Rubén Martín Díaz
Rubén Martín Díaz (Albacete, 11 de marzo de 1980) es un poeta español. Recibió el Premio Adonáis correspondiente a la edición de 2009 y el Premio Ojo Crítico de RNE en 2010 por su obra El minuto interior.
Aunque nacido en Albacete, Rubén Martín Díaz desciende de extremeños, concretamente su padre, nacido en Casares de las Hurdes. Rubén es técnico especializado en autómatas programables.
Premios
Premio Nacional de Poesía para Jóvenes Poetas Caja de Guadalajara-Fundación Siglo Futuro (2008)
Primer Premio de Poesía Jóvenes Artistas de Castilla-La Mancha 2009
Premio Adonáis de Poesía (2009)
Premio Ojo Crítico de RNE (2010)
Premio Internacional de Poesía 'Hermanos Argensola' (2012)3
Premio Internacional de Poesía Barcarola (2015)
Distinciones
Albaceteño distinguido en cultura por la Peña de Albacete en Madrid, de la Casa de Castilla-La Mancha (2009)
Hijo Predilecto de Casares de las Hurdes (Cáceres, 2010)
Obras
Libros de poesía
Contemplación, Premio Nacional de Poesía para Jóvenes Poetas Caja de Guadalajara-Fundación Siglo Futuro 2008. Madrid, Vitruvio, 2009. ISBN 978-84-96830-89-9
El minuto interior, Premio Adonáis 2009 y Premio Ojo Crítico de RNE 2010. Madrid, Ediciones Rialp, 2010. ISBN 978-84-321-3771-6
El mirador de piedra, Premio Internacional de Poesía 'Hermanos Argensola' 2012. Madrid, Visor, 2012. ISBN 978-84-9895-833-1
Arquitectura o sueño, Sevilla, La Isla de Siltolá, 2015. ISBN 978-84-16210-75-6
Fracturas (portada ilustrada por Juan Carlos Mestre), Premio Interncional de Poesía Barcarola 2015. Murcia, Nausícaä, 2016. ISBN 978-84-944683-2-2
Libros de cuentos
Azul nocturno, Sevilla, La Isla de Siltolá, 2016. ISBN 978-84-16682-16-4
Otras publicaciones
Una generación de fuego (antología de poesía española contemporánea), Albacete, Fractal Poesía, 2013 (antólogo y coeditor)
Inclusiones en antologías
El llano en llamas (antología de poesía española contemporánea), Selección de Andrés García Cerdán, Albacete, Fractal Poesía, 2012
Re-generación Antología de poesía española (2000-2015), Selección de José Luis Morante, Granada, Valparaíso Ediciones, 2016. ISBN 978-84-16560-25-7
Desde el mar a la estepa Antología de poetas del sudeste español, Albacete, Chamán Ediciones, 2016. ISBN 978-84-945233-0-4
La casa vacía
Nadie más en la casa.
Un frío, un silencio que prolonga
las paredes. La luz ardiendo
al fondo de la sala. Una mesa
con varios libros
—todos de poemas—.
Se sienta. Abre
el de todos los días, acaricia
con sus dedos la página. Lo cierra.
Se pone en pie. Pasea. Redescubre
las estancias vacías,
la oscuridad que nubla los objetos.
Ciegos, como él, ciegos.
Escucha
la nada tan de cerca,
la voz del miedo,
el tic tac de ningún reloj,
la ausencia,
el ruido de las sombras.
Vuelve por el pasillo
—un destello de nadie
atraviesa la ventana, la luz
es frágil un momento—. Cruza
el umbral de la puerta del salón,
avanza hacia la mesa. Coge
el mismo libro de poemas. Busca
la misma página de antes.
Mientras recita
con su apagada voz,
una lágrima vierte
como sombra nacida de otra sombra.
Nadie le escucha.
El minuto interior
He prendido las ascuas
y ya me siento a descansar un poco.
Una ligera bruma
ocupa los espacios descuidados
visibles entre encinas,
y sólo el frío,
que desciende del norte,
traspasa las paredes del silencio.
El cielo pinta
un paisaje nublado,
el aire desdibuja los caminos,
la luz flaquea
y estremece las formas.
No obstante,
parece la mañana
un apacible oasis alejado en el tiempo.
Nadie vendrá
—es enero profundo,
la gente no abandona sus hogares—,
y es mejor que así sea:
quiero pensar a solas
al lado de este fuego que enardece
los instintos del hombre.
Necesito escuchar mi propio pulso
como si fuera mío de verdad,
vivir este minuto prodigioso,
este tiempo interior en la quietud,
donde todo respira a través de mi cuerpo.
Y sospecho un fervor
que fluye de mis manos e ilumina,
en un lugar remoto de la Tierra,
la vida y sus asuntos.
Lluvia
Ha vuelto a casa con la luz del día.
Ligeras láminas
de lluvia
han borrado las huellas que sus prisas,
unas horas atrás,
dejaron en el patio.
Ahora el agua cae con más fuerza
que nunca, es un ruido
bastante peculiar el de la lluvia
cuando golpea
estrepitosamente la mañana.
Es un sonido extraño, sin igual,
un sonido que crece
y que amaina por pura complacencia,
es un sonido terco
pero a su vez relaja.
Y ella duerme desnuda sobre la cama,
duerme, vive en un sueño.
Cuando despierte,
el cielo campará por estas calles.
EL FUEGO
Veo quemarse
aquel montón de ramas secas
a varios metros del camino,
la combustión
da origen
a otra forma de materia:
respiración del fuego,
pálpito de la llama,
columna espesa de silencio.
Mirar y deducir sus consecuencias
es todo a lo que apuesto,
no seré yo quien cese tal proceso
de oxidación violenta,
tal hermosa codicia de la luz.
Crece de súbito la llama,
una danza buscada por qué mano
en pleno mes de abril,
ahora que la lluvia no sucede
porque hasta el cielo contribuye
al rojo espectro natural
alimentado por las ramas.
Y aunque las horas pasen
y el fuego mengüe en su perfil,
todo aquello que fue
seguirá siendo
en otro rostro,
con distinta nostalgia.
Es la materia
como el poema:
ni se crea ni se destruye,
siempre estuvo, y siempre
habrá de estar.
De El minuto interior (Rialp, Madrid, 2010)
El mirador de piedra
Visor, España, 2012
Una noche en Roxy
El lugar era
perfecto, un altillo desde el cual
podía verlos
a todos.
Bailaban ebrios
de amor y de amistad
sin sentirse observados
Se besaban, se daban
abrazos como soles, es decir,
se envolvían en luz
con gestos y caricias.
Tenían
lumbre en sus ojos,
la mirada colmada de secretos
dispuestos para ser
contados
entre risas o lágrimas
de júbilo.
Ardían los neones en el aire,
y hablaban del amor
o, quizás, de lo hermoso que resulta
ser joven
y ser
inmune al tiempo
que moldea las cosas;
en cualquier caso,
hablaban de lo bello de vivir.
A menudo los pienso
entregados al néctar de la música,
al ímpetu del cuerpo,
a la palabra.
Y no puedo olvidar
–no quiero–
esa extraña manera de nacer
en unos ojos
que os vieron
como nadie jamás
os vio.
La playa
Una vez fue vencida la mañana,
dos cuerpos amanecen bajo un fondo de tarde.
Corren desnudos,
el uno tras del otro,
trazando torpes círculos en la orilla del mar.
A veces se detienen en la luz,
reposan un instante en sus miradas,
se abren al mundo,
dulcifican la vida –ese estanque de paz–
alojando en sus labios el silencio de un beso.
Se suceden los días torpes, lentos,
con poca luz
o sin ninguna,
y has pensado que el mundo
se ha convertido en un lugar extraño,
en un silencio meditado y frío,
como de brasas lánguidas
o de tiniebla.
Se derrama la noche por tus ojos,
sucia de sombras te recorre el cuerpo,
y temes encontrar dolor
en tu pupila
cargada de nostalgia.
Anhelas un poema,
una pieza de Bach o aquel Madrid
de noviembre disuelto en luz.
Eres tan pobre, tanto,
que la vida se escapa por tu boca
cuando suspiras
y el miedo
se te abraza en la lengua
cuando la nombras.
Dicen de ti que tienes
el don de la palabra,
la música del viento en tus poemas.
Hazte un favor, levanta,
aprende a caminar
de nuevo,
contempla el vuelo de la luz
y escribe
aunque sea el silencio de tus pasos.
Si algo te asombra
Si algo te asombra, entra. No declines
estar
en eso que deseas.
No lo mires. Contempla. Date a ello.
Ten por seguro
que habrá estado esperándote
antes de que llegaras.
Si el bosque te respira,
abre el pulmón. Sé árbol.
Si la piedra entorpece tu camino,
entonces cógela,
hazte piedra en tu mano
y prolonga tu cuerpo en la distancia
cuando la arrojes.
Si es la isla que te observa desde lejos,
piénsate en ella;
incluso el agua cambia
todos sus átomos
llegada al barro que limita
la orilla.
Si es la llama
que vertebra la bóveda del aire,
crece en el fuego. Cumple sus designios.
Si el animal se asusta,
entra en su miedo. Dale paz. No vayas
tras él.
Y si es la luz
que unta de otoños este mirador
desde el que observas,
déjala cruzar
tu cuerpo
y que en él se ilumine con justicia.
ARQUITECTURA O SUEÑO
(Isla de Siltolá, Sevilla, 2016)
por HÉCTOR TARANCÓN ROYO
EL SUEÑO DE LA RAZÓN
En un contexto como el actual, que sufre cada vez de una manera más agresiva la aceleración cotidiana, el gesto de ruptura radical iniciado con la vanguardia histórica y, por otro lado, la ensombrecida tradición cultural que nos precede, la escritura emerge como un nudo en el que diferentes planos artísticos, signos y contextos se funden para dar una obra única, un verdadero crisol de lecturas y experiencias personales. Con los inicios del siglo XX, las artes visuales y la literatura se traban en una serie de movimientos artísticos efímeros (algunos de ellos muy breves, como el fauvismo, que tan sólo duró una temporada), en la que la cantidad de descubrimientos técnicos y formales catapulta la novedad y la obsesión por ir más allá hacia la segunda mitad del siglo, época que ve nacer, y que termina en cierta manera, con una autoconsciencia sin precedentes con el arte conceptual y la deconstrucción literaria. El pasado se veía, se sigue viendo en cierta manera, como un archivo al que el artista podía recurrir de manera indiscriminada. Sin embargo, frente a este escepticismo o juego vanguardista, que en ocasiones cae en lo ilusorio, otros muchos autores han basado su obra en el retorno al pasado y la búsqueda de equilibrio como un filtro desde el que mirar y, por tanto, conjugar la contemporaneidad con la serena tranquilidad y las concepciones que se desarrollaron anteriormente.
En esta última línea, que encierra una búsqueda por nuestra identidad, perdida en la globalización y el capitalismo feroz, se encuentra el cuarto poemario de Rubén Martín Díaz, Arquitectura o sueño. De este modo, mediante una aguda prosa poética, el poeta disecciona y profundiza en la vida de los objetos y sus efectos bajo la luna de París y, con todas sus consecuencias, la oposición aparente entre el sueño y la realidad: «Hay, por tanto, un orden sin orden sobre la faz de la tierra. Pero ¿acaso el arte no consiste en esto?» (p. 17). De hecho, este ejercicio que concentra la atención en el pasado, con los matices propios de cada autor, también se encuentra en la obra de otros poetas albaceteños, como Andrés García Cerdán (Barbarie, Rialp, 2015), David Sarrión (Breve teoría del desastre, Huerga & Fierro, 2015) o Constantino Molina Monteagudo (Las ramas del azar, Rialp, 2015).
En este caso concreto, la importancia que tiene para Martín Díaz el legado artístico del siglo XX se manifiesta a través de diferentes canales que se acaban complementando y, como consecuencia, forman un telón de fondo adecuado para la reflexión sobre la ensoñación. De esta manera, podemos encontrar citas (Pere Gimferrer), écfrasis (descripciones verbales de una imagen, muy numerosas en el poemario, que van desde Lorraine hasta Munch, pasando por autores como Delacroix o Van Gogh), y homenajes (Borges y Valente), entre otros elementos, que trenzan y amplifican, como venimos diciendo, el artefacto literario: «Ese es el momento de la duda —¿arquitectura o sueño?—, donde todo se funde y no hay quien sepa distinguir realidad de imaginario» (p. 29).
Desde un punto de vista, los versos dejan entrever una sustancia romántica que comienza con la nostalgia producida por la observación de un atardecer marítimo de Lorraine y acaba con la búsqueda desesperada, simbólica, de Breton de su intangible, pero no por ello menos real, Nadja por las calles de París. En esta línea temporal, donde cada instantánea conserva su propia identidad, el poeta albaceteño abre su mundo personal y apuesta por el expresionismo, por la capacidad que tienen los objetos, las experiencias, de provocar impactos que apenas pueden traducirse primitivamente a unas pocas sensaciones, palabras malogradas. Y es en este punto donde, en esta línea trazada, juega un papel fundamental la ciudad, suerte de laberinto personal, que el autor recorre como un flâneur que se detiene en los detalles mínimos, cotidianos, pero que a su vez retiene el amargor prematuro de la derrota, lo que induce a veces, como decíamos a propósito el paisajista francés, algo de nostalgia entre los versos: «La vida es un proyecto a largo plazo y no una veloz carrera de cien metros, lo sé. Hay tiempo para todo, pero todo nos requiere con apremio. / (Vértigo)» (p. 57).
Desde el otro extremo, ese sentimiento romántico, propio de la poesía, se disecciona y se hace abstracción como consecuencia de la vocación ensayística de la publicación. En ese sentido, aunque en ocasiones el exceso reflexivo oscurece la musicalidad, la prosa poética se erige como autoconocimiento, suspensión, consciencia de haber estado en unos lugares determinados bajo tales o cuales efectos. El autor, aún más, asiste desde un punto de vista externo, como si fuera un narrador omnisciente, a su propia creación, esto es, a su deambular por su propio laberinto emocional. Como resultado, la escritura se concibe como, como decía Diderot a propósito de la crítica de arte, con pasión y distancia, es decir, como un momento único, posteriormente calibrado, en el que el autor lo da todo y se lanza, por decirlo de alguna manera, al más intenso de los peligros: «La vida, pues, da más al que más entrega» (p. 18); «Asimismo, crear es —como diría Borges— un acto de fe.» (p. 25); «Lo que vi al contemplar el cuadro por primera vez no fue el arte por el arte del autor, su destreza en el manejo de una disciplina, sino su propio fondo desmembrado sobre el lienzo, su verdad absoluta.» (p. 33).
En última instancia, Rubén, desde su posición privilegiada y equilibrada, nos muestra cómo tradición y vanguardia, realidad y sueño, son dos pares de conceptos que, más que oponerse, poseen una infinidad de puntos de contacto perfectamente visibles para el que, en estos tiempos, es capaz de profundizar tranquilamente y adentrarse, poco a poco, en la perspicacia de lo complejo, de nuevos horizontes que conforman una resistencia en continuo movimiento y, por ello, esperanzada.
AMOR Y ODIO
Hoy sé que yo he nacido para amar o para odiar, sin término medio. En mí no existe la indiferencia; o me desvivo de placer por alguien o caigo en el impulso de querer partirle el alma en dos mitades simétricas. Tan pronto maldigo al hombre como busco rodearme de sus libros. Ezra Pound, por ejemplo, es un tipo interesante en sus poemas. Chejov, en sus cuentos. Larra, en sus artículos. Fitzguerald, en sus novelas. Unamuno, en sus ensayos. ¿Pero qué grado de lealtad con su entorno mostraron ellos? ¿A qué altura quedaron con respecto a sus escritos? El ser humano tiende a despojarse en sus obras de complejos y manías. Por tanto, en ocasiones odio al hombre del modo en que amo su literatura.
En el jardín
Light breaks where no sun shines.
Dylan Thomas
Leo a Dylan Thomas bajo el estanque sideral. Una luz redonda, aquilatada, vierte el sonido de un oboe nocturno engalanado de grillos. Huele a tierra horneada. La ciudad, al fondo, espejea como brasas de un fuego contenido, aún sin apagar. Todo está en brazos de un orden perfecto. La vida me es propicia y me concede el placer de disfrutar de la lectura sin que nada lo enturbie. Aprendo, pues, a valorar su efímera benevolencia. No exijo, acepto, cumplo, doy las gracias: es todo cuanto sé hacer. A través de esta dicha, la intuición de una luz desmadejada prende al aire sin sol. El día es un proyecto con visos de futuro. La noche, sin embargo, la ebriedad presente con que fluyen los versos del poeta galés bajo mis venas.
El mirlo blanco
La lluvia deshace acuarelas sobre las alas del mirlo; sencillez y belleza en la arquitectura de lo natural. ¿Arquitectura o sueño? De igual forma, retoño de un milagro que pinta acrobacias de pátinas nunca antes contempladas: remolinos de incienso respirados por mis ojos, aroma visto que entibia mi alma y la abreva con cal latiente. En la plata líquida del día, vertida desde una terma celestial, el mirlo se enjuaga su plumaje entallado y renace blanco de tan puro, trasparencia apenas bajo el vértice primero que la luz convoca. Cuerpo vivo en apariencia de nieve -arquitectura o sueño, es indistinto-, su sola imagen me confirma.
Amanece
Amanece bajo un frío metálico. La ciudad se templa con el paso de las gentes y lo coches por las calles y el aire se cuaja de símbolos terribles, pero bellos. Esta mañana he guardado en la retina el vuelo secreto de las aves nocturnas. Parece que el sueño nunca deja de ocurrir, que es presente continuo en lo real de un pasado perpetuo en la ficción, Pero ¿acaso la vida no obedece siempre a esta mecánica? ¿Dónde acaba el sueño y da comienzo la arquitectura que obra el día y su lucidez? ¿Dónde el alma o el cuerpo, la razón y la palabra, lo ficticio y lo real? Para que exista el objeto material deberá existir también el vacío que lo niega. Fusión de los contrarios, lo llaman. Yo, por lo tanto, estoy adentro del sueño, que es afuera. Y, simplemente, sucedo.
Fracturas. Murcia; Ed. Nausícaä, 2016.
FRACTURAS de RUBÉN MARTÍN DÍAZ, por Josep M. Rodríguez
QUIZÁ RUBÉN MARTÍN DÍAZ
Una matrioska: entre mis poetas preferidas, Anna Ajmátova. Y de entre sus poemas, probablemente, “La mujer de Lot”. Por lo biográfico, por lo emocional y por esos últimos versos que encierran en sí mismos una poética. La mujer que da su vida por una mirada. Pues sin duda la mirada es el elemento que distingue a un verdadero poeta de alguien que no lo es. Decía Baudelaire que hay que salir a la calle con la vista puesta en lo que nos rodea. Estar atentos. Porque la poesía está ahí: esperándonos. Bécquer y la Rima IV. O como apunta Rubén Martín Díaz en el texto que cierra su nuevo libro, Fracturas (Nausícaä, 2016): “Quien escribe al poeta es el poema”.
Rubén Martín Díaz nace en Albacete, en 1980. Un dato meramente anecdótico porque, para sus lectores, Rubén Martín Díaz nace en 2009 cuando la editorial Vitrubio publica Contemplación. Y a partir de ahí empieza a crecer con El minuto interior (Rialp, 2010), El mirador de piedra (Visor, 2012) y Arquitectura o sueño (La isla de Siltolá, 2015): un conjunto de prosas poéticas o, si se prefiere, un diario lírico escrito con una engañosa sencillez y una naturalidad que llaman la atención. Los poetas son como un edificio, no necesitan mostrarnos los andamios para estar en construcción. Quiero decir que la verdadera poesía no tiene miedo de mostrarse al natural. Desnuda, como le gustaba a Juan Ramón. Esa sencillez es uno de los elementos que más me interesan en la poesía de un autor que quizá se llame Rubén Martín Díaz. O quizá no. Tampoco importa mucho. Lo único que cuenta de verdad son poemas como los tres a los que este texto acompaña.
Otro de los elementos centrales de la escritura de Rubén Martín Díaz es su capacidad para sugerir. Ibis redibis non morieris in bello. De sobras es conocida la respuesta de la sibila al soldado que fue a consultar su destino antes de marchar a la guerra. Una simple coma modifica completamente el significado. Por algo Cortázar decía que las comas son las puertas giratorias del lenguaje. Si algo he aprendido con los años es que la poesía es riesgo. Hay que poner las comas. Rubén Martín Díaz escribe sin trampas. Con el riesgo que eso conlleva. Mucho más si lo que se pretende es ahondar en ese pozo de petróleo negro que todos llevamos en nuestro interior. Fracturas es un libro sobre las pérdidas, las carencias, lo que se nos escapa de las manos cuando creemos que lo tenemos agarrado bien fuerte. Todo poeta es dueño de su riesgo. Rubén Martín Díaz lo sabe. Está en el camino.
Josep M. Rodríguez
MADRUGADA EN UN CUARTO DE HOTEL
En un cuarto de hotel, la madrugada
se vierte por las páginas del libro
como un sueño en la noche
o un acero afilado entre las flores marchitas de silencio.
Porque nadie me piensa, no sé si existo
sentado a esta mesa indefinida que se presta al poema
o si, henchido de sombras, soy la propia poesía
naciéndome palabra desde el fondo del cuerpo.
El mundo está intimando con el mundo
y todo cuanto en mí se nombra fluye
con tal intensidad y tal justicia
que es exacta al volumen del vacío que me piensa.
Al fin y al cabo, yo estoy en las cosas
y me pienso al pensarlas.
LA ENCINA ROJA
A mi padre
Yo te pedí descanso.
Quise parar el tiempo bajo la encina roja
de mi niñez, recolectar los frutos
que el aire de noviembre había sacudido
hasta darlos al suelo,
tú sabes bien: al firme pedestal
de barro en que se hallaba nuestra encina,
y fuiste complaciente con mi súplica.
Qué extraño.
Después de todo
parece ser que a ti te divertía ver
que más allá del fruto de la encina
yo enterrara mis manos
en busca de la pulpa de los muertos.
YO ESCRIBO PARA SER UN HOMBRE LIBRE
Yo escribo para ser un hombre libre
que muere en un poema.
Tú mueres
para que yo lo escriba,
para que muera en el poema escrito
con la palabra exacta: libertad.
Tú estás muerta y yo muerto;
el poema se cubre con la sábana negra
de tinta y luto
o el blanco que, de fondo,
lo niega.
Sin poema no hay nadie que confirme
la realidad de la que estamos hechos.
No somos. No existimos. Por lo tanto,
quien escribe al poeta es el poema.
Y nunca lo contrario.
OTOÑO
A menudo me empleo en escribir poemas
a resguardo del viento o de la lluvia.
El otoño ha llegado con un pan bajo el brazo
y la solemnidad del que busca un culpable
para justificar el ciclo indiferente de la vida.
Yo acepto el mundo tal y como viene
y recojo las migas que ese rayo de sol
arranca de las nubes y vierte en transparencia.
Apenas ya recuerdo la estela del verano
en el aire viciado de símbolos hostiles.
En mis versos se escriben los restos de una huida.
FOTOGRAFÍA
En la fotografía aparezco sentado.
Seguramente, pienso: París era una fiesta
y Hemingway me gusta menos que sus novelas.
Pienso, también, en ese instante muerto
del clic que hace la cámara en las manos
de una joven mujer
(la observo
con ojos generosos).
Detrás, algunos libros colocados sin orden
preceden a la entrada de la tienda:
Shakespeare and company,
la antigua librería en el margen del Sena.
Asoman las palabras, unas cuantas ideas.
La tarde era una historia que merece contarse
y, sin embargo, apenas la recuerdo.
En la degradación del pensamiento
van las horas de todo cuanto he borrado,
de todo cuanto he sido.
¿Quién es aquel que mira más allá del silencio?
Está sentado. No responde a mi nombre.
VACÍO
Hay un vacío extraño sobrevolando el llano:
noviembre blanco
en el lomo de un ave que no existe.
PEQUEÑA PIEDRA
Pequeña piedra,
a ti, sola materia que retienes
la luz en el instante de mirarte,
luz en la luz, desnuda
se muestra tu belleza, sola tú
en la senda del mundo,
flor obrada de arena, no te inclines
bajo la lluvia,
agua en el agua, tú,
no seas menos, dulce piedra, dulce
brevedad del poema,
tú estás en mí al mirarte, y es por eso
que te escribo, palabra,
pequeña piedra,
piedra obrada de letras.
EL LUGAR SE HACE EXTRAÑO
1.
El lugar se hace extraño,
incluso para mí:
ya se trenza la noche
con alambre de espinos,
la luna es un balcón
que da la espalda al día,
el bosquejo de sombras
arde como una lámpara
de aceite.
2.
La memoria es un nido
atestado de avispas.
En mi mente cultivo
un panal de recuerdos
que me niega el rechazo
de todas las tormentas
que han sembrado mi vida.
3.
Con la intención de un niño
transito los senderos
que anteceden al hombre
y a su estirpe,
bajo al fondo de un tiempo
que no nos pertenece,
me asomo a la pregunta
que es todas las preguntas
de la historia del miedo
y la incredulidad.
Título: Azul nocturno
Ediciones de la Isla de Siltolá
Colección NOUVELLE nº 8
Sevilla, julio 2016.
NOVELA
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario