Foto de Pat Madia
Carolina Giollo
Carolina Giollo, Haedo, Argentina 1982. Poeta y educadora. Estudió Letras en la UBA y es profesora en distintas escuelas secundarias de Capital y Gran Buenos Aires. Publicó La resistencia de la luna, Huesos de Jibia, 2015. Se encuentra trabajando en su primer libro de narrativa. Desde 2013 organiza el ciclo de poesía itinerante Rumiar Buenos Aires junto a Gaby Larralde, en el que difunden poetas y artistas inéditos y consagrados.
La resistencia de la luna, Huesos de Jibia, 2015.
Humano demasiado humano
Soy perro,
la tos me lo anunció siempre
y la mirada
y la forma de amar así,
incondicionalmente,
con el corazón en la mano.
No importa el dolor.
La manera de aullar bajo la luna,
eso es de lobo, dicen,
jamás entendí por qué,
entonces, amo a los felinos.
Tal vez, la fascinación
por sus ojos.
Quizás, yo fui
un gato egipcio,
de esos que protegen
los portales
del misterio de la noche.
Tal vez, me vi al espejo
y supe
que un perro puede más
con mi corazón,
que una lagartija.
Los animales y yo
ahora estamos
en una misma sincronía,
entonces es fácil
sentirme hermana
hasta de una cucaracha
y pedirle perdón
antes de bajarle
el peso de mi mano.
Hélices
mañanas de puro sol
y un azul rugido.
los árboles son uñas verdes,
la esperanza silenciosa
de un ciclo que no sabe detenerse,
como el viento,
susurrante,
–y todavía frío
todavía frío–,
que sacude las almas
de los primeros llegados,
de los intrusos y de los advenedizos.
las alas caen,
secas,
en el lecho de la calle empedrada
–todavía hace frío–.
quiero retener la memoria,
la sensación en mi alma
que gusta de las cuevas nocturnas
casi como un disparo,
como un cristal perpetuo
o un rubí.
Trampa
Y para cocinar un jabalí
tomarlo de su cola,
no basta
arrastrarlo por la arena,
no alcanza
coserle los colmillos,
no sirve
Hay que tener abierto
el ojo de vidrio morado
Saber quién tiene
el fuego escondido,
cuánto vale un pedazo nocturno
en el lecho de piedra.
Al río hay
que tirar las monedas
y dejar las letras de todas las pirañas
- viajan los peces de cristal e hilo
las fauces se abren y arrastran
treinta veces más ganas
que un último verso.
Esto
no se parece en nada a la libertad
es apenas un guiño,
un esbozo de la idea,
pero funciona:
me he transformado
en un túnel de anfibios.
Cinco lunas
era de noche profunda,
venía de recorrer un largo camino,
de haber trabajado mucho.
estábamos mis hermanos
y yo, traía en mí
la sabiduría silenciosa de los apagados
(de los que vieron correr el tiempo,
de los que entendieron,
pero olvidaron)
el mundo es un lugar gris,
¿sabés?
hay que aceptarlo.
llegaba aliviada
y pesada como un yunque
a un refugio,
a una terraza,
y buscaba la luna,
(brillante y hermosa,
como siempre aparece en mis sueños),
pero no era una,
eran cinco lunas,
todas las mismas,
con distintas caras,
y me puse unos gruesos lentes
para ver, en detalle,
la transparencia de sus formas
y su luz.
me quedé horas en esa oscuridad,
tomada por las cinco lunas.
abracé, con mis lágrimas,
la noche y la palabra,
me tomé las rodillas
y esperé
¿qué estás esperando?,
me dijo una de las lunas
(recuerdo,
ahora, despierta,
de cara a la página
a la luna que crece
en mi cabeza
y en mi sangre)
que me lleves, dije,
como a un felino
o a un lobo.
¿qué estás esperando?
que sea de color azul.
Fiesta
los meses pares
se disfrutan al aire libre,
embebidos de luz ,
un líquido u otro.
es el azar,
el mismo y viejo amigo,
te saluda,
te espera,
te dice: no has cambiado nada.
y para vos el tiempo
no ha dejado de escribir su marca
y aun así
no podés detener el baile,
el ritmo,
un recuerdo de noche
en el efímero rodar de las horas.
¿y si todo se termina,
y si alguien apaga las luces del cielo?
seguiremos
bailando en la oscuridad.
febrero es verde,
el tope máximo de las hojas,
la furia de las tormentas
y después viene
la caída.
el verano, cuando se despide,
puede ser gentil
y estirarse
en las nubes grises
para que el cuerpo
se acostumbre a llevar silencio.
los higos en la planta
donde cantan las aves,
el fantasma de mi abuelo
subido a la escalera
come un fruto maduro:
“es una miel”, dice.
mi gata espera
el momento
pero todas las aves
saben más
que ella:
nadie le teme
a los leones en los jardines.
Ciudad de luz
el verano sabe ser demasiado
y lo acepto.
no voy a renegar
de su luz
ni del vaho
ni del calor insoportable
pegado al cuerpo
porque eso sería
olvidarme
de las ganas de caminar
cuando es de noche.
bajo del colectivo
y no quiero quemar
más aire
pienso en los que no tienen
otro aire
pienso en los que tienen
ese aire falso
y helado
y ya no quiero
ser parte
de una contra natura.
acepto
que el aire
es el que dejamos
y que caminar
no hace daño
sobre todo
a quien comienza
a despedirse
de una ciudad
que ha comprendido
por la fuerza.
nunca me voy,
pero la distancia
es necesaria
para lanzarme a la vida simple
que añoran mis tenazas.
camino,
veo pasar las marquesinas,
que ahora se apagan,
los hombres de gorra
buscan
en los grandes tachos
el olor a basura
de las esquinas olvidadas.
paso por una plaza,
con rejas y sin luces.
oigo
las voces
de quienes tomaron
ese espacio
como propio
para que nunca fuera ajeno.
el vecino es feliz
en su jungla de montañas grises,
en las bocas abiertas,
con las luces de los balcones,
en las bocas cerradas
el vecino conoce
el camino
y baja
y se ríe.
los árboles
y sus chicharras,
el aleteo de los murciélagos,
los autos que pasan,
como zumbidos por las avenidas,
las luces naranjas
sincronizadas de los semáforos.
me detengo,
respiro,
veo pasar
una hoja seca,
la más seca del verano,
e intuyo,
que inevitablemente,
llegará el otoño
y yo estaré lejos,
pero
nunca lejos.
veo a la luna asomarse
entre los galpones
de un tren
pensado por los ingleses
para el abandono.
oigo el rumor de un taxi
sobre los adoquines,
toco uno de ellos
y cierro los ojos.
está caliente y sucio.
no puedo poner en palabras
todo el tiempo
que detiene.
abro los ojos,
veo crecer la hierba
a sus lados
la vida se abre paso.
nada podemos hacer
para frenarla.
sigo caminando,
nadie me conoce
en este barrio
nadie sabe mi nombre,
pero no hay que temer
porque eso basta
para que el peligro
desaparezca.
abro la puerta
y, en el pasillo, se huele
todavía
la comida casera.
subo,
el ascensor tiembla
cuando lo cierro.
entro en mi casa
y siento el abandono
de los que están solos
y comienzo a preguntarme
por todo eso
que dicen que alguna vez vendrá.
abro mis ventanas
porque hay viento
y siempre hay que agradecer,
en la ciudad, el viento.
veo la luna,
de costado,
como sosteniendo en el aire
el hilo de mi existencia.
me acuesto desnuda en la cama,
la cabeza en los pies
para sentir su luz.
voy a dormir mejor
esta noche.
pienso
y me pregunto
qué lado de la luna
ve la otra ciudad.
quién seguirá despierto
mientras todos duermen.
imagino a un gigante azul,
a un pastor
de árboles y de sonidos
que sabe ocultarse
en las avenidas.
sueño que estoy
en una de sus palmas,
que es un bote fresco
y oscuro,
y me duermo.
La resistencia de la luna
la resistencia de la luna
a enterrarte
sólo se doblega ante los insectos.
Jonás
Todo lo que hace
es para olvidar que está atrapado,
–un castillo con laberintos con escaleras–
que ve la luna
sólo cuando la ballenacanta
diferente, erguida,
y, entonces, el casco de su colonia
se estremece.
Eslabón
Dejo a las arañas
comerse
a sus hermanas moscas
no les digo nada
porque todos tienen su lugar
y ellas sabrán.
Serpiente
He dejado la piel
puesta a secarse
en algún rincón de tu cuarto.
Ya no puedo volver atrás.
Las tormentas nómades
Hace tiempo que el cielo ya no es el mismo,
que las tormentas
se parecen a la atmósfera de Júpiter.
El viento no puede
ser el mismo,
ni los árboles cuando se derrumban
o crecen.
Veo el ciprés violeta doblarse
y le digo a mi hermana:
¿verdad que las tormentas no son como antes?
Es verdad, no son como antes, dice
y dice,
aunque no pretenda,
que el mundo cambió.
Escuchamos música,
miramos una película
hasta que la lluvia
nos deja dormir.
Despierto a las cuatro,
con un hueco en el pecho
y el corazón
en la boca de otro,
en el pensamiento de alguien
que cree que me conoce.
Suena el teléfono,
pero ya no quiero sentirme
llevada por nadie.
Me levanto a buscar la luna:
se asoma en el patio
perfecta;
la luz puede sanarte,
pero no puede
dejar de doler.
Quiero que dé un sueño distinto,
otra dimensión de mí.
Curame, luna,
cúrame,
quiero dejarte todo,
hacerme pequeña
y dormir de verdad.
El teléfono calla,
el viento sopla,
vuelvo al colchón que me prepararon
para esperar la tormenta.
sé que todo lo que sube,
baja,
que a la tristeza
también hay que aceptarla.
me abrazo,
me rodeo con mis manos.
tengo el cuerpo flaco
y cansado
me va a llevar un tiempo,
seré más fuerte,
más poderosa.
Eso lo sé,
pero lo callo,
Ya no hay hogar que habite
más que a mí misma,
no tengo raíz
en el aire que me sostiene
y sólo me queda
la habitación áspera de mi lengua
que la luna y yo
llamamos duda.
Alebrijes
Ahora estoy mirando
los ojos
de un jaguar de madera,
bajo el encanto de los alebrijes,
viviendo el mismo tiempo
de todas las criaturas.
Nudo
debería descansar,
pero no duermo,
me inquietan las palabras
a punto de salirse de mi boca.
intento entrar en el discurso del amor,
pero no soy buena para esto.
algunos no tienen problema
en mentir,
no distinguen un corazón que se abre
de una alcancía.
no tienen la culpa, digo,
no pueden tener la culpa
de que el mundo sea así.
nadie sabe golpear las paredes
sin que se vengan abajo.
Mantra
Bajo este sol me entrego
al día que comienza,
a la voz que canta en mis oídos.
Todos los humanos despiertos.
Ahora se escucha
un ladrido y un ritmo.
No se puede detener el mundo,
pero se puede resistir.
Hoy dura
hasta el próximo amanecer.
Antídoto
Me meto en el bosque,
a buscar la luz,
veo el mar infinito de los techos
cuando se apaga la tarde.
la soledad
es una manera de sanar
y la acepto,
ya no reniego
de las horas frías,
son una excusa, ¿sabes?
para prenderse del miedo
y no salir.
Tengo una manera de echar para atrás
todo lo que hiere.
La luna no tiene nada por lo que entristecerse
mirando desde su capucha de hueso. Ella está acostumbrada a ese tipo de cosas Sus negros crepitan y se arrastran. Sylvia Plath
La resistencia de la luna, el primer poemario de Carolina Giollo
Por Flor Codagnone
La resistencia de la luna, el primer poemario de Carolina Giollo, su ópera prima, tiene un decir profundamente musical. Lo que se escucha en esos poemas es un andar, un ritmo, una música. La de un camino. El yo poético empieza en sincronía con lo animal: es perro, es gato egipcio, es hermano de las cucarachas, es anfibio. Se transforma y se mimetiza con ellos. Sin embargo, a medida que avanza sale de su cueva, del bosque, deviene. Va de lo salvaje (lo demasiado humano) a lo otro-animal y empieza a transitar un escenario distinto, más urbano, de otras luces, habitado por otros dolores y otra sangre.
Se escucha también un amuleto y algo que eriza, que suena tremendo, que convoca, que trae a sus fantasmas, a sus muertos. Si algo sabe hacer Carolina en este libro es transformar la pérdida, el desamor, la muerte, la memoria de los muertos en un lenguaje, en una letra, en una música que da vida. Basta con leer los versos de ese encarnado y descarnado poema que es «Rezo».
La poesía de Carolina, en efecto, se hace carne, piel, escama. Está profundamente atravesada por los afectos. Por eso puede hacerse cuerpo. Atravesada por lo familiar y por lo extraño y por algo, en el medio, desencajado, ominoso, abyecto. Atravesada por lo onírico y por una familia de hermanos, de abuelos. Por los pequeños detalles que trae el recuerdo: una esquina, un tejado, un mantel, las vías abandonadas del ferrocarril, una higuera…
Y esa criatura que es el yo poético camina siempre en compañía de la luna. Ésta aparece, sólo por nombrar algunos ejemplos, en los tres poemas largos que funcionan como pilares–“Las tormentas nómades”, “Cinco lunas” y “Ciudad de luz”– y, además, en “Humano demasiado humano”, que abre el libro.
En estos poemas, la luna es algo interno y externo, una especie de chamán que guía y que cura y que puede atravesar esos escenarios que aparecen constantes: lo diurno y lo onírico, lo humano y lo salvaje, la fe y la razón y la vida y la muerte. La luna de Carolina es azul y supone también muchas otras lunas: hay en eso un profundo símbolo de la hermandad.
Es también la luna de un yo poético femenino, atributo e imagen de la feminidad. Si bien la poesía que se presenta en este libro no podría encasillarse dentro de la tradición de las poéticas feministas más crudas y explícitas, hay algo de lo profundamente femenino. Algo de la naturaleza y, en particular, de esta luna, sienta una posición muy concreta. Se trata de una luna que resiste. Quizás quepa preguntarse a qué. A priori se resiste a doblegarse ante a una lengua que ha sido impuesta, que es de otro y que hiere. Una lengua materna, algo masculina, que, a partir de lo poético, puede bifurcarse, como la lengua de una serpiente. Una lengua que puede salirse de la lengua, que puede soñarse lengua. Que es un refugio áspero, pero refugio al fin. Una lengua, que da pelea.
De seguro, los lectores encontrarán en esa resistencia algo propio, algo que libera, que abraza. Es que Carolina ha sido profundamente generosa con su libro y estos poemas, estoy segura, lo serán con ella. A mí, como lectora, sólo me queda agradecerle por dejarme escuchar su texto, su música, y por permitirme el abrazo de su poesía.
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