Gabriel Insausti
Gabriel Insausti Herrero-Velarde, nacido en San Sebastián en 1969, poeta, traductor y profesor de literatura. Es Doctor en Filología Hispánica y en Filología Inglesa, Master of Arts en Filosofía y en Historia del Arte. Ha sido visiting scholar en las universidades de East Anglia y Aberdeen. Desempeña su labor docente en el departamento de Literatura hispánica y Teoría de la literatura de la Universidad de Navarra. Ha traducido a Cecil-Day Lewis o los románticos ingleses (Coleridge, William Wordsworth), así como a W. H. Auden o John Henry Newman. Ha publicado también libros de investigación filológica (La presencia del romanticismo inglés en el pensamiento poético de Luis Cernuda) y textos sobre cine (Tras las huellas de Houston), aunque su producción más importante es la poética. Ha sido coordinador de la edición crítica de la obra poética de Jorge Oteiza, editado en 2006 por la Fundación del mismo nombre. Recoge los poemas de Oteiza editados en títulos como Existe Dios al noroeste (publicado en 1990), Itziar, elegía y otros poemas (editado en 1992) y otros textos dispersos.
Comentario a su obra
Gabriel Insausti ha ganado varios premios literarios. Su obra abarca perspectivas diversas. En Últimos días en Sabinia, por ejemplo, recrea -con alusión a Horacio- la actitud del poeta que ve próximo el final de su vida. Con cierto escepticismo e ironía frente a los éxitos pasados, se interesa por la vida campestre y los placeres cotidianos. Intenta emular el cuidado ritmo que marca la poesía del autor latino, en busca de la perfección formal, pero, sobre todo, de la recreación psicológica del personaje.
Premios literarios
Premio de poesía “Arcipreste de Hita” 2000 por Últimos días en Sabinia
Tercer puesto en el Premio Nacional de Poesía 2002, también por Últimos días en Sabinia
Premio de Poesía Manuel Alcántara, 2013
Obras
Lecciones de lingüística (1990)
Juglaría (1992)
La presencia del romanticismo inglés en el pensamiento poético de Luis Cernuda, Ed. EUNSA, Pamplona, ISBN 84-313-1775-2
Noche a noche
Vísperas del silencio, Diputación Provincial, Soria, 1992
De todo cuanto habla (1994)
Tras las huellas de Houston, Ed. EIUNSA, Barcelona, ISBN 84-8469-127-6
Últimos días en Sabinia, Ed. Pre-Textos – Ayuntamiento de Alcalá la Real, Valencia, 2001
Destiempo, Ed. Renacimiento, Sevilla, 2004, ISBN 84-8472-102-7
Cristal ahumado, 2006
Vida y milagros, Ed. Pre-Textos, Valencia, 2007, ISBN 84-8191-798-2
Cámara oscura (2012)
Línea de nieve, Pre-Textos, 2016 - ISBN: 978-84-945788-2-3
Cromlech de Oianleku
Al verlo desde el cerro se diría
que ha estado siempre aquí.
Junto al camino
que desciende después por la hondonada,
lo guardan unas hayas solitarias
que ahora, con la niebla, titubean
como una foto en su emulsión de plata
que empezase a cuajar.
Y su reposo,
lo eterno de su gesto mientras hago
sitio entre los helechos y me siento,
su modo de guardar sin clausurarse,
¿son imagen de qué?
Sé que no debo
buscar en estas piedras el idioma
de un tiempo ajeno, y que la luz las rige
y que no afirman nada.
Solo trazan
un cerco irregular donde parece
que uno podría ver el mundo en una brizna,
silbar una canción, cambiar de dioses,
saber que ha de morir.
Quizá por eso
he venido esta tarde a su trasmano.
Lejos
Sucede en estas noches calurosas
de finales de agosto.
Desde casa,
con la ventana abierta, a oscuras,
vemos pasar sobre los montes
unas nubes lentísimas.
De cuando en cuando,
hay un bramido sordo, grave,
y un hilo incandescente que ilumina,
por un momento, el cielo.
Poco a poco,
se pierde en la distancia esa tormenta
con su rumor muy tenue.
Y solo queda
la calma en la que luego respiramos
en nuestra habitación, mientras acude el sueño
y entre las sábanas sentimos algo,
parecido a la culpa, que no cesa.
Nieve en Roncesvalles
I morti maturano,
Il mio cuore con essi
(Quasimodo)
Dicen que fue aquí.
Sobre esta loma,
intento imaginar el paso de los carros,
las armas, los escudos, las monturas,
en una larga sierpe exhausta
bajo el castigo de otra luz.
De pronto,
una flecha que silba por el aire
hasta encontrar un cuerpo.
Y, luego,
estrépito de espadas, gritos,
la sangre de las bestias y los hombres
mezclándose en un mismo cieno oscuro
y una nube de polvo que se aleja
hacia el olvido y la derrota.
¿Quién absuelve
al que vierte en sus actos nuestra ira,
qué mito lo redime?
Intento
imaginar mi rostro entre esos miles
de guerreros sin nombre, mientras la nieve cubre
su tumulto mortal, borra mis huellas,
confunde tierra y cielo,
y no distingo
siquiera si soy uno de los nuestros.
Exigencias
Todos los hombres han de ser
hermanos.
Todas las rosas han de ser eternas.
Con cada haz de luz o cada gota
de lluvia ha de cumplirse algún teorema.
Siempre ha de haber un pájaro en la rama
como una sola, mínima, corchea.
En la verdad del mundo ha de leerse
la mentira piadosa de un poema.
Línea de nieve, Pre-Textos, 2016
EL ECO DE MI PROPIA FANTASÍA
¡El lento resoplar de aquellos trenes
en la estación del Norte!Los andenes
vestidos de un tumulto desgarbado,
los mozos, la consigna, aquel tejado
que daba en las cocheras a la vista
un toque Victoriano o impresionista.
Un silbato: la hora. Los viajeros
repetían adioses y tequieros.
Después, sobre el espacio de la vía,
flotaba una sutil melancolía
que contaba, sin fin, la misma historia
eterna como el giro de una noria.
Yo veía pasar esos vagones
cargados con las tercas invenciones
de mi imaginación, hacia un lejano
paisaje del oeste americano.
Así, sin sospechar de los países
su seca geografía en tonos grises,
viajaba en una azul locomotora
que entonces era mágica. Y ahora
la estoy viendo llegar desde el pasado:
los mozos, la consigna, aquel tejado...
Extraña realidad, que parecía
el eco de mi propia fantasía.
LAS CIGÜEÑAS
Para Eduardo y Alkain
Suelen llegar sin falta a nuestros pueblos
en los días de marzo, inevitables
como el sol que las guía. Y traen consigo
el cansancio cobrado de otras tierras
cuyo clima mudable les obliga
a buscar el cobijo entre nosotros.
Construyen en la torre de la iglesia
la corona de espinas de sus nidos
y encuentran en las piedras, agrietadas
por la edad o el descuido de los hombres,
la insólita firmeza que persiguen.
No saben nuestros sueños, desconocen
que acaso sus celosos anfitriones
sentimos el deseo de imitarlas.
Su estancia sólo dura lo que el paso
del viento, lo que dura su fatiga.
Se marchan y las vemos alejarse
hacia ese sur que nunca exploraremos.
LA POESÍA
Ese raro momento en que las cosas
y su nombre coinciden. Esa insólita
urgencia por salvarlas del olvido
que entonces se abre paso entre palabras.
Ese instante certero que trastoca
la luz de los objetos y nos muestra
su humanidad posible. Esa certeza
que después sobreviene recordándonos
cómo todo camina hacia la muerte.
Poemas de la permanencia
(Gabriel Insausti: Los cuerpos, sus horas, sus nombres)
Tierra indolente. En vano
resplandece el destino.
Junto a las aguas quietas
sueño y pienso que vivo.
Luis Cernuda
Y hoy sabemos que las noches no son nuestras
y es inmenso el mundo.
Gabriel Insausti
Es recurrente en la obra poética de Gabriel Insausti (San Sebastián, 1969) cierto mal del caminante. Trasponer los pasos, salvar el paisaje que declina a los costados mientras se avanza, trazar una línea que enhebre el horizonte a ese tiempo ido que tenue, vacilante aún perdura a nuestra espalda. Para el caminante el paisaje es siempre interior y reproduce la extensión sin márgenes de un erial. A cada paso acuden los nombres de las cosas; huellas en la luz que salven el páramo, los desiertos de la noche, la intemperie. La palabra poética de Insausti es memoria de estas cosas, instantes de los cuerpos idos.
Raíz de los cuerpos
La memoria cerca la mirada, levanta setos, apacigua el crecimiento de la vida en huertos cerrados y jardines, escarba reductos, “casa apartada, casi torre / cercada por la escarcha y el silencio”. Desde la ventana de un estudio, apostado en la balconada con el mundo conocido a la espalda, tras una verja; dominios aparentemente a salvo desde donde poder auscultar el paisaje y su tiempo, el mundo bajo los efectos anestésicos de sus nombres, la fiebre de los bosques reducida al recuerdo de un solo árbol, el afuera al fin cercado, jardín del mundo donde poder transplantar, como afirma, “la eternidad fallida de las cosas”, su “rostro rutinario”, su presencia sin épica, cielos como huertos, “donde pueda la mañana contemplar su recuerdo como un ángel”.
En cada una de esas cosas siento
la sombra que las niega, igual que un hado
fatal que me hace ver como pasado
el eterno llover de este momento.
La tentativa por la que la memoria pretende restaurar el tiempo ido no responde a una tímida reproducción de sus lejanos indicios. Los nombres que Insausti extiende sobre las cenizas de los cuerpos están llenos de manos abiertas, gestos, extremidades tendidas al abrazo. No se trata de rehabilitar la memoria embalsamada de los álbumes fotográficos, la distante mirada de los museos, la vida apenas en el fondo de muestrarios y urnas, sino de conferir cuerpo al tiempo, restituir su materia. Para ello Insausti tan solo parece reconocer un instrumento hábil: el lenguaje. Acaso no exista más materia para el cuerpo acontecido que el tiempo pronunciado. Muchos de los poemas de Insausti revelan esta voz de expedicionario a la realidad perdurable de los cuerpos, su mirada repasa la quietud de los objetos en las estancias, la rendida naturaleza de los huertos, la respiración detenida en los andenes de una estación amenazada por la fuga de los otros.
Los nombres
Esta permanencia de los cuerpos en lo real a través de sus nombres no está exenta de una fértil complejidad. La memoria, ese tiempo pronunciado es una porción de tierra en el hueco de las manos, certeza de haber sido, lugar, trinchera escarbada en los cuerpos. El tiempo desteje la vida de los objetos, derrama su materia, su atenta contemplación nos hiere siempre, por ello tal vez sean más nuestros en el recuerdo, ese simulacro de sus imágenes perennes. La palabra de Insausti retrata este mundo evanescente bajo la urgencia de sus nombres. El lenguaje es la estrategia por la que nos asomamos fuera del tiempo a la promesa de ausencia de que el mundo está hecho.
Así , desde mi cuarto, la mañana
completa su recuento igual que un ángel
en el cielo de hoy. Y hay que mirarlo
en toda su extensión, como si fuese
la única verdad que ahora salva,
mirarlo frente a frente hasta saber
quién dicta su inconstancia sobre el mundo,
cuál es su propio abril, qué significa.
Otra de las formas por las que el tiempo parece no alcanzarnos, estrategia recurrente en las composiciones de Gabriel Insausti, es la usurpación de otras vidas, la duplicación del tiempo propio en la escenificación de otras existencias contemplativas. Así, en un tono que en ocasiones recuerda el magnífico catálogo de epitafios en los que Edgar Lee Masters desentraña la historia subterránea de Spoon River, Insausti rescata el tiempo de otros expedicionarios. Bajo la forma del monólogo dramático, influencia de la poesía inglesa, y el endecasílabo, que es la respiración con la que el pensamiento rumia las imágenes del mundo, se atiende a los empeños de las soledades de Ockham, William Godwin o Wordsworth, en busca de una porción de realidad ontológica, política o poética. Publio Horacio Flaco extiende su voz desde su retiro del Tíber, testamento moral en Últimos días en Sabinia (Premio Arcipreste de Hita 2000, Pre-textos, 2001).
Insausti muestra en un estrado, cuidadosamente dispuestos, cuerpos y objetos que aguardan cierto amparo en sus nombres; la escenografía de las horas calladas, episodios indolentes, vida vegetativa, contemplación del tiempo derramado en los márgenes de las cosas, urgencia del ángel, aquel que acaso sepa pronunciar las cosas en sus nombres, descifrar el viento en la enramada, el balbuceo del mundo, única voz cierta. “¡El alma de las cosas! Lo que copia / el agua con sus ondas temblorosas”. Proclama Insausti la vana permanencia de los cuerpos en su palabra, su descenso, su materia prendida a las secuencias de los minutos en los relojes de arena del cielo.
Cuatro calles, un crucero
frente al atrio de la iglesia
y el cielo
que da las horas
del río que pasa y queda.
El agua va tan despacio
que parece que me espera.
Las manos
Sin embargo, los nombres ceden, el mundo reparte su presencia sabiéndose cierto, abierto y posible cada mañana; con las primeras luces la nómina de las cosas conocidas reconstruye sus límites en el vientre de los diccionarios, y no parecen de barro los cuerpos que la lluvia y la noche arrastran. En los silencios de la noche, arden las palabras, se extienden como un sudario los nombres incapaces de pronunciar cuanto amamos, y por eso, como escribe Insausti, “es triste morder este silencio, / que haya que cantar para estar vivo”, salvar la intemperie, la indiferencia de tanta noche de espaldas a nuestros gestos. Los nombres no pueden lo que acaso sí logren las manos.
Yo debería haber sido un puñado de tierra
que supiese cada cosa en cada signo.
Pero quiero acontecer sin más como la lluvia,
demorarme en los instantes de mi tacto,
fingir ya que es cierto el mundo que parece
ante el género común del desacuerdo.
Quiero llamar mío a todo lo que existe
hasta la estricta conformidad del alma con el aire.
Es tan difícil decir lo que se ama,
tan triste aún comer la propia sombra…
Si, el mar tiene su nombre, mar,
y lo he sabido siempre, sin saberlo,
dándome de bruces con las cosas que me hablaban.
Mas dónde ir en esta hora,
dónde el sitio de la cal para mis manos,
dónde hallar un gesto sin lugar que me desdiga.
En esta tentativa por desentrañar el sentido De todo cuanto habla (Premio R. Tagore, 1993), las manos tienen la certeza de las cosas no dichas, están las manos en las cosas, son ellas mismas al fin pronunciadas. Las manos enhebran el aire a la tierra, se extienden como una raíz hasta la memoria de los cuerpos, confieren piel a todas las formas del agua. Estas composiciones reproducen la lucha agónica inscrita en la historia de todos los cuerpos. El rastro de su materia en nuestra experiencia y su posesión por sus simulacros, los nombres.
La memoria es a un tiempo reducto donde salvar de la noche la huella del cuerpo acontecido y pasto, alimento para el olvido, construcción de la lejanía. En esta tierra de nadie los nombres y las manos se debaten por fundar la certeza de haber vivido y amado. Unos y otras son comunión, no aspiran a representar los vestigios del hombre, sino a mostrar enteramente el instante de la identificación amorosa: “…sólo esto pido: / que todo lo que dejo aquí se guarde”. En este empeño los nombres y las manos conjugan el mundo posible y se reparten jirones de vida destinados a un mismo fracaso.
Tendremos el idioma de la noche y el trabajo
de imitar lo que permita concebir nuestras presencias.
Y un lugar posible en donde baste abrir las
manos para hallar el cerco de silencio que nos nombra.
Todas las paredes devuelven nuestros rostros.
Todos los caminos saben la mentira de este
mundo de barro y lluvia muerta.
Tendremos un rincón que diga cuánta dicha
es pervivir en las palabras que engendramos.
Estos cantos de la distancia y el extrañamiento en los cuerpos apenas hacen un puñado de arena, “tierra suficiente para hacer un nombre”; sólo una cosa tiene por cierta el poeta: el mar, la lluvia, el agua y demás formas de la noche “ha olvidado el sabor de esta carne”.
“Si (como afirma el griego en el Crátilo) –advierte Borges– el nombre es arquetipo de la cosa en las letras de la rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo”. A la luz de las pulsiones de Insausti, el nombre es una voz extensa, se llena de amplitud, crece más allá de los signos de la representación; no es ya ese tibio puñado de tierra del que pueda proveerse la memoria, es mostración y necesidad de “la certeza de encontrarse por entero en los lugares”, “nacer por la escritura de mi piel, abiertamente”. En las manos de Insausti prende la urgencia de nombrar de otra forma, donde el lenguaje no se agote en la realidad abarcada: “Pedir a las palabras la precisión del mar… las palabras pretenden la perfección del mar, / su eternidad redonda.” Asegura Miguel Florián en su libro Lluvias (Ávila, 1995). En las colecciones e inventarios, en los jardines del paseante los nombres también son las cosas.
POÉTICA DEL PASEANTE
Una honda formación clásica recorre la obra poética y ensayística de Gabriel Insausti. El recurso a estructuras, tonos e imaginarios heredados no restan originalidad y acierto a un discurso de pulsiones frías y elegantes al servicio de cierto objetivismo y emoción intelectual. El propio autor al repasar su trayectoria nos aclara: “He cultivado tanto el poema-imagen como el poema-discurso, la poesía onírica como la poesía estrictamente visual, el culturalismo y la mirada virgen y adánica. De todo tiene que haber, o al menos así me lo parece. ¿Eclecticismo? Más bien inquietud, que me lleva a una perpetua insatisfacción y, en consecuencia, a buscar siempre territorios por explorar. Cada libro pide una forma y un tono distintos”.
“Si echo una mirada –agrega Insausti–, encuentro mucho de ejercicio en los metros y estrofas tradicionales y de aprendizaje en maestros modernos, aunque también en los más coetáneos. Últimos días en Sabinia y Destiempo son libros en los que alguien intenta tocar distintas teclas, antes que afinar su propia voz. Lo que estoy haciendo desde hace poco más de un año es ya más testimonial: ahí si me interesa decir algo, y no simplemente construir un objeto. Veo en mi poesía una vertiente doble: poemas largos de tema “civil” o de reflexión sobre la Historia, por un lado; y poemas cortos, de contemplación de la naturaleza, por otro. En ambos acontece una suerte de epifanía: la aparición visible de una idea en la realidad física. Es la poética por la que me estoy decantando: un decidido objetivismo, el simulacro de una experiencia, con un espacio, un tiempo y un personaje... Una poesía de recorrido, del objeto a la idea, inteligible, dadora de sentido. Esa es mi idea de la poesía: más que un oficio, un modo de estar en el mundo, una actitud contemplativa que espera ese momento en que la realidad hace clac y se atisba un sentido antes semioculto”.
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