Mariana Finochietto
Mariana Finochietto nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires, Argentina el 24 de enero de 1971. Desde hace 15 años vive en City Bell, Partido de La Plata. Tiene cuatro hijos. Estudió Letras y luego derivó hacia la bibliotecología y la filosofía. Según confiesa, pasó su primera infancia rodeada de animales, árboles y libros. Dice también que ama las playas solas y los libros usados, todo lo cual se refleja claramente en su poesía, que no necesita apelar a recursos complejos para seducir y conmover. El año pasado publicó su primer poemario: Cuadernos de la breve ceguera.
Cada mañana
cumplo
el rito.
Frente al espejo
pronuncio
tu nombre.
La soledad
se esfuma
tras la niebla.
Dibujo
sobre el vidrio
el signo urgente.
Y nace el día.
*
Sucede
que a veces,
me fastidian
la medida
prolijidad del césped,
las cortinas
vigilando las ventanas,
los peines
de trenzar las tardes.
A veces,
me gustaría
ser
esa mujer,
descarada y algo ruin,
que me espera
cada noche
detrás de las puertas
mientras apago,
una a una,
las luces de la casa.
*
Una
y otra vez,
nombro
a las cosas
para darles
alma.
Las sillas,
las ventanas,
la sombra
difusa del sauce
son
porque las digo.
A veces,
las cosas
se resisten
a entrar
en el juego.
Y me quedo
como un dios
confuso
a solas
con un puñado
de palabras.
*
Llueve
desde
hace siglos
sobre el mundo.
Llueven
mares de cansada
inmensidad
marina.
El patio
se deja estar
hastiado
bajo el diluvio.
Ella
construye
barcos
para salvar
lo que quede
del día.
*
Algunas veces,
quisiera haber nacido
con el don
del equilibrio.
Extenderme
coherente
como un alambre
de pensamiento
a pensamiento.
Ser
razón
en tensión.
Clara.
Impoluta.
Pero
suelen arrastrarme
las pasiones,
me distraen
los pájaros,
el viento,
la soledad
de la hoja
que desprende
un roble.
Me pierdo
cada tanto en la tristeza.
Y me río
de mí
cuando vuelvo
a encontrarme
en los espejos.
*
Ha dejado de llover.
El patio
atravesado por la luz
es una imagen
en sepia,
como los paisajes
donde se
durmió la infancia,
que sólo
resplandecen
alumbrados
por el recuerdo.
Una imagen
hecha de memoria
y fragilidad,
apenas
lo que puede
dejar sobre las cosas
la mirada
del hombre.
*
A cierta edad
las mujeres
caminamos
a la orilla
del sarcasmo
con equilibrio
natural.
Con la tajante
sabiduría
del lenguaje
mantenemos
la distancia
exacta,
imprescindible.
Ya lo sabemos.
Hay que proteger
al corazón
y sólo tenemos
esta sólida
pared
hecha de lágrima
y palabra.
*
Vengo
de una tierra
dominada
por el agua,
donde
el hombre
aún
le teme al viento.
Aún
late en nosotros
el corazón
asustado
del ser
en la caverna
deslumbrado
por el rayo.
Amamos
con sordo temor
al río,
como los hijos
aman,
inevitablemente,
a los padres
implacables.
.
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