Arlette Luévano Díaz
Nació en Aguascalientes, México (1976). Poeta y editora. Es licenciada en derecho por la Universidad Bonaterra de Aguascalientes, institución en la que también cursó un postgrado en amparo. Es maestra en derecho constitucional y amparo por la Universidad Iberoamericana (León, Guanajuato, México). Ha publicado en revistas y suplementos culturales como Letras Libres, Ventana Interior, La Jornada Semanal y Ananke, entre muchos otros. Desde 1997 es editora del suplemento cultural Ananke del diario Página 24 en Aguascalientes y Zacatecas. Entre sus publicaciones se encuentran: Navegar la piel / antología de poesía erótica (Instituto Cultural de Aguascalientes, 2002); Apostillas negras (cuadernillos de talleres, Instituto Cultural de Aguascalientes, 2003); y Mujer es isla (publicación colectiva, Desierto/Verdehalago/Instituto Cultural de Aguascalientes, 2004). En el año 2006 recibió el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta por su poemario Casa en ruinas, el cual fue otorgado por el Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato (México) y publicado posteriormente por Ediciones La Rana en 2007.
TERMINARON SOLSTICIOS Y EQUINOCCIOS
Terminaron solsticios y equinoccios
No hay sobre esta tierra señal alguna del paso del tiempo
Es nuestra carne
escoria
y el derrame solamente
el vestigio de relojes consumidos
LOS DÍAS
Los días
desnudos como demonios desterrados
tampoco saben qué pasará mañana
DESPUÉS DEL POLVO
Después del polvo nada
también el llanto ha sido sepultado
EL ÁRBOL TEMBLÓ
Llegó un niño al jardín
no brincó la barda
imposible
nadie le abrió la puerta
esto no lo escribe Wilde
vi su perfil
recostado junto a un árbol
una noche sin luna
porque su perfil es de humo y plata
y no podía suceder aquí
algo distinto a la muerte
o la negación de lo ocurrido
El árbol tembló
sus raíces derramadas
llegaron hasta el cementerio
pasaron entre tumbas
y huesos extraviados
se colmaron de minerales de sal
más que si alcanzaran un río anegado
o un tesoro en un cofre de hojalata
pero a la vez absorbían
silencios ruinas fiebres
El árbol enfermó de muerte
y fuimos todos a verlo
podamos sus ramas
abonamos su lecho
mientras la tierra que pisábamos
se agitaba dolorida
sobre el lamento de las raíces
LA ÚLTIMA CARTA QUE ESCRIBÍ A MI MADRE
En la última carta que escribí a mi madre
no sé cómo
con qué signos
pero le hablé del árbol que plantamos
No espero una respuesta
si acaso yo pudiera desear algo sería
una foto suya
Pero le hablé del árbol
y de su gris contorno contra el cielo
de la bondad con que calla
de la amargura con que se va dejando morir
y mi instinto me dice
él que siempre responde aunque no lo espere
que por la tarde
dentro de algunos meses
mi madre tomará la carta
y sabrá
de toda la desesperación
con que la extraño
ME CRECEN LAS RAÍCES
Las horas náufragas se alejan
pero no tengo ya la fuerza necesaria
para salir tras ellas
Entonces me crecen las raíces
y mis brazos alcanzan verdes longitudes
sobre las que nada
vivo
se atreverá jamás a posarse
(de Casa en ruinas)
En el patio
de cuando en cuando se reúnen nuestros sueños
un castillo
poblado por mi hermana y sus sirenas
mi padre como lluvia púrpura
que moja las heridas de arena
en los senos de mi madre
ella también
un grito desnudo
un girasol en llamas
yo
los rostros que no tuve
igual un faro o un follaje
mi hermano la tempestad
que destroza los frutos
de los árboles que nos circundan
Mas siempre al despertar
con los sueños disipados ante el sol
ocurre que un canto
de olas y eucaliptos
se prende a nuestro cuerpo
y reconocemos nuestra condena
en los ojos del otro
(de Apostillas Negras)
Ya lo sabes hay cera en mis párpados
abismo en mis pupilas
un olor magro a cementerio
así que no vengas
o conocerás de mi suerte de exiliado
Tú
que aún caminas bajo el nombre de tus constelaciones
tienes otro destino
Cubre tus ojos ante este disidente
sigue tu viaje de resolana
hasta que el equinoccio te detenga
no regreses
(Inédito. Poema enterado del silencio de las cosas)
I
Un instante uno
un parpadeo
y sobre mis ojos
la tonalidad de un canto taciturno
una mano que rebasa el aire
una sombra blanca como luna
mis ojos no la buscaban
en mis ojos había pájaros
lluvia
pan
zapatos
en mis ojos ella no existía
ahora la niebla
la sed
la boca abierta
la perplejidad
Sí, hay una mujer
una mujer sobre mis ojos
deteniéndome contra la noche
una mujer
sólo que ay un velo la cubre
inmemorial
lúbrico
Sí, hay una mujer.
Pero es ella misma un silencio
hermano de esto que se calla
o tal vez un reflejo solamente
o tal vez su origen
y el mío
quizá yo un espejo sordo
Pero qué si nunca la hubiera encontrado
un desierto
el olvido
cómo la vida sin ella
cómo encontrar de nuevo mis ojos desnudos
de nuevo el paisaje silvestre
de nuevo el letargo
y la noche como único destino
la noche dulce
con los ojos niños
con el alma retraída
Hoy
sobre mis ojos
una mujer
una promesa
un espejismo impaciente
mi propia vida que estalla
envuelta en una ensoñación
hay una mujer
yo puedo mirarla
y sólo eso
sólo esperar que ella me mire.
II
Extraviado
bajo el mismo horizonte esencial
trozos de un sueño suspendido
me cubren de la llovizna
hasta dónde seguiré mujer sin ti
hasta qué pueblo de fantasmas
qué cadáver seré
en qué cercano momento
cómo hacerte entender
que necesito descansar en ti
de ti
cerrar mis ojos
encallarlos
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