sábado, 27 de noviembre de 2010

2141.- ROBERT HAYDEN


ROBERT HAYDEN. Poeta estadounidense (1913-1980)
Bibliografía
Poemas seleccionados de Robert Hayden. NY: Casa 1966 de octubre.
Palabras en el Tiempo de luto: Poemas de Roberto Hayden. Londres: Octubre House, 1970
Ángulo de la subida: Nuevos y seleccionados poemas de Roberto Hayden. NY: Liveright, 1975
Diario americano: Poemas de Roberto Hayden. NY: Publicación de Liveright. Corp., 1982
Prosa recogida: Roberto Hayden. Ed. Frederick Glaysher. Ann Arbor: U de Michigan, 1984.
Poemas recogidos: Roberto Hayden. Ed. Frederick Glaysher. NY: Liveright, 1985; rpt. 1996.





Ese mundo que cada uno de nosotros perdió

Hoy, mientras las noticias de Selma y Saigón
envenenan el aire como lluvia radioactiva,
vuelvo a ver
el lienzo sereno e imponente que amo.
Ahí el espacio y el tiempo existen en la luz,
el ojo cree como el ojo de la fe.
Lo visto, lo conocido,
se disuelven en iridescencia, se vuelven
ilusoria carne de luz
que no fue, fue, es para siempre.
O luz refractada como a través de lágrimas.
Ahí está el aura de ese mundo
que cada uno de nosotros perdió.
Ahí está la sombra de su dicha.

Traducción de Magdalena Biota







LOS NENÚFARES DE MONET

Hoy, mientras las noticias de Selma y Saigón(*)
envenenan el aire como lluvia radioactiva,
vuelvo a ver
el lienzo sereno e imponente que amo.

Ahí el espacio y el tiempo existen en la luz,
el ojo cree como el ojo de la fe.
Lo visto, lo conocido,
se disuelven en iridescencia, se vuelven
ilusoria carne de luz
que no fue, fue, es para siempre.

O luz refractada como a través de lágrimas.
Ahí está el aura de ese mundo
que cada uno de nosotros perdió.
Ahí está la sombra de su dicha.

Traducción de Magdalena Biota






AQUELLOS DOMINGOS INVERNALES

Robert Hayden

Los domingos también mi padre se levantaba temprano
bajo el intenso frío se vestía
y con dolientes manos cuarteadas
por el trabajo de campo semanal,
las brazas hacía fulgurar. Y nadie nunca le agradeció.

Al despertarme oía las astillas chisporrotear
y cuando el cuarto estaba cálido, me llamaba.
Lentamanete me levantaba y vestía
percibiendo la crónica angustia de la casa,

con indiferencia le hablaba a quien
había expulsado el frío
y lustrado mis mejores zapatos.
¿Qué pude saber, qué pude conocer yo
del amor austero y trabajos solitarios?




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