lunes, 26 de septiembre de 2011
4820.- CRISTINA DOMENECH
Cristina Domenech. Nació en San Isidro, Provincia de Buenos Aires (1954). Ha realizado una vasta tarea como coordinadora de talleres de escritura. Entre algunos lugares donde se desempeñó consta el Centro Cultural Recoleta. Llevó a cabo un proyecto, a través de la Casa de la Poesía que depende del Gobierno de la Ciudad, de talleres de poesía para niños en la Biblioteca Centenera.
Actualmente está encargada del taller de escritura del Penal de San Martín, Provincia de Buenos Aires.
Participó en numerosos congresos y festivales internacionales de poesía, ya sea realizando lecturas de su obra como también presentando ensayos de poesía y filosofía.
Actualmente es becaria por la UCES, Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales y cursa las últimas dos materias de la Licenciatura en Filosofía.
Sus trabajos fueron publicados en revistas literarias y ha sido traducida al catalán. Entre sus libros publicados tenemos: Impalpable -Ed. Último Reino- Año 1994, Condensación de la Luz -Ed. Libros de Alejandría- Año 1998, Tierra Negra -Ed. Del Dock- Año 1999, Demudado - airediseño ediciones- Año 2007.
Ciudadano
No será Kane otro velado
del libro de los muertos:
dice la muda aflicción
Rosebud o
pimpollo de rosa que no explicita
el vicio y el aseo como nombres de una misma metonimia.
Nada exulta tanto como la cajita de nieves
de tantos ocultos inviernos.
Decías ave y volaban de oro,
decías panal y las abejas derretían miel
en tus cristales.
Hay mujeres que lamieron tus pies
como ostras cansadas del citrus
de tus manos. Llenos pechos de armonio
hacían pretérito lo vulgar del tiempo.
Rosebud, rosebud
pimpollo o rosa muerte no palabra:
cuna, mano, trineo.
Márgenes del río Teuco
Algunos tuvieron La Revelación
-leía la muda en el libro antiguo-. Desde entonces
aguarda la mesa tendida para vos,
santo de los santos, hermano.
Tiempo ha que no hallo tu rostro
como antes en Madrid o Buenos Aires tu estampita.
Las vecinas se persignaban
porque habían visto detener la muerte real del tiempo
cuando impusiste las manos.
Solían decir -Oh! San Leopoldo- aunque no conozcan la historia.
Te he convidado yantar
pero no a comprender mi espera.
Recuerdo cuando hiciste hervir la boca de los vivos,
había una etiqueta roja plena del ámbar de tus versos.
Me perturba aquello de servir
-arrodillarse hasta hundir el pecho en el barro-
al son de lo que ordena:
un Rododendro florece en la nieve
y descubre que aún podemos
hacer alguna diferencia entre el cálculo
de la muerte -o muerte- donde hubo Revelación.
II
En la rama oculta del Ibiscus
un lorito picoteaba su pecho.
Bandadas verdes como hojas de verano
me refrescan hasta hoy la historia
mientras en Castilla o en Salta no cesa ese arrullo de paloma.
Ah! Si hubieras visto Leopoldo aquella tarde:
el lorito iba ahuecando el pecho, pica que te pica
y más todavía, hasta tuvo que perder
el incalculable equilibrio del destino.
Ya no encuentran las vecinas tu estampa,
pero hay una foto-copia para persignar la eternidad-.
Ah! Hermano, sigue esperándote mi mesa,
aunque no comprendo el sentido fatal
de la viva palabra, manjar
o precario alimento.
En el pechito la sangre se derrama como río inmundo
que escribiera epitafios de lujuria.
Ya no vengas a la casa que sueña la fiesta de los hombres
o el suicidio de las hojas verdes en otoño.
Las vecinas atesoran tus manos
y hacen del rito cotidiano
ancestros modos que escabullen
el último grano de arena.
Debí –sin duda- avisarte:
el lorito ha muerto. Pero sabía
que serían palabras de desdicha.
Y no deseaba verte por última vez.
Blanco velamen
Como viejas monedas
las palabras de mujer pierden
su rostro.
Son juegos de sombras a distancia,
ruidos chinescos de la noche.
Ella, extremadamente clara
enceguece.
Mientras acuna una nave emergen
figuras milenarias.
Ella, reaparece blanca, vela
oculta la nave.
Como la vieja moneda
desvelada, a contraluz,
zozobra.
Travesía
Regreso para burlar la sombra
ser el reptil que convide la manzana
ver mi cuerpo de mujer sucumbir al despojo del deseo
mientras hace la última luz
Regreso para beber el jugo negro
ser la argamasa y su propio azogue
crear un cuerpo increado donde la mirada no tuviera retorno
Ser el otro de lo mismo
sin duplicación
sin la osadía de la ausencia
La sombra es cuerpo ignorante
Sedimento
Tan bellas,
tan profundas como debajo mismo
del mundo
de estas aguas sólo resta la piel.
Hubo un tiempo en que nada más
había arena.
Pero nunca quedan huellas en la arena.
Desgeneración
Imago imagen imagino
Esta casa duele de hijo, duele
el arroz desgranado por las voces
Abrir el juego, tirar las cartas:
hay una reina de espadas
espadas, palabras, una reina de palabras
bastos para atravesar la costa más lejana
como si huyera en la muerte del tiempo
El hijo persigue esa astucia mineral
donde escribe el perro tendido y santo,
si parecen un manojo de letras.
Desde la trastienda del cielo
despierta un gato que mira y arquea
el lomo como un arco iris.
Imago, imagen, imagino
(mejor es que vayan muriendo los perros antes que yo)
porque también duele de madre
la casa sin palabra sin espada ni bastos
y no sabe leer
el monótono mito de los días que jamás retornan
En todas partes se cuecen habas.
A lo lejos ríen los hijos en campos de destierro
como ríos de robustas cabelleras
Las tablas de la ley
Hay niños como águilas
que inventan las garras del tiempo
y tienen las manos como florcitas austeras.
No confiaba madrecita en mis versos
de manantial de agua inesperada. Desdecían
el escrúpulo del hombre que sueña
y no da de beber
para ser también madrecita tuya
y de todos lo cielos de extramuros.
Pero un aire mundano
entorpece este incesante letargo
y la palabra es un aleteo de colibrí.
Yo trato madrecita de contar
cuántas veces se mueven las alas
en un solo minuto, cansa ese estarse, así
si parece una estatua de arco iris
que liba su mismísimo cuerpito.
Yo soy lo que hice, lo que hago ahora
dentro de los siglos que no vienen.
No hay división divina diva
madrecita tu ternura de horas que consumen el futuro.
Nací para serte madre.
No me dejes morir como el agua que huye
río abajo eterna entre las piedras del sol.
No te quemes con este destierro a destiempo.
No destejas la mortaja que hicieron mis manos
cuando labraba la huerta de los hijos.
En las monedas que guarda la tierra está la palabra.
Y no dirá nunca qué soy
cómo llegué al mundo, cómo me fui.
Mapa de familia
Mi madre desvive y nos da huesitos para que juguemos.
Los hermanos cantamos la canción de los alpinos.
Mi padre nos muestra el mapa de España
que esconde versos rojos y amarillos,
versos de perro polizón a la deriva.
Mi madre desvive para que vuelva
la guerra inútil entre justos
y pecadores.
En el mapa de la muerte
estamos los hijos, las nueras, los yernos,
y a su lado, inmóvil,
mi padre como una paloma.
Por el patio y la casa vaga el perro
pero no encuentra comida en la historia.
Cantamos en catalán que bajamos la fuente del gato, que hay una joven,
una joven y un soldado, que le preguntan
cómo se dice Marieta del ojo vivo.
Es la estúpida canción de siempre que nos hace llorar.
¿Mienten los secretos de verdad?
Mi madre habla de desconocidos.
Llena la cocina de penas
y migas cucarachas fugaces como estrellas.
Los nietos
lucirán máscaras deshabitadas.
Ríe la abuela pero no es mi madre.
Es anónima la voz del invierno.
Hay un desborde en las intenciones del agua.
(El mundo en invierno es un punto quieto
y hace frío
para perseguir piernas desandadas.)
Imagino que no existen los ojos vivos
que me hacen bajar y bajar la fuente del gato.
Amanece. Mi madre se desvive.
Nos da huesitos para que juguemos.
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