sábado, 10 de julio de 2010
231.- DANIEL ALDAYA
Daniel Aldaya (Pamplona, 1976) es autor del poemario Inventario de panes y peces. Ha recibido el Premio Francisco Ynduráin de las Letras para Escritores Jóvenes, Premio a la Creación Literaria de Navarra, Primer Premio en los Encuentros de Jóvenes Artistas de Navarra, Primer premio ex aequo IV Concurso de Poesía El libro, Mención de Honor en el María del Villar, Concurso de Poesía Joven de Alzira, Ciudad de Getafe seleccionado con otros autores. Pertenece al Consejo de Redacción de la revista Río Arga y ha formado parte del Consejo de Redacción de la revista Luces y Sombras. Está incluido en varias antologías.
Sus libros:
Inventario de panes y peces: Ediciones Fecit, 2003
SMS: Editorial Calambur, 2007. Premio de Géneros Literarios, Encuentros de Jóvenes Artistas, 2005 (Gobierno de Navarra)
Poema York: Gobierno de Navarra, 2007. Premio a la Creación Literaria, 2006 (Gobierno de Navarra)
MENSAJE DE ORESTES A RÓMULO AUGÚSTULO
(Consejos antes de ver partir a un hijo)
No digas la verdad, hijo mío,
no desoigas los consejos más inútiles
(los necios desconocen la verdad de sus palabras),
no escuches el llanto de los próximos,
acoge las deidades como ciertas,
no te lleves la contraria, no te pongas en tu contra
(otros lo harán por ti).
Di la verdad, Rómulo Augústulo, hijo mío,
desoye los consejos estériles,
atiende las vanas explicaciones de tus ancestros
(déjales que se salven),
ponle un templo a tu mujer y a tus hijos otro,
llévate siempre la contraria y pelea contra ti mismo,
derrótate para conocer la victoria.
UN MARTES CUALQUIERA EN MI POESÍA
No escribir este poema que te lleva tiempo rondando:
cada día, y luego cada noche; y tampoco escribirlo en los posos del café,
ni cuando llevas a los críos al colegio
y sonríes a las madres
y montas en tu coche con el puto poema en la cabeza.
(Aceleras y el poema no termina de irse,
no lo dejas atrás en el retrovisor.
Decides no acercarte a la oficina
y te llegas a los brazos de unas vistas cerca un río.
Y te llenas de montaña los ojos.
Y el poema te dice: eh, soy yo, tu amante.
Y vuelves del ensimismamiento como una caída libre).
Todo el día con el poema en los labios,
mascando chicle en verso, mascullando un horrible ripio en la hora punta.
Toda la tarde danzando con el poema
bajo el brazo, y llevarlo a reparar, y estropearlo definitivamente.
Por fin llegas a casa, con ganas de apagar el mundo
y encender el televisor, acostar a los críos
(después de darles la cena, el baño, repasar el examen),
y entonces ese poema que te queda en la recámara
aparece en el momento más inoportuno:
con tu esposa a punto del orgasmo.
PARA VENGARSE DEL OTRO
Para vengarme de ti,
de tus alocuciones ridículas,
el suicidio prematuro de saberse
que me ha abocado a esto,
a la soledad de escribir treinta páginas al día,
para vengarme de ti he ideado
la vieja fórmula de sonsacarte,
dejarte en evidencia,
que todos sepan cómo soy.
Por mi parte, desconfío del que ofrece ayuda,
del que sólo vive para darse al otro,
el que sólo es de los demás y calla
cuando le preguntas si se conoce, qué fue de él,
si antes de conocerse, antes de encontrarse
estaba escapando de sí mismo, de sí mismo.
RÓMULO AUGÚSTULO, EL MISMO QUE NO SOY
Hay una sombra de hombre cerca de mí
y un hombre sin sombra que se me parece.
Hace tiempo que sospecho que son la misma persona
y hace tiempo que dejé de buscarme
en su unión imposible.
MENSAJE DE ORESTES A ODOACRO
Ganar no es nada, Odoacro,
lo importante es aceptar la derrota,
todo el mundo gana alguna vez
(quién no ha ganado seis mil hectáreas
de cruces, eternamente).
El tiempo implacable es la única derrota.
No ganar es lo que importa: la dignidad del fracaso
en la última batalla.
Y ahora llora a Roma, que se humedezcan tus ojos,
que aún retengas lágrimas que salvarte, oh innoble...
Poema York, Gobierno de Navarra, Pamplona, 2007
DESCONOCIDOS
El hombre que lloraba desconsoladamente
-codos en uve- ante su familia
mientras un canalla vestía su ropa,
se acostaba contigo, llevaba a vuestros hijos al colegio
y luego bendecía ausente la mesa.
El hombre que contemplaba horrorizado
como otro descosía los sueños de su forraje de siglos en un instante,
y dejaba su traje sin su corbata,
y la vida sin apenas uso.
Ese mismo hombre con el no sé qué balbuceando
como un niño -Corán repetido de tequieros-
que se intentaba suicidar una y otra vez
desde un primer piso.
El hombre con el nombre a cuestas
que se arrojaba al mar con el muerto dentro
-y el mar tan lejos, y sobre la arena el muerto tomaba el sol-.
Ese hombre sabe que la vida recupera su sentido
cuando respirar una vez más ya no vale la pena.
CITA ÚLTIMA
Hoy he llegado tarde a mi propia cita.
Este martes que los trenes descarrilaban por Queensborough.
Ayer el metro completó su recorrido siglos más tarde,
lo que va de la lista de la compra a lo inútil de la colada.
Pero hoy he llegado y me he visto y no me he reconocido.
En vano he intentado descifrar el nombre de las calles
que balbuceaba un niño desde un tranvía imaginario.
He preguntado en un puesto del mercado que me resultaba familiar
y el tendero lo ha negado todo.
Pero no he podido recurrir la ley de Newton
y he vomitado los últimos restos de esta tristeza.
Entonces me he subido a un coche negro como las sombras
y el chófer no me ha dirigido la palabra en todo el trayecto.
Después un atasco de aviones en la Quinta Avenida,
la conversación fortuita de una viuda que viajaba a mi lado
en la línea 13 y las notas de un violín
a la entrada del metro.
Alguien dice algo entre el West Village y el Hudson donde tocan las campanas
después de que el perro del vecino ladrara mi ausencia,
y comprendo a estas alturas que ya nadie crece en un tren,
y que mis amigos habitan en otro mundo,
y que no era yo el que me esperaba.
SEPTIEMBRE DE ANIVERSARIO
Como si los muertos no cumpliesen años
un día de septiembre sucede y ya nada es lo mismo:
tantos mil cadáveres llamando a la embajada.
Alguien se busca en todos los hospitales,
farmacias de guardia,
lugares de dudoso nombre,
mientras comunican los teléfonos sin línea.
Y nadie sabe dar razón de ti,
ni preguntando a unos familiares que no conoces que resultaron ser los más
próximos,
ni a unos amigos muy cercanos
que luego resultaron no saber quién eres,
¿quién eres?
Pero es inútil descifrar los dibujos del más pequeño de la casa
cuando no apareces en el álbum de familia.
Los índices bursátiles tampoco aclaran tu significado.
Adivinas que eres un suma y sigue
y que la vida es una resta.
Entonces se arruina tu incipiente sonrisa de seguro
y la barba de tres días hace aparición como de repente,
y al regresar a casa
una vecina te deja con la palabra en la boca,
que vuelves a recuperar al sacar la basura,
que vuelves a perder con la primera ráfaga de viento.
Y resulta, a estas alturas, se te escapó la vida.
Debió seguir su curso sin previo aviso
y fue un día de septiembre y hacía sol y ahora llueve.
Por eso lavar el alma a mano
esta lluvia de hoy no entiende nada,
y luego escurrir lágrimas en el tendedero
no meter la cabeza en el horno
y luego no darle al botón de encendido.
Ahora pasas dos veces delante del espejo
para pedirte una cita,
para no ajustarte las cuentas sobre un folio en blanco.
Se diría que te importa una muerte tan súbita
y hacer el amor como quien desordena la casa
y poner en venta los dibujos del niño
y luego alquilar a la madre entre horribles dolores.
No morirse puntual como las letras del banco.
Tarde, te dices, para continuar la busca,
hace tiempo que sospechas que es el aniversario de tu propia muerte
porque te olvidaron los que han dejado de llorar.
DON NADIE ASOMADO A LA VENTANA
Llegas a Manhattan porque has leído un libro
-Poeta en Nueva York como guía turística-,
porque alguien te habló de pintar estrellas
en la azotea del World Trade Center,
y no hay mejor plan que rellenar de versos la Zona Cero,
y beberte el Hudson como un expolio
mientras lloramos a los vivos.
Y un niño muerto en el espejo
de una tienda de la Quinta Avenida
resulta ser el que esto escribe.
Me veo de lejos en una orilla de un cuadro
con fondo de dos torres,
si me encuentro entre los amigos que perdí,
que olvidé retratar en mi banda sonora.
He engañado al niño conmigo mismo
en bares de nombre impronunciable
donde no cerraban nunca.
(De repente la vida es una broma,
de repente se aparece la muerte
como un taxi que no te corresponde).
No sospeché encontrarme asomado a la ventana
de un rascacielos a punto de venirse...
Luego, ya se sabe, la nada.
La vida que hay debajo del asfalto.
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