Aurora Munt
Nacida en Oviedo en 1998.
Ha participado en medios digitales como Ciudades Esqueleto y Obituario. A veces sueña que es otra persona, pero siempre despierta siendo la misma.
-Ha publicado el poemario: "La luz delimita el espacio",(2015, Stillness & Blood Press).
Para el Obituario de Fernando Pessoa
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Álvaro de Campos
Soñé que mi rostro era un tapiz
en el que habían bordado
mil caras diferentes.
Soñé que mi falda ondeaba al viento
como si fuera la bandera de mi cuerpo
y los patriotas se ponían firmes a mi paso.
Soñé que era otra mi voz
y que ya no
dudaba.
Por qué el dolor,
los pasos sin rumbo
en tus calles innumerables
como cabezas de hidra.
Esta mano que sesga el aire,
indolente.
Oviedo, no sabes mi nombre.
No sabes que ayer jugaba en tus parques.
Que me enamoré aquí
y luego olvidé.
Que besé alguna vez bajo los aleros.
Que la lluvia. Que la lluvia.
Que la lluvia.
Pero de esto no sabes nada.
Eres como un padre desabrido
con el pelo siempre gris
que nunca encuentra tiempo para mí.
Tú y yo
Tú y yo
esa pequeña entelequia
en la que
sólo alguna vez
simulamos creer
Ceniza
Sometida al impaciente tránsito de los cuerpos.
No hay nada aquí para nosotros.
No hay
nada aquí.
No podemos volver a encontrarnos.
Intento apagar la sed
con el amargor de la ceniza.
Jadeo sin pausa otros nombres,
palabras sin significado.
Hablamos siempre esta lengua vacía,
no tenemos nada que
decir.
La luz delimita el espacio
Poemario con ilustraciones hechas por Henar Bengale.
EL CORTOCIRCUITO
La primera vez fue a los siete años.
Recuerdo el olor a tierra mojada,
los rostros angustiados de las otras niñas.
Después, la blanca luz del hospital,
sus paredes nacaradas.
Recuerdo pensar: “he muerto”,
pero mi madre estaba allí
y yo sabía que mi madre estaba viva.
Mi padre voló desde Barcelona
(el perfecto padre que viaja por su niña enferma).
Discutieron, como si siguieran casados.
La culpa es tuya, se decían el uno al otro.
La culpa es de tus genes podridos.
Yo no sabía qué eran los genes, pero
pensé en la fruta.
Pensé
que quizás
había comido algo en mal estado.
Fruta podrida
en el estómago.
Sólo después mi padre
me habló del cortocircuito.
Me habló de sobrecargas en el cerebro.
De fusibles que saltaban,
intentó bromear
con una sonrisa triste.
Tendré que ir con cuidado,
pensé.
Tendré que moverme despacio
para que nada falle.
Tendré que
dejar la mente en blanco.
XXIV
Escribir un poema para traducir una herida
a una lengua que nadie entienda
(ni siquiera yo,
como la receta de un médico indolente)
Escribir de nuevo sobre la herida
y luego una vez más
hasta que la herida sea un borrón.
La herida como un pasaporte confuso
para viajar a ninguna parte.
Hablar del miedo en la jaula.
Hablar
del animal ante el espejo.
Volví a los viejos libros
Volví a los viejos libros
de una infancia inacabada.
En ellos encontré
el destello desvaído
de un recuerdo
que nunca tuve
y la sangre seca
de mis rodillas peladas
en aquel recreo
en el que creímos vencer.
Penumbra y escarcha
La habitación en penumbra.
La escarcha en la ventana.
Me muevo en silencio,
buscando mi ropa,
pero Iván se despierta.
Au, me llama.
Nunca Aurora,
siempre Au.
Mi nombre era una queja en sus labios
incluso antes de hacerle daño.
Au, me llama desde la cama,
y revuelve medio dormido las sábanas
como si me escondiera en ellas.
Yo susurro que no pasa nada,
que salgo un momento
a fumar a la terraza.
Iván murmura algo y vuelve a dormirse.
Me pongo una camiseta que no abriga nada
y salgo al frío.
Enciendo un cigarrillo como si intentara calentarme con él.
Fumo,
fumo y me estremezco sobre la ciudad a oscuras.
Pienso durante un momento que soy el único punto de luz en la ciudad.
El único punto de calor.
Pero no soy yo, sino el cigarrillo.
.
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