sábado, 31 de julio de 2010

308.- HERME G. DONIS


Herme G. Donis nació en Villalón de Campos (Valladolid) en 1951, aunque desde su infancia se encuentra ligada a Asturias.
Codirigió la revista de literatura Hydra (1973-1976) y la colección poética Cuadernos de Cristal (1982-1991). Asimismo, ha coordinado el suplemento cultural semanal “Jueves Literarios” (1982-1985) del periódico local “La Voz de Avilés”.
Ha publicado los libros de poesía Catón de infancia (Avilés, 1983), Marginalia urbana (Oviedo, 1986), El fuego desvelado (Madrid, 1987), Mientras el tiempo pasa (Mieres del Camino, 1989), Peregrinas andanzas (Gijón, 1997), libro seleccionado para el Premio Nacional de Poesía, 1998 , y Vida y memoria (Antología 1983-2002). Ha sido incluida en varias antologías.
Actualmente reside en Madrid, donde colabora asiduamente en diversos diarios y revistas especializadas en literatura.





EXTRANJERO en mis habitaciones, joven ídolo
rendido, corroes con tus labios
mis pechos oxidados por los días
en un solo afán de posesión que te devora.
Mortal deseo que muere en mi cuerpo,
frío alabastro,
glacial metáfora de piedra.

Pobre rostro sin eco, por qué te vences
en mi carne fugaz y alejada,
si yo sólo espero aquel regreso.

El fuego desvelado (1987)



Y ya el deseo enuncia fresas
en tus labios, besos de menta,
luceros en la tarde adormecida,
miel que desborda las colmenas,
absenta de fuego:
evidencia de amor
cuando, en octubre, regresan
los otoños.

El fuego desvelado (1987)



CUANDO PASEN LOS AÑOS

Cuando pasen los años
aún más deprisa,
y estas tardes que incendias con tus versos
se enfríen de conjuros y propósitos de gloria,
qué vano será añorar
tan efímero empeño de grandeza,
tanta lucha por marcar,
a duro golpe de existencia,
la huella indeleble de un poema,
pues, y bien lo sabes,
su rastro y tu vida
se habrán convertido en algo apenas
legible para entonces:
como esas leves señales
que quedan en las pizarras
después de ser borradas
de su negra superficie
todas las letras.

Mientras el tiempo pasa (1989)



LAS HORAS FUGACES

Te morirás, amigo,
y yo igualmente.
Las horas fugaces se llevarán
en silencio lo que amamos:
el paraíso, el infierno
que la vida al pasar nos va dejando.
Pertenencias efímeras
vividas como eternas,
defendidas con los dientes
a lo largo de los años. Cosas
que acabarán en nada.
Y hasta las metáforas
que algunas noches
nos hicieron creer
que compondríamos
los versos más bellos
que mortal alguno escuchara,
terminarán escondidas
en las descoloridas carpetas
que hoy con tanto fervor guardamos.
Morirán como la juventud
y su leyenda:
con nosotros y de repente.

Peregrinas andanzas (1997)



MERCADO LISBOETA

Especias, jazmines, estrellas de Egipto,
alfanjes, limones, zureo de palomas,
barricas de verde aceite, pan de centeno,
diminutos pájaros grises y verduras recién cortadas.
Libros, revistas gastadas por el sol. Viejos
dibujos de ciudades lejanas, acuarelas.
Niños que dormitan entre el ruido. Ojos negros.
Camisas, sombreros, sábanas, pasteles de tapioca,
tortas de maíz, sellos, plástico, relojes atrasados,
imágenes fijadas para siempre en estampas antiguas,
cantos rodados, olas de calor, sal. Amalgama de olores.
Peces y pulpos resbaladizos que se derraman en rojo,
carnes músculos rasgados, aves suspendidas en garfios,
té de Ceilán rumor de agua, mosaicos manuelinos, garabatos
en las pizarras, la penumbra dorada de los puestos. Gente.

A la salida, sobre un tablero, montones
de manzanas dulces te traen el olor de otro mar.

Que la fuente de la vida es un dios,
hay infinitas maneras de saberlo.

Peregrinas andanzas (1997)



LA HABANA

No hablo del bárbaro tumulto
de la infernal metrópoli, ni de jóvenes
sifilíticos, ni de fumadores de opio y marihuana
—si hoy aquí hay droga no emerge por las rutas
de los tour operators—, ni hablo de Wormold,
el representante de aspiradores de la Pila Atómica,
al que podemos ver cruzar el hall del hotel Sevilla
camino de la habitación quinientos diez
donde a buen seguro mantendrá una discreta cita
con Hawthorne, el agente del Intelligence Service,
ni hablo del Mercury que se detiene bajo el toldo
del hotel Nacional en el mismo instante
en el que se desata una lluvia cálida e impetuosa
y uno espera que de ese coche bajen Bogart y Bacall,
ni hablo de ese color morado que llega con el alba,
ni de los sones abiertos siempre al viento,
ni de un mar por tierra penetrado,
ni de ese viejo librero que recita,
con palabras que alcanzan el temblor,
un hermoso poema de Eliseo Diego,
ni del ejército, bien organizado, de muchachos
que acorralan el paseo del turista pidiendo
dólares, jabón, medicinas, bolígrafos, cualquier cosa,
ni del mercado negro, ni de las conversaciones
de los vecinos en la escalera
—el ansia de este pueblo es salir de la cárcel,
aunque sea la propia, en la que vive envuelto—,
ni de los timbres de las bicicletas,
ni del monótono zumbido de las moscas,
ni de las anacrónicas consignas revolucionarias
que adornan las paredes, ni de este olor áspero
que todo lo invade, ni de una ciudad
que se desmorona como el azúcar de la caña
con la que remueves el café, ni del mango,
cereza, piña o guayaba, ni de las matas de mamey,
ni de manjuaríes, jicoteras, iguanas o gallaretas,
ni del guarapo, ni de La Bodeguita del Medio,
ni de Cojimar, ni de Hemingway, ni siquiera hablo
de las jineteras y jineteros que apostados
a la entrada del hotel La Habana Libre
se abrigan en la borracha laxitud del mundo instalado
en la robusta superioridad que da el dinero.
En esta noche suave, a esta hora en la que las calles
parece que hallan su paz y su reposo, sólo quiero
hablar de la tristeza de quien ve la ruina, la intemperie,
el reproche callado de los más viejos, la avidez
capitalista de los jóvenes, la impotencia del que se sabe,
después de un sinuoso camino, en el mismo punto
de partida, del desasosiego del que deja caer
la inútil mano sobre el fresco rostro de un niño
y en su esperanza encuentra algún consuelo.

Peregrinas andanzas (1997)



VIAJE PERSONAL

Cualquier viaje lo es hacia
el corazón de nuestras
propias tinieblas. W. B. Arrensberg

Al hombre gustoso de mapas y grabados
le es necesario llegar
muy lejos en su cárcel.
Sentir el mundo prendido de sus manos
y el corazón ligero, tan tenue
como un globo al cielo ascendido.
Un buen día parte
a recónditos lugares, eligiendo países
en los que espera ser dichoso,
paisajes sin nombre,
mares que uno a uno anulen
la profundidad del otro.
Curioso entre las gentes
de otras razas,
un saber jamás esquiva
y pronto aprende que el viajero
de su cuerpo nunca se aparta,
que allá donde va le sigue su propia ciudad
por más que el dedo señale
un sinfín de puertos,
que los recuerdos no cesan
en el ir y venir del navegante.

Peregrinas andanzas (1997)



TARJETAS POSTALES

Tarjetas postales que escribes
en lugares extraños, en ciudades
en donde quisieras ser feliz,
en donde robas la memoria de las cosas,
en donde das cuenta de instantes solitarios
compartidos con otros seres distintos
en lenguas y costumbres,
en donde comunicas que ya has llegado
a un nuevo país real o inexistente.
Postales que arrastras por los museos,
por los restaurantes, por las calles de París, Lisboa
o Amsterdam. Recuerdos que hablan de la luz,
del mar, de un amanecer en Niza entre el gozo
de las flores y la alegría que, como el agua,
corría cuesta abajo en busca
de los primeros adoradores del sol de los días,
o de esa emoción, un tanto estúpida,
que sentiste en la Biblioteca Ambrosiana
al saber que en aquel mismo lugar había estado
Stendhal, había estado Byron.
Tarjetas que también hablan de los sueños
que se abandonan en trenes, estribos, tascas,
barcos, puertos, autobuses y posadas,
(aquí una mirada, allá una promesa,
más tarde una esperanza)
para al final comprender que los afanes
engañan, que detrás de los kilómetros
se van los años, que llegar a otras tierras
es perderse un poco, que el viajero
lo único que busca es no moverse de su sitio.
Tarjetas postales de una vida
tantas veces inventada.

Peregrinas andanzas (1997)



RETRATO DE INFANCIA

Inquieta encontrar la niñez
refugiada en viejas fotografías
familiares que nunca has visto.
Extraña ver el ser que fuiste
en los brazos de un padre
joven, fuerte, ajeno.
Tras las fotografías,
la memoria se habita
de días lejanos.
Y aunque a estas alturas
ya sabes que el tiempo
‑impetuoso, justo,
cristalizándote los huesos-
tiene sus sílabas contadas,
necesitas ser de nuevo aquella niña.
Dejadme que intente descubrir
en su mirada única
un aire de familia,
una niñez con perfume de juegos
que salga de los posos del ayer,
un rastro de mí misma
que me haga creer
que todavía estoy a salvo. En casa.





EPITAFIO SÁFICO

(Cementerio de Staglieno)

Quede la confesión grabada
en la piedra eterna:
ante la claudicación y vergüenza
de negar lo que fui,
preferí no ser.
Tuve consuelo del suicidio.
Aquí dejo mi cuerpo y su pena.





THE LAST BLUES

Era negra la lluvia que penetraba
en los “whites only” hospitals
mientras la noche se teñía de rojo
y la vida escapaba por los dedos
de ébano huyendo calle arriba,
muy arriba, de Clarksdale.
Quietos los ojos en la luz mortecina,
se desgarró la voz retenida en la piel
aún más negra
y declinó tristezas bajo el agua
que repicaba a borbotones
sonidos yertos sobre los labios.
No cambió el color del cielo.
Siguió de plomo.
Y combatían los astros
cuando llegó la total sombra.

Bessie Smith ha muerto
-el terciopelo duerme-
exhalando el último blues
en una carretera.

de Mientras el tiempo pasa, Versus,
Mieres del Camino, 1989





NADIE

Quizá haya sido alto, rubio, libre,
quizá moreno, torpe y orgulloso como un Cíclope,
quizá un hombre sin patria, sin edad,
quizá un sueño, una sombra que desde siempre
vaga por los puertos en un ir y venir
más eterno que el mar y mira con tristeza
el horizonte del que surgen los barcos
que llegan de otros pueblos, que traen
costumbres de geografías distintas,
la luz y la angustia de quien vivió
por tantos mares luchando por salvar
y salvarse, por abordar costas
deseadas, días felices sin retorno.

Quizá este marinero viejo y cansado
que en un puerto cualquiera
se acerca despacio a pedir
tabaco a los turistas
sea quien dice cuando al conseguir
un cigarro enseña una moneda
de cincuenta dracmas
con la efigie de Homero,
y salpicada de jergas balbucea
la historia increíble
de que fue ese cabrón quien le hizo
volver con Penélope:
Estaba contento cuando me sentía
más pequeño que un guijarro
frente a las tempestades, nadie,
mas me subleva ser nada aquí en tierra,
ahogarme en el vaso de vino que bebo cada día.
Nosotros sonreímos, le damos más tabaco
y nos alejamos con la anécdota
bien anclada a los recuerdos del viaje.
Pero entre la realidad y los sueños,
algunos días creo que esa moneda
con la efigie de un anciano
que guardo entre mis cosas
me la dio el propio Ulises.
Sus ojos eran nostalgia.
En la orilla, sin la esperanza de otro naufragio,
el clamor del mar los devoraba.

de Peregrinas andanzas, Llibros del Pexe, Gijón, 1997







EL FUEGO DE UNA NOCHE DE VERANO

Extraviada, la mariposa
acerca su frágil
estructura a las llamas
y el olor momentáneo
de su arder
inunda de perfume
el acre segundo
de la despedida.

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