sábado, 28 de agosto de 2010

YUTAKA HOSONO [716]


Yutaka Hosono 

(Yokohama, JAPÓN, 1936)

Poeta. Estudió español en la Universidad de Lenguas Extranjeras de Tokio y durante casi dos décadas trabajó en Brasil, Bolivia y México donde tradujo al japonés varios poetas españoles y latinoamericanos.

Es autor de los poemarios en japonés En donde se agote la tristeza (1993), Cazador de fl ores (1996) y La máscara sonriente (2002), y en español ha publicado Dioses en rebeldía (1999). También formó parte del equipo de traducción, del español al japonés, de la Antología de la Poesía Mexicana Contemporánea (2004) y la Antología poética de la generación del 27, de Arturo Ramoneda (2007), Premio Shikai (mundo poético) del Club de Poetas de Japón.


LAS MEJILLAS COLORADAS DE MI MADRE

En los inviernos
se hicieron más coloradas las mejillas de mi madre,
y brillaron vivamente, de especial manera,
aquel invierno del año cuando se perdió la Guerra.
En ese entonces por el golpe de la derrota,
se enfriaron aún más los corazones de la gente.
Ese frío hizo que la nieve fuera más intensa
en la zona semirural que está en las afueras de la ciudad
 de Yokohama.

Y a medianoche cuando vinieron a buscarla,
mi madre salió desafi ando el viento glacial sobre
 su bicicleta,
amarró el maletín negro al portaequipajes, y partió
 hacia la casa
donde esperaba la encinta aguantando sus dolores
 de parto.
Siempre vinieron a buscarla en las altas horas de la noche,
mi madre antes de salir averiguaba sin falta la hora
 del pleamar.
mi hermano menor y yo, que éramos estudiantes
 de primaria,
nos aferramos a las ropas de la cama,

y abrazando el vacío que quedaba
después de la salida de nuestra madre,
le pedimos que nos jurara
que regresaría pronto.

Cuando empezaba a amanecer, en el crepúsculo,
percibía en la espalda la resonancia del primer vagido,
mi madre retornaba precipitadamente a casa por la
carretera de Hachiouji,
y yo la estaba mirando en el sueño.




El deseo

En el abdomen y hacia la espina,
en línea horizontal,
hay un mar desteñido.
Mi hijo ahí, desarmado, a medianoche,
hecho un montón de palillos chamuscados,
llueve como tortugas.
Las bombas incendiarias.
Las lápidas sepulcrales en el arenal.
Con un brazo arrancado al niño,
la mujer viene corriendo.
Los cabellos se mecen en el fondo de la cuneta.
La ascensión al cielo de la novia.
El joven aferrado al recuerdo
como si abrazara aquellas piernas blancas,
desea aplastar el trasero de la abeja
porque la imagen no es tridimensional
por mucho que se proyecte en la pantalla.
Y bebe la charca de un trago.
Lame con avidez el casco del buque de ágata
y espera el final mirando para arriba.



El rencor

El soldado murió golpeado.
Murió golpeado por el cabo
que lo tiró a puñetazos,
lo forzó a levantarse
y lo siguió golpeando.
Finalmente, el soldado cayó de bruces
y murió.
Detrás de la cerca
brillaron los ojos de unos niños
entre los cuales siguen brillando
los míos.
El soldado murió callado,
reprimiendo su cólera, su terror y su reclamo.
¿Cuántos soldados murieron así?
Que no sea la muerte nada más que una pérdida;
que se llene el mundo con las almas
de los que mueren oprimidos.



Flor, la otra cara

Si yo tuviera una lengua de mariposa,
entraría en ti más y más profundamente
y te chuparía todo el amor.
Pero mi lengua es corta y plana,
por lo que sólo lamo esmeradamente
los pétalos
y ando impaciente por el pistilo.
Sólo llego a un punto en el que aguardo
mi Musa que se aleja de mí, y a pesar de ello,
viene apareciendo ante mis ojos cerrados
algo sublime.
Es como las nubes,
se transfiguran constantemente,
en montañas, en sueños,
en alas de mariposas que atraviesan el océano,
y a veces en dos cuerpos que se aman.
Hasta donde me sea posible
acerco la nariz y la boca
a la flor que se sostiene entre las piernas atléticas
como un adolescente, aspiro lentamente
el olor húmedo y nostálgico de la tierra natal.
“Ésta es mi otra cara”, dices murmurando,
te quedas liberado.
¿Eres mi madre?
Es como si yo lo saboreara por completo
con mi lengua.
Pero tú estás siempre lejos,
como los pechos muy distantes.



Como un arbolejo en tierra devastada

Como un arbolejo
en tierra devastada,
quiero estarme inmóvil y sentado.
Desechadas las palabras
como hojas caídas en el suelo,
quiero quedarme sentado
aun de noche cuando corre a velocidad
un caballo bañado en las ancas
con luz de luna.
Sin embargo, aquí no llega el invierno.
Por más que las deseche,
las palabras surgen sucesiva
y agitadamente,
y con un baile radiante de luciérnagas,
hacen palidecer todo a mi alrededor.
¿Quién es
quien hace crecer frondosas las palabras
aunque estén rotos los troncos,
y me inclina hacia los otros?







Los pechos

Tú has vuelto a mí
como lo presentí
en la pena desquiciante
de haber estado separados
miles de noches y días
tuyos y míos.
Y a la juventud en que no éramos hábiles
regresamos volando de un tirón.
Y tus pechos que nunca vi
y tus pezones como ciruelas
un poco hundidos tal vez,
aparecen claramente
en mis ojos entrecerrados,
como estaba en aquel entonces.
Por eso, permíteme
tocarlos levemente.
Tu sonrisa coqueta
como rizos de agua me estremece,
y cosquillea mis orejas.
Es demasiado penoso para mí
jurar con el corazón
que nunca dañaría tus pechos.
Por eso te abrazo con fuerza
vestida con el traje de bodas del sueño,
ese que nunca puede recuperarse,
en el césped de medio día donde se alinean las lápidas
en las que han grabado
la pena que me has dado
más allá de millares de noches.


Dioses en rebeldía

Los dioses están de pie,
apoyados sólidamente en tierra
como grandes árboles agonizantes.
Cargan el cielo en los hombros,
y aguantan a duras penas
el dolor de la convivencia.
(¿Por qué no huyen?
¿Por qué no venden sus almas?)
“Porque cierra nuestros ojos el sucio sudor,
porque aquí está lleno
de ondas ultracortas invisibles,
y no se ven los picos que hieren la noche”.
(No huimos, para ver.
No vendemos, para ver.)
Algún día
tomando al violador por el cuello,
le estrangulan el corazón
junto con el entumecimiento de las manos
y las piernas.
Sale de repente la lengua rojísima,
flamean el viento y las nubes,
y el cielo cae.
Los que se levantan de nuevo
desde el caos,
son también dioses inmortales
en rebeldía.



SE DICE QUE CUANDO CAE UNA ESTRELLA…

—sobre el cuadro de Marcelo Callaú*—
Se dice que cuando cae una estrella
muere una persona.
Pero no lo creo.
Creo que nace una estrella en el cielo,
cuando muere una persona.
Porque al perderse una cosa en un lugar,
Debe nacer en otro sitio.
Entonces, ¿se pierde una estrella
cuando nace un niño?
Es decir, ¿devora el niño una estrella
antes de salir de la noche del útero?
Cierto que los siete niños y sus padres
en el cuarto de Marcelo Callaú
comieron nueve estrellas y las digirieron.
Por eso, brilla hermosamente la tierra
debajo de sus piernas,
(como brilló cuando nació del bambú la hermosa
Kaguyahime**)
y sus siluetas son oscuras
como el peso de la existencia


*Marcelo Callaú: pintor y escultor boliviano
**Kaguyahime (la princesa del brillo). Es una princesa legendaria del antiguo Japón, que nació de una planta de bambú cuando un anciano colector de caña de bambú vio un brillo que emitía una de estas cañas y la cortó. El anciano y su esposa criaron a esta niña hasta que se convirtió en una mujer de belleza tan incomparable que los nobles y hasta el propio emperador se enamoraron de ella y quisieron desposarla; pero Kaguyahime los rechazó a todos y un día voló a la luna, porque ella no era de este mundo sino un ser que pertenecía al mundo de la luna.

Los poemas incluidos en esta antología fueron traducidos por el autor, y revisadas por Sergio Mondragón y Gregory Zambrano.







.

No hay comentarios:

Publicar un comentario