Jobyoán Villarreal
Nació en la ciudad de Culiacán, Sinaloa, México, el 19 de abril del año 1985, estudió dos años de la carrera de Técnico Instructor en Música Clásica en la Escuela de Música de la Universidad Autónoma de Sinaloa (EMUAS 1998 al 2000), estudió la carrera de Ingeniería Industrial y de Sistemas, (2003 al 2007) en la Universidad de Occidente, Campus Culiacán, obtuvo el diplomado Técnicas Avanzadas de Estudio, Lectura y Comprensión. (2011 al 2012), es autor del poemario Dime qué somos donde las estaciones se ensamblan, publicado por el Honorable Ayuntamiento de Culiacán el año 2014. Ha asistido a diversos talleres de poesía entre los que se cuentan los impartidos por los poetas Francisco Meza (premio nacional de poesía Clemencia Isaura), Francisco Alcaráz (premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino) y Jesús Ramón Ibarra (Premio Nacional de poesía Aguascalientes) (2003-2008), fue beneficiario de las beca del Fondo Estatal de Cultura y Artes (FOECA, 2007 al 2008), Beca al Lector otorgada por el Instituto Sinaloense de Cultura (ISIC, 2009 y 2010), sus poemas han sido publicados en las revisas Literal, La Otra, Círculo de Poesía, Trajín y Aldea 21, así como diversos medios electrónicos, ha participado en eventos de cultura como el Festival de Literatura del Noroeste organizado por el Centro Cultural de Tijuana (CECUT, 2009) la serie de lecturas La Eternidad por Fin Comienza un Lunes organizado por el Instituto Sinaloense de Cultura (ISIC, 2011), el Encuentro de Jóvenes Escritores Sinaloenses organizado por el Instituto Sinaloense de Cultura (ISIC, 2014), coordinó un círculo de lectura de poesía los años 2009 al 2011. Fue antologado en el libro Nueva poesía y narrativa hispanoamericana del siglo XXI, publicado por Lord Byron Ediciones el año 2016. Actualmente es fundador y colaborador en el Blog Los Conjeturales Literatura y es Docente parte de la Academia de Ingeniería Industrial en el Instituto Tecnológico Superior de Eldorado, Sinaloa, México.
Humor negro
a la memoria de Jaques Vaché
El primer acto acababa de terminar.
Un oficial inglés hacía gran escándalo en la platea:
No podía ser sino él.
…había entrado en la sala empuñando un revólver
y hablaba de balacear al público.
André Breton
A veces la muerte necesita
que nos paremos y la ovacionemos.
Que mostremos indiferencia
ante la idea del punto,
del abismo,
ante la posibilidad de dejar de existir.
No espera que seamos hipócritas,
que seamos excéntricos
como para pasarle de frente
con sus olores y gustos,
y robarle un puñado de sombra.
¡Qué tiene que se nos enclaustre en los riñones!,
¡que marque un camino gris en los ojos!
Hay que pararnos en medio de la función
y ovacionarla, con una risa a medias en la cara.
Ya serán los gusanos testigos,
o el fuego de la hoguera,
de que tuvimos un gran humor.
Sueño del verano
I
Cuando apenas en la semilla
se mira el minuto cóncavo del espíritu,
los hombres abren paso hacia la luz,
dividen el calendario con pequeñas huellas en el mar,
hacen promesas de polvo.
Desde antes de su memoria
llevan la idea del precipicio,
del sendero que se corta bruscamente.
Ahora en el sol asciende la duda oscura que nutre sus ojos,
que se desarma en su piel
a la medida del abismo;
estáticos tumbos desolados,
palabras a medias,
torpes manotazos al viento.
Desde el fondo del océano,
las sombras ya pintan sus puertos.
Con polvo en la boca,
cansados en el desierto de su piel,
el ciclo de la tierra gira hasta dejarlos mudos.
II
Tiempo al tiempo,
mientras la piel se encienda
con los fogonazos del alba
y los baldíos canten hasta el infinito
su cántico de islas solitarias.
Que las rosas revoloteen de nuevo como un sol
y caigan como aureola en los ojos del niño.
Que las nubes blandan de nuevo su coral de sal sobre la piel,
mientras aullamos como bestias la amarga luz del tiempo.
III
En alguna parte del horizonte,
el sol perderá su equilibrio
cuando se detenga puntual
y la noche se rinda al descanso:
en la negación profunda
se urdirá el sueño del verano.
Tal como Gilberto Owen, en su viaje a Roma, tras ver una estatua de Perseo, cuestionó su victoria sobre Medusa, cuestión de la cual nace una de las obras fundamentales de la poesía en México; Perseo vencido; obra que da lugar a una serie de aseveraciones alegóricas y en donde Perseo simboliza al artista, quien termina petrificado por su objeto de pasión; el arte. En esta misma línea creativa Hialurgia surge de la pregunta; ¿Qué hubiera pasado si Narciso, al ver su reflejo en el agua, hubiera estado lloviendo? Narciso sin duda hubiera visto su rostro mutilado. Respuesta que lleva a una serie de aseveraciones y consecuencias alegóricas, tales como; "la lluvia es la asesina de la imagen" y en donde (como una parábola precisa) Narciso representa al poeta; la lluvia al arte; el lago al tiempo y su reflejo a la realidad. También, dentro de su desarrollo, surge en un acto hipnótico el arte en forma de mujer. En conclusión, Hilaurgia es primeramente un poema de la lluvia, dividido en diez secciones, en donde se representa la muerte de la imagen y sus consecuencias ontológicas.
Jobyoán Villarreal
Hialurgia
Sin embargo, el pueblo es mucho,
y esta es la estación de las lluvias cuantiosas
y no es posible permanecer afuera [...]
Esdras: 10-13
I
Un olor desde la infancia
profundiza en la piel sus dedos íntimos.
Mi tierra, húmeda consanguínea,
tórrida transparencia de lilas agudas,
derrama en la Ceiba a un sol descompuesto.
Socava la delgada corteza del viento, ciudad abajo,
un mutismo de imágenes que se entumecen en la cara.
Cae sobre esta frágil superficie,
sustancia de pájaro vencido ante el vuelo,
nos toca mortales.
Mutila la tierra, el polvo,
cicatriz de dedos fugaces, memoria del agua.
Comienza en la epidermis un éxodo de máscaras,
horizonte que se oculta con la torpeza de los años.
II
La ciudad se esconde tras la lluvia.
Las flores se quiebran como memoria
en un zarpazo del aguacero.
Así se estrella violentamente,
pasa y cubre cada gota
en los techos, láminas y paredes,
sus sesiones devastadoras.
Sólo nos queda en las manos
un silencio de vidrios temblorosos.
Afuera crece una catástrofe,
un susurro cauteloso,
tragedia de siglos:
eco violento de laureles
desmoronándose en el vacío.
III
Todo emigra y se detiene.
El ojo se vuelve contemplación estática
desplegándose en los exilios de la mente.
Dolor que se deshoja apenas
como un silencio sin memoria.
Elidir de las cosas que se han perdido,
calladas demasiado tiempo
como piedras.
Ensaya la lluvia en el suelo
un rompecabezas muerto:
el crujir seco del otoño sobre la piel,
las estaciones que cambian de color como semáforos.
Nubes cancerígenas deshojándose.
Hialurgia arreciando como plaga
en las abiertas fauces del tiempo.
IV
Ojo y lluvia,
uno convierte al otro.
En un ruego interior,
en las liturgias de la sangre,
las fotografías son espejos muertos.
Mientras se emborracha el tiempo
la ciudad cae a pedazos.
En un acto aparece la expansión,
relatividad que crece como pulpo
vertiginosamente en la sangre.
Peces diminutos se revientan en la piel,
mientras los niños juegan
y marca la lluvia en sus ojos
un camino sin retorno.
—Sé que el temor al tiempo es algo natural,
que nada de amigable hay en esta agua
que transcurre su temporada fugaz—.
Un cascar undosamente martillea
la tertulia del invierno.
En una combustión sin imagen
el silencio se posa como otra ciudad.
La naturaleza busca perpetuarse en el acto,
pare sus metáforas, despliega en caras enconadas
la heterogénea sinergia que repite el amor
hasta crear universos.
V
Cicatrices que se apagan como relámpagos
fotografías que se llenan como tumbas.
En un embudo se congrega el pensamiento
destilando la realidad en espejismos,
arte del agua en la materia abandonada,
hialurgia del demiurgo vidriero
que pasa como por un acantilado
en el tiempo y sus disfraces.
Los ojos sin conciencia
se preparan para la inmolación.
Parpadeos tramontan en las estaciones
un espectáculo en su hálito hipnótico:
la musa asciende del cenagal
con harapienta voz de prisma herido.
Nosotros, el Narciso prolífero,
vemos en el azar, los vidrios,
indecible virus en el ojo,
la sentencia de la imagen.
VI
Cae
Calíope.
Tropo de agua:
relámpago
foto
cicatriz.
En una mueca de agonía,
cae
quiebra sus alas
raspa su cuerpo con esquirlas
rompe tu sombra
rasga mi piel en el descenso.
Como la pluma que quiere dormir
el sueño que no duerme.
Cae con un dolor de precipicios
la noche de este universo
vaciada por su luz.
El eco insistente de las cosas
en su número extraño.
Una cadencia disemina nuestra
sombra desfigurada.
La imagen muta su imagen muerta
desarmándose en las formas del viento.
En el espacio jadeante de la memoria
rebota la voz en soliloquios
como un pasillo resquebrajado:
—Se acabará la lluvia
pero empezaremos a ser lluvia nosotros;
nos humillarán los charcos
nos pisarán la cara,
pero en la mente seguirá arreciando la tempestad—.
Todo lo que hay afuera
se aprisiona en la ventana.
Las imágenes en una sucesión
de páginas blancas.
—Quizá la lluvia sólo nos recuerde
todos los abismos que llevamos en el alma
y somos el personaje que cae,
multiplicado—.
La anestesia,
atropina en la sangre
que nos va desgarrando en su sueño.
Cómo duelen sus páginas blancas,
sus calles blancas;
cómo duele ella,
cuando el instante la revienta
en una secuencia de astros innombrados:
el lenguaje ininteligible de los espejos.
VII
El tiempo se pudre en sus dedos.
Desfragmenta reticencias en súplicas:
calles abismales se desprenden de mis ojos,
labios lacerados arman la lluvia,
me hacen parte de su urdimbre.
El silencio pluvial
se arranca del chubasco de las calles,
y en la pudrición de sus dedos
nace un silencio más profundo.
Resuena en la retina
el chasquido de una música interminable.
VIII
El mundo calla.
Se derrama como un accidente.
Las cosas se escabullen
entre mis manos.
Una mano tibia se abre en el pecho:
tus ojos como agua,
gladiolas que ocultan su transparencia;
tus ojos en su propio lenguaje,
asentados en mis párpados como fotografía,
aleteando las temporadas tristes de tu cuerpo.
Tus ojos envejeciendo las formas
cayendo por mí como las hojas
de un calendario vacío.
IX
—Nos sentimos
como el espejo en el charco
que en las tardes refleja cosmogonías incompletas,
sorprendidos como el niño
que descubre el espacio en su frente.
En el transcurrir del agua
una agobiada presencia de universos
lleva nuestro nombre,
incandescencia que apaga su mecha
de crepúsculo en el lodo.
X
Desvaneciéndome en mi profunda tempestad,
sorprendo al mar llorando horizontes de piedra.
Se incrustan en mis ojos
espejos que mutilan la imagen
(Narciso enloquece).
Hay una voz que me dice:
—Deja que llueva,
no hay nada que hacer aquí
más que dejar que el agua
interne sus dedos en nosotros—.
Y en ligeros espasmos de viento
la lluvia cierra su camino:
hendir irremediable de la memoria.
Todos los poemas fueron tomados del libro Dime qué somos donde las estaciones se ensamblan de Jobyoán Villarreal, publicado por el Ayuntamiento de Culiacán, Sinaloa el año 2014.
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