colón, Cortés, Pizarro, héroes inmortales que, según la retórica de la época, no actuaron por sed de oro o gloria sino por un bien superior:
No fue el amor a la gloria
lo que encontró un Nuevo Mundo
sino el respeto profundo
por la patria y por la historia.
Fue la quimera ilusoria.
Fueron santas calenturas.
Hambre de almas, sed de alturas
De Isabel y de Colón…
¡Un único corazón
engarzado en dos locuras!
Como se ha dicho En agraz, obra escrita en juventud y, por tanto, inmadura, es la obra poética menos original, interesante y significativa de Adelina Gurrea, sin embargo presenta todos los modelos poéticos, metafóricos, estilísticos, métricos y temáticos que la joven poetisa de La Carlota empleará en su sucesiva producción, y permite valorar su progresiva maturación artística. En conclusión, la obra poética y en prosa de Adelina Gurrea Monasterio es, sin duda, modesta, tanto por la cantidad como por su calidad literaria y por su capacidad de penetración crítica; buena parte de esa producción, hoy en día, si puede parecer interesante al estudioso filipinista, ciertamente no encontraría el gusto y el interés del simple lector curioso. No obstante, nuestra autora no merece una condena sin apelación, y para un juicio crítico equilibrado sobre ella hay que tener en cuenta por lo menos dos aspectos.
- Casi nunca tuvo la pretensión, y lo dice claramente, de ser una escritora, una intelectual, sino sólo de expresarse y comunicar de manera espontánea en su lengua madre, que era el español, y si le era posible, perpetuar la tradición española, incluso la literaria, en el país que la había visto nacer: Filipinas. Por esta razón, sus escritos cumplen la función de alimentar este material literario, es decir, quieren hablar de Filipinas en español, con el propósito de contribuir a dotar al país de un repertorio autóctono hispánico. No escribió novelas para entretener, ni con la ambición de crear algo nuevo, quería documentar y tramandar su experiencia humana, la experiencia de una sobreviviente de una civilización que desaparece día a día porque, ahogada y enmudecida, ha perdido su palabra.
- Gran parte de su producción está lejos de tener finalidades propiamente literarias y ha sido originada para ocasiones concretas: una conferencia, un artículo, una poema de circunstancias, la publicación en revista etc... Muchas de sus cosas han sido recogidas sucesivamente y al fin de no perder para siempre un material ya escaso pero no del todo privo de valor, si no más por ser testimonio de una experiencia humana.
No cabe duda de que su libro mejor, el más significativo y el que merece, incluso actualmente, una lectura es Cuentos de Juana. Sin embargo no hay que despreciar su pacata y realista aportación crítica al problema étnico y cultural de Filipinas: en una época cuyas tendencias bipolares han sido un filoamericanismo intensamente antiespañol y un nacionalismo «indigenista» exacerbado e igualmente antiespañol y antioccidental, Adelina Gurrea Monsaterio ha intentado, tal vez de manera un poco sencilla, una síntesis entre la herecia española y la americana. Es evidente que el corazón de Adelina late por España, pero en la consciente imposibilidad de hacer retroceder el reloj de la historia, elige recuperar lo bueno que los Estados Unidos han llevado a Filipinas: enseñanza, mayor bienestar económico, eficencia, una lengua comercialmente fuerte, y evita empeñarse en una cruzada perdida a priori. Creo que la aparente falta de conflicto en conjugar estas dos identidades depende también del deseo de no resultar impopular y, por lo tanto, no escuchada.
Fuerte es en Monasterio la conciencia de que existe una «leyenda negra» sobre España creada ad hoc para legalizar el poder neocolonial de los EE.UU., así debe de haber pensado que la única posibilidad de recobrar y permitir la sobrevivencia de la hispanidad era no ponerse en competencia con el mundo anglosajón, sino considerarlo una riqueza más. Evidente es también que Adelina Guerra no es indígena sino criolla. Adora su Filipinas, estas islas son su país, la patria de los padres, pero en el fondo es española, europea, blanca, cristiana. No participa en la cultura indígena que describe; la aprecia pero en ella ve sobre todo el aspecto bucólico, folclorístico, étnico, el paisaje tropical es un hermoso lugar para ambientar sus historias exóticas o sus versos musicales. Su alma no vive el desplazamiento cultural que sufre un indígena consciente de su raíces ancestrales pero al mismo tiempo educado según las reglas occidentales impuestas con la violencia y el atropello de un catolicismo ibérico y un sistema económico capitalista.
Monasterio es una voz auténtica, bella, interesante de aquella civilización criolla que, en vías de extinción, ha visto acabar el 900. Su obra vale y merece atención también poque canta a un mundo de valores y personas que ha pasado y que ya no existe, un mundo hecho de cruces y espadas, de siervos y dueños, de playas y palmas, de dalagas y duendes, un reino ibérico que antiguamente existió en los Mares del Sur.
LITERATURA HISPANOFILIPINA
Andrea Gallo, Universidad de Venecia (Italia)
http://alasfilipinas.blogspot.com.es/2009/08/revista-filipina-tomo-viii-n-4.html
CON TAÑIDO DE CAMPANA
Niebla sobre la ciudad,
humo del aire y del frío,
infinita soledad
del azul corazón mío.
Niebla sobre la ciudad.
Sudor de atmósfera plena
en la tristeza de enero,
difumino de la antena
vegetal y del sendero.
Sudor de atmósfera plena.
Invitación a ensoñar
langores del corazón,
a desprender del telar
los hilos de la razón.
Invitación a ensoñar.
Con tañido de campana
de mi torre azul bermeja
aquella historia temprana
que está quedando vieja.
Con tañido de campana.
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