MIGUEL CARCASONA
Sangarrén, Huesca, 1965.
Es autor de los poemarios En el arcén de la costumbre (I.F.C. Zaragoza. 1998) y Nuble (Náufragos del Potemkin, Zaragoza, 2015), y en prosa, de Esquirlas del espejo (Col. Baltasar Gracián, DPZ, Zaragoza, 2006), Todos los perros aúllan (I.E.A. Huesca, 2012) y Un ojo siempre parpadea (Tropo Editores, Zaragoza, 2015).
El resto de su obra se halla dispersa en opúsculos y volúmenes colectivos, así como en varias revistas (Turia, Imán, Laberintos, Rolde, etc). Una amplia muestra, que incluye entrevistas y opiniones – propias y ajenas – sobre su quehacer literario puede rastrearse en internet. También ha colaborado, esporádicamente, con reseñas de libros y textos de creación, en periódicos como Heraldo de Aragón, El Periódico de Aragón, Diario del Altoaragón y Heraldo de Huesca
Ha recibido numerosos premios, entre los que destacan el Ciudad de Cádiz (relato), el Isabel de Portugal en sus dos modalidades -poesía y narrativa-, un accésit del Ciudad de Zaragoza (poesía) o el Luis del Val (microrrelatos).
EN EL ARCÉN DE LA COSTUMBRE
En el arcén de la costumbre.
En el paraje angosto donde yace el herido
y el ave posa su candor de presa.
En la lengua interminable
por la que el romero huye sin volver la vista,
terco,
pertrechado en la excusa de su rumbo.
Allí resido.
Allí resisto sin queja al cuervo de la duda
en su afán por hendirme un pico en el hígado
– a mí, que sólo he visto el fuego en los anuncios
y ni siquiera creo en dioses -.
Sin ternos ni harapos,
vestido con ropa de calle,
asisto impasible al desfile de las modas
que, al estallar, cubren el aire de humo
y pavesas.
En el arcén de la costumbre.
Entre amapolas y alquitrán,
fronteras del asombro y afluentes del canto
– las dos arterias del espacio fértil -.
Al este del ciclón y al oeste del olvido.
JIM MORRISON
Tras años de lecturas
y excursiones al ombligo,
con el paladar fresco de poetas
– Rimbaud como sabor último -,
y esparcidas en acordes
sus entrañas sobrantes,
vino el hombre al hotel
y cavó en su mano con la aguja.
Luego, al mirar las venas descarnadas,
no resistió,
y el fracaso le hizo arrojarse a la corriente:
sólo su sangre, intacta,
fluía por el cauce.
ENFOQUE
Es una cuestión de enfoque:
tú observas la poesía desde afuera,
la analizas como a un ente extraño
cuya fisonomía te gusta pincelar
y cuya sinergia aspiras a definir.
En ella, perla abstraída, fijas tu mirada
y, como un satélite, orbitas a su alrededor
mientras te alumbran los reflejos de su luz.
Yo vivo en la poesía.
En el coágulo de su sangre comprimo el mundo.
Con la luz de sus ojos te ilumino,
e ilumino el yermo que agoniza entre ambos,
y revelo el espacio que florece a tu espalda.
FADO
Haja o que houver, canta Teresa Salgueiro
en la noche de marzo.
Sobre la colcha se estira mi gata. La acaricio
mientras evoco a Lisboa, su Tejo,
su aire húmedo, sus cuestas coronadas juntos.
Amor, ¿seguirá el mismo camarero
repartiendo platos y gentileza en aquel rincón
de la calçada do Sacramento, bajo la bóveda
de ladrillo mudéjar y calma silente?
Y Pessoa, hierático en la terraza de A Brasileira,
¿seguirá sentado con la mirada ausente,
ajeno a la lluvia y al desasosiego,
y a quien ocupe la silla de al lado
en vana búsqueda de un retrato que capture su alma
ya de bronce?
Haja o que houver eu estou aquí, amor,
sobre la colcha que emboza el páramo,
evocando los días de Lisboa
junto a una gata ajena a la soledad
y los remordimientos, pedigüeña de las caricias
que te hurté como una hiena
y luego repartí en ofrendas miserables.
Lejos de Lisboa y de tu memoria, amor,
Haja o que houver espero por ti.
FRASES FRESADAS
Frases fresadas por un torno
sutil las que a menudo esculpen los poetas
del tercer milenio.
Frágil arquitectura
sus versos macerados en la umbría
del espejismo, junto a su lindero,
allí donde la luz, sin deslumbrar,
aún dibuja sombras en los pliegues
de la trampa.
Territorios vedados se extienden por lo oscuro,
más allá de la hierba pisada
por mansas suelas que han formado senda
y dejan a la luz la tierra estéril.
Pocos se atreven a hollarlos.
Pocos se atreven a saltar la linde
y alumbrar con los ojos paisajes ajenos a su ombligo.
Sátrapas de la conformidad son la mayoría.
Olvidan que el espejismo se desvanecerá con la noche
y que el ojo del ombligo siempre es un ojo ciego.
PARA TODOS
Para los que huyen de la guerra y son buena gente. O gente normal. O mala gente.
Para los que, en su huída, el mar traga y luego escupe en las playas ante el objetivo de una cámara. Para los que, en su búsqueda de una vida digna, el mar ofrece como banquete a los peces, en secreto, y nadie recuerda.
Para los que reaccionan con rapidez ante el horror de una imagen y la replican, y se indignan, y aúllan como las matronas romanas después de una batalla perdida, y luego cierran aprisa el ordenador porque en el bar de abajo se diluyen los cubitos en el gin tónic. Para los que hacen lo mismo pero aquella noche el gin tónic les sabe a hiel.
Para los que luego ponen manos a la obra, en lo que pueden, y para los que permanecemos en el sofá.
Para los que sienten miedo ante el aluvión de quienes son distintos, aunque ese concepto dependa de la altura del tronco donde se establezca el corte. Para los que sienten ese miedo y, con todo, son buena gente. O gente normal. O hienas que huelen el negocio.
Para los imbéciles que identifican distinto con inferior, y así pretenden realzar sus vidas miserables.
Para los que no hablan, ni ven, ni oyen. Para los que sí oyen, ven y hablan mientras se reúnen, y reúnen, y reúnen, girando como los bueyes de la noria. Para los que, cuando el agua alcanza el brocal, la arrojan de nuevo al pozo y mañana será otro día.
Para los que se suben a hombros de otro y así la mierda sólo les llega a las rodillas. Para los que el peso del otro los hunde hasta las cejas en la mierda e intentan sacudirse ese lastre para respirar. Para los primeros, otra vez, que cuando sienten la sacudida se aferran a los cuellos con argumentos sutiles o con burda metralla.
Para todos nosotros, en resumen.
ANIVERSARIO
A Rosa, por supuesto.
Tras lo pasajero,
sumido en el cansancio del nómada,
deambulaba por sendas y hospitales,
por retratos y agostos sin lluvia,
con el pasado sojuzgando mi sangre
y la destrucción haciendo nido en mi deseo.
Era el hombre del ruido y la indolencia,
el hombre que al pasar parece repetido,
prófugo de su sombra y sin sombra en los espejos,
con los rasgos por el cincel desdibujados
como un esbozo consumido en el aprendizaje.
Así sucedía el éxodo.
Así hasta tu encuentro.
No diré que descubrí la luz,
ni hablaré de noches y tempestades,
como relatan las mentiras románticas.
Tampoco nombraré sinónimos de saetas,
fulgores
o biologías abrasadas por la pasión,
porque no existen el vértigo ni la desmesura:
el amor es lento como la curación
de los errores:
las raíces del consuelo, los términos de la lujuria
van naciendo sin dentelladas,
sobre un prolijo material de costumbre,
macerando el aire y sus alrededores
hasta volverlo aliento transparente.
Aún habitamos la época del ascenso
y en ella todo se permite,
incluso un toque de humor en los signos,
por ello, antes de la cúspide
y el freno, antes de la caída
en el letargo de la vejez,
en los arcanos de la muerte o el desaliento,
escojamos una hora en el azar del día
y celebremos nuestro aniversario.
TARDE DE ABRIL
Sopla el cierzo de abril.
Acerca nubarrones de agua
y memoria.
Sopla el cierzo y un tordo aletea frente a él,
lo esquiva.
De la guitarra caen los arpegios;
me acercan lo que viene con el agua,
lo que vendrá;
horada la memoria.
Un tordo aletea
y me mira en la cúspide del giro.
El arpegio me acerca a la memoria,
me introduce en ella.
La piel de la memoria cicatriza
y vuelve ayer al mañana,
signo al dolor.
Un tordo gira, se estrella contra el cristal
– son largas las alas del tordo –
y me mira antes de que el cristal lo resbale,
ayer lo vuelva.
EL POETA ACTUALIZA CIERTOS VERSOS
"El tiempo futuro hinca sus raíces
en el tiempo pasado,
y el tiempo pasado alza su horma estéril
sobre el tiempo futuro.
Si pasado y futuro
son los bordes simétricos de una espera que ultima,
apuremos sin tregua el destiempo presente".
Así dijo Lázaro
frente a las aguas, a orillas del río,
allí donde vierten su esperma
las ratas y los albañales.
Incorporose luego el hombre
de su asiento,
arrojó tras de sí el reloj y el anillo,
las dudas y los lazos cultivados,
sobre la grava dispuso sus datos personales,
tiró la primera piedra,
echóse a andar....
TERCETOS DESENCADENADOS
A las ocho de la tarde cruzamos el puente
cogidos de la costumbre, con uñas, tambores
y una soga común, que a la vez nos une y segrega.
El río desciende con rumor de ahorcados
y sirenas, con palabras ya sometidas,
exudando un tedio, un cansancio familiar que no repele.
No en vano el agua es la perdición del hombre
y sus estructuras: su persistencia en destruir,
su cautela de sumisa desconciertan al profano
y le inducen al desdeño, al error del olvido:
no en vano el agua es el reflejo del hombre
y su travesía.
Sin voluntad, ni exceso, ni reposo, con pasos deformes
como idolatrías cruzamos el puente,
sesgamos los tendones del aliento, y la industria
del cieno desgasta piedras y corazones,
y la distancia se encharca sin cesar
como un banquero herido por la escritura.
Porque no es preciso el día para ver
la sequedad de unos ojos, ni cantos en los amaneceres
que desvíen la tristeza
de un automóvil. Basta
con acudir a la cita, desarbolando banderas,
a las ocho de la tarde,
a las ocho en punto de la tarde.
AGRIACULTURA
Voltea lo escondido
con el afán puro de la vertedera
y exponlo a la luz,
ya obrarán su trabajo de minucia
el cierzo y las erosiones.
Esparce por su piel un abono de sombra
que funda en el tempero la marca de tus pasos
y siéntate a descansar.
No es necesaria la lluvia:
podrida, más que húmeda, es la tierra
que alimenta nuestro orgullo.
En tus cuarteles de invierno
deja pasar el tiempo y sus desplantes,
y cuando el sol abrase la mies del engaño, siega,
siega tu cupo de muerte.
CAVE CANEM
Cuidado con el perro
que vela la ortodoxia.
Suele beber en la sangre
del hereje.
SÁBADO POR LA TARDE
Anejo a los cristales,
como un centauro uncido al desorden,
esbozo pinceladas
de este sábado que se esfuma,
igual que un verso en la intemperie,
por las lentas bocanadas
de la muchedumbre.
Gritos en la calle; convocatorias
del olvido;
paseantes que fecundan la tierra
lluvia en las memorias ,
con la atávica lancería
de los paraguas;
todo lo que a menudo se despeña
por el lado de la costumbre,
sin ruido,
como un bostezo obediente;
todo lo a menudo prescindible
y que hoy se detiene.
Circular por el filo
de lo conquistado,
por la débil frontera de la piel;
aceptar lo evidente
como un amparo que no humille
y guarezca lo personal
de la muerte emboscada en los ropajes,
es la única vía
para el errante que, a oscuras, vaga
solo por los arcenes de su tiempo.
Por ello, a menudo, los ojos del hastío
en los cristales
- sólo quien ha pisado algún infierno
refleja sin error la mirada del hombre -,
la noche que sucede a la luz
como un retrato a su antecesor
sobre el encerado,
sin gestos o palabras que anuden las rodillas.
Por ello, esta tarde, el zumbar de clarines
para el toro aburrido en el disturbio,
el penúltimo deslumbre
para la sombra que se teje en las orillas
del escape.
CUATRO HAIKUS
VERANO
El grillo domina
en la noche del grano,
lejana la estación del frío.
*
OTOÑO
El viento enardece
la quiebra del árbol:
humo altivo.
*
INVIERNO
Cruje la senda
bajo la nieve
de un invierno sin luz.
*
PRIMAVERA
Los pájaros deslían
la luz del enramado,
lo épico cautivo.
DIÓGENES
En qué verso cobijar
un amor en minúsculas,
de los que transitan sin ruido,
hilado con retales de lascivia,
celos enceldados
en la penumbra del ático
y espasmos fugaces de cólera
o desdén.
PEQUEÑA CANCION DE TROVADOR
" Can vei la lauzeta mover..."
Bernart de Ventadorn.
El metal que consume la cantera,
y el sol que las tinieblas envilece,
y el afable murmullo de las aguas
desgastando la piedra tomada por la mugre.
Aquello que me forma y deteriora,
aquello siempre indócil, se interrumpe
con el paso furtivo de la alondra,
sorprendida en tus ojos que no envejecen.
NOCTURNO
No hay nadie por la calle. Sopla el cierzo
con la rabia vesánica del cierzo de noviembre.
Sopla en el campo
donde él orinó jirones de vejiga,
y de nuevo se muestra impotente
para descuajar el coágulo del cáncer.
Barre la angosta acera del callizo,
a estas horas desierta de los viajeros que vuelven
y la asaltan en desbandada,
y el ruido, tan audible, de los vasos de plástico
remolinando hacia la avenida es el réquiem
por los días de cerveza y abandono.
Como yo lo oigo, se oirá en la buhardilla
de los cien peldaños subidos a pie
- quién sabe por qué gentes habitada -,
y su silbido dará un lustre
especial a las manchas del incendio
imborrables de techos y paredes,
invocando a las ánimas calcinadas
de la madre y la hija,
y también a las nuestras, todavía presentes
en los rincones húmedos, gimiendo como aquellas
aunque por otros motivos.
Pero ahora no hay nadie por la calle,
sopla el cierzo
y un perro ladra en el jardín vecino.
¿ Aullará todavía el perro confinado
en la vieja casona convertida en cuadra,
en el palacio adusto donde los condes ardieron
de pasión con menos furia
que unos siglos más tarde, en la plaza,
cuando la hoguera los redujo a cenizas
barridas con la escoba?.
Su lamento ocupaba las noches del invierno;
durante horas sin límite
se esparcía en punzadas regulares
traspasando los muros de adobe,
perforando el cemento reciente de la plaza
y mis tímpanos que temblaban bajo las mantas,
incapaces de ahuyentar el miedo
y el insomnio.
Incluso ahora me estremece un aullido
si cae sobre mí de súbito,
como una muerte repentina,
en las noches de helada.
No hay nadie por la calle y sopla el cierzo.
El perro del que hablaba aulló hace veinte años,
cuando un año era casi media vida.
Él ha muerto. Tú has muerto.
Yo también he muerto, aunque haya resucitado
con el mismo nombre.
"El tiempo futuro hinca sus raíces
en el tiempo pasado,
y el tiempo pasado alza su horma estéril
sobre el tiempo futuro.
Si pasado y futuro
son los bordes simétricos de una espera que ultima,
apuremos sin tregua el destiempo presente".
Así dijo Lázaro
frente a las aguas, a orillas del río,
allí donde vierten su esperma
las ratas y los albañales.
Incorporose luego el hombre
de su asiento,
arrojó tras de sí el reloj y el anillo,
las dudas y los lazos cultivados,
sobre la grava dispuso sus datos personales,
tiró la primera piedra,
echóse a andar....
TERCETOS DESENCADENADOS
A las ocho de la tarde cruzamos el puente
cogidos de la costumbre, con uñas, tambores
y una soga común, que a la vez nos une y segrega.
El río desciende con rumor de ahorcados
y sirenas, con palabras ya sometidas,
exudando un tedio, un cansancio familiar que no repele.
No en vano el agua es la perdición del hombre
y sus estructuras: su persistencia en destruir,
su cautela de sumisa desconciertan al profano
y le inducen al desdeño, al error del olvido:
no en vano el agua es el reflejo del hombre
y su travesía.
Sin voluntad, ni exceso, ni reposo, con pasos deformes
como idolatrías cruzamos el puente,
sesgamos los tendones del aliento, y la industria
del cieno desgasta piedras y corazones,
y la distancia se encharca sin cesar
como un banquero herido por la escritura.
Porque no es preciso el día para ver
la sequedad de unos ojos, ni cantos en los amaneceres
que desvíen la tristeza
de un automóvil. Basta
con acudir a la cita, desarbolando banderas,
a las ocho de la tarde,
a las ocho en punto de la tarde.
AGRIACULTURA
Voltea lo escondido
con el afán puro de la vertedera
y exponlo a la luz,
ya obrarán su trabajo de minucia
el cierzo y las erosiones.
Esparce por su piel un abono de sombra
que funda en el tempero la marca de tus pasos
y siéntate a descansar.
No es necesaria la lluvia:
podrida, más que húmeda, es la tierra
que alimenta nuestro orgullo.
En tus cuarteles de invierno
deja pasar el tiempo y sus desplantes,
y cuando el sol abrase la mies del engaño, siega,
siega tu cupo de muerte.
CAVE CANEM
Cuidado con el perro
que vela la ortodoxia.
Suele beber en la sangre
del hereje.
SÁBADO POR LA TARDE
Anejo a los cristales,
como un centauro uncido al desorden,
esbozo pinceladas
de este sábado que se esfuma,
igual que un verso en la intemperie,
por las lentas bocanadas
de la muchedumbre.
Gritos en la calle; convocatorias
del olvido;
paseantes que fecundan la tierra
lluvia en las memorias ,
con la atávica lancería
de los paraguas;
todo lo que a menudo se despeña
por el lado de la costumbre,
sin ruido,
como un bostezo obediente;
todo lo a menudo prescindible
y que hoy se detiene.
Circular por el filo
de lo conquistado,
por la débil frontera de la piel;
aceptar lo evidente
como un amparo que no humille
y guarezca lo personal
de la muerte emboscada en los ropajes,
es la única vía
para el errante que, a oscuras, vaga
solo por los arcenes de su tiempo.
Por ello, a menudo, los ojos del hastío
en los cristales
- sólo quien ha pisado algún infierno
refleja sin error la mirada del hombre -,
la noche que sucede a la luz
como un retrato a su antecesor
sobre el encerado,
sin gestos o palabras que anuden las rodillas.
Por ello, esta tarde, el zumbar de clarines
para el toro aburrido en el disturbio,
el penúltimo deslumbre
para la sombra que se teje en las orillas
del escape.
CUATRO HAIKUS
VERANO
El grillo domina
en la noche del grano,
lejana la estación del frío.
*
OTOÑO
El viento enardece
la quiebra del árbol:
humo altivo.
*
INVIERNO
Cruje la senda
bajo la nieve
de un invierno sin luz.
*
PRIMAVERA
Los pájaros deslían
la luz del enramado,
lo épico cautivo.
DIÓGENES
En qué verso cobijar
un amor en minúsculas,
de los que transitan sin ruido,
hilado con retales de lascivia,
celos enceldados
en la penumbra del ático
y espasmos fugaces de cólera
o desdén.
PEQUEÑA CANCION DE TROVADOR
" Can vei la lauzeta mover..."
Bernart de Ventadorn.
El metal que consume la cantera,
y el sol que las tinieblas envilece,
y el afable murmullo de las aguas
desgastando la piedra tomada por la mugre.
Aquello que me forma y deteriora,
aquello siempre indócil, se interrumpe
con el paso furtivo de la alondra,
sorprendida en tus ojos que no envejecen.
NOCTURNO
No hay nadie por la calle. Sopla el cierzo
con la rabia vesánica del cierzo de noviembre.
Sopla en el campo
donde él orinó jirones de vejiga,
y de nuevo se muestra impotente
para descuajar el coágulo del cáncer.
Barre la angosta acera del callizo,
a estas horas desierta de los viajeros que vuelven
y la asaltan en desbandada,
y el ruido, tan audible, de los vasos de plástico
remolinando hacia la avenida es el réquiem
por los días de cerveza y abandono.
Como yo lo oigo, se oirá en la buhardilla
de los cien peldaños subidos a pie
- quién sabe por qué gentes habitada -,
y su silbido dará un lustre
especial a las manchas del incendio
imborrables de techos y paredes,
invocando a las ánimas calcinadas
de la madre y la hija,
y también a las nuestras, todavía presentes
en los rincones húmedos, gimiendo como aquellas
aunque por otros motivos.
Pero ahora no hay nadie por la calle,
sopla el cierzo
y un perro ladra en el jardín vecino.
¿ Aullará todavía el perro confinado
en la vieja casona convertida en cuadra,
en el palacio adusto donde los condes ardieron
de pasión con menos furia
que unos siglos más tarde, en la plaza,
cuando la hoguera los redujo a cenizas
barridas con la escoba?.
Su lamento ocupaba las noches del invierno;
durante horas sin límite
se esparcía en punzadas regulares
traspasando los muros de adobe,
perforando el cemento reciente de la plaza
y mis tímpanos que temblaban bajo las mantas,
incapaces de ahuyentar el miedo
y el insomnio.
Incluso ahora me estremece un aullido
si cae sobre mí de súbito,
como una muerte repentina,
en las noches de helada.
No hay nadie por la calle y sopla el cierzo.
El perro del que hablaba aulló hace veinte años,
cuando un año era casi media vida.
Él ha muerto. Tú has muerto.
Yo también he muerto, aunque haya resucitado
con el mismo nombre.
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