Adolfo Cueto
Nacido en Madrid el 31 de enero de 1969, falleció el 4 de Diciembre de 2016. Poeta español en lengua castellana.
Plenamente vinculado a Asturias, por vivencia y lazos familiares, aunque nacido en Madrid, en cuya Universidad Complutense cursó estudios de Derecho y de Filología Hispánica, ha venido dedicándose a la escritura y al mundo de la edición. Su primer libro de poemas fue destacado en las páginas de El Cultural del periódico El Mundo como uno de los mejores libros de autor novel aparecido ese año. Ha sido parcialmente traducido al inglés y al árabe, e incluido en algunos recuentos de poesía española última; asimismo, varios de sus poemas reconocidos con distintos premios.
En 1994-1995 co-presentó el programa de radio El latido de la sangre; también ha realizado colaboraciones literarias para algún documental cinematográfico. En la actualidad, reseña libros en diversas publicaciones. Tras un largo período de silencio editorial –no de escritura–, sólo interrumpido por la aparición de la plaquette bilingüe 7 poemas, ha dado a la luz finalmente, en dos nuevos volúmenes independientes pero emparentados entre sí (el segundo de ellos, Premio Emilio Alarcos de poesía 2 , aún en prensa), la labor poética de casi siete años de trabajo.
El poeta Adolfo Cueto falleció el 4 de Diciembre de 2016 en Madrid de forma inesperada. Cueto, que apenas tenía 47 años y que deja una mujer y dos hijas sin consuelo, será despedido hoy por todos aquellos que le querían en el tanatorio madrileño de la M-30 y, posteriormente, sus restos serán incinerados. La noticia de su fallecimiento causó una enorme conmoción en el mundo de las letras asturianas, ya que, aunque madrileño de nacimiento, Cueto tenía orígenes, amigos y numerosas querencias y vivencias en la región.
En la capital había cursado estudios de Filología Hispánica y Derecho y allí se dio a conocer poéticamente con la aparición de 'Diario mundo', un libro destacado por la crítica nacional como uno de los mejores de autor novel aparecido ese año y en el que recogió un centenar de poemas que merecieron varios premios. Aunque, previamente, había sido antologado ya en algunos recuentos poéticos de la época como uno de los autores más señeros de su generación.
Tras un largo período de silencio editorial, solo interrumpido por la aparición del cuadernillo bilingüe '7 poemas', Adolfo Cueto fue dando a la luz el fruto del trabajo de casi una década de escritura a través de títulos como 'Palabras subterráneas', 'Dragados y Construcciones' y 'Diverso.es'.
También colaborador de radio durante la década de los noventa, su poesía había sido traducida parcialmente al inglés y al árabe y reconocida con galardones como el Ciudad de Burgos o el Premio Emilio Alarcos de Poesía en 2010.
En aquella ocasión, Cueto se declaró «feliz» porque el galardón le había llegado «de casa» y orgulloso porque llevaba el nombre del «eminente filólogo» al que siempre admiró, además de explicar que su obra encerraba un conjunto de poemas que dragaba «en las debilidades de la existencia para desarrollar un discurso amoroso».
Vinculado al mundo de la edición, ejerció también la crítica literaria y, a decir de quienes lo conocían y le apreciaban como su colega José Luis García Martín, «era una persona muy sensata y amable, además de un excelente poeta, cercano al realismo pero con una visión novedosa también en la forma». Otros, a modo de homenaje tristemente póstumo, se aferraban a sus versos: «Lo que nombra el dolor, en esta hora desierta, ya/ no son enredaderas trepando muros viejos/ ni es el toro enlutado con su traje de muerte. /Ni la hiel, ni la pena. No es,/ no siquiera, tampoco la palabra herida: es/ la palabra que hiere sencillamente, es la sal en la herida».
[PABLO A. MARÍN ESTRADA | GIJÓN.]
En 2010 recibió el Premio Emilio Alarcos de Poesía por Dragados y Construcciones.
Obra poética
Diario mundo (Palma de Mallorca, Calima, 2000).
7 poemas (Damasco, Instituto Cervantes, 2007 –ed. bilingüe, no venal).
Palabras subterráneas [2001-2004] (Sevilla, Renacimiento, 2010).
Dragados y construcciones [2005-2009] (Madrid, Visor).
De Palabras subterráneas [2001-2004]
Inspiración
Una respiración: la de tu cuerpo
cuando penetro en él hasta los últimos rincones
de mí mismo. Allí te busco,
busco aquello que fui –si es que algo
o alguien, alguna vez, he sido–. Como cuando en Tulum,
1990
y dos, brazo con brazo –¡y el sol aquel!– y brillo
con brillo de tus ojos de serpiente, éramos
duramente el océano, ese solo pulmón, música y
ritmo de vida dentro –dentro y fuera
también.
Una respiración, y todo aquello
que viví junto a ti, todas las horas,
que van a dar en ti, se agolpan, vuelven, se
enredan en nosotros, giran –ráfagas
que piden más–, ruedan y van
y vienen; vienen y van
y enroscan en nosotros estas sierpes
que clavan en la lengua su deseo.
Una respiración. Allí, dejado,
siento el mundo brotar, arder palabras
traídas desde el fondo de tu frente. Palabras que
nos alzan, que bucean, hurgan, vienen,
van más allá de ti,
de mí. Jadeo, rapto, sombras en donde aún
buscar algo, algo como –no sé– qué
somos, quizá; algo para poder tener
un poco de nosotros. Algo como qué, quiénes
somos, quién es este
vampiro desterrado de sus días, qué estos tercos
gemidos devorándose en la noche.
Voyeur
Míralos, míralos: están tumbados
como para soñar, como para morir o como
para rodar sin más hacia un único
abismo. Míralos ahí, así,
tan cerca de nosotros y tan lejos
de eso que llaman mundo. Sí,
unidos por un mismo calendario, están
hechos de tiempo pero ahora
escapan, se evaden, huyen; yacen cautivos. Él
inflama unas palabras a su oído: largas
palabras para atarse en corto; ella
lo prende, se deshoja, lo aproxima a
su eléctrica tijera, abre
sus pétalos mortales. Parte su cuerpo en dos.
Míralos, míralo: un cuarto alado –y sísmico–
volando por el cielo de los cuerpos; oscura piel, ventana que
da al patio de los sueños; la luz ciruela, ésa
que pone ella del fondo de sus ojos… Rapto todo,
el ritmo que engrandece
la vieja melodía de la carne, donde ya
nada falta
porque nada sujetan.
Míralo, míralos: ¿qué lumbre
los recorre? ¿Qué le roban al tiempo?
En esta voladura de las horas, resoplan
a la muerte como si la retaran, como si
golpearan a su puerta. Tan
lejanos, ajenos pero juntos, ahí, dos seres
abismándose; dos
cuerpos –sangre y fuego– atados, explorando
con furia su destino. Como si una gran llama, toda
los cubriese. Míralos. Mira cómo arden ya
en su imposible incendio.
AMANTES
Porque late en sus venas la luz ruidosa del atardecer,
se han besado de nuevo. Dan
con la vista a otro sitio
que quizá no es de aquí, y unas ganas enormes
de gritar, de salirse otro poco
de este cuerpo pequeño, cuando los días arden
y es ya todo distinto, y es
un embargo igual: son esas mismas
pensiones arañadas del deseo, de otro modo
dispuestas, de par en par
abiertas las ventanas a la vida, oigo tu voz
crepitada, de madera quemándose, un quejido
difuso de sirenas, que se encienden
por tu cintura arriba, respira la ciudad, qué extraño incendio
me tiene entre tus labios, aún murmuran
los bares despedidos, hay un aire
que pasa, un agua subterránea, un tigre oscuro
que ruge, que no cesa, alguien que busca
tu nombre nuevamente, dice el mío.
Y hay luego ese pasillo solitario del fondo
de tus ojos –y grifos que se abren, y nunca más
se cierran–, y es de noche.
(Ya les cubren urgentes, salitrosas
sábanas, donde cabe el infinito.)
De Dragados y Construcciones [2005-2009]
Un grito
Un grito está sonando, aunque tú
no lo oigas. Viene de allá, de lejos, del origen
mismísimo. Como un testamento
ciego, roto, dejado
en los brazos de nadie, va con todos
nosotros: va con los solitarios
y une a la multitud. Duerme en camas deshechas
donde anida el dolor. Se enrosca entre sirenas
de ambulancias esquivas, golpea en los escaparates
de las tiendas lujosas, llega hasta el corazón
de los ahogados. Abre grietas profundas
como la sal. Vive en ti,
como en mí, sin respuesta,
expectante.
Cada minuto, cada
segundo, de cada día, aunque tú
no lo oigas, un grito innumerable se abre paso
por dentro. Su hemorragia es
interna (Bacon, Munch,
lo sabían). Dice cosas
confusas, disociadas, ya dichas. Deja luego un
silencio. Encadenado, sordo,
desolado esta tarde,
resonando metálico.
Cibermística
El rumor, mientras duermes,
que arrastra la ciudad, su maquinaria
perfecta; los cables subterráneos
que trepan por paredes, las ondas, las antenas,
que llegan hasta dónde; un sueño de azoteas
sin muros ni crepúsculo; pantallas
encendidas; mensajes repitiéndose
del cero al infinito; el tiempo escaneando
tu nombre de repente; guarismos, cifras,
aire: las luces fluorescentes
diurnas, en la noche.
Desguaces Pérez
Sin duda hay algo nuestro,
de ti y de mí, pegado en este coche aún. Una segunda
piel. Una tapicería
del alma. Algo que nos confunde
de repente, sin duda: hay algún faro roto,
desconchones, señales
que dejaron los días. Arañazos ahí,
como nombres perdidos, más
de una abolladura hay,
y esa línea
continua, tu voz
contra luna, sumergidos paisajes
donde fuimos felices. Altos cruces veloces
sin barreras ni edad. Corrió como la sangre
rugía en nuestras venas. Nunca tomó un atajo
si no era infinito, este pequeño cómplice,
que ha ensanchado la vida. Que los dioses
lo guarden, lo custodien
las grúas. Que lo arropen los astros
de la noche que habla su pasado
continuo, el presente
ya inmóvil de esta belleza en ruinas. Desolada
grandeza, misteriosa
chatarra, silencioso el lugar
donde van a morir los automóviles.
Canción final
Una canción que suene
todo el día, toda
la noche, la vida entera, al cruzar
los semáforos, a la dudosa luz
de las farolas, en los aparcamientos
vacíos, que tenga la piedad
de esta ceniza, un humo compartido
entre salas de espera, mesa y cama caliente
para los refugiados. Música derramada,
como salpicadura, para que tú la oigas:
una canción que llegue
desde la periferia al centro mismo
de ti, a todas horas, un instante
tan sólo, solamente un
momento, un acorde en los brazos
de las madres estériles, que propague los nombres
de los desaparecidos, resuene entre teléfonos
donde ya nadie llama; un humo de guitarras
eléctricas, acústicas, un grafiti de Banksy
en el cielo de Gaza, la esperanza en el muro
de las devastaciones. Sólo una melodía
que nos tenga por dentro, que bese las mejillas
de las muchachas muertas, moje los labios de los moribundos.
Una canción que sueñe, ya
sin letra, vuelta música
al fin. Un himno que se expanda
silencioso en el cosmos, lentamente
infinito. Escúchalo.
¿Lo oyes?
SOBREVIVIR A UN ACCIDENTE
Vancouver, Canadá
Íbamos tan deprisa, íbamos tan sin peso
como en los días mejores. No nos dio tiempo a ver
las luces, la mediana. Un fuerte olor
a neumático ahí, el reventón que deja la humedad
del llanto. Pasaron aún más rápido
la infancia, gestos, rostros: esa película
muda, una tragicomedia
sordamente escuchada, con pequeños subtítulos.
Y piensas que,
si morir fuera esta como improvisación
cualquiera, quizá valiera la pena tanta
velocidad. Dábamos vueltas y vueltas
de campana, todo girando. ¡Estábamos tan,
tan solos,
tan hondamente hundidos en nosotros mismos! Solamente
tú y yo, y al fondo el gran silencio
del mar. Y en las refinerías
sin pausa, el fuego que arde a solas
también. El humo, el viento. ¿Es que no hay nadie ahí
fuera? –gritaste–. Y tú y yo aquí, lejanos
y aislados, y con este hematoma
de la muerte en los brazos, qué solos ya: más
solos, en fin, que aquellas
alejadas plataformas petroleras, buscando a toda costa
salvarnos,
sobrevivir.
De diverso.es [2009-2011]
Descargas eléctricas
Las palabras producen
sacudidas eléctricas. Son
como enormes trallazos fustigándonos
dentro, fogonazos, calambres: son descargas de luz
que fulminan la nada. Ahora, a oscuras
de nuevo, como quien se zambulle, entro en ti,
muy despacio –otra vez
lentamente–, para que me ilumines, para tocar el fondo
de las cosas. El todo que es colmo
de la nada; el incendio, el incendio:
nuestra vida una en llamas, sólo un
electroshock, un espasmo
sin fin, cables de alta tensión elevados al viento.
Somos estos que crujen
en palabras, palabras
que son campos minados, son neuronas
hirviendo, filamentos de lumbre, material
radiactivo que nos toca de frente.
El profundo sabor
de la carne a la brasa; esta luz que nos dice
y ha dejado una flor: deja flores de plástico
floreciendo entre escombros. En vida abierta,
vieja, herida
nuevamente, la palabra surgiendo, la palabra
nombrándonos, entre el ser y la nada, el ruido
y el silencio, la inexistencia y el vacío.
Socavón
calle en obras
Se parece a ti misma, soledad, esta acera, ahí
abierta, con su herida asomada, su intestino
de plástico. Ese plástico lleno
de aluminio y de frío, su azul descolorido,
empozado entre fango. Por las secas bajantes del olvido,
donde ya
nadie pasa
ni llega, y sólo abundan pasado y otros útiles
de ferretería, esta acera llagada, ahí
abierta, se parece a ti misma, soledad,
seas quien seas.
Destellos en la noche
Estos destellos que ahora me hablan
de ti, que bailan en lo alto, que golpean en
todos los cristales, en muy altas cornisas, antenas,
azoteas, contra esa simetría
de aparatos metálicos, de opacos
rascacielos; estos breves reflejos
de qué, que nos convocan; este parpadear
de luces en la noche, que me lleva
ciegamente hasta ti: esta insomne
llamada, esta muda caricia que ha dejado un zarpazo,
una gran quemazón sin distancia
ni olvido…
Van viniendo
de lejos –parece–. A la velocidad
de la luz, llegan estos reflejos,
que son –¿cómo decir?– un gran morse
velado, un calambre de lumbre: son vislumbres
fugaces. Aluminio
diluido, su fulgor disolviéndose
clandestino, instantáneo. Como un guiño de ojos
que conduce hasta el alba.
Porque ya ha amanecido, y es de día –ya
sabes–; y hace un día imponente, luce un sol
sin matices. Y el sol pega en lo alto –más arriba, aún
más alto–, en las altas cornisas
del amor.
Diario mundo (Palma de Mallorca, Calima, 2000).
FADO
A Francisco Brines
Mujer: breve fue el tiempo
para decirse adiós. Dicho quedaba
en la terrible sombra del abrazo.
Toda una vida
para decir adiós. La vida sola
ahora desconchada en muros, llanto
donde escribo tu nombre de repente.
Como un tranvía abajo, me remontan,
Lisboa, los recuerdos: ese que yo creí
instante puro
y es hoy este pesado cadenaje de las losas
que alargan barrios lentos,
despaciosos peldaños,
en pendiente,
donde mi boca inclino hacia la tierra.
Mi lengua desgarrada tanto, tanto
para decir adiós. Vinagre habrá de ser
la noche,
hundiéndose ceñuda en los tejados
que van a dar al mar
por las cansadas,
las ateridas,
desconsoladas calles lisboetas.
CARRETERA DE IDA Y VUELTA
Tan sólo hay un camino hacia la madrugada,
y lo saben tus días, y lo asfaltan los años. Lo acantilan
las grietas del alcohol. Nos adentramos
allá, con paso firme, entre los últimos
desheredados del atardecer. La noche va poniendo
las cosas en su sitio: lame al débil, arropa al
despojado, te acaricia
con sus uñas de plata; ves su falsa peluca, sus
templos y sus dioses derrotados, a quien busca
en lavabos oscuros, a tientas, sobre un cristal
herido, la dosis de esperanza que le salve; a quien pesa
otros labios incendiados de deseo, de
llaga abierta; ves…
(Etcétera.) Son jirones
de carne, de tiempo: diversos
momentos, maneras, lugares, pero
un solo camino,
sí. Tan sólo hay un camino
hacia la madrugada. Y estás
de vuelta tú ahora, ahí –de vuelta otro poco–. Estás
sintiéndote quizá extraño,
sintiéndote quizá lejos,
cuando ir y volver son ya lo mismo, las mismas
palabras secas, cansadas (como esa
nicotina del insomne). Como estas
palabras sin sueño ya,
palabras solas, que hoy son
carretera de ida y vuelta.
Huérfanos a medianoche
Reconozco estas calles aceradas, que llevan
tanto nuestro consigo, ya
sin ti, madre, y aún
buscándote, con esa urgencia que nos ha dejado
gasolina en el pecho, una ruleta
quirúrgica de luces, que ciegan, hurgan, van
–¡qué lejos!– apagándose
allá lejos, donde late el corazón
de los desamparados.
Juguetes rotos por
la resaca violenta de la vida, colillas
azotadas por el viento, cuando la soledad
se apodera del mundo, y un dolor
en mí, de ti –más grande, madre,
que mis días–, sobre un tráfico
mudo, nocturnamente instala
su sordo abismo dentro,
dejando esa fractura del adiós
en que te busco.
Todavía
te busco
entre el mar y el cemento (mar
que se oye, escúchalo: está
sonando siempre como suena el mar
en el vientre de una madre), hoy
que aúllo arrancado. Ladro
hacia dónde. Ladro
hacia nadie.
Marina habla con árboles
Marina habla con árboles, entiende
su alta edad, el estremecimiento
del verano en sus hojas. Por su espina dorsal,
como a esa rama tierna, recién
brotada, asciende
este coro danzante, sonajero del viento
que le canta al oído.
La estoy viendo ofrecer su inocencia sin traba,
sonreír, explorar
un lenguaje preciso, de raíces
secretas, que no tiene alfabeto –y es ya esta palpitación
del mundo, respirándome a fondo–.
Pecho alado y en paz,
criatura tan dentro
como un cielo de agosto, hacia arriba, en lo alto,
donde canta la vida, donde la vida es
bella aún.
Marina habla con árboles
–me dices– aunque tenga 3 meses.
Aunque algunos no escuchen, porque sólo
sonríe, porque no sabe hablar.
Adolfo Cueto
Por Víctor Rodríguez Núñez
El lado oscuro de la luz”, exclama Rodríguez Núñez al hablar de la poesía de este poeta que decidió quitarse la vida en plenitud creativa y en una aparente serenidad y sensatez existencial. Una muestra de su poesía acompaña esta nota.
Adolfo Cueto o “el lado oscuro de la luz”
Víctor Rodríguez Núñez
En la mañana del 4 de diciembre, 2016, el poeta español Adolfo Cueto se lanzó por la ventana de su apartamento en Madrid. Nadie hubiera sido capaz de predecir ese comportamiento en una persona tan sensata y dulce como él. Estaba realmente enfermo y yo no me di cuenta la noche del 10 de noviembre en que vagabundeamos por el Barrio de Las Letras. Entre cañas y tapas hablamos de mil cosas y, sobre todo, de su extraordinario libro inédito “Desprendimientos”, que acababa de leer.
Tampoco había ninguna seña en la nota que me escribió a raíz de la muerte de Fidel Castro. Allí aseguraba que “todo irá mucho mejor también en la isla” y que había que salir adelante “mirando hacia la luz solar”. El 21 de noviembre me hizo llegar los poemas que se publican a continuación, con una sobria nota que concluía “y me dirás si te parecen bien”. Por su puesto, hermanito, me parecen estupendos, de lo mejor que ofrece la poesía en lengua española de nuestros días.
Adolfo Cueto se definía a sí mismo como un poeta de raíces y vivencias asturianas, aunque nació en Madrid el 31 de enero de 1969. En esta ciudad cursó estudios de Derecho y de Filología Hispánica. Se dio a conocer como poeta con la aparición de Diario mundo (Calima, 2000). Tras un largo período sin publicar, sólo interrumpido por la aparición en Damasco del cuadernillo en español y árabe 7 poemas (Instituto Cervantes, 2007), dio a la luz Palabras subterráneas (Renacimiento, 2010), Dragados y Construcciones (Visor, 2011) y Diverso.es (Visor, 2014). Recibió diversos reconocimientos por su obra, entre los que destacan los premios de poesía Emilio Alarcos, Ciudad de Burgos y Manuel Alcántara. Sus poemas han sido traducidos parcialmente al inglés, portugués y árabe. Vinculado al mundo de la edición, escribió también valiosas reseñas literarias. Esperemos que pronto circule una buena edición de su personal, comprometido, bellísimo “Desprendimientos”.
Víctor Rodríguez Núñez
El lado oscuro de la luz
Noche entera lejos
de casa, con esa antigua sed
de amor y precipicio. Quizá no preparados
para tomar tierra aún: la ciudad esparcida, moteada
de luces, luces que besan
sus sombras, ángulo del pensamiento, rincón
del amanecer. Amanecer todavía
sellado, cerrado, mudo. Desde esta esquina abrazamos
lo que en lo oscuro se oculta. Somos a tientas la voz
que arena todo el desierto; el perro a solas perdido,
buscando un sitio por dónde. La lengua de fuego lento
que bebe en aguas confusas. Un corazón que se ensancha
en la justicia sin rostro, entre preguntas
al filo, bajo esta caricia gélida
de miles de fluorescentes, por los pasillos
sin fin. Fulguración
del dolor, de esta luz
que no es luz, sino intenso silencio de un azul
frío, oscuro aún. Que se nos viene ahora al lado;
de allá, del otro lado:
del lado oscuro de la luz.
EL ASCENSOR NOCTURNO DE TOM WAITS
Subir por esa escala
secreta de la luz, hasta este
mediodía de explosiones nocturnas, de cavernas
crujientes. Su aguardiente sonoro,
donde todo está hirviendo
despojado, abrasándose en
su sola quietud. Entre el humo y el piano,
un paisaje astillado, de pesado voltaje, va arrastrando
la noche. Por los bares penúltimos,
toneladas de alcohol
buscan sitio en el fondo, en las llagas abiertas
de otra helada ciudad:
Nueva York, tú, que arañas
la sed del que camina por los desfiladeros
del fuego; tú, que alzas los brazos del que grita
palabras hacia dónde; tú,
que escuchas el coro de la lluvia
de los muertos, inmensamente tú, tejedora
que tejes
las almas, y destejes. Que comprendes mi sed, ya estremecida en
esa combustión
de todo lo que arde. Como tú y yo ahora ardemos
abrazados, a oscuras,
encendida esta luz.
NUEVOS DESTINOS PARADISÍACOS
Sacamos billete abierto, sin concretar
vuelta aún. Pero la muerte, ¿qué hace? Curiosea
todos los días, baila, irrumpe, danza y
ríe. Abre sombrillas en playas de moda, sube a picos
y puertos. Se pasea en bermudas
trágicamente, prende
televisores. Golpea, olvida, viaja en
primera clase, toma vuelos low cost. Ríe, como si
nada. Como si cualquier fosa,
sacude y resacude, revuelve
tanta vida –y llora: también llora, llora
mucho–. No
descansa ni muerta, la muerte, políglota,
viajera, turista impertinente, estricta
profesional, rondando siempre terca, tenaz. Nunca,
ni un día, ni un minuto, ni a sol
y sombra, cesa
su pitido.
Salvo para nosotros, que somos
los que aman. Para nosotros, que amamos duramente
la vida, el mundo entero, su piel
cuando es verano, para nosotros poco
significa la muerte. La parca no nos coge,
forajidos. De un golpe, una patada, de un
manotazo, el temor a la muerte se ha apartado
de aquí. De este abrazo aún más alto
que nosotros, de este nudo gordiano de la carne
rugiente, de este beso sin sombra, de esta fe
desatada; de esta vida sin precio, ¿qué
pretende la loca? De este solo latido, de esta chispa y
zarpazo, ¿qué se lleva
que valga? La muerte que emborrona, la muerte que se dice
mejor que estos dos cuerpos
que se aman fijamente, ardiendo
fugitivos, cayendo
sin adiós… Palabras que penetran, grafitis
portuarios, presagios
contra un muro –el temor a la muerte y su gran coletazo
de cetáceo extinguido.
BANDAS MAGNÉTICAS
Tú me lees; yo a ti. De madrugada,
nos desvelamos juntos, nuestras bandas magnéticas
descifrándose sobre esta desnudez
de las horas felices. Por tu ADN corren
instrucciones conjuntas que interpreto. Tus células
y las mías arden en esa genética del amor
intensivo, en estallidos violentos que iluminan
el mundo. La oscuridad, qué poca, qué
nada ya: qué aparte, así,
de nosotros, que respiramos cosidos al pulmón
de lo mismo.
Igualmente, lo mismo que yo
no soy yo, soy este
tú, donde he entrado hasta el fondo: claridad
sin reservas, como en ese entramado de la luz
que entra por la persiana y nos convierte ahora en
uno. La esperanza es de pronto este existir
tremendo, esta unidad ya en ti, nada más, todo
ya, todo yo
despojado.
LOS CIMIENTOS DEL AGUA
Se parecen a quién, estos seres que pasan, al final
de la tarde, solitarios,
absortos, no sabemos adónde. Un brazo y
otro brazo, acompasando –una sílaba
y otra–. El horizonte en llamas
los espera, lo saben, mientras buscan, avanzan, flotadores
del tiempo, estos seres que escriben
en el agua sus nombres. En la corriente que va, llevan
lo que no se termina, y vuelve,
vuelve: esa página líquida en
su fondo. El movimiento, el ritmo.
Van rumbo hacia delante, no miran
casi atrás, navegantes que insisten
entre el ser y la nada. Terriblemente hermosa, su soledad
mojada, arando y arañando la belleza
muy dentro siempre, al filo
de sí mismos. Ya, como segadores,
cortan la espuma blanca de las horas
felices, buscándose, empeñándose: impulsándose una y
otra vez –y otra más,
adelante–, vida así
cimentada. Vida ya buceada entre palabras
y abismo.
Por Víctor Rodríguez Núñez
El lado oscuro de la luz”, exclama Rodríguez Núñez al hablar de la poesía de este poeta que decidió quitarse la vida en plenitud creativa y en una aparente serenidad y sensatez existencial. Una muestra de su poesía acompaña esta nota.
Adolfo Cueto o “el lado oscuro de la luz”
Víctor Rodríguez Núñez
En la mañana del 4 de diciembre, 2016, el poeta español Adolfo Cueto se lanzó por la ventana de su apartamento en Madrid. Nadie hubiera sido capaz de predecir ese comportamiento en una persona tan sensata y dulce como él. Estaba realmente enfermo y yo no me di cuenta la noche del 10 de noviembre en que vagabundeamos por el Barrio de Las Letras. Entre cañas y tapas hablamos de mil cosas y, sobre todo, de su extraordinario libro inédito “Desprendimientos”, que acababa de leer.
Tampoco había ninguna seña en la nota que me escribió a raíz de la muerte de Fidel Castro. Allí aseguraba que “todo irá mucho mejor también en la isla” y que había que salir adelante “mirando hacia la luz solar”. El 21 de noviembre me hizo llegar los poemas que se publican a continuación, con una sobria nota que concluía “y me dirás si te parecen bien”. Por su puesto, hermanito, me parecen estupendos, de lo mejor que ofrece la poesía en lengua española de nuestros días.
Adolfo Cueto se definía a sí mismo como un poeta de raíces y vivencias asturianas, aunque nació en Madrid el 31 de enero de 1969. En esta ciudad cursó estudios de Derecho y de Filología Hispánica. Se dio a conocer como poeta con la aparición de Diario mundo (Calima, 2000). Tras un largo período sin publicar, sólo interrumpido por la aparición en Damasco del cuadernillo en español y árabe 7 poemas (Instituto Cervantes, 2007), dio a la luz Palabras subterráneas (Renacimiento, 2010), Dragados y Construcciones (Visor, 2011) y Diverso.es (Visor, 2014). Recibió diversos reconocimientos por su obra, entre los que destacan los premios de poesía Emilio Alarcos, Ciudad de Burgos y Manuel Alcántara. Sus poemas han sido traducidos parcialmente al inglés, portugués y árabe. Vinculado al mundo de la edición, escribió también valiosas reseñas literarias. Esperemos que pronto circule una buena edición de su personal, comprometido, bellísimo “Desprendimientos”.
Víctor Rodríguez Núñez
El lado oscuro de la luz
Noche entera lejos
de casa, con esa antigua sed
de amor y precipicio. Quizá no preparados
para tomar tierra aún: la ciudad esparcida, moteada
de luces, luces que besan
sus sombras, ángulo del pensamiento, rincón
del amanecer. Amanecer todavía
sellado, cerrado, mudo. Desde esta esquina abrazamos
lo que en lo oscuro se oculta. Somos a tientas la voz
que arena todo el desierto; el perro a solas perdido,
buscando un sitio por dónde. La lengua de fuego lento
que bebe en aguas confusas. Un corazón que se ensancha
en la justicia sin rostro, entre preguntas
al filo, bajo esta caricia gélida
de miles de fluorescentes, por los pasillos
sin fin. Fulguración
del dolor, de esta luz
que no es luz, sino intenso silencio de un azul
frío, oscuro aún. Que se nos viene ahora al lado;
de allá, del otro lado:
del lado oscuro de la luz.
EL ASCENSOR NOCTURNO DE TOM WAITS
Subir por esa escala
secreta de la luz, hasta este
mediodía de explosiones nocturnas, de cavernas
crujientes. Su aguardiente sonoro,
donde todo está hirviendo
despojado, abrasándose en
su sola quietud. Entre el humo y el piano,
un paisaje astillado, de pesado voltaje, va arrastrando
la noche. Por los bares penúltimos,
toneladas de alcohol
buscan sitio en el fondo, en las llagas abiertas
de otra helada ciudad:
Nueva York, tú, que arañas
la sed del que camina por los desfiladeros
del fuego; tú, que alzas los brazos del que grita
palabras hacia dónde; tú,
que escuchas el coro de la lluvia
de los muertos, inmensamente tú, tejedora
que tejes
las almas, y destejes. Que comprendes mi sed, ya estremecida en
esa combustión
de todo lo que arde. Como tú y yo ahora ardemos
abrazados, a oscuras,
encendida esta luz.
NUEVOS DESTINOS PARADISÍACOS
Sacamos billete abierto, sin concretar
vuelta aún. Pero la muerte, ¿qué hace? Curiosea
todos los días, baila, irrumpe, danza y
ríe. Abre sombrillas en playas de moda, sube a picos
y puertos. Se pasea en bermudas
trágicamente, prende
televisores. Golpea, olvida, viaja en
primera clase, toma vuelos low cost. Ríe, como si
nada. Como si cualquier fosa,
sacude y resacude, revuelve
tanta vida –y llora: también llora, llora
mucho–. No
descansa ni muerta, la muerte, políglota,
viajera, turista impertinente, estricta
profesional, rondando siempre terca, tenaz. Nunca,
ni un día, ni un minuto, ni a sol
y sombra, cesa
su pitido.
Salvo para nosotros, que somos
los que aman. Para nosotros, que amamos duramente
la vida, el mundo entero, su piel
cuando es verano, para nosotros poco
significa la muerte. La parca no nos coge,
forajidos. De un golpe, una patada, de un
manotazo, el temor a la muerte se ha apartado
de aquí. De este abrazo aún más alto
que nosotros, de este nudo gordiano de la carne
rugiente, de este beso sin sombra, de esta fe
desatada; de esta vida sin precio, ¿qué
pretende la loca? De este solo latido, de esta chispa y
zarpazo, ¿qué se lleva
que valga? La muerte que emborrona, la muerte que se dice
mejor que estos dos cuerpos
que se aman fijamente, ardiendo
fugitivos, cayendo
sin adiós… Palabras que penetran, grafitis
portuarios, presagios
contra un muro –el temor a la muerte y su gran coletazo
de cetáceo extinguido.
BANDAS MAGNÉTICAS
Tú me lees; yo a ti. De madrugada,
nos desvelamos juntos, nuestras bandas magnéticas
descifrándose sobre esta desnudez
de las horas felices. Por tu ADN corren
instrucciones conjuntas que interpreto. Tus células
y las mías arden en esa genética del amor
intensivo, en estallidos violentos que iluminan
el mundo. La oscuridad, qué poca, qué
nada ya: qué aparte, así,
de nosotros, que respiramos cosidos al pulmón
de lo mismo.
Igualmente, lo mismo que yo
no soy yo, soy este
tú, donde he entrado hasta el fondo: claridad
sin reservas, como en ese entramado de la luz
que entra por la persiana y nos convierte ahora en
uno. La esperanza es de pronto este existir
tremendo, esta unidad ya en ti, nada más, todo
ya, todo yo
despojado.
LOS CIMIENTOS DEL AGUA
Se parecen a quién, estos seres que pasan, al final
de la tarde, solitarios,
absortos, no sabemos adónde. Un brazo y
otro brazo, acompasando –una sílaba
y otra–. El horizonte en llamas
los espera, lo saben, mientras buscan, avanzan, flotadores
del tiempo, estos seres que escriben
en el agua sus nombres. En la corriente que va, llevan
lo que no se termina, y vuelve,
vuelve: esa página líquida en
su fondo. El movimiento, el ritmo.
Van rumbo hacia delante, no miran
casi atrás, navegantes que insisten
entre el ser y la nada. Terriblemente hermosa, su soledad
mojada, arando y arañando la belleza
muy dentro siempre, al filo
de sí mismos. Ya, como segadores,
cortan la espuma blanca de las horas
felices, buscándose, empeñándose: impulsándose una y
otra vez –y otra más,
adelante–, vida así
cimentada. Vida ya buceada entre palabras
y abismo.
.
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