viernes, 26 de noviembre de 2010

RAFAEL JOSÉ DÍAZ [2.127]



Rafael-José Díaz 



(Santa Cruz de Tenerife, 1971) 

Rafael-José Díaz es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de La Laguna. Dirigió entre 1993 y 1994 la revista Paradiso. Fue lector de español en la Universidad de Jena (1995-1998) y en la Universidad de Leipzig (1998-2000).


Después de residir en la villa de Agüimes (Gran Canaria) y en Madrid, ejerce de profesor de Lengua Castellana y Literatura desde 2015 en el I.E.S. Teobaldo Power de Santa Cruz de Tenerife. 


En 2014 participa, invitado por la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, la Cátedra Vargas Llosa y la propia FIL Guadalajara, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México).


Poesía y narrativa


Ha publicado siete libros de poesía hasta la fecha: El canto en el umbral, Llamada en la primera nieve, Los párpados cautivos, con el que obtuvo el premio Tomás Morales de poesía 2002, Moradas del insomne, Antes del eclipse, Detrás de tu nombre y Un sudario.


Ha colaborado con los pintores Jesús Hernández Verano, Vicente Rojo, Gonzalo González y Fernando Álamo con poemas publicados en las carpetas tituladas, respectivamente, Las cuerdas invisibles, La azotea-Réquiem, Jardín del horizonte y Un personaje para Bibli.


Ha sido incluido en las antologías Paradiso, La otra joven poesía española, Los transeúntes de los ecos, Poesía pasión, Campo abierto, Última poesía española (1990-2005), La inteligencia y el hacha y Poesía canaria actual (A partir de 1980).


También ha frecuentado la prosa diarística en La nieve, los sepulcros y la ensayística en una compilación de ensayos literarios publicados en 2007, Rutas y rituales.


En 2009 escribió un conjunto de prosas en Tenerife: Insolaciones, nubes. Por otra parte, ha entregado un primer libro de relatos, Algunas de mis tumbas, 2009. En 2014 ha publicado su primera novela, El interior del párpado, concebida como un conjunto de fragmentos de una autobiografía ficticia. En 2015 publicó un conjunto de prosas misceláneas titulado Las transmisiones. Veinticuatro lugares y una carta. En su blog 'Travesías' publica regularmente textos breves en prosa.


Traductor


Por otra parte, Rafael-José Díaz ha traducido del francés, del catalán, del alemán y del italiano. Ha vertido la obra de Gustave Roud, Philippe Jaccottet (muy especialmente), Jacques Ancet, Hermann Broch, Arthur Schopenhauer, Fabio Pusterla y Ramón Xirau, entre otros.


Valoraciones

Rafael-José Díaz está considerado por los críticos como uno de los máximos exponentes en la poesía española contemporánea más reciente y su obra, en palabras del poeta y crítico Lázaro Santana, "toma como punto de partida la realidad para hacerla ver distinta, única, aunque la experiencia que trasmite podamos compartirla o, incluso, ser también la nuestra". Se trata, según Francisco-Javier Hernández Adrián, profesor de la Duke University en Carolina del Norte, de "un poeta raro, en absoluto predecible, que muestra cómo la poesía, en esta voz poética, celebra de manera extraordinaria la vida del lenguaje, de la imaginación y de la más íntima verdad".


En opinión del poeta mexicano Julio Trujillo, "Rafael-José Díaz cree, pues así nos lo hace saber en reiteradas ocasiones, en esos momentos aparentemente anodinos que, bien mirados, salvan constantemente al mundo. Son pura fugacidad: unas nubes que pasan y que la luz de la luna contornea, unas golondrinas velocísimas, el recuerdo de un rostro entrañable, una silueta en la cama, momentos que ya sucedieron (o que en algunos casos están por suceder) y que nos devuelven a nosotros mismos, en soledad, transformados ya en pensamiento, en un pensamiento que es el auténtico teatro de las representaciones."


En palabras de Philippe Jaccottet en su prefacio a Le Crépitement — antología bilingüe de la poesía de Rafael-José Díaz publicada en Francia en 2007—, sus poemas se componen de "palabras claras y simples pero que, en su curso tranquilo, llegan casi a alcanzar ese umbral oscuro que sólo pueden mostrar sin atravesarlo".


Rafael-José Díaz no podía menos que abandonarse al asombro cotidiano de nombrar el cuerpo iluminado en el poema, paisaje erotizado donde la palabra busca un nuevo hábitat, vislumbrar los límites de lo decible. Procura cercar el sentido y sonríe al ver cómo se escapa nuevamente. El lenguaje, el cuerpo, la luz. Los iguala que sean todos inasibles. Dejarse cautivar, preservar la mirada bajo el párpado.


Iván Méndez González



Obra poética


El canto en el umbral. Calambur, 1997.

Llamada en la primera nieve. Editorial La Palma, 2000.
Los párpados cautivos. Cabildo Insular de Gran Canaria. Departamento de ediciones, 2003.
Moradas del insomne. La Garúa, 2005.
Antes del eclipse (2003-2005). Pre-Textos, 2007.10
Detrás de tu nombre. Cajacanarias, 2009.11
La crepitación. Poesía reunida 1991-2006. La Garúa, 2012.
Un sudario. Pre-Textos, 2015.

Obra narrativa


Algunas de mis tumbas. Ediciones Idea, 2009.

Disolución. Léucade, 2012.
El interior del párpado. ATTK Editores, 2014.12
Insolaciones, nubes. Polibea, colección Los conjurados, 2010.
Las transmisiones. Veinticuatro lugares y una carta. Polibea, colección La espada en el ágata, 2014.

Diarios


La otra tierra (marzo-diciembre de 1995). Editorial Ultramarino, 2004.

Las laderas del rostro (enero-marzo de 1996). La fragua de Vulcano, 2004.
Al pie de las constelaciones, S. Cruz de Tenerife, La playa del ojo, 2004.
La nieve, los sepulcros: diarios (abril de 1996-septiembre de 1997). Ediciones Idea, 2005.

Ensayo


Rutas y rituales. Ediciones Idea, 2007.


Libros en colaboración con pintores


Las cuerdas invisibles, en colaboración con Jesús Hernández Verano. El Resplandor, 1996.

La azotea-Réquiem, en colaboración con el pintor Vicente Rojo. Ateneo de La Laguna, 2001.
Jardín del horizonte, con Gonzalo González, Tabacos Cita, 2006.
Insolaciones, nubes, con José Herrera, Polibea-Los conjurados, 2010.13

Un personaje para Bibli, con Fernando Álamo, Espacio Bibli, 2014. [Edición artesanal de 60 ejemplares numerados, cada uno de ellos con una obra original de Fernando Álamo]



LAS SIETE CAÑADAS



El volcán no es un sueño. Tú y yo lo rodeamos

por las siete cañadas bajo el sol
que giraba más lento que nosotros.

No dormía el volcán. Acompañaba
los pasos entre flores, los abrazos furtivos
como hogueras al borde de otro cielo.

Tú descubriste para mí dos pájaros
conversando abrasados por las ramas
que ardían con el fuego antiguo del volcán.

El sol o el ojo o el cráter
daban luz y embebían
la luz que sólo daban los párpados del sueño.

Párpados,
tus párpados,
enhebrados al sueño de los míos.

Como la tela de la araña
que vimos resistirse al viento
y a la presencia oscura del volcán,

así los párpados delgados
buscaban en el aire el centro intacto
de la vida y la muerte.

Secreta estancia del amor, adonde
tú acudías de muy lejos, del centro
de una tela tejida entre el sol y la nada.

No era un sueño el volcán. Por las siete cañadas
nos decía la luz que no era un sueño
el amor, que otra luz verían los ojos a la sombra del sueño.

[De Los párpados cautivos, Las Palmas, Ediciones

del Cabildo de Gran Canaria, 2003]



BRECHA SOLAR

Pienso ahora
que ha sido sólo aquí, en este banco
de un parque en el que fui
un niño que corría, se internaba
entre las hojas de la tarde
y se escondía
tras los troncos de arbustos y palmeras,
fingiendo olvidarse de su madre,
pero siempre pendiente de sus ojos, su voz;

que ha sido sólo aquí, en tantos días
de veranos sucesivos, de brechas
abiertas entre tiempos de ausencia o de ceguera,
donde el sol descorría
las cortinas de nubes, delicado,
y bajaba hasta el cuerpo, hasta la ropa
ligera que lo cubre en el verano,
hasta el libro, hasta el iris
de los ojos que leen, hasta
las manos que componen sin saberlo otro libro,
menos luminoso;

pienso ahora, también, aunque tal vez
lo haya sabido siempre, que estas nubes,
en su danza, descubren
y cubren, o desvelan y velan la mirada
calurosa del sol, y con sus gestos
de nada hacen que el cuerpo todo
se estremezca y recuerde lo que nunca sintió,
sienta ahora lo que nunca ha pensado
y piense en este instante y más allá
de este instante, del sello
huidizo del sol sobre el espíritu,

que ha sido sólo aquí, en este banco
de madera ya casi despintada,
donde el sol se ha entregado de verdad,
donde el cuerpo ha sabido,
desde siempre,
que su carne es un mínimo fragmento
del sol que ahora se derrama,
tímido,
por una brecha abierta entre las nubes.

(De Moradas del insomne,

Barcelona, La Garúa, 2005)




EN MEDIO DEL CAMINO



Con qué paz
me rodean
estos pinos
que nada
sabrán nunca de mí.

A lo lejos
se escuchan unos pájaros.
Trenzan sus tímidas
canciones
y yo no las entiendo.

Estoy dentro del bosque
y a la vez
estoy tan fuera de él
con mis zapatos, mi ropa,
mis palabras.

Entre las ramas cruza
una niebla muy leve.
Se oye un soplo subir
desde el fondo del bosque.
Se desliza una brisa por mi piel.

Va llegando
la noche.
No quisiera perderme
en el camino
de vuelta.

La vi ya
al ir bajando: en medio
del camino, una flor
alzada por un tallo hasta la altura
de mis ojos, blanca.

Ahora rodeada
de más oscuridad, de un verde
más profundo, es casi
un milagro ofrecido al caminante
por el bosque.

No es agua
para saciar la sed,
no tiene aroma ni excesiva
belleza, es sólo
una flor blanca en medio del camino.

Aprisa, aunque yo crea
que el blanco de esa flor podría iluminarme,
lo cierto es que la noche
nos tragará a los dos, si me descuido.
Debo ya regresar.



MUCHACHO ENTREGADO

El muchacho entregado
que siente el sexo hundido en sus entrañas
revolotear como el pico
de un colibrí alelado
o como el cuerpo entero
de una serpiente joven y extasiada

es el centro del mundo en esta playa
apartada del mundo
si su piel se embadurna con la arena
mientras hierven poseídas sus entrañas
y sus ojos no ven
más que una amalgama de mar y de deseo.

Yo nada soy, lo es todo
él en este instante, el que se entrega
a las mil convulsiones
cuya atroz traducción es que su tiempo es otro,
una flor dibujada
sin contornos visibles, una fuente en el centro de su cuerpo.

Hacer que se retuerza
hasta que, exhausto, piense que ha danzado
en cualquier posición imaginable,
contemplar su desgaste como una rendición, como una entrega,
no es más que el premio exiguo
para quien ha cuidado las puertas del edén.



ROSTRO CAMBIANTE

Rostro cambiante
que una noche te miras al espejo,
                                                imprevisto,
como si no existieras antes
o como si vinieras de un mundo que no es este
o como si volvieras
de un cautiverio, una escapada
                                                 o un naufragio,
rostro que ya no te reconoces
a ti mismo y cuyos ojos te miran
la mirada perdida que demuestra
que no es a ti a quien miras
o que un raro cansancio
despojó a las pupilas de su brillo:
lo mismo que no existes
ahora sino aquí, rostro, 
                                                 en la imagen
quebradiza que surge en este espejo,
así, tal vez, podrás
nacer un día cualquiera en otro rostro
deseado, imprevisto, como el rostro de alguien
que hubiera sido amado
una vez por tus ojos.



UNA IMAGEN RESUENA

En la mente
de un niño
quedó impreso
el momento
en que la casa ardía
incendiada de voces
junto al mar de un domingo
en el norte de la isla:
una terraza
de losetas partidas
y hierbajos acoge
a ese niño que juega
a las palas con otro
niño desconocido. 
El eco de la bola
golpeada con furor
resuena entre las voces
que llegan desde dentro: 
las voces de los padres,
las voces de las madres. 
Resuena todavía
en la mente
de un niño
que ya casi no existe
lo que entonces sonaba 
en la mente del mar. 

                         (Garachico, hacia 1980)



POEMA DE LOS CUERPOS EN VERANO

En una noche así, noche de junio, los cuerpos se abandonan
al aire del verano, y la mirada los sigue
desde lejos, sinuosa como ellos,
retenida en el cuenco de los ojos
como un agua que nunca, aunque quisiera,
pudiera desbordarse. 
Cruzan, en una noche así, los cuerpos
en torno a la mirada que intenta capturarlos,
deambulan sin saberse deseados,
se detienen en grupos junto a un banco
o pasan, desafiantes, solitarios,
mientras alguien les lanza una red invisible
y los caza un instante para luego soltarlos,
pero no porque sienta piedad de su belleza,
sino porque la red es frágil además de invisible
y enseguida se rompe bajo el peso de un cuerpo. 
Las capturas fugaces, las ganancias y pérdidas
que en una noche así no dejan nunca
de sucederse dan a la mirada
un poder que no es más que una miseria,
y ese aroma volátil que es un cuerpo que pasa
cava un poco más hondo el agujero abierto
al principio del tiempo
por aquel primer cuerpo que perdimos
en el preciso instante en que creímos ganarlo. 
Las ropas del verano, camisetas sin mangas,
bermudas y sandalias,
pantalones de lino, e incluso, a veces, 
unos torsos desnudos con la playera al hombro
consiguen detenernos al borde de la acera,
o nos obligan
a acelerar el paso
o a desviar nuestro rumbo por calles de otros barrios.
Por un tiempo
vamos en pos del cuerpo que irradia desde lejos
su gracia o su tersura, su escultórica
silueta o, simplemente, la danza de sus pasos. 
Dejamos que se aleje en su mundo no nuestro,
que regrese al lugar del que salió esa noche,
es decir, a todo 
lo que no es nuestra mirada,
y acaso alguna vez nos atrevemos
a imaginar su vida allí, su cuarto, su familia, su cama, sus deseos,
y entonces somos ya algo más que mirada,
somos como demiurgos que creamos homúnculos
y no nos atrevemos a soplar en su frente
para que cobren vida porque estamos seguros
de que caerían convertidos
en polvo a nuestros pies. 
Preferimos, entonces, no imaginar ya nada, 
limitarnos al goce de su paso incorpóreo,
como si fueran simples
figuras que desfilan
por algún escenario al que se nos hubiera
prohibido acceder,
meras sombras que afloran en medio de la noche,
a las que no podríamos hablarles
porque no pueden escucharnos,
sombras de un inframundo que se hubiera instalado
por poco tiempo aquí, en nuestro mundo,
semidioses que portan la alegría
y también la desgracia, la presencia y la ausencia
en el instante de su aparición.





7 poemas de Un sudario (2015),

por Rafael-José Díaz




Hacia la orilla

Se prolonga el verano, es una luz abierta
la que surcan los pasos
sobre la arena. En cada paso

se abre más esta luz que la palabra
luz no puede contener.
Y en cada paso, como en cada ola el mar, crece el verano.

Voy solo, es la mañana
de un sábado cualquiera de otro mes de septiembre.
Pero nunca había visto esta flor amarilla

que la aulaga protege del viento de las dunas
con su cuerpo de ramas espinosas
(a veces lo que hiere oculta una ternura).

Voy solo, y cada paso
convoca en la memoria imágenes sin peso
que brillan un instante, como si

la arena, en su calor acometida
a cada paso por un pie más próximo a la muerte,
desgranara en el aire, en la memoria,

imágenes de un tiempo alejado de la muerte.




No es el viento quien habla

Y después de morir desmantelaron

la casa en que vivía. Donde estuvo
tendido, retorciéndose, mi cuerpo,
y enseguida cadáver, asquerosa
materia a la que nadie, en vida,
pudo nunca amar,

se acumulan ahora los cubos con que limpian
el suelo en que caí,
la grasa acumulada
de los años inútiles, los vómitos,
las heces, el esperma que en piel
alguna se vertió, la podredumbre
que fui ya desde el vientre de mi madre.

Se asoman mis parientes,
con sus miradas ácidas,
a ventanas que siempre
mantenía cerradas. 
Nada valen los muebles, pero ellos
ya los han retirado para usarlos
en sus sucias covachas.
Duró poco su llanto, porque poco
duran las lágrimas forzadas.

No pude resistir. Luché
con el volumen de mi cuerpo,
dejaba de comer durante días.
Luché contra los rasgos
deformes que heredé de mi deforme
familia. Compensé con pasión,
con sonrisas difíciles, ilusas,
con ánimo, con vida,
la muerte, el desamor
que siempre me rondaron.
He estado a punto de cumplir los treinta.

Lo único que queda, pero ya no sé dónde,
es el amor que di a quien no pudo amarme.

(David)




RETRATO

Está desnudo en casa y, como un perro,
devora lo que encuentra: desechos, carne cruda
en huesos
de recientes cadáveres;
se agacha a defecar si le dan ganas
y difunde los rastros de su baba
por alfombras, sillones y cojines
en los que a cualquier hora, luego,
se recuesta a dormir,
saciado, en flácida postura.
Al despertar les ladra
a sombras que no sabe
si nacieron de un sueño o de su propio
cuerpo encogido, quejumbroso,
mientras se despereza.
Olfatea los cuartos,
se golpea el hocico en las esquinas
antes de vomitar
y gime
como si fuera un perro abandonado,
sin saber que no hubo nunca un dueño,
que nunca hubo calor junto a su llanto
y que nadie roerá
sus huesos ovillados.



NIÑO EN EL MAR

El niño que se esconde
del mundo entre los pliegues
de las olas que rompen,
ya avanzada la tarde,
y no acude, travieso, a las llamadas
de su madre, al almuerzo
ya listo para toda la familia,
no ha sido nunca un niño
desobediente, indómito.
Es tan sólo que siente
por vez primera el agua entrelazada
como un dios con su cuerpo.

Sumergido hasta el cuello,
se ha dejado acunar
por lo desconocido.
Contempla las montañas
y se dice que son
igual de inaccesibles ahora mismo
que su cuerpo a las manos familiares
que lo llaman en vano:
también ellas rodeadas por un dios.

Se dice todo esto sin palabras,
o acaso es cada poro
la boca en que se forma
una sílaba muda.
Y el mar un solo oído inmenso.

No quiere desprenderse
de las dulces ventosas
de la arena mojada.
No siente hambre ni sed:
es un cuerpo en la orilla,
pero apenas humano.
No sabe que la noche
cerrará en torno a él,
más tarde, sus compuertas.

Su cabeza nos mira
desde el fondo del tiempo:
allí, sobre las olas.



LA INTIMIDAD

Y ahora,
atrapados como estamos
en estos terraplenes de jugosa luz última,
¿vas a decirme que no tiene sentido
ni siquiera atreverse a respirar
a medida que el viaje de las nubes
se adentra en las montañas,
respirar en el límite
y pensar que detrás de lo que respiramos
está la imposibilidad de respirar,
la extática tiniebla?

Te escribo porque apenas
lo he hecho últimamente,
arconte o diosecillo,
ángel faunesco
o serpentino mordedor
de tantas horas que el tiempo no quiso devolver.

Conozco tus caprichos,
pero soy más paciente que al principio.

Estoy sentado, mírame,
al borde de la oscuridad.

La luz se filtra desde inmemorables
gradas por las que no podríamos
descender o subir.

La memoria se engaña
creyendo que conoce el asiento de la sombra.

¿Vendrás
a hacerme compañía
en este umbral donde te conocí
para jugar de nuevo
al escondite que inventamos?

Ya sé que no vendrás.
Los árboles me miran
una vez más, materia absorta
que dibujara un día los rostros de la descomposición.

Ahora soy yo quien los dibujo
para que, sin necesidad de respirar,
pueda volver aquí
siempre que lo deseen las montañas.



LANZAROTE

Una luz excesiva
para pensar la muerte.

Poca sombra bajo árboles
casi ya doblegados.

Nadie con quien hablar
salvo algún extranjero.

Y aun así, francamente,
poco tiempo, apenas.

No es la isla soñada
por poetas, pintores.

La saliva se gasta
aquí en mendicidades.

Desmenuzo unas sílabas
para el sol en mi boca.

Clausurados, los cráteres
son ya sólo jorobas.

Se desgarran los vientres
del viento entre los muros.

Vale más alejarse,
no volver sino en sueños.




NOCHE DE SUEÑOS

Yo sé a quién amo: sé que no me engañan
los fragmentos de sueños sucesivos
que aletean perdidos en la oscura
mañana en que despierto cada día
y que recojo con mis manos torpes:

en ellos vuelvo a verte, celebramos
un nuevo nacimiento del amor,
nos separamos mientras tu mirada
se adhiere, frágil y orgullosa,
a la mía como tantas otras veces.

Siento tu lengua en besos
que antes no sabías darme, acaso
porque ahora te invento como quise que fueras
o porque has aprendido, en este tiempo de ausencia,
a besar con el otro para hacerlo
mejor ahora conmigo, dejando que tu lengua
se enrede lentamente con la mía,
retirándola luego sin rudeza y entregándola
una vez más, más húmeda, con todo
el ardor que has guardado, si los sueños no engañan,
en todos estos meses para mí.

Un patio de colegio, una parada
de autobús en donde tres, cuatro personas
depositan de pronto un cadáver de rostro
desfigurado, acaso el del amor
que ha muerto y del que huimos
cogidos de la mano hacia una nueva vida.

Amar es olvidar

la vida sin amor que fue como la muerte.







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3 comentarios:

  1. Estimado Fernando Sabido:

    mil gracias por incluir mis poemas en tu blog. Y también por las palabras de presentación que me dedicas. Solo un par de sugerencias: los dos primeros poemas aparecen muy juntos; se podría separarlos un poco, para que no se confundan. O poner sus títulos en mayúsculas. La otra cuestión tiene que ver con "Las siete cañadas": la última estrofa tiene tres versos, igual que las demás; tal vez reduciendo un poco el cuerpo de letra puedas evitar que la palabra "sueño" quede suelta como si fuera otro verso.

    De nuevo gracias y enhorabuena por tu iniciativa de difusión de la poesía.

    Un saludo, Rafael-José Díaz

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  2. Rafael, espero se haya arreglado así ya

    y gracias a ti por tu poesía
    un abrazo
    Fernando

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  3. Gracias, amigo Fernando. Queda ahora mucho mejor así. Un cordial saludo. Rafael

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