jueves, 5 de agosto de 2010
329.- GUADALUPE GRANDE
Guadalupe Grande nació en Madrid en 1965. Es licenciada en Antropología Social por la Universidad Complutense de Madrid. Es hija de los poetas Francisca Aguirre y Félix Grande y nieta del pintor Lorenzo Aguirre.
Ha publicado los libros de poesía "El libro de Lilit", Premio Rafael Alberti, "La llave de niebla", "Mapas de cera" y "Hotel para erizos". Sus poemas figuran en revistas así como en antologías de ámbito nacional e internacional. Junto a Juan Carlos Mestre realizó la selección y traducción de "La aldea de sal", antología del poeta brasileño Lêdo Ivo.
En el ámbito internacional ha sido invitada a leer en la I Muestra Iberoamérica de poesía, Manizales (Colombia, 2003), Encuentros Culturales, Pereira (Colombia, 2003), Universidad de la Sapienza (Roma, 2004, 2006), Festival Internacional de Biscra (Argelia, 2005), Festival Internacional de Poesía de Medellín (Colombia, 2006), Festival Internacional de Poesía de Bogotá (2007), Instituto Cervantes (Cracovia, Varsovia, 2007) y Roma (2008) y Festival Internacional de Poesía de Sarajevo (2008).
Como crítico literario ha colaborado desde 1989 en diversos diarios y revistas culturales, como El Mundo, El Independiente, Cuadernos Hispanoamericanos, El Urogallo, Reseña, etcétera.
En el año 2008 obtuvo la Beca Valle-Inclán para la creación literaria en la Academia de España en Roma. En el ámbito de la edición y la gestión cultural ha trabajado en diversas instituciones como los Cursos de Verano de la Universidad Complutense de Madrid, la Casa de América y el Teatro Real.
En la actualidad es responsable de la actividad poética de la Universidad Popular José Hierro, San Sebastián de los Reyes, Madrid.
Libros de poesía publicados:
“El libro de Lilit”, Premio Rafael Alberti, 1995. Editorial Renacimiento, Sevilla, 1996.
“La llave de niebla”, Calambur Editorial, Madrid, 2003.
“Mapas de cera”, Ed. Poesía Circulante, Málaga, 2006.
“Mapas de cera”, plaquette, La Torre degli Arabeschi, Angera, Italia, 2009.
“Hotel para erizos”, Calambur Editorial, Madrid, 2010.
GUADALUPE GRANDE: El libro de Lilith
Estas ruinas que una vez fueron carne y voz
están hoy abandonadas a nuestro cuidado
somos los responsables de su eternidad
PRÓLOGO
Después de cocinar el adobe
llegó la alegría de los muros
y el aliento de las ventanas
Caía la tarde
como por la cuchara resbala la miel
atardecía despacio
dándonos tiempo para entender la noche
descendían las horas
en la desnudez del aire
el viento aromaba las sombras
caía la tarde
el miedo no tenía nombre.
Aturdidos de tanto saber
y de no entender nada
las cenizas de la memoria
se esparcen en el aire
MEDITACION
Una cucharada más de polvo,
tan sólo otra cucharada de nostalgia.
Abre la boca, niña, come y calla.
Cruel alimento es la nostalgia,
naufragio desolado de la vida,
espejo injusto e insaciable.
Otro bocado más, niña, mastica y traga.
Volver a la edad del centeno
volver al tiempo de las libélulas
y a su fulgor que sólo dura un vuelo
Regresar a la sensatez del saurio
y a su tamaño desvalido
desfallecer por fin tan sólo descansar
DEL DESTIERRO
Todo es materia de traición y tránsito
y quien diga otra cosa miente.
El verdadero fulgor es el de las sombras,
no hay otro resplandor que las cenizas.
Desde esta calle que un día fue páramo
y antes que páramo fue bosque
y primero que todo
deseo en tu palabra,
tiempo detenido en tu garganta
que finalmente tuviste que escupir al mundo, Padre,
vuelto la cabeza hacia aquel instante
y renuncio a las migajas de tristeza que me ofreces,
si son la última oportunidad de redención.
No voy a cultivar el llanto
ni pienso aceptar el consuelo de ese destierro.
Hotel para erizos. Tres poemas
UNA VIDA MEJOR
Y daría igual que fuéramos eternos.
El escaparate brilla como los fuegos fatuos.
Tras el cristal las minúsculas manos desmenuzan la herrumbre,
una maleta, un pañuelo, un zapato, el cinturón de falsa serpiente, plumas de avestruz para el sombrero que ya nadie llevará,
así brilla el tiempo tras el cristal, fruta escarchada de los días, brillo mineral colgado de un árbol cortado, pez anudado a la cuerda de tender.
Y dará lo mismo que seamos eternos.
Mirar los escaparates, corchea arriba, semifusa abajo,
acompasar el paso para tropezar,
para volver del mediodía, para llegar al anochecer.
Un escaparate y luego otro, y al fondo, el cajero y su ábaco de lágrimas: pasar o no pasar. O quedarnos aquí, moliendo la herrumbre con el molinillo de té.
Pero los guantes de gamuza se posan sobre el piano. Do re mi, sordamente, fa, sol, sol, felpa constante en la percusión. No, no hay pez martillo que valga. No hay animal de sombra ni luz en esta cuenta de adverbios: aquí, allí, ahora, entonces, cuándo.
Daría lo mismo que fuéramos eternos, entonces, ahora, hoy o jamás.
Es mucho más simple. No es cuestión de constelaciones, no es el brillo de la madera trasmutado en ballena, no es la piedra roseta, ni el esperanto de la lluvia, no el canto de sirena deletreado en los surcos de la pizarra. Es mucho más simple.
Una vida mejor.
Una vida con memoria de elefante y sed de camello y ojo de lince, brújula de cormorán, solidaridad de hormiga, precisión de abeja, una vida con fidelidad de cisne y sonrisa de chimpancé y delicadeza de libélula y piel de leopardo, conversación de bosque, majestad de cordillera y siempre el cuento de nunca acabar.
Primera lección nunca aprendida en las cuevas de sésamo: la vida está aquí, no allí, y todos creen que seremos eternos.
En el escaparate brilla la caja registradora, pequeña cola de alacrán, servilletero que nos abraza a la mesa,
una vida mejor,
aquí, allí, al otro lado del cristal.
Y nada importa que seamos eternos.
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TRATADO DE LA MEDIDA
lo que cabe en una mano
aún antes, antes de que la sal mida el tiempo
la cabeza de las mujeres rasuradas en la resistencia
la cabeza del colibrí, marca, hueso, piedra en el camino
señal para el viaje cuando sólo las aves conocen el secreto del metal
la cabeza de las mujeres rasuradas por cien gramos de arroz
por dos terrones de azúcar, por un simbólico cupón donde se dice
y las rasuradas porque sí y las rasuradas porque no
lo que cabe en una mano
un bisonte y una astilla para alcanzar el bisonte
el diapasón mineral afinador de la madera
y el mundo entero en la molécula de lluvia
cuando una sola gota contiene la forma entera de la naranja azul
un niño cruza el río y deja caer la moneda, el diente blanquísimo viaje inverso en el primer gozo del duelo
lo que cabe en una mano
cuando la harina tiene el color del humo
la cabeza de las mujeres rasuradas
la que se sienta a morir y la que se levanta cada día a cavar zanjas
hasta lavar la ropa interior de las doncellas
cultivadoras rameras de difuntas lilas
que visitan las peluquerías los sábados por la mañana
y el comedero del animal, el primer hueco del trigo
el surco que no es camino y conduce al no lugar
esfera exacta que encierra el hambre
y un cajón en la cocina para guardar lo que no se ha de olvidar
a saber
el girasol, primera rueda estelar en la cartografía de la conciencia
la arquitectura improvisada de la nieve en la hoja del árbol
el trébol de cuatro direcciones y su fatalidad única
el puente no es para los trenes, pero llegan
lo que cabe en una mano
cuando lo oscuro es más oscuro, lágrima de ceniza
y la palabra, correa en el albedrío de la muerte
la cabeza de las mujeres
y todas las botas sin nombre y el zapato perdido junto a la fotografía equivocada
y la sandalia del niño que se queda en el 33
y el tacón de aguja para el hombre enterrado en su falda
hueso del perro muerto, batuta de la banda municipal
hueso del hombre muerto, batuta de la banda sinfónica
un pájaro llama a la puerta que no fue marcada con el jugo de mora por el ángel de las despedidas
lo que cabe en una mano
cuando un cuerpo es del tamaño de su sombra y la mirada sobre ese cuerpo del tamaño de la luz
la mano cortada de quien ya no está
y todos los cuerpos que fueron en esa mano
un cuerpo del tamaño de una mano
el oscuro hilo entre la mano y la respiración del recuerdo
la cuerda raída, la que arrastra
lo que cabe en una mano hasta la estela del astro ido
gozne de la locura que anuda al vértigo la vocal impronunciable
cuando conoce su destino de tren hasta el diente del niño.
lo que cabe en una mano, hoy, once de febrero y sábado, la cabeza
JARDÍN DE LAS VARIACIONES
Aún no había llegado la maleta de los objetos perdidos, la caja de seda para los zapatos anfibios, es decir, el pequeño ataúd para tu mano.
Cegada por la luz de otros días, giras el rostro hacia la tarde:
el caracol deja su baba transparente sobre la fotografía, una silla en el mar de los días y un muro de viento que empuja el brocal del recuerdo convertido ahora en ceniza,
nunca estuvimos allí, a la orilla de aquel jardín, al borde de la distancia, en el párpado de aquel naufragio blanco,
festejando las nupcias de los animales de la nostalgia en el umbral de la escarcha.
Y ahora miramos absortos las horas con la infancia atravesada en los labios,
quietos, muy quietos, recostados en el muro de viento
antes de que desaparezca este copo de ayer que arde en nuestra pupila:
arde la muleta para el pie que nunca tuvimos, y en ese instante somos sólo eso, una ráfaga de miedo en el viento.
*
Un mirlo atraviesa el jardín,
lleva en su pico rojo la vela azul para nuestros años, lleva, entre salto y vuelo, la esquirla de hielo bajo su lengua de flecha, la gota de cera para la doble despedida de nuestra edad.
La cicatriz cruza el jardín hacia el agua, la vereda parte los días y deja una escama del silabario, una brizna de días en el monóculo del tiempo que se balancea en la dulce higuera, funambulista del extravío para la correa del lazarillo del porvenir. Imposible mansedumbre del vigía, inútil docilidad de quien se ata por vez primera los zapatos con el crespón de los átomos del duelo.
Sea el diente de leche quien tire del pomo de la puerta.
*
Viene y va la caligrafía del tiempo, viene y va.
Está lejos la luz y no importa,
lejos las mariposas del olvido, las que callan su memoria,
lejos la raíz del vocablo que florece en el aroma,
lejos la cuchara con su hueco, con su nido de levadura,
el pan ácimo lejos,
lejos el pabilo, el aceite y la oscura leyenda del cuenco con su hondura,
está lejos la vida y no importa.
*
Al otro lado de la vida, al otro lado de la infancia, al otro lado del jardín.
Todos se han ido y sólo queda regresar.
Giran los días, giran bajo la púa de nieve, bajo la implacable batuta del porvenir,
hipótesis de luz en la sombra, al otro lado de la dársena, donde el ala pliega su duelo, donde el perro esconde tu mano en la grieta del muro y el pez muerde el sedal, la semejanza que hilvana el vestido para el viaje de las últimas cosas, la incesante madeja, fundación de penumbra en la penumbra.
Un soplo, un resplandor, la nieve.
Hoy, mañana, nunca, cuando ayer y hoy son ya un mismo día en tu corazón.
Entonces, el regreso, para llegar al lugar donde la cicatriz siembra su íntima voluntad, texto borrado donde te sientas a escuchar los días mientras el mundo gira cuando cae la noche. Aquí.
AZOGUE
Vivimos de costado
pasamos de puntillas
Gracias a dios nadie quedará para recordar
en nombre de quién
habrá de dirimirse la venganza
Cuando el tiempo se escapa sin rostro de las manos
dejando un polvo amarillo en el azogue
es menester estar atentos.
Cuando los días huyen a hurtadillas
despreciando nuestro estupor
(mientras se pudre el grano en el almiar)
es menester ser precavidos.
Cuando la vida se oculta en los rincones
y no hay perro de caza que pueda hallar su rastro
solícitos acudimos a las puertas del miedo.
El bosque de certezas ardió hace tres noches.
Y yo he venido a pregonar
la escarcha de la duda.
EL RASTRO
Somos materia de extrañeza
quién nos lo iba a decir nosotros
que hemos sufrido tanto
Pero nuestra memoria no arde
y ya no sabemos morir
Memoria de la vida,
memoria de los días y la vida,
cuchillo que abre el mundo
esparciendo unas vísceras que no consigo descifrar.
Memoria de las tardes y la luz,
alumbras la mirada
eres el vigía implacable,
la brújula severa, el testigo carcelario
que anuda el tiempo en su mazmorra.
Qué buscas, memoria, qué andas buscando.
Me sigues como un perro hambriento
y tiendes a mis pies tu mirada lastimera;
husmeas, perniciosa, en el camino
el rastro de los días que fueron,
que ya no son y que jamás serán.
Te arropan los andrajos de la dicha
y la desolación te ha vuelto precavida;
memoria de la vida, memoria de los días y la vida.
INSTANTE
La vida nos sabe a poco
el mar no nos basta
Somos un signo de interrogación
que ha perdido su pregunta
Y sobre todas las tristezas
el vuelo ensimismado del trapecio
-pronuncié tu nombre más solitario
tu nombre hecho de ausencia
mínimo conjuro de sílabas que nombra
la falta sin límites de tu tamaño
palabra inhóspita que lleva
a una región de aire
en la que el equilibrio es un calvario
-conozco bien esta vocación de aire
esta opulenta miseria
este esplendor de la tristeza
este ultraje de las redes y del tiempo
Conozco bien el desatino
de las palabras que nombran las ausencias
Huir es regresar eternamente
JUNTO A LA PUERTA
La casa está vacía
y el aroma de una rencorosa esperanza
perfuma cada rincón
Quién nos dijo
mientras nos desperezábamos al mundo
que alguna vez hallaríamos
cobijo en este desierto.
Quién nos hizo creer, confiar,
-peor: esperar-,
que tras la puerta, bajo la taza,
en aquel cajón, tras la palabra,
en aquella piel,
nuestra herida sería curada.
Quién escarbó en nuestros corazones
y más tarde no supo qué plantar
y nos dejó este hoyo sin semilla
donde no cabe más que la esperanza.
Quién se acercó después
y nos dijo bajito,
en un instante de avaricia,
que no había rincón donde esperar.
Quién fue tan impiadoso, quién,
que nos abrió este reino sin tazas,
sin puertas ni horas mansas,
sin treguas, sin palabras con que fraguar el mundo.
Está bien, no lloremos más,
la tarde aún cae despacio.
Demos el último paseo
de esta desdichada esperanza.
LA CENIZA
Diccionario inventario
lista número preciso
cómputo de un idioma
que no podemos entender
Digo que no existe el olvido;
hay muerte y sombras de lo vivo,
hay naufragios y pálidos recuerdos,
hay miedo e imprudencia
y otra vez sombras y frío y piedra.
Olvidar es sólo un artificio del sonido;
tan sólo un perpetuo acabamiento que va
de la carne a la piel y de la piel al hueso.
Así como las palabras primero son de agua
y luego de barro
y después de piedra y de viento.
LA HUÍDA
Vivimos como de prestado
vivimos como sin querer
vivimos en vilo y nuestro destino es la espera
vivimos fatigados de tanto sinvivir
Huí, es cierto.
Huir es un naufragio,
un mar en el que buscas tu rostro, inútilmente,
hasta convertirte en náufrago de sal,
cristal en el que brilla la nostalgia.
Huir tiene el olor de la esperanza,
huele a cierto y a traición,
se siente vigilado, está perdido
y no hay ningún imán que guíe
su insensato paso migratorio.
Huir parece alimentarse de tiempo,
respira distancia y mira, desde muy lejos,
un horizonte de escombros.
Huir tiene frío y en la piel de su vientre
resuenan palabras graves valor asombro lluvia.
Huir quisiera ser un pez abisal que ha llegado a la superficie:
despues de tanto oscuro,
de tantos siglos anegado en la profundidad,
brillan las primeras gotas de luz
sobre su lomo albino de criatura castigada.
Pero huir es un naufragio
y tu rostro un puñado de sal
disuelto en el transcurso de las horas.
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