lunes, 30 de agosto de 2010

744.- EMMA COUCEIRO


EMMA COUCEIRO

(Cospeito- Lugo, 1977). En sus años de estudiante de Filología Hispánica, Emma Couceiro colabora con Yolanda Castaño organizando varios ciclos de “Recitais na Facultade” para dar a conocer en el mundo universitario la voz de los poetas más jóvenes. Posteriormente participó en el proyecto editorial colectivo de Letras de Cal y ha publicado sus versos en multitud de revistas literarias como Festa da palabra silenciada, Dorna ó A Xanela, entre otras.

En 1996 gana el Premio Espiral Maior con Humidosas (1997), su primer libro que nos da a conocer una voz rotunda y entrañada en sí misma que se integraría en lo que algunos críticos consideran como un intimismo radical. En 1997 es galardonada con el Premio Lorenzo Baleirón por As entrañas horas (1998) y, finalmente, en 2003, publica (Cito) donde su capacidad para construir mundos opresivos y diferentes se agudiza ahora con un lenguaje en parte críptico y en parte arraigado en la tradición. Su obra puede encontrarse en las antologías Mulher a facer vento (Lisboa, 1998), Efecto 2000 (1999), A tribo das baleas (2001) y Mujeres de carne y verso (2002). Emma Couceiro forma parte de la Asociación de Escritores en Lingua Galega.




Del libro Humidosas, 1997

Como crecieron
conmigo
tienen vida propia que ahogan más vivas

y no saben remedios

y anochecen solas.

Son como otras niñas;
aprendí a jugar con ellas
y olvidé los remedios,
sus nombres
cuando decían
nunca.

Tuve sueño
y dormí con ellas.
Fue una evocación confusa
de más y más palomas
detrás de mí.
Me costó noches de tejados
espiando sus formas,
ocupaban espacio y, con los años,
crecerían desmesuradas repitiendo
nunca.

Ahora recuerdo que tuve miedo
y unos gritos cansados
que odiaban.
También más paredes
y días desfigurados en que aparece su voz
debiendo historia y figura antigua
a mis secretos.


Hemos dado tantas vueltas para llegar aquí
y desgranar humidosas
que sólo quedamos nosotros y nuestras preguntas.

De aquellas que silbaban la melodía de criatura
y nombre
dejamos rastros

porque el tiempo pasa.


Estoy pensando en ellas.
Hay una explosión de manchas tristes
y pintura sorprendida
que dicen dolor
por más que la devoción me sale entera
y mareo el tiempo.

Justo en torno
a lo que iba a ser mi cuerpo acostado,
crecieron humidosas encogidas en la piel.
Ni ésta ni otra más
como una dama,
ya sólo desconchando líneas
de memoria
y entonces también con la lengua

arrodillada en la boca.

Me duelen los pies
de mantener el equilibrio
y estoy sorprendida pensando en ellas.
Debe ser que sólo la voz es verdad
o que sólo existe realmente este silencio.

Quién puede abrir una alegría arrastrada
más allá de mi cuerpo acostado,
ni hoy ni nunca más
como una dama.


Vivimos en una casa de mentira.
Somos de trapo en su vientre disecado,
trapecistas
ensayando un futuro malabar.

Respira y dilata túneles,
cárcel rítmica de paredes y puertas
que duele atravesar como bocas desiertas para el silencio.

Paseamos en pijama
tomando notas a todas horas
con las manos llenas de tinta

sin voz.






Del libro As entrañas horas, 1998

Las entrañas y seca.
Ven a escucharme decir que no puedo sentirlas ya,
que no tengo entrañas ni es mía esta fuerza, a veces
pienso en ti mientras resisto
pero no es mía esta fuerza.

Con la mudez en la propia sangre
ni soy yo. Ahora que insisto en ser consciente
no tengo nada,
que este camino virgen enredaba
hasta el ocultismo
o que miento,
ahora que insisto en ser consciente.

Pero este cuerpo no tiene que ver con nada,
construye esa piel alterada que no se asusta
y seca,

que tengo
el vientre contra mí,
de vuelta cruzándome seca.


Aguardo a esa extraña luna
que ambicionó guerras entrañas.
La que vence la luz en las tripas
y en los hemisferios de sus noches
mientras quema.
La de mi cuerpo con sus marcas de luna.

Y el espíritu de las aguas en el cuello,
la expresión que desentraña máscaras
y remueve la tierra.

Pasarán siglos despertando las piedras
mientras me miro e intento sentirme.

En el espejo
de nuevo nueva piel y ondeo.
Primaveras y almarios que rigen y estallan
y contienen si soy yo.

Y debería de ser yo,
hundir la luna en las entrañas
y recorrerme.


Aún creo en las estaciones desiertas
que vivías detrás de casa.
Las tardes en que enterrabas todo cuanto tenías
por miedo.
Había vestidos que ella guardaba por siempre
o por amor a las cosas que nunca contabas.
Y sé que en la guerra y en la casa
todo salía con la misma fuerza
con que rasgabas las costuras
para que no se ahogase.

Pero no respira aún tu cuerpo con esa fuerza,
no puedes imaginar cómo canta si canta dentro,
ni qué existe de extraño en su aparición.

Debe ser que ciega de asma tu boca
y por dentro,
o que desconoce el curso exacto de las venas,
la sangre que precisa para no ser historia.

Y siguen creciendo en la humedad
para que lo lleve dentro,
para que entienda su desierto dentro
como entiende la vida,
porque aún creo en los que lloraban
detrás las cosechas
mientras adentraban en la tierra
y en el amor todo cuanto tenían
por miedo.


Y debo de ser esta que se retuerce
bajo el cielo desquiciado
de estas entrañas horas.





Del libro colectivo Mulher a fazer vento, 1998

Hacer de mí tu leyenda.
Entender que descansan sobre ti los restos
de la verdad,
que es hermosa la mentira,
que debo olvidar aquellos sin principio
ni fin que nosotros éramos.
Pero intento regresar a un ataque
de agua detenida que empieza
justamente en tus ojos
cuando adivinas la belleza del desastre
y es sólo imagen.
Sé que la historia no tiene nada que ver
con el sentimiento
y es extraño

porque aún así no arrastrará nada que me obligue
a crear una necesidad
o una leyenda.

Y por eso renuncio al drama.

Quiero la miseria de la que aguarda.
La miseria.





Del libro (Cito), 2003

Porque esta vez todos se irán contigo en cada verso
(todos se irán contigo)

Y realmente estoy cansada. No sé qué decir.

«... habla con el conde de Altamira,
mi condenado a muerte (...)
brilla en sus ojos un fuego sombrío ...
parece un príncipe
disfrazado»*

Decapitado.

Y nunca más pisarás esta tierra
(esta tierra apartada,
pasto de arena que se abre en la tormenta,
esta tierra ácida y recortada,
que se mide con los pies,
que promete únicamente la voz que desiste,
la voz que se rinde)

Lleva tu cabeza en el regazo, los ojos secos
y detenidos en algún punto del camino.
Seremos los primeros en llegar. Tú boca y yo,
que abandono la lengua,
que odio todo cuanto odia mi lengua,

y no sé qué decir.

* Sthendal (1830)


(Cuarta) – La ceguera

En Juliette, recibía todo el sol y toda la mina
de azufre en tus cartas. Los niños subían la casa
a ese mismo árbol y tal vez había una guerra,
una torre y una catarata dentro; pero el resto
de la historia, vista desde aquí, no tiene sentido.
Puedo hablar, sin embargo, de la ceguera.
Mojaba los pulsos para la leche cuando en medio
de la siega el niño lloraba, todo mi jornal no bastaba
para salvar tu vida en el granero, que morías allí
(con las vendas y el calor y la madera podrida
bajo la espalda) Años después me recojo
en los brazos y soy costurera, despunto
los bajos de la falda y remiendo una piel
adecuada
(seca)

Pero no tiene sentido. Aquí ni siquiera escampa,
y mis ojos cruzan el invierno.

... Y sin embargo,
esta historia es mía
y todos los finales posibles son también sagrados.

Pues de la otra orilla (cuando la noche se hizo noche)
llegaron voces

(Pero no fuimos nosotros, nosotros no, eran ellos)*


*... el gentío que quemó nuestra casa a
nte de mis ojos,
como si la vida no tuviese nada que ver con esto
(ante mis ojos)

Odio todo lo que te odia, y escucho
el metal crispado de tus voces mientras
ruegan por nosotras
(esclavas de una lengua extinta, abriendo
las vocales para salvar tu nombre
y arrodilladas también
en este verso)
pero

contrarios a la fe y a la oración son los desiertos
del verso,
los desiertos,
la ceguera que se esconde en todos los silencios
que hoy están aquí.

(Como si la vida no tuviese nada que ver con esto)


(NOTA A UN ORIGINAL EXTRAVIADO – 2ª versión)

«Pero no esta vida – ésta - / la única tormenta
que barre este lugar / desfilado a trazos»*


Y al final,
qué poco de todo esto es palabras.
Aquellas que tenía gritan sólo en mí
y ya no consienten cualquier desenlace.

Porque nunca aprenderé a negarte
( ... y nada más, nada más que esta
lengua imperdonable,
nada más cuando venga a por mí; ...
ya sabes que me esfuerzo para
no tener que pedir el resto, pero no hay suficiente
para inventarlas
a todas;

gritaban tanto que nunca te escuché marchar)





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