Omar Ochi
Nació el 4 de diciembre de 1988, en Mendoza, Argentina. Obtuvo numerosos premios por sus poemas y cuentos. Ha ganado dos veces el Gran Premio Vendimia de Poesía (2010 y 2012). Ha sido premiado en tres ocasiones con un subsidio del Fondo Provincial de la Cultura (2009, 2012 y 2014). Fue jurado del Certamen Literario Internacional “Salta Nuestra Cultura 2011” (Salta) y del concurso literario de narrativa de los “Juegos Evita 2012” (Mendoza). Ha publicado sus poemas en las revistas Cima, Las Musas, Megafón y La Vena. Perteneció seis años al grupo de Escritores Maipucinos (donde aprendió a crecer). Participó en el Primer Festival Internacional de Poesía de Mendoza. Estudia la carrera de Letras en la UNCuyo, es miembro y abanderado de SADE (Mendoza), se dedica a la música (canta y toca la guitarra), actúa en el Elenco de Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras. Entre sus obras editadas se encuentran: “Edel: el libro de once puertas”, “Libro del desierto”, “Historia del tiempo”, “Edel II: ¿Qué es la vida?”, ''Quimeras en el aire'' y ''Crónicas de hombres celosos''.
Carrera de barcos
lanzamos nuestros barcos
a esta aventura de infancia y acequia
perseguimos sueños
gritamos combatimos
jugamos a la vida
nos estremecemos ante una
pequeña
cascada
vemos hundirse la proa y la vela
de cada esperanza
y todos perdemos la carrera vital
callados y derrotados
hacemos otros barcos de papel
De ‘‘Historia del tiempo’’
tierra de aves
la vida jugaba en el patio
la infancia era un pájaro de tierra
que escribía sus pisadas su huella
sus vuelos y su canto
bajo el sol naranja
del cerco para afuera
se divisaban
por un lado
las vías del último tren
por el otro
las casas de los vecinos
la calle infinita
del cerco para adentro
había un mundo
viña parrales geranios eucaliptos
la casa el gallinero
el horno de barro
el poema de la risa
los juguetes desparramados
en el cielo verde
se llama tierra de aves
allí jugaba corría volaba y pasaba
esa vida
esta muerte
Lejos…
He vivido un largo día lejos de la inocencia.
Tan lejos que mis ojos me pierden.
Creo verme y no verte.
Es de noche. Las velas alumbran
la distancia de los ángeles.
Parpadean.
Se apagan cuando habla el viento.
Un violín pronuncia mis nombres
con la voz de la oscuridad.
¿Quién frota las cuerdas?
¿Tu arco? ¿Mi mano?
La esperanza es el cigarrillo
que arrojé al cenicero.
Luna distante. Fantasma en soledad.
El mundo se divide
en dos ecos diferentes
porque un hombre acerca sus manos
al fuego de la memoria
y un niño se aleja por la calle del olvido.
Lejos, tan lejos que mis palabras me gritan.
Me escucho. Respondo:
«acá estoy».
En un lugar donde nacen y mueren los besos,
donde los años juegan contra la vida
y me enseñan a perder.
De Historia del tiempo (2013)
Soltar un pájaro
No se trata de olvidarte:
se trata de cerrar los días con una llave
y caminar por las veredas sin bajar la frente,
sin que me nombren las músicas
y pensando que así es mejor;
que bailás y reís y volás más alto lejos de mí,
pues, a veces, el amor es cuestión de pájaros:
es dejar vivir y dejar morir,
compartir los vuelos, respetar la libertad,
entender que no sólo a mi lado podés ser feliz,
aprender que siempre soñamos con tener un sueño.
De ‘‘Edel: el libro de once puertas’’
Poemas del
Libro del desierto
Uno
Estemos juntos, pero separados.
En otros besos; en distintos asuntos.
Vos por tu cuenta,
y yo con el sol en la nuca,
caminando hacia adentro,
errando los lenguajes.
Sangrando esto que es mío y tuyo:
la viajada, el sentirnos, el fuego sobre lo callado.
Uno.
Esto que no pudo ser
y al fin de cuentas,
somos.
V
la historia pone sus manos y su cabeza
en un cadalso
sus faraones o reyes muertos
no saben que saben lo de los párpados
que el ocaso nos sueña
como un pretérito como este ocaso
en que el camello de la memoria
te persigue y es castigado
con los otros
con el filósofo decapitado
con la boca sin guerras
con el amor huérfano de espadas
y la vida sin música y el poeta sin canción
el cadalso se llena del vacío
y no sabemos
pero oímos
que la muerte es la primera nota del silencio
Shida
Un momento de sequía.
No hay frutos, ni riegos, ni palabras.
Nada. Solo el hastío y la sed
de las grandes cosas.
Secos, las rosas, los labrados,
los caudales, las cisternas y la tierra.
Los ganados y las canciones.
El olvido, el buitre, mis ideas.
Secas, las gargantas.
Del día se descuelga una gota de fuego.
Nada llueve. Nadie siembra
las primeras semillas de la esperanza.
Pero sigo esperando…
Una, dos, tres horas de fragua.
La hora del canto.
Suelto la lluvia.
Elogio al barro
Sucede que tengo envidia del barro:
en él veo la carne de mis leones,
los muros del tamaño de la nobleza
y el grano más miserable.
Es todos y uno solo: hombre,
creación, poema del hombre.
Es hijo de sus manos,
y aunque nadie reconoce
sus preludios de agua y polvo,
habla con el gesto de una cara insaciable.
¿Y quién le pone fin a sus apariencias?
¿Quién es quien para despreciar
su pobreza soberana?
El barro es materia poética,
destruye, edifica
y canta antes de nacer;
canta con el beso de una lluvia,
con otra cítara,
con otra boca y otras manos.
El barro (mientras sigue siendo barro)
no tiene voz, ni forma, ni lengua,
pero canta.
La vida de un escritor
No se habla de tus laureles,
ni de los montes que tiemblan
ante el poder del poeta.
No se trata de verdades
la pluma que piensa y juzga
el valor estético de tus venas.
No hablo de tu antigua vida,
sino del rostro que veo
en el fondo del espejo:
espejo de tu voz en la nada,
escribiendo a oscuras,
hombre abandonado.
Hombre y dos veces dolor;
gritando sin ser oído,
llorando lágrimas que lloran.
Puedo imaginarte caminando
entre gentes y ciudades,
pero siempre caminando solo.
Puedo vestirte
con la desnudez de mis canciones,
porque ya conozco este asunto:
Escribir es volver
a la semilla y la tierra,
aprender las virtudes de las piedras
y entregarse al vuelo.
Es esto que sufrís
en la cruz de las palabras
poniendo clavos en el alma
y sangrando luz en cada verso.
.
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