Rocío Arana (Sevilla, 1977) es doctora en Filología hispánica por la Universidad de Sevilla, y autora de dos poemarios hasta la fecha: Magia y Pampaluna, que se publicó en la colección de poesía Adonáis y con el que ganó el premio Florentino Pérez Embid en el año 2004. Ha participado en diversas antologías: La búsqueda y la Espera (Kronox, 2001), Los cuarenta principales (Renacimiento, 2002), Alzar el vuelo (César Sastre editor, 2006) y Sombra hecha de Luz (Universidad Nacional Autónoma de México, 2006).'Mirar el fuego'( en la editorial valenciana Pre-Textos 2010).
Forma parte del consejo redactor de la revista Númenor y ha colaborado en otras revistas literarias como Clarín o Fronda.
Los poemas que aquí se publican pertenecen a su poemario, De mi casa a tu casa
Como en mi propia casa
Aquí llega mi madre
felizmente
cansada
con su tacto de agua
con sus ojos
de fruta
y con esa sonrisa
que despierta
castillos medievales
aquí llega mi padre con los años
latiendo
como pájaros
como si no tuvieran
peso alguno
viene
trayendo
el viento en las pupilas
viene
con la cartera
trabajosa
los ojos fulgurantes
como un niño
lo mismo
que un niño que regresa
del colegio
y sueña que es mayor
calvo
filósofo
y con una mujer
que despierta castillos
medievales
To find and to lose
(Almagro, Julio de 2003)
Entré cuando la tarde vacilaba
y la madera antigua desprendía
un aroma de sol y hierba seca.
Al entrar una música rasgó
el aire desde un tiempo paralelo.
Una vihuela dulce y dolorosa
me hizo recordar una muchacha
llorando lentas lágrimas azules
con joyas en el pelo y un vestido
bordado de oro pálido.
Cerré los ojos, tuve que marcharme.
He buscado sin fin aquella música,
pero no volverá,
al menos todavía.
Concierto para violín
Pequeños estallidos en el aire
con olor a jabón de casa antigua
y frasco de perfume en el armario
de una mujer de cabellera mágica.
Incendios forestales en mi cuarto;
por entre los visillos se desviste
y moja los ladrillos con su rojo
a pinceladas suaves todavía.
Teléfonos ladrando entre la lluvia
y meriendas fugaces en el parque;
si el aire se detiene, no respires
para escuchar los árboles creciendo.
Campo de pomelos
En la muerte de un amigo
Para subir a los pomelos altos
tendrás que despertar al sol dormido
en aquella vereda que no vuelve.
Para tumbarte en la ladera fresca
con alguien que se ha ido,
tendrás que descalzarte y aprender
un rito muy cercano
como juego de niños, toboganes,
días oscuros en las noches lúcidas,
nudos terribles que se van soltando
y no sabes por qué, y estar en casa
con alguien que regresa de muy cerca.
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PAÍS
A veces, en mi casa, cuando gritan
los perros, cuando ladran los minutos,
cuando no sé qué hacer, pero no tengo
mapas para mis manos y mis ojos,
cuando las cosas lloran su silencio
entonces, lentamente voy girando
la cara para ver tu luz de tarde.
Has venido, me tomas por sorpresa.
Como un país lejano,
una pequeña flor gritando vida
en un camino seco, se me cuelan
tus últimas palabras, ese gesto
de mirar tu reloj en una isla,
la sonrisa perfecta, chimenea.
Te quedarás conmigo
te mostraré mis nueve manuscritos,
cenaremos al fin en la terraza
entre limones, viento y buganvilla,
y luego marcharás.
A veces, cuando vuelvo de tu vida
a mis manos vacías en mi cuarto,
a los perros, la tarde y la pantalla,
de pronto surges tú
de un país remotísimo, poblado
por islas y volcanes,
donde te estoy viviendo cada día.
("Pampaluna". Adonais. 2004)
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