MI HOMENAJE A CAROLINA PATIÑO
Carolina Patiño
(Guayaquil, Ecuador, 1987-2007) Ganadora del Primer Concurso de Poesía "Buseta de papel" 2004. Integrante del grupo cultural Buseta de papel. Consta en las memorias del I Festival de Poesía Joven Hugo Mayo (2005). Publicó el poemario Atrapada en las costillas de Adán (2006). Está por publicarse un segundo y último libro inédito de esta destacada joven poeta, Te suicida.
El libro Te suicida de Carolina Patiño
Ya está por salir de imprenta el poemario póstumo Te suicida de nuestra querida amiga y poeta Carolina Patiño (1987-2007). Este blog le rinde un merecido homenaje en la próxima semana mostrando algunas fotos y los textos críticos que saldrán en la mencionada obra, por parte de destacados escritores ecuatorianos (los poetas Sonia Manzano, Fernando Nieto Cadena, Fernando Cazón Vera y Aleyda Quevedo) que se sumaron con sus distintas perspectivas a este bello e intenso libro. Carolina Patiño seguirá siendo por siempre una inolvidable integrante de nuestro colectivo Buseta de papel. A continuación algunos poemas del libro Te suicida:
MUÑECA DE PORCELANA
a Carmen Váscones
Suenan infernales campanas de escuela
y yo entre viva y muerta me tambaleo.
Mientras el reloj de arena rojo
y mi terrible aragnofobia creen que estoy rota,
pues lo estoy;
como esa muñeca de porcelana
a la que le arranqué los ojos.
CAJA DE RECUERDOS
¿Dónde se ha ido mi espíritu?
creía en todo lo que conocía
y ya no me acuerdo de mí
dulce caja de recuerdos
que me mantenía a distancia de la locura
que me pierde cuando me encuentra
ahora que me he mirado al espejo por horas
ruego que se corte mi pacto con la vida
ya sangré respiré lloré suficiente
¿me puedo rendir ahora sin mi sombra?
PASTILLITAS COLOR PASTEL
Si me das 1:
No pasa nada.
Si me das 3:
Olvido usar mis botas de hule
porque el equilibrio me falta
Si me das 5:
Con mi pijama de 10 a 12 horas
soñando con cosas que luego no recuerdo
Si me das 17:
Ya casi me salvas
Dame 199 y se acaba el drama...
PAYASOS
Payasos en blanco y negro
vienen a jugar conmigo
por las noches
me persiguen
como lobos hambrientos
de sangre
y me clavan sus estacas calientes
en la espalda
mientras ya no puedo más.
VIDRIOS ROTOS
Cada vez que te beso
siento vidrios rotos
y sé que no estoy durmiendo
esto no es lo peor,
tú desapareces
y tus labios aparecen más abiertos
comiéndome desde los pies.
NO MÁS SANGRE
Tú no te acuerdas de mí pero yo sí
y ahora que despierto
puedo decir que creí en ti
pero ahora decido con qué soñar
ya no me cazan
ya no corre mi sangre en las noches.
FUTUROS HIJOS MÍOS
Aliméntense hijos de mis entrañas
llenos de antidepresivos drogas alcohol
y muchos somníferos
duermo en los días y en las noches
despierto por más dolor
Mi masoquismo ha llegado lejos
los quiero en mi vida pero los mato
de a poco
Y yo solo
lo siento...
ADIÓS
Tan cansada de estar aquí
con todos estos miedos sin infancia
me voy sin perdurar
sin lograr que voltees por mí
sin lograr que enciendas la luz
sin lograr que abras tus ojos
el dolor tan limpio no sostendrá tu mano
demasiados espejos
descuelgan tambores en mi funeral.
El adiós anunciado
Por Fernando Cazón Vera
Carolina Patiño convirtió su soledad en un acto de fe. Y de ese modo nos anunció su partida en este libro de pocas pero definitivas páginas. Y es que no necesitó de mucho para entender que se había convertido en una extraña -¿desenterrada acaso?- en este difícil mundo lleno de tantas preguntas sin respuestas, de tantos infiernos disfrazados de presuntuosos cielos. Fue el suyo el caso de una niña extraviada que salió rápidamente por la puerta de escape antes de ser consumida por las llamas de una realidad intolerable.
En su libro anterior y primero “Atrapada en las costillas de Adán”, de título tan sugestivo, hizo una tentativa de redención o purificación usando, con cierta imaginación, su propio cuerpo. Y sometiéndose con legítima curiosidad al pecado original. Pero, al parecer, esa felicidad de los sentidos no fue suficiente. A lo mejor, en su intransferible manera de buscar la redención, quiso pronunciar el prohibido nombre de Dios sin caer en la blasfemia. O ser testigo de la revelación del rostro sagrado nunca visto por nadie, como quien acepta el espejismo para después descubrir la trampa de lo aparente.
Este libro de publicación póstuma, cuyo título anuncia su decisión definitiva, parece ser una manera muy propia de la autora de irse desarmado a sí mismo, poema por poema, verso por verso, imagen por imagen, palabra por palabra. Sustituye la sensualidad por el vacío, la carne por la soledad, el deseo por el misterio. Y para poner el detonante final, pone también algo de ironía en sus textos cortos pero cabales, lo que le permite desacralizar la realidad. Esa realidad que juzgó incompatible con su modo de ser. Con el arraigo que le imponía la tentativa vana de una suma inocencia.
Y después tuvo que llegar, fatalmente, la última e inapelable realidad. La que nos estremeció a todos los que habíamos seguido tan asombrados como temerosos sus pronunciamientos líricos. De los que a lo mejor por cobardía nos seguimos quedando en la misma orilla. Es decir este adelantársenos en el adiós y en el tránsito final. Pero no se diga que se fue sin advertirlo. Este libro es una despedida que quiso ser también una confesión. Un inequívoco anuncio. Y que, paradójicamente, es además un perpetuo quedarse.
La poesía y sus cuchillos
Por Aleyda Quevedo Rojas
Muerte. No, la muerte no es parte de la noche de un poeta. No revela el universo del poeta, el anhelo de la muerte. No es necesariamente huir. Ni siquiera dejarse llevar. Solo devela su sentir más hondo. Es su cuerpo. Muerte para invocarla en cada verso. Muerte como escape de una misma, verdad a medias.
Muerte. Sí, acercarse a la muerte desde el perímetro de un poema es una forma de ir muriendo. Sí, cerrarse al sol, perderse de todo y de todos. Llevar la muerte cada día como un puñal o un bolsillo repleto de pastillas. La muerte y sus múltiples posibilidades solo son certezas cuando una canta dulce y se muere luego. Así en la vida como en la poesía Carolina Patiño (Guayaquil, Ecuador 1987-2007). Se fue a la muerte con 20 años. Se metió en la poesía con todo, como lo exigen la poesía y sus cuchillos. En Te suicida los vasos comunicantes y los túneles se extienden y se entrelazan con la misma fuerza poética de Atrapada en las costillas de Adán (2006), parecido ritmo, misma precisión en el lenguaje, imágenes de filigrana surrealista, dardos sangrientos que tocan la locura y la filosofía. Las constantes: erotismo, dolor, angustia y muerte.
Pero es en Te suicida donde está la poesía verdadera. Ahí se dibuja misteriosamente eso de nacer y vivir dolorosamente la infancia, para luego en la adolescencia apasionada y desencantadamente llegar a los puñales sangrientos de la desilusión total, la desidia que quema, el desamor que marca, la locura latente, y esperando en el ahogo de la cotidianeidad, llegar un día a la certeza de la muerte.
La muerte como una luz terrible que se ama y se busca con la misma intensidad que se busca el amor. La mejor manera de morir/ mostrarme con lágrimas /no fue buena idea/ alguien me dijo que debí notar que vendrías por más/ vendo mi alma solo por esconderme de ti. Amor asfixiante y desesperado, la muerte en el cuerpo y el dolor…siempre ahí, quemando y ardiendo en los versos…en la vida de esta voz cegada antes de tiempo. Pero hay que darle tiempo al tiempo porque la muerte no es necesariamente huir de la vida, de la poesía.
Te suicida
Por Sonia Manzano
Poesía conmocionante que grafica con desoladora contundencia el “infierno de Sísifo” en el que se genera su tensionada verbalidad, Te suicida, ópera póstuma de Carolina Patiño (Guayaquil, 1987), es el tácito itinerario cumplido por una voz lírica alrededor de un imaginario caótico, a quien la Poesía le impuso -¿o ella le impuso a la Poesía?- la condena de llevar el monto incuantificable de sus desgarraduras anímicas hasta la cima de lo humanamente soportable, para desde ahí, pese a sus deseos por impedir lo previsible, observar el espectáculo de ver cómo éstas, integradas a un todo compacto, como un trozo de basalto, vuelven a rodar hasta el vacío. El yo discursivo de este insólito poemario –en cuya textualidad se entretejen miedos, pesadillas, ternuras caldeadas por lenguas eróticas, euforias repentinas que duran lo que dura la luz de una bengala-se desdobla continuamente en otro “yo”, en una identidad que se parapeta del otro lado del espejo para desde ahí socavar a diario la imagen de quien cree estar frente a su réplica, cuando, en realidad, ha pasado a ser la duplicación de ese sujeto que desde su encierro de vidrio ejerce una peligrosa fascinación sobre quien le suministra imagen visible; atracción similar a aquella a la que no se pudo resistir el poeta César Dávila Andrade cuando, en un hotel de Caracas, “cortó su pacto con la vida”:
“Ahora que me he mirado en el espejo por horas
ruego que se corte mi pacto con la vida.”
Ese “yo sangriento” cuyo dominio trágico es similar al que con persistencia recorrió la poética de Alejandra Pizarnik, deja su impronta agónica en varios espacios textuales de Te suicida, a manera de signos premonitorios, los que en su conjunto configuran un sistema simbólico en el que, como es fácil predecir, el color rojo impone su significado de corte o cercenamiento abrupto sobre cualquier otro significado de permanencia o aferramiento a la continuidad vital que pueda advertirse en este poemario, irremediablemente escrito bajo la presión de una cuenta regresiva: “Mientras el reloj de arena rojo/ aparece y desaparece”.
Las imágenes que afloran desde los “vidrios rotos” de un simbolismo concebido para desprestigiar la inanidad de la existencia –“es tan vulgar el día”-, no pueden ser más radicales, por la fuerza anímica que ellas conllevan, a más de por esa reconocible calidad estética que les es inherente:
“Mi abuelo ataca con sus ojos blancos
las teclas del piano púrpura”
(El raticida que no funcionó)
La voz lírica tiene en la presencia que ha verbalizado, a su imagen y semejanza, a una interlocutora impasible, a la que sitúa dentro o fuera de ella, para abordarla desde cualquier ángulo, para tenerla cerca de sí cuando se hace urgente la necesidad de descargar el peso existencial, aunque sea momentáneamente, en los hombros de su yo clonado:
“Pero ahora que te veo desde este ataúd
me es tan difícil tenerte lástima”.
Esa réplica con voluntad propia en la cual se instala “la resaca de todo lo vivido” a veces se desplaza hacia un “él” ocasional, presencia que se configura con más fuerza cuando interviene el componente erótico, valor agregado a la esencia desconcertante de esta poética al que la autora maneja con una ávida y funcional sensualidad:
“Arranca lo que queda de piel
úntame tu caramelo blanco en la espalda
gánate mis entrañas otra vez”.
La idea de la persecución, es una constante fundamental en esta poesía que a sí misma trata de darse alcance para autoagredirse. Arlequines vengativos, lobos hambrientos, payasos en blanco y negro, campanas ensordecedoras, monstruos “dispuestos a devorar” y más referentes concebidos en la matriz desolada de un miedo obsesivo, extienden sus alas depredadoras para arañar los brazos “muy cerca de las venas” de su pieza de caza.
Un carrusel de criaturas oníricas gira en torno a una música en la que se han disuelto antidepresivos de doble punta de lanza, es decir de aquellos que adormecen al dolor inútilmente, porque, de pronto, ese dolor peligrosamente represado, vuelve por sus fueros para arrasar con todo lo vivido.
“Payasos en blanco y negro
vienen a jugar conmigo
por las noches
me persiguen
como lobos hambrientos”
“Arlequines vengativos vienen a rezar conmigo
y se dan cuenta de que ya no respiro”
En cuanto al tono del lenguaje, éste se presenta retador, plagado de advertencias, imbuido de una actitud acusatoria hacia los supuestos causantes del descalabro próximo a acontecer o ya desde siempre acontecido:
“Demasiados espejos
descuelgan tambores en mi funeral”
Incrementado el tono drástico de Te suicida, se detectan términos que connotan ruptura, cercenamiento, agresión, como los verbos destripar, arrancar, arañar, romper, golpear, gritar, utilizados en forma deliberadamente reiterativa.
Una tristeza violenta, una agonía que se revela ante su propia permanencia golpeando “su rostro contra el suelo”, es la que se percibe en estos versos:
“…creen que estoy rota
pues lo estoy:
como esa muñeca de porcelana
a la que le arranque los ojos”
“destripa mis miedos angelito”
La utilización del ego faccioso como instrumento válido para acceder a la sobrevivencia, es desechado por la hablante con un tajante ¡suficiente!, cuando repara en que ella es capaz de respirar por sí misma sin necesidad de que quien la habita –quien la socava, quien la mina- lo siga haciendo por ella, pues éste ha perdido gradualmente credibilidad, por lo que la autora le ha asignado ubicación “debajo de la muerte”:
“Y ahora que sé que respiro por ti
puedes irte y no despertar adentro”
“Estabas por encima de la muerte
pero ya no”
La poesía de Te suicida, llega a adoptar visos de tragedia griega, cuando la hablante reconoce que todo el tiempo ha sido ella la que ha alimentado con sus jugos nutricios a ese ser que le corroe las entrañas.
Aniquilar a los hijos potenciales, incluso antes de que existan, abortados de la mente antes de que adopten la condición de cigotos, es la propuesta que declara la hablante frente a la posibilidad de una maternidad futura, la que resulta del todo inconcebible dentro del azaroso presente textual en el que se desplazan las incidencias más significativas de esta poesía.
La voz lírica “limpia el desorden de los cuerpos en la cama”, y paralelamente arranca de raíz cualquier signo de sobrevivencia que pueda haber sido gestado a causa de esos entrenzamientos entre ella y la duplicación distorsionada de sí misma. Así, reduce a nada cualquier vestigio de vida futura, aunque no es capaz de evitar que dentro de las consecuentes cenizas existenciales, broten las pruebas irrefutables de que “detrás del tema/siguen siendo ellos/ los hijos asesinados por (su) otro yo”¿Y qué pasó con la fe cristiana que no intervino para frenar la mano de la hablante cuando ésta quiso interrumpir, en forma abrupta, el hilo de su escritura?, pues la fe, después de haber dado sus manotones de ahogado en su particular asfixia, se dejó arrastrar hacia ese “mar final” cuyos contornos fueron alguna vez verbalizados por la aguda percepción lírica de Ileana Espinel.
Pero en ese trayecto que media entre la desolación y la Nada, se anota un “alto” efectuado por la fe, ya ostensiblemente disminuida, de la hablante con la intención de interrogar a quien solo podrá entregarle, a modo de respuesta, su silencio impasible:
“Tú relampagueas
¿Qué haces allá arriba?”
Te suicida es un poemario rotulado con esa advertencia que suelen exhibir ciertos frascos cuyos contenidos son de alcances contundentes. La advertencia se cumple cuando uno ingiere esta poesía por la lectura y después de ello se queda con la sensación de que la palabra es una dimensión en la cual convergen, en dosis arbitrarias, la belleza, la vida y la muerte.
Publicado por Buseta de Papel
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