FRANCISCO JOSÉ NAJARRO LANCHAZO
PACO NAJARRO. Dicen que me llamo Francisco José Najarro Lanchazo, pero en realidad sólo respondo al nombre de Paco. Nací en Zafra (Badajoz) en 1987, aunque lo correcto sería decir que nací en mi madre, único lugar al que siempre quiero regresar. Mi fascinación por las piernas femeninas viene desde entonces, quizás por ser lo primero que vi. Y fueron las piernas - y demás componentes - de una mujer las que me hicieron llegar a Barcelona, donde estuve viviendo y creciendo hasta hace poco. Antes también crecí, en Madrid, donde estudié las licenciaturas de derecho y periodismo. Tengo dos libros de poemas publicados, La Vespa amarilla y El extraño que come en tu vajilla, aunque pronto habrá más. Soy editor de Ártese quien pueda Ediciones. Resido y vivo y crezco en Santiago de Chile. Continuará ...
DE niño enterré a mi canario muerto en una pequeña caja de pastillas donde se leía: Alivio sintomático del dolor, como si el dolor tuviese circunstancias o lógica, o fuese una espina clavada en un pie o una jaqueca.
GUÍA TURÍSTICO
El hombre que no entendía que la materia no es la complicidad entre dos cuerpos, recogía piedras en la calle y las paseaba, invitaba a cenar o llevaba al cine, con la intención de sentarlas después frente a la lápida de su mujer para iniciar así la conversación, el espectáculo.
PASTILLA DE JABÓN
La diferencia entre ciudad y casa
eres tú; si distingo
el agua de la ducha
de la lluvia que empapa a los viandantes,
la toalla de olor a suavizante
del sol que seca hasta el hedor sus cuerpos,
es decir, la alegría de vivir
del dolor de vivir,
es porque tu piel pura, si la froto,
me limpia de otras vidas.
La Vespa amarilla
LA DUCHA
La ducha, sin nosotros, no es la misma.
Escucho su tic-tac de reloj de agua,
impaciente como el despertador
que me grita porque he dormido solo,
y las sábanas pesan como un mundo,
y fuera hace un frío de desagüe…
Ya te digo que la ducha no ha vuelto
a ser la misma desde que te fuiste,
que sólo acuden a ella viejos verdes
como musgo sobre tu piel de piedra,
de sirena de cloro y agua de grifo,
vaso para mis labios y su sed.
Y yo tampoco soy el mismo sin ti,
y hasta la factura del agua cambia,
haciéndose más pequeña en tu ausencia,
como todo. No sé si aguantaré
más tiempo sin ducharme, con olor
a esposo abandonado. Vuelve pronto.
SEMANA
Dos árboles se están amando en este
parque, yo los observo en su tristeza.
Lejos uno del otro van muriendo
(en una parsimonia que los mata)
esperando a la lluvia que los una
con su don maternal en un abrazo
de ramas encontradas con urgencia.
Aquel de allí, el de la silueta frágil,
bien podría llamarse como tú,
probarse los vestidos que te pruebas
(sola, de mil en mil frente al espejo)
para que antes del día que no llega
sepas que llegará como imaginas.
¿Qué jardinero pudo ser tan cruel?
¿Quién es el arquitecto sin entrañas
que nos edificó en urbes antípodas?
Aquel de allí, el de la corteza dura
bien podría llamarse como yo.
Con mi nombre y mi voz (que son lo mismo)
preguntaría qué hay de diferente
entre dos árboles que se aman cerca
y dos personas que se quieren lejos.
Mueve el viento sus ramas, no se tocan,
no existe la esperanza sin su roce,
se me astillan los ojos de mirarlos.
Dos árboles se están amando cerca.
Dos árboles se están amando lejos.
Nosotros esperamos igual que árboles.
El extraño que come en tu vajilla
MIMO
El árbol que ha estirado para verme
su cuello me hace muecas,
pero no deja aliento en la ventana,
pero no lo comprendo.
Es extraño porque ambos respiramos
desde la misma tierra en que nacimos,
aunque quizás lo mío sea patria
y su cuadrado un plato de comida.
Es extraño el exilio de los árboles
que avenidan sin rumbo la ciudad,
viven en el origen de su lengua
y sin embargo nadie les entiende.
Puede que me señale sus raíces,
puede que los cimientos de mi casa
le hayan pisado y así, por empatía,
hable todos los males del planeta.
Una vez, en la calle,
lloré, lloré muy lento,
una anciana paralizaba el tráfico
aunque sus piernas no eran nada sexis.
Otra vez, en la calle,
un niño sin helado
se manchaba de pobre con sus babas
y a mí me entraron ganas de comer.
El hombre que me mira desde casa
ha olvidado su idioma, no se mueve,
es un leñador pero se piensa árbol,
pero no lo comprende.
FOBIA
Contemplar a la muerte en el origen
es cerrar sin ninguna calma el círculo,
como ganar haciendo trampa el juego
que empezamos cuando éramos pequeños,
trucar los dados de avanzar los años
para saltarnos eso de ser viejos.
En el parque se pueden ver los viejos
jugar con la petanca y con su origen,
lanzar la bola grande de sus años
a la chica para iniciar el círculo,
son ganas de volver a ser pequeños
lo que tienen y no ganar el juego.
Y es que ser médico pasó de juego
a juicio y ni enfermeras quiere el viejo
por sufrir en su cuerpo lo pequeño
que tapan los pañales de su origen.
El suero en el gotero forma círculos
como cumplen los árboles sus años.
Porque apagamos, al soplar, los años
y no las velas, es la vida juego,
porque gira el tambor con bala en círculos,
ruleta rusa, grita todo viejo,
porque está lejos el lugar origen
cuentan que cada vez es más pequeño.
Cuando tenían dedos más pequeños,
suficientes para mostrar sus años,
y tocaban con ellos el origen
y reían igual que con un juego,
los miraban con pena algunos viejos
que a bastonazos dibujaban círculos.
Así yo tiemblo frente a cualquier círculo,
aunque se trate de uno muy pequeño
o esté medio borrado de tan viejo,
que no quiero dejar de cumplir años,
que tengo que jugar al mismo juego
que tú para llegar a nuestro origen.
Donde empieza el origen de los círculos,
antes de los juegos de los pequeños,
se amontonan los años de los viejos.
POÉ(TI)CA
La he visto con su bata negra y rulos
en la peluquería me he asustado
porque si estaba allí cotilleando
-quizás averiguando el paradero
del maridito infiel de una maruja podría
pasear por la ciudad,
sentarse en un café o coger un taxi,
venir a casa cuando yo no esté.
La muerte no me aterra ni con rulos,
aterraba, perdón, que ahora vivo
contigo: en el buzón está tu nombre.
Y lo peor vendría tras tu muerte,
sentir todas las penas como mías,
llorar por el marido
infiel de la Maruja,
escribir poesía de tijeras.
POE(MI)CA
Si apago la televisión me veo,
si le bajo el volumen a la radio
me escucho respirar.
Soy una noticia terrible.
Debería hacer lo que la gente hace,
hablar sobre las penas de los otros.
IMAGEN Y SEMEJANZA
La cara de mi padre tiene boca
y demás utensilios para el gesto,
pero igual que la mano que acaricia
pasa a ser mano del acariciado,
su rostro frente al mío es también mío.
Y es que tiene razón nuestra vecina
cuando dice que el tiempo venidero
-que como todo tiempo
no viene sino vacolocará
mi ficha en su casilla.
Pero no se refiere al jaque mate,
ella habla del parchís,
de mis pies vendimiando muchos días
hasta alcanzar otro color, su boca,
de mi padre obligado a estar en casa.
No escribo este poema por mi miedo
a tocar las arrugas sin tenerlas,
pienso en la angustia de mi padre al verme,
tan joven, tan idéntico a él, ocupando
la edad que ya tuvo, quizás su cuerpo.
VACACIONES
Tengo la cara blanca
y me preguntas si amo algún lugar.
Te extraña mi pensar en cementerios,
tú hablabas de museos,
del clima y del idioma.
Digo piedra tallada, mucha lluvia
y citas en latín.
Amo la tumba muerta de mi abuela,
las ruinas vegetales de mi infancia,
la vida aburguesada en los difuntos,
como aman los turistas
las ciudades de sus fotografías,
con la certeza de que no hay seísmo
capaz contra la calma que no existe.
INQUILINA
Las vértebras del río se han girado,
miran del mar hacia tu casa miran,
los versos de Manrique
han cambiado y la jarra
del agua nunca, nunca se termina.
Me susurran tu cuerpo las paredes,
estás en ellas como en mi garganta;
el agua que escondías es ahora
tu molde y como tal me enseña formas:
El váter que solloza a media noche
sin que yo le haya dado mi tristeza,
o la extraña manera en que saluda
el frío con la mano en la ventana.
La bóveda no para de toser
por la humedad azul del dormitorio.
Desde que te fuiste a vivir conmigo
ocurren cosas raras en mi casa.
LO QUE CUENTAN MIS HERMANAS
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