Gabriel Zanetti Reyes (Santiago 1983) es poeta y narrador. En 2004 gana la única mención internacional del XIII certamen de poesía de amor de la editorial argentina GEEAR (Grupo editor de escritores argentinos) donde es incluido en la antología de dicho concurso. Ha participado en diversas lecturas, donde destacan los recitales "Poesía y vino 2005" de la ciudad de San Fernando donde recitó junto a Sergio Badilla y Hernán Miranda. En el 2006 es mencionado por Marcelo Simonetti en la revista Caras por su encuentro con Alejandro Jodorowsky y su libro inédito "& no me puedo sanar". En el 2007 es incluido en el número 12 de la revista "Los poetas del 5" donde participa en la lectura de su lanzamiento junto a otros poetas.
Selección de textos de “Cordón Umbilical”
(2005-2007)
A Héctor Domingo Reyes Álvarez.
A mis padres.
Poema I
Perdóname no elegir una madre
sino una mujer para tu padre.
Perdóname hijo
por no querer tenerte.
Sé lo que te digo.
La memoria no da para tanto.
Perdóname
por traerte y no
por pensar en ti y no hacerlo.
Por morir.
Por no tener profesión y tenerla
por darte nombre y caracterizarte
por dejarte libros en vez de juguetes
papeles en vez de monedas.
Perdóname por ser dueño de nada
ni de estos versos que tú me dices.
Perdóname
porque te perdono
que vengas de mi sexo y no
de otra parte.
Poema II
Algo debes haber escuchado
en la cuna perfecta
llamada madre, llamada amor
donde no hay palabra que intervenga.
Algo debes haber escuchado
sé que las palabras se corroboran con los años
pero a mí no me alcanzará el tiempo:
cuando sea el momento estarás conversando con un ataúd
o con una fotografía
pensando en los portales de la vida
y en palabras como estas
que no alcanzamos a decirnos.
Poema IV
(Un año)
Mi madre duerme sola,
al mismo costado de la cama que antes.
Del otro lado: una radio.
*
Me dice que deje el secador de pelo en el baño
yo le digo que no deje la ropa interior en la bañera
ella me dice que esta es su casa.
*
No hay plata para cigarrillos
sólo hay para:
galletas
helados
shampoo & bálsamo
atunes
y la habitación donde vive mi padre.
*
Mis hermanas están celosas de mi chica
antes la mala de la película
era mi madre.
*
Desde que mi padre no está
sólo peleo conmigo.
*
¿Quién es hijo de quién?
*
Me trata como amigo,
siento que me ruega
ya nada es manejable
por fin.
*
Cuando estaba mi padre
el perro de esta casa vivía
enjaulado, preso.
(Ahora es libre y triste).
*
A mis padres
un golpe de estado.
*
Les vendría bien.
*
Nací para que mi madre arrancara.
Mi abuelo murió
para arrancar, quizás.
Mi madre arrancó de mi padre
con la muerte del suyo.
*
La Leo quiere irse a Europa
La Constanza igual.
*
Mi padre tramita nacionalizaciones
italianas.
*
Bebo Manhattan con la mami
(una vieja mezcla de Martini, whisky y marraschinos)
entre sorbo y sorbo me dice
que necesita al papi
que es la reina de Inglaterra
que es la Reina de Saba
que no trabaje
que siempre en su casa habrá
un plato.
*
Mi abuelo nos mira desde arriba
como cuando estaba vivo.
*
Casi todo lo que tengo fue de otro
no importa
soy el único que aceptó ser un poco de todos.
*
Me pongo en los zapatos de mis padres.
Me quedan grandes
y me aprietan.
Poema VI
Quiero pasar
un verano viajando con mis padres
a través de la línea de un tren
cuyo camino de pequeñas piedras es atravesado
por los trenes que llevarán a todos nuestros difuntos
hacia el sur de la vida.
Quiero ir con mis padres
llegar hasta el final
y por fin alojarnos donde mismo
allí
donde no hay despedida.
Poema VIII
(Óleo de domingo)
(A Héctor Reyes A. y Octavio Zanetti)
Antes que el olor
a pollo gitano
delatara el punto exacto de cocción
y nos llamara a la mesa
el abuelo, el padre y el hijo
transcurríamos en la terraza
bebiendo alguna copa
desgranando porotos, habas
bajo los primeros rayos
y sombras del mediodía.
**
Las mujeres partían a las cocinas
a sus habitaciones a dormir la novela
o a tejer los niños venideros
mientras tres generaciones de machos cabríos
mientras los restos de sangre
formaban otra
comían la fría sandía por las tardes
para no olvidar la historia de la sangre
mientras el jugo rosado
corría por las barbas.
Poema XIV
(Tras el fuego)
Estas fiestas son aburridas y sigo viniendo a ellas.
Camino al baño,
pienso en mi abuelo
que en los bares me decía:
“las cosas tras el fuego son de otro color”
cada vez que pasaba la mesera guapa
o cuando había un accidente que detenía el tránsito
afuera del bar.
Estas fiestas son aburridas y sigo viniendo a ellas.
El baño está ocupado,
mientras espero veo una fotografía
de la dueña de casa con su hija al lado
y sé que las cosas tras el fuego son de otro color
que se necesita un choque o un accidente
para estar del otro lado del fuego
para que por fin se detenga el presente
y pase un día.
Poema XXXIV
En esta ciudad pareciera que son las dos de la tarde por las noches
esas luces falsas de los autos, de los focos
nos encandilan y nos hacen creer en la falsa luz
por eso yo arranco de los bares
del alcohol, del polvo
de los amigos que nunca fueron
vuelvo desesperado a mi nicho
a este escritorio desastroso:
me desvelo todas las noches
todos los días
tratando de encontrar
luz en las letras
que también engañan
que también a veces son artificiales o falsas
yo trato de hacer una rendija desde el subsuelo
donde habitan mis poemas
arriba, en el techo, en el cielo
para que entre la luz.
Poemas de Gabriel Zanetti
Este silencio no tiene voz propia.
Un refrigerador vacío zumbando en la cocina
la lavadora que usábamos de noche para ahorrar.
El tic-tac del reloj chino sobre el calendario
donde encerrábamos nuestros nacimientos.
Esos círculos mal hechos parecen tumbas
una maldición antes números de suerte.
Dos bolsitas de té, una frente a otra desangrándose
en el plato sobre el velador una mala broma.
El sonido de las piernas moviendo las sábanas
un recuerdo del mar que exhala y revienta en el muro.
Parque Inés de Suárez
para Gonzalo Boudon y Juan Sebastián Rodríguez.
Los jóvenes drogados en la banca nos miran sin ver
hasta que la pelota de pimpón cae en sus zapatillas caras.
La moda son cortes de futbolista
ademanes choros y estar al borde de la pelea.
Con el guardia un año mayor fuman sus primeros cigarros
y silban las mujeres que pasan.
Un anciano inmóvil es un niño fantasma mirándose en la pichanga
mientras su mujer hace del lugar un manicomio corriendo por los montículos.
El atardecer es perfecto para los perros y los árboles
para los que se aman y beben tras los matorrales.
En el parque nunca es tarde
el agua sigue corriendo en la pileta.
para Gonzalo Boudon y Juan Sebastián Rodríguez.
Los jóvenes drogados en la banca nos miran sin ver
hasta que la pelota de pimpón cae en sus zapatillas caras.
La moda son cortes de futbolista
ademanes choros y estar al borde de la pelea.
Con el guardia un año mayor fuman sus primeros cigarros
y silban las mujeres que pasan.
Un anciano inmóvil es un niño fantasma mirándose en la pichanga
mientras su mujer hace del lugar un manicomio corriendo por los montículos.
El atardecer es perfecto para los perros y los árboles
para los que se aman y beben tras los matorrales.
En el parque nunca es tarde
el agua sigue corriendo en la pileta.
Salir, entrar
Una pantalla blanca retiene agua entre edificios y antenas
el viento levanta techos, unos pájaros agitan sus alas
desde acá parecen moscas, bacterias en un microscopio
dan ganas de estar allá arriba, saberse ínfimo, otro cuerpo
roído por lo invisible que raspa la carne
hasta volverla polvo incapaz de desaparecer.
Se suelta el cielo. Pinta gota por gota las calles
la poca tierra sobrante en los jardines
hasta caer sobre sí misma, tomando todo
el mismo color, otro territorio plano.
Los automóviles vuelven a desplazarse asustados, cucarachas
que arrancan de un gigante a la misma velocidad
en una tina de piedra que brilla corroída
de pisadas camino a grietas y cortinas.
Tras la esquina otra línea interminable
las flores del árbol de la entrada están en el cemento
sólo cuelgan gotas de las ramas como ampolletas
prendiéndose y apagándose entre cables, guirnaldas desteñidas.
En casa un lápiz para escribir
cosas que parecen sin importancia.
Un hombre besa a una mujer
una niña intenta un nombre.
Crisantemos y helechos se iluminan tras la ventana
junto a una maceta donde crece una cuchara
mala tutora de un tomate, no pasó el invierno.
Los perros en el colgador uno a uno dejan de ser una plaga
de colores con el atardecer volviéndose noche.
No me acercaré a la lámpara.
Pronto dejará sin luz esta hoja
borrará la sombra de mi mano cuando escribo.
Una pantalla blanca retiene agua entre edificios y antenas
el viento levanta techos, unos pájaros agitan sus alas
desde acá parecen moscas, bacterias en un microscopio
dan ganas de estar allá arriba, saberse ínfimo, otro cuerpo
roído por lo invisible que raspa la carne
hasta volverla polvo incapaz de desaparecer.
Se suelta el cielo. Pinta gota por gota las calles
la poca tierra sobrante en los jardines
hasta caer sobre sí misma, tomando todo
el mismo color, otro territorio plano.
Los automóviles vuelven a desplazarse asustados, cucarachas
que arrancan de un gigante a la misma velocidad
en una tina de piedra que brilla corroída
de pisadas camino a grietas y cortinas.
Tras la esquina otra línea interminable
las flores del árbol de la entrada están en el cemento
sólo cuelgan gotas de las ramas como ampolletas
prendiéndose y apagándose entre cables, guirnaldas desteñidas.
En casa un lápiz para escribir
cosas que parecen sin importancia.
Un hombre besa a una mujer
una niña intenta un nombre.
Crisantemos y helechos se iluminan tras la ventana
junto a una maceta donde crece una cuchara
mala tutora de un tomate, no pasó el invierno.
Los perros en el colgador uno a uno dejan de ser una plaga
de colores con el atardecer volviéndose noche.
No me acercaré a la lámpara.
Pronto dejará sin luz esta hoja
borrará la sombra de mi mano cuando escribo.
Amanecer en la plaza
para Pedro Núñez
Vaciar la última botella, caminar kilómetros sin avanzar
hasta llegar a la misma esquina, una casa
oscura por territorio, del otro lado la luz
acá la cordillera una puerta demasiado tiempo entreabierta
apenas se cuela un rayo cansado de viajar, aparece tarde
el sol para tapar los ojos con las manos, se calientan
los cerebros en la parada, la cerveza en la banca, las máquinas
moviendo sus piezas donde no caben, tornillos que no calzan
los ojos cerrándose en los asientos, se confunden
el humo volviéndose cielo con los pájaros condenados a volar
los insectos que mueren cantando la misma canción, como nosotros
no se aburren, los aspersores mojando el pasto, haciendo barro
nuestros pasos por los charcos cuando volvemos sin poder regresar.
para Pedro Núñez
Vaciar la última botella, caminar kilómetros sin avanzar
hasta llegar a la misma esquina, una casa
oscura por territorio, del otro lado la luz
acá la cordillera una puerta demasiado tiempo entreabierta
apenas se cuela un rayo cansado de viajar, aparece tarde
el sol para tapar los ojos con las manos, se calientan
los cerebros en la parada, la cerveza en la banca, las máquinas
moviendo sus piezas donde no caben, tornillos que no calzan
los ojos cerrándose en los asientos, se confunden
el humo volviéndose cielo con los pájaros condenados a volar
los insectos que mueren cantando la misma canción, como nosotros
no se aburren, los aspersores mojando el pasto, haciendo barro
nuestros pasos por los charcos cuando volvemos sin poder regresar.
Vuelvo y no están
La soledad que buscaba en la calle
se hace insoportable en casa.
En youtube una canción infantil con su última imagen
las cartas de la baraja roja están mordidas y mojadas
repartidas por el piso.
Suena el portón de entrada
no se escucha el coche bajar los escalones
ni tus botas golpear la cerámica.
Nunca dejan una nota
temo no volver a verlas sin que hayan dejado una.
Espero sólo hayas ido
a dar una vuelta a la manzana para hacerla dormir.
Se te olvidan las cosas
no fuiste al Quintanar como te pedí
a devolver el vaso de whiskey
que llegó conmigo anoche.
Está en tu escritorio
como mi retrato sin ustedes.
La soledad que buscaba en la calle
se hace insoportable en casa.
En youtube una canción infantil con su última imagen
las cartas de la baraja roja están mordidas y mojadas
repartidas por el piso.
Suena el portón de entrada
no se escucha el coche bajar los escalones
ni tus botas golpear la cerámica.
Nunca dejan una nota
temo no volver a verlas sin que hayan dejado una.
Espero sólo hayas ido
a dar una vuelta a la manzana para hacerla dormir.
Se te olvidan las cosas
no fuiste al Quintanar como te pedí
a devolver el vaso de whiskey
que llegó conmigo anoche.
Está en tu escritorio
como mi retrato sin ustedes.
Composición de ropa tendida para Claudia
En la terraza del frente se estira un pentagrama
varias corridas de cuerdas azules, verdes
y blancas, no son perfectas sólo son
mejores que las nuestras; forros de cojines
de un sofá blanco –jamás podríamos
tener uno- las blancas, las negras los calzones negros
de quién suele asomarse por las mañanas.
Quisiera ponerle un nombre, la llamaré Claudia.
Ayer nos miramos, estaba en pijama con un vaso de leche
yo bebía vestido de la llave de agua, había dormido así
una paloma comía para disimular migas invisibles en su ventana
movía la cabeza hacia los lados, como a nosotros
una extraña fuerza la seducía a mirar el precipicio.
Antes de cerrar la persiana sonrió, toda edad
tiene su encanto, su miseria, supongo
le hacían gracia los calcetines guachos
las camisas manchadas secándose con el aire frío.
No debe haber visto las prendas que dibujan un cuerpo desbaratado
en el patio donde unos niños siguen jugando a esconderse
ahora del invierno, de su presencia.
En la terraza del frente se estira un pentagrama
varias corridas de cuerdas azules, verdes
y blancas, no son perfectas sólo son
mejores que las nuestras; forros de cojines
de un sofá blanco –jamás podríamos
tener uno- las blancas, las negras los calzones negros
de quién suele asomarse por las mañanas.
Quisiera ponerle un nombre, la llamaré Claudia.
Ayer nos miramos, estaba en pijama con un vaso de leche
yo bebía vestido de la llave de agua, había dormido así
una paloma comía para disimular migas invisibles en su ventana
movía la cabeza hacia los lados, como a nosotros
una extraña fuerza la seducía a mirar el precipicio.
Antes de cerrar la persiana sonrió, toda edad
tiene su encanto, su miseria, supongo
le hacían gracia los calcetines guachos
las camisas manchadas secándose con el aire frío.
No debe haber visto las prendas que dibujan un cuerpo desbaratado
en el patio donde unos niños siguen jugando a esconderse
ahora del invierno, de su presencia.
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