Arturo Borja
Arturo Borja Pérez, (Nació en Quito, ECUADOR 1892 - Murió el 13 de noviembre de 1912) fue un poeta ecuatoriano, perteneciente al movimiento llamado la Generación decapitada y el primero del grupo en despuntar como modernista. Es muy escasa su obra artística pero suficiente para determinar la calidad de poeta: una corona de veinte composiciones forma el libro titulado La flauta de ónix, y seis poemas más; obras que fueron publicadas póstumamente.
Descendiente directo de Juan de Borja y Enríquez de Luna, III duque de Gandía y Juana de Aragón y Gurrea; el primero, nieto del Papa Alejandro VI (Rodrigo de Borja); la segunda, nieta del rey Fernando II de Aragón, descendiente de los reyes de Navarra y la corona de Aragón.
Vida
Nació en Quito en 1892. Su progenitor, el doctor Luis Felipe Borja Pérez (padre), le condujo consigo a París para tratar una enfermedad en su ojo cuando Arturo apenas entraba en la adolescencia.
Dotado de una gran sensibilidad, dominó rápidamente la lengua francesa. En poco tiempo el contagio de los poetas simbolistas fue total: literatura y costumbres; especialmente Baudelaire, el extraño e impresionante autor de Las flores del mal y la de aquellos otros deliciosos intérpretes como Verlaine. Fueron sus versos predilectos los de Mallarmé, de Samain, de Baudelaire, Rimbaud, etc.
Con respecto a su relación con los demás poetas de la Generación decapitada, fue un gran amigo de Humberto Fierro y de Ernesto Noboa y Caamaño, con los que mantuvo en vida una considerable correspondencia. Medardo Ángel Silva, aunque no lo conoció personalmente, sí profesó una gran admiración por él, dedicándole un poema de su libro El árbol del bien y del mal.
Pero el joven corazón de Arturo Borja, en pocos años pasó de las alegres ilusiones juveniles a la desesperante melancolía que tradujo a sus composiciones. Anhelaba la muerte. Esta llegó por mano propia, con una sobredosis de morfina.
Fallecimiento
Se suicidó en la ciudad de Quito, el 13 de noviembre de 1912, contando apenas con 20 años de edad, muere por una sobredosis de morfina.
Matrimonio
Contrajo matrimonio, el 15 de octubre de 1912, con Carmen Rosa Sánchez Destruge, a quien dedicará los poemas “Por el camino de las quimeras” y “En el blanco cementerio”.
Cualidades de su obra
Sus primeras composiciones respiran un poco de optimismo como en su poema Idilio estival. La melancolía va cubriéndolo como un manto siniestro y constituye una segunda temática de sus composiciones. A esta posición de su alma sigue una profunda desesperación que se verá transfigurada en el deseo de muerte y en su obsesión con ésta.
Las figuras literarias le vienen a la mano como quien llama a las aves caseras para alimentarlas. Con aquellas manifiesta dolorosamente su arrestado de ánimo, sus pensamientos desesperantes, sus angustias y algunos claros agradables de su vida.
Edición de su obra
En agosto de 1920 tres jóvenes artistas, que habían sido amigos suyos, los pintores Nicolás Delgado, Antonio Bellolio Pilart y Carlos Andrade Moscoso, emprendieron la tarea de editar su faena producción -28 poemas solamente- bajo el título de "La Flauta de Ónix", en la imprenta de la Universidad Central del Ecuador, en 60 páginas ilustradas con dibujos de mérito de los artistas referidos.
Pasillo “Para mí tu recuerdo”
Su poema Para mí tu recuerdo fue musicalizado, como pasillo, por el compositor Miguel Ángel Casares Viteri. Siendo interpretado por notorios vocalistas como Carlota Jaramillo y Bolívar “El Pollo” Ortiz.
Arturo Borja
El más joven de la trinidad, Arturo Borja, fue cabeza de fila. Apenas adolescente, una avería casual que le lastimó un ojo, le llevó a París -enviado por sus padres naturalmente- a buscar curación. Pronto dominó el francés, que fue el magnífico instrumento de su cultura. De ahí partió su influencia. Y de ésta puede decirse que fue mayor que su obra. Quizá podría ampliarse la apreciación hasta afirmarse que su obra más proficua fue su influencia. Fervoroso, apasionado, polemista sin saber que lo fuera, fue el ávido adolescente que en los corrillos de amigos se hacía el púgil intelectual de su partida. Ahí alzaba los puños contra el academismo consagrado. Sin dejar de sustituirlos con ejemplos, abolía cánones y valores, principios y normas. Y sus ejemplos favoritos eran Baudelaire y Mallarmé, Verlaine y Rimbaud, Lautréamont y Robert de Montesquieu; todo lo novísimo, aunque no fuera bien conocido ni bien entendido, a condición de que hubiese aparecido con los colores y sabores de lo original y de lo extraño.
Era el mejor sistema de romper el estanque. Y sin embargo, Arturo fue el furtivo huésped esperado; pues vino a representar un estado de conciencia moderna singular, quizá incoherente y enfermiza, cuyas características eran la inquietud del individuo que siente su aislamiento y su impotencia, y de lo cual se espanta, mientras a la vez se enorgullece; vastas ambiciones y frutos mezquinos; mezcla de una sinceridad casi brutal y de un vano deseo de simular sentimientos ajenos, y una tácita prohibición de expresar ciertos auténticos sentimientos genuinos. Los primeros versos que publicó fueron los reveladores de sus conflictos interiores. Léanse los que siguen:
Madre Locura
¡Madre Locura! Quiero ponerme tus caretas.
Quiero en tus cascabeles beber la incoherencia,
y al son de las sonajas y de las panderetas
frivolizar la vida con divina inconsciencia.
¡Madre Locura! Dame la sardónica gracia
de las peroraciones y las palabras rotas.
Tus hijos pertenecen a la alta aristocracia
de la risa que llora, danzando alegres jotas.
Sólo amargura traje del país de Citeres...
Sé que la vida es dura, y sé que los placeres
son libélulas vanas, son bostezos, son tedio...
Y por esto, Locura, yo anhelo tu remedio,
que disipa tristezas, borra melancolías,
y puebla los espíritus de olvido y alegrías...
Voy a entrar al olvido
Voici la masque pour la fête de mensonge.
Henry de Régnier
A Francisco Guarderas
Hermano, si me río de la Vida y sus cosas
notarás en mi risa cierto rezo de angustias,
sentirás las espinas que hay en todas las rosas,
comprenderás que casi mis flores están mustias.
Yo pongo a los cipreses de mi sendero,
ahora, una doliente gracia contradictoria y llena
de la azul ironía que aprendí de la Aurora
que es hija de los rojos Crepúsculos de pena.
Se apagaron aquellos ojos que me sonrieron
diabólicos y brujos detrás de una ventana,
y esta tarde yo he visto que en mi jardín murieron
pobres rosadas rosas que enterraré mañana.
Indiferentemente tiene mi herida abierta
el dorado veneno que me dio esa mujer:
Voy a entrar al olvido por la mágica puerta
que me abrirá ese loco divino: ¡Baudelaire!
Al contrario de lo que ocurre con la mayoría de los jóvenes cuya vocación les impulsa a las letras, Arturo Borja no tuvo prisa en librar al público su precoz producción. Sería difícil determinar, de manera aproximada siquiera, la edad en que comenzó a escribir. Probablemente, no bien salido de la adolescencia. Pero puede afirmarse que lo último que hizo fue lo primero que entregó a las prensas. Por eso, desde el principio dio la sensación que causan el prevenido y el inadaptado.
Un examen atento de su pequeña obra, la divide en tres estados de ánimo, que bien pudieron ser de estrecha convivencia. El primero sería el juvenil, en el cual se expresa vigoroso el fluir de una vida sana; el segundo, aquel en que el dolor y la tristeza disputan el campo al pequeño fauno panteísta; el último sería el de la desesperación que va preparando el epílogo trágico. Vida y arte en este poeta fueron juntos, lo que precisamente ha servido para que se reconozca a su obra el son del noble metal genuino.
Propias del primer momento nos parecen estas excelentes páginas de álbum:
Rosa Lírica
Para Laurita Sánchez
Prende sobre tu seno esta rosada rosa,
ebria de brisa y ebria de caricia de sol,
para que su alma entera se deshoje amorosa
sobre la roja y virgen flor de tu corazón.
Tu hermana Primavera cante un aria gloriosa
ensalzando tus quince años en flor;
y las Hadas, en coro, celebren la armoniosa
gracia de tu mirada de luz y de fulgor.
Que el Ideal te guíe por todos sus caminos,
él, a su vez, guiado por tus ojos divinos
y que anide por siempre en tu alma el amor,
para que sea tu vida bella como la rosa
rosada y perfumada que se muere amorosa
sobre la roja y virgen flor de tu corazón.
A Lola Guarderas de Cabrera
Te haré una rima de encaje con sutil hilo de luna,
cantaré a tus ojos puros una canción de cristal
y soñaré con el oro de tus cabellos en una
mañana primaveral.
[...]
Te evocaré yo a la grupa de un negro corcel de ensueño
conducido por el mago caballero Lohengrin.
Tendrán tus hondas pupilas ese místico beleño
de las vírgenes del Rhin.
Serás una dogaresa veneciana. Por la noche
te cantará barcarolas algún pobre trovador,
y se unirá a la del bardo que te dice su reproche
la canción del ruiseñor.
[...]
... y repasando tus sueños por ignoradas riberas,
en la tarde, bajo el fuego del crepúsculo estival,
recordarás a un bohemio que un día quiso que oyeras
una canción de cristal.
Y esta versallesca sonatina inconclusa:
C. Chaminade
Una tela de araña temblorosa
bajo el pálido beso de la luna.
Una rosa otoñal, un lirio, una
rosa que se deshoja silenciosa.
La queja apasionada y dolorosa
de Pierrot que suplica. La importuna
serenata fatal que la Fortuna
va cantando fugaz y veleidosa.
Ronda armoniosa de mujeres. Ronda
acariciante y apacible bajo
el arábigo encaje de la fronda...
Poemas
[...]
Por el jardín de primavera
yerra una brisa suave...
(... Era su rubia cabellera
como el ala de un ave
que fuese una quimera...)
Se han deshojado los rosales
mustios y fatigados
(... ¡Oh sus manos liliales
cuyos dedos cansados
deshojan los males...)
Y dijeron las hadas: «Tus dorados cabellos
serán áureo manojo del celeste trigal;
en tus ojos pondremos zafirinos destellos,
en tus ojos azules tendrás todo el ideal».
A esta primera manifestación, que se nos antoja llamarla «etapa» por la unidad del sentimiento, corresponden las graciosas estrofas que siguen, en las cuales el poeta se entretiene con el bizantino juego de la rima:
[...]
Tu risa de oro, de cristal, de plata,
rememora un scherzo ya lejano...
En tu risa hay un eco de sonata,
de pizzicato de violín tzigano.
Jugueteando en el nido de tu boca,
tu fina carcajada es ritmo ufano
que me recuerda una fontana loca
de pizzicato de violín tzigano.
Límpidas, sonorosas, cristalinas,
son cadencias de trío veneciano;
tienen reminiscencias argentinas
de pizzicato de violín tzigano.
El rondel anterior, que bien pudo tener otro título que el que le imprimiera su primer verso, figura en las dos ediciones de La flauta de Ónix, refundido en el breve poema «Mi juventud se torna grave...», que nada tiene que hacer, ni por la intención ni por el metro, con las estrofas copiadas. La índole de los poemas unidos es tan contradictoria, que acaso el haberlos encontrado (la colección de versos de Borja fue póstuma) en la misma hoja de papel indujo a error a los editores.
De la misma frescura que el rondel -cumpliendo con el precepto verleniano de anteponer la música a toda otra cosa-, va el poemita siguiente, cuyas cinco estrofas parecen cinco gemas de Banville:
Primaveral princesa,
flor fragante y gentil;
promesa
para el príncipe Abril.
Que todas las canciones
engarcen en tu loor
los sones
más dulces del amor.
Que las más blancas rosas
y que los lirios den
gloriosas
coronas a tu sien.
Y que todas las Hadas
deshojen en tu honor
rosadas
ilusiones en flor.
Celeste prometida
de un sueño virginal
tu vida
se enflorece de ideal.
En el segundo momento musita en voz baja una melancólica anunciación:
Mi juventud se torna grave y serena como
un vespertino trozo de paisaje en el agua:
la ebullición sonora de aquel primer asomo
primaveral, deshízose lentamente en mi fragua...
Pareciera que ya escucha la voz de su cercano sino. Y esto es parte del carácter de la obra de este artista: el ir paso a paso el hombre y el poeta en tránsito inseparable. Sus versos, lentamente, sin causa ostensible, van inclinándose a la tristeza. Nada faltaba al hombre: juventud dionisíaca; un nombre y una situación propicios a todas las conquistas; y hasta cierta hermosura de efebo que tuviera veleidades de gladiador. Y sin embargo, pronto va cayendo una sombra que a su voz, con el rubor característico de los que llevan un destino siniestro, le van imponiendo sordina.
Bajo la tarde
¡Oh! tarde dolorosa que con tu cielo de oro
finges las alegrías de un declinar de estío.
¡Tarde! Las hojas secas en su doliente coro
van llenando mi alma de un angustioso frío.
La risa de la fuente me parece ser lloro;
el aire perfumado tiene aliento de lirios;
añoranzas me llegan de unos viejos martirios
y a mi mente se asoman unos ojos que adoro...
Negros ojos que surgen como lagos de muerte
bajo la sombra trágica de un cabello obsidiano,
¿Por qué esa obstinación en dejar mi alma inerte,
turbando mis deliquios con su mirar lejano?
... Sigue fluyendo pena de la fuente sonora...
Ha llegado la noche... Pobre alma mía, ¡llora!
Visión Lejana
A Ernesto Noboa
¿Qué habrá sido de aquella morenita,
-trigo tostado al sol- que una mañana
me sorprendió mirando a su ventana?
Tal vez murió, pero en mí resucita.
Tiene en mi alma un recuerdo de hermana
muerte. Su luz es de paz infinita.
Yo la llamo tenaz en mi maldita
cárcel de eterna desventura arcana.
Y es su reflejo indeciso en mi vida
una lustral ablución de jazmines
que abre una dulce y suavísima herida.
¡Cómo volverla a ver! ¿En qué jardines
emergerá su pálida figura?
¡Oh!, amor eterno el que un instante dura!
¡Melancolía, madre mía!
Melancolía, madre mía,
en tu regazo he de dormir,
y he de cantar, melancolía,
el dulce orgullo de sufrir.
Yo, soy el rey abandonado
de una Thulé dorada donde nunca viví
y al verme pobre y desterrado
vuelvo los ojos hacia ti.
Melancolía, tú eres buena,
tú aliviarás este dolor;
para esta pena,
serán tus lágrimas de amor.
¿Qué me ha quedado de aquella hora
primaveral?
La melodía pasó.
Ahora sólo hay un eco funeral.
¿Y la mujer a quien quisimos?
¡Ay! Se fue ya.
¿Y la mujer que en sueño vimos?
Nunca vendrá.
[...]
Y así, la vida: las estrellas
mintiendo amores con su luz,
cuando muy bien pudiera que ellas
sean los clavos de una cruz.
[...]
Melancolía, madre mía,
en tu regazo he de dormir,
y he de cantar, melancolía,
el dulce orgullo de sufrir.
Vas Lacrimae
Para Alfonso Aguirre
La pena... La melancolía...
La tarde siniestra y sombría...
La lluvia implacable y sin fin...
La pena... La melancolía...
La vida tan gris y tan ruin.
¡La vida, la vida, la vida!
La negra miseria escondida
royéndonos sin compasión
y la pobre juventud perdida
que ha perdido hasta su corazón.
¿Por qué tengo, Señor, esta pena
siendo tan joven como soy?
Ya cumplí lo que tu ley ordena:
hasta lo que no tengo, lo doy...
Primavera mística y lunar
A Víctor M. Londoño
El viejo campanario
toca para el rosario.
Las viejecitas una a una
van desfilando hacia el santuario
y se diría un milenario
coro de brujas, a la luna.
Es el último día
del mes de María.
Mayo en el huerto y en el cielo:
el cielo, rosas como estrellas;
el huerto, estrellas como rosas...
Hay un perfume de consuelo
flotando por sobre las cosas.
Virgen María, ¿son tus huellas?
Hay santa paz y santa calma...
sale a los labios la canción.
El alma
dice, sin voz, una oración.
Canción de amor,
oración mía,
pálida flor
de poesía.
Hora de luna y de misterio,
hora de santa bendición,
hora en que deja el cautiverio,
para cantar, el corazón.
Hora de luna, hora de unción,
hora de luna y de canción.
La luna
es una
llaga blanca y divina
en el corazón hondo de la noche.
¡Oh luna diamantina
cúbreme! ¡Haz un derroche
de lívida blancura
en mi doliente noche!
¡Llégate hasta mi cruz, pon un poco de albura
en mi corazón, llaga divina de locura!
[...]
El viejo campanario
que tocaba el rosario
se ha callado. El santuario
se queda solitario.
Mujer de bruma
Comme le souvenir
d'un grand cygne de neige
aux longues,
longues plumes.
Samain.
Fue como un cisne blanco que se aleja
y se aleja, suave, dulcemente
por el cristal azul de la corriente,
como una vaga y misteriosa queja.
Me queda su visión. Era una vieja
tarde fría de lluvia intermitente;
ella, bajo la máscara indolente
de su enigma, cruzó por la calleja.
Fue como un cisne blanco. Fue como una
aparición nostálgica y alada,
entrevista ilusión de la fortuna...
Fue como un cisne blanco y misterioso
que en la leyenda de un país brumoso,
surge como la luna inmaculada.
Poema
Tu alma es como un gran lago de piedad
en el que ha de naufragar mi soledad.
Tu mirada de pasión y caridad,
tu mirada es mi única verdad;
es la lámpara que alumbra con amor
lo más negro de mi sótano interior.
En el drama sobreviene un intermezzo. A la fatalidad de su destino le opone un «no todavía». Recapacita el poeta; quiere «abandonar las complicadas sendas»; recuerda el bautizo y la fe de su niñez: «la fe dormía en tu pecho» le dijo su hermano en el dolor; invoca a la Virgen en diversas ocasiones y aún quisiera un milagro, cualquier milagro que remodelara su propia naturaleza. Escuchemos al poeta en su doloroso desasosiego:
La tarde está de paz. Ha llovido. Yo siento
que me ahoga una dulce esperanza abrileña.
Hay en mis ojos humedad de sentimiento
y de llanto, y en mi alma una música sueña...
Es una música aérea, llena de tu recuerdo
una música suave y tierna que me canta
que estás en mí y por mí, que sin tus besos pierdo
mi primavera buena, mi primavera santa.
Mi soledad y tu recuerdo, ¡Oh qué dulzura!
sentir lejanamente, sentir muy vagamente
una caricia lánguida, deshecha de ternura
que del alma a los ojos sube constantemente!
Para mí tu recuerdo...
Para mí tu recuerdo es hoy como la sombra
del fantasma a quien dimos el nombre de adorada...
Yo fui bueno contigo. Tu desdén no me asombra,
pues no me debes nada, ni te reprocho nada.
Yo fui bueno contigo como una flor. Un día
del jardín en que sólo soñaba me arrancaste;
te di todo el perfume de mi melancolía,
y como quien no hiciera ningún mal, me dejaste...
No te reprocho nada, o a lo más mi tristeza,
esta tristeza enorme que me quita la vida,
que me asemeja a un pobre moribundo que reza
a la Virgen pidiéndole que le cure la herida.
Pero no todo en este poeta es la expresión de un estado subjetivo. Coordina su tumulto interior en los sucesivos poemas que guardan entre sí correcta congruencia; pero eso no le impide manifestar, alguna vez, la protesta del hombre contra la realidad externa que le oprime. Escuchemos su desahogo:
Epístola
Al señor don Ernesto de Noboa y Caamaño!
Límpido caballero de la más limpia hazaña
que en la Época de Oro fuera grande de España
y que en la inquietud loca de estos tiempos, huraño
tornose, y en el campo cultiva su agrio esplín.
Hermano-poeta, esta vida de Quito,
estúpida y molesta, está hoy insoportable
con su militarismo idiota e inaguantable.
Figúrate que apenas da uno un paso, un ¡alto!
le sorprende y le llena de un torpe sobresalto
que viene a destruir un vuelo de Pegaso
que, como sabes, anda mal y de mal paso
cuando yo lo cabalgo, y que si alguna vez,
por influjo de alguna dama de la blanca tez,
abre las alas líricas, le interrumpe el rumor
«municipal y espeso» de tanto guerreador.
[...]
Luego después las fieras de los acreedores
que andan por esas calles como estranguladores
envenenando nuestras vidas con malolientes
intrigas, jueces, leyes y miles de expedientes
y haciendo el cuotidiano horror más horroroso.
¿Qué fuera de nosotros sin la sed de lo hermoso
y lo bello y lo grande lo noble? ¡Qué fuera
si no nos refugiáramos como en una barrera
inaccesible, en nuestras orgullosas capillas
hostiles a la sorda labor de las cuchillas!
Tu dijiste en momento de genial pesimismo:
«Vivir de lo pasado... oh sublime heroísmo!
Pasado el breve intermezzo sobreviene la etapa final, su tercer momento, en el que se desencadena la tragedia.
Escribimos estas líneas, sobre todo para un público que lo suponemos ajeno a nuestra menuda historia. Vida y arte fueron juntos en este poeta, lo dijimos ya. Nos reta advertir a ese problemático lector extraño que nuestro poeta Borja Pérez no tendría tres años de vida pública, cuando apenas a los veinte de su nacimiento (1892-1912) se segó a sí mismo.
De ese desenlace, junto con los tres primeros poemas que ya transcribimos para señalar su trascendencia en las esferas literarias, los poemas que siguen, una vez impuestos de la tragedia, nos descubren su sentido autobiográfico:
Poema
La palidez lluviosa
de la mañana gris...
la lluvia silenciosa
sobre la peña gris...
Frío... monotonía...
de la lluvia sin fin.
Frío... Melancolía
paralítica y ruin.
El tedio de la hora
bosteza en el verdín
de la fuente que llora
paralítica y ruin.
Entre su cárcel yerta
bosteza el corazón.
Le han cerrado la puerta
para toda ilusión.
La fronda que decora
verdinegra el jardín
treme, suspira y llora
la fronda del jardín.
Aria Galante
Para ti mi pensamiento,
para ti mi corazón;
para ti, flor de tormento,
mi pasión.
Y que dos cercos violados
que a tus ojos hechizados
aureolan de suplicios,
viertan en mí, alucinados
maleficios.
Porcelana de ilusiones
tu palidez...
Me da claustrales visiones
tu languidez...
y tu labio purpurado
que has mojado
en sangre de corazones,
es una flor de pecado
de un jardín de tentaciones.
Princesa de mis quimeras,
que tus moradas ojeras,
que tu inviolada blancura
y la llama de tu boca,
sean blasón de mi loca
desventura!
Y recuérdalo, Princesa,
que mi amor te canta y reza:
para ti mi pensamiento,
para ti mi corazón;
para ti, flor de tormento,
mi pasión.
En el blanco cementerio
Para Carmen Rosa
En el blanco cementerio
fue la cita. Tú viniste
toda dulzura y misterio,
delicadamente triste...
Tu voz fina y temblorosa
se deshojó en el ambiente
como si fuera una rosa
que se muere lentamente...
Íbamos por la avenida
llena de cruces y flores
como sombras de ultravida
que renuevan sus amores.
Tus labios revoloteaban
como una mariposa,
y sus llamas inquietaban
mi delectación morosa.
Yo estaba loco; tú, loca,
y sangraron de pasión
mi corazón y tu boca roja,
como un corazón.
La tarde iba cayendo;
tuviste miedo y llorando
te dije: -Me estoy muriendo
por ti que me estás matando.
En el blanco cementerio
fue la cita. Tú te fuiste
dejándome en el misterio
como nadie, solo y triste.
Por el camino de las quimeras
Para Carmen Rosa
Fundiendo el oro
de tu belleza
con el tesoro
de mi tristeza,
fabricaré yo un cáliz de áurea realeza
en donde, juntos, exprimiremos
el ustorio racimo de los dolores,
en donde, juntos, abrevaremos
nuestros amores...
Será una copa sacra. Labios humanos
no mojarán en ella;
decorarán sus bordes lirios gemelos como tus manos,
como tus labios habrá pétalos rojos,
y en su fondo un zafiro que fue una estrella
como tus ojos...
El sortilegio
declinará. La magia de nuestro encanto
tendrá un veneno de sacrilegio;
la última gota
la absorberemos, locos, mezclada en llanto;
la copa rota,
se perderá, camino de las quimeras...
Tú estarás medio muerta. Mi último beso
morirá en tus ojeras,
mi último beso
se alejará, camino de las quimeras...
Arturo Borja sentía que el ser perecedero es cualidad exquisita. Por eso el olvido y la necrópolis le obsesionaron y persiguieron a lo largo de su breve travesía. La emoción, para ser intensa, tenía que asociarse a la idea de la muerte. «El camino de las quimeras» fue su canto del cisne.
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