François-Michel Durazzo (1956) es profesor de literatura latina y de lengua griega en la enseñanza superior en Burdeos. Poeta en lengua corsa, descubre en los años 90 la literatura catalana con la obra del poeta leridano Jaume Pont, a quien considera uno de los mejores poetas de la literatura europea actual.
Después traduce a otros poetas como Carles Duarte, Antoni Clapès, Pere Gimferrer. Es el encargado de la traducción de la primera antología de poesía catalana contemporánea en francés : 48 poètes pour le XXIe siècle, anthologie de la poésie catalane, (2005).
Ha traducido al francés, al corso, al castellano o al italiano una cincuentena de poemarios y antologías de poesía de diferentes lenguas mediterráneas (catalán, corso, gallego, italiano, latín, portugués y árabe…) así como a varios narradores de lengua española (Ramón Gómez de Serna, Ricardo Piglia, Néstor Ponce, David Toscana) o catalana (Joan Casas, Francés Serés, Jep Gouzy, Miquel de Palol...). Cuenta con más de un centenar de colaboraciones en revistas de poesía en España, Francia e Italia.
Dichos del pocero / François-Michel Durazzo
para Guillevic
Zahorí hermano mío
cuando tu vara vibra
nerviosa se incorpora
el agua se abre camino
en el avellano
para brotar.
Excavo entonces
para dar forma a tu deseo.
La tierra es mi doble.
Sobre todo cuando se ahoga
entre los intersticios
que la roca le abandona.
¿Sueña
con una fisura que crezca
que descubra sus entrañas?
Lo que hormiguea bajo el humus
no yace por miedo o rechazo
del engullirse.
Lo que respira bajo tierra
sólo conoce la blancura.
No la brillantez del invierno bajo la nieve,
sino el blanco mate de los huesos
y la mucosidad de lo vivo.
Desde la primera palada
el miedo
de descubrir las entrañas de la tierra
de poner al desnudo
transido
un cuerpo multiplicado
de violar este silencio
quemado por el sol
ya no me ha dejado.
Mi tierra
como un vientre lleno
que una sangre siempre nueva irrigaría.
Por la tarde
mis manos están negras.
Levantando la cabeza
veo el cielo que se cierra de nuevo
mis pies arden por la labor
en el barro y lo oscuro.
Pero aún excavo
atontado
soñando con ahogarme en ello.
En la espera ensimismada
de la tarde que cae.
Siento subir en mí
un jugo potente y suave
como la sangre de la tierra
con su olor
a lluvia fresca y a leche.
La tierra
ávida
imperiosa
me llama al fondo del pozo
para celebrar las bodas
de la carne y la arcilla.
Excavar es mi oficio
quizá también mi religión.
Cuando la vara tiende hacia la tierra
creo oír el fragor del agua
impaciente por reflejar el cielo
en el borde del brocal.
No hay agua más prisionera
que la de mis pozos
sobre todo cuando mira al cielo
con este ojo redondo de pez asombrado.
Frescura del limo atravesada
hasta descubrir
el cielo sepultado
bajo la epidermis de la tierra.
Amasar la noche
palpar su extensión.
Sentir que chorrean
sus avenidas en mi carne
hasta el atontamiento.
En cuclillas
los pies en el barro
en la estrechez del pozo.
Escuchar un momento
la respiración de la tierra
su jadeo
en la primavera
cuando las raíces la enloquecen
y trabajan su carne.
Versiones del corso de François-Michel Durazzo
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