sábado, 25 de abril de 2015

DIEGO MEXÍA DE FERNANGIL [15.760]



Diego Mexía de Fernangil 

(Nació en Sevilla, España, ¿1565? – m. después de 1617) fue un poeta español que desarrolló su obra literaria en Perú, entonces sede de un inmenso virreinato dependiente del imperio español; asimismo estuvo en México aunque por breve tiempo. Integró la afamada Academia Antártica de la Ciudad de los Reyes o Lima. Su obra está constituida por la Primera y la Segunda parte del Parnaso Antártico; la primera parte fue publicada en Sevilla, en 1608, y la segunda se mantuvo inédita hasta el siglo XX. Mexía es reconocido como excelente traductor de las Heroidas del poeta latino Ovidio, obra compuesta por 21 cartas de amor ficticias, dirigidas por heroínas mitológicas a sus amantes.

En su ciudad natal, Sevilla, se consagró al comercio de libros; y es posible que por acuerdo con su familia pasase al Nuevo Mundo hacia 1581. Llegado al Virreinato del Perú, se radicó en Lima, para luego viajar al Virreinato de la Nueva España o México (1596). Como le sorprendiera una tormenta y muriese a bordo un hombre, Mexía se hizo desembarcar en el primer puerto que tocaron, y, con el cargamento de plata que llevaba consigo, caminó 300 leguas hasta llegar a la ciudad de México, donde permaneció brevemente. Durante esa travesía y el año que permaneció en México, tradujo en tercetos las Heroidas de Ovidio, versión que pulió al regresar a Lima en 1598 ó 1599, envió a España en 1603 y logró hacerla imprimir en 1608, bajo el título de Primera parte del Parnaso Antártico.

En la capital del virreinato peruano alternó con los poetas y escritores de la Academia Antártica, y con las novedades literarias de su tiempo contribuyó a difundir el gusto por las letras clásicas y la poesía toscana.

Después de publicado el Parnaso Antártico, Mexía, sediento de aventuras y dineros, se dirigió a Potosí, y, habiendo conocido allí las 153 estampas que sobre la vida y pasión de Cristo pintara el jesuita Jerónimo Natal, resolvió dedicarles sendos sonetos, luego aumentó el número de las composiciones a 200, con que formó la Segunda Parte del Parnaso Antártico, enviada y dedicada al virrey Príncipe de Esquilache en 1617. Esta segunda parte permaneció inédita hasta que la descubrió el polígrafo peruano José de la Riva Agüero y Osma en la Biblioteca Nacional de París. Mexía anunció la inminente terminación de la Tercera Parte de su Parnaso, la cual nos es desconocida.

Se sabe que en 1617 Mexía desempeñaba el cargo de ministro del Tribunal del Santo Oficio en la vista y corrección de libros, pues ya era reconocido por su erudición. Para aquel entonces pasaba de los 50 años. Ignoramos el lugar y la fecha de su fallecimiento.

Obras

Primera parte del Parnaso Antártico (Sevilla, 1608), en cuyos preliminares se insertó el anónimo Discurso en loor de la poesía (cuya autoría atribuyó a una distinguida dama de Lima, cuya identidad ha sido motivo de harta polémica), y en el cual apareció su traducción de las Heroidas, de Ovidio, en verso español. Su título completo es Primera parte del Parnaso Antártico de Obras Amatorias. Con las veintiún epístolas de Ovidio, y el Ibín, en tercetos. Dirigidas a don Juan de Villela; oidor en la Chancillería de los Reyes por Diego Mexia, natural de la ciudad de Sevilla y residente en la de los Reyes en los Riquísimos Reinos del Perú.
Segunda parte del Parnaso Antártico, terminada en Potosí (1617) e integrada por una sugestiva colección de poesías místicas.

Análisis crítico

Caracteriza a Mexía una gran fluidez en el verso y auténtica gracia en las metáforas. No basta que el modelo —en este caso Ovidio— sea elegante. Se requiere que el traductor posea cualidades esenciales, requisitos que los cumple Mexía, realizando una proeza traductora que hasta hoy celebran los editores de Ovidio.
En las 21 epístolas traducidas por Mexía abundan los rasgos poéticos, no sólo como reflejo natural de la obra ovidiana, sino, muy señaladamente, como acertado eco del trasladador. En la primera (“De Penélope a Ulises”), acierta así al descubrir la desazón de la abandonada esposa:



No abrazaría el aire vanamente
En el desierto lecho, ni sintiera
El frío de la noche y del ausente.

No me quejare que mil siglos era
Un día en esta ausencia, imaginando
Que el sol se detenía en su carrera,

Ni las manos viudas macerando
Tejiera esta tela, con que peno,
Por ir las noches y horas engañando.
……………………………………
Yo, que gozaba fresca primavera
Cuando partiste, y la madeja de oro
En mis cabellos se mostraba entera.

Perdido hallarás aquel decoro
De mi belleza antigua, y vuelto en plata,
Que ya acabó tu ausencia este tesoro
Y el veloz tiempo todo lo maltrata.




La más vigorosa de todas las epístolas es la de “Fedra a su hijastro Hipólito”, donde aparece, entre otros, el siguiente pasaje:



Amémonos los dos desta manera:
Seamos deste número dichoso
Y habrá en el bosque eterna primavera.

Que si el fruto de Venus amoroso
Del Bosque quitas, toda su frescura
Se ha de volver en párrafo enfadoso.




En la epístola “De Deyanira a Hércules” figuran estrofas como ésta:



Mi marido de mi siempre está ausente,
Más conocido m’es un peregrino
Que él, anda, vagando eternamente.

Su gloria, su deleite es el camino;
Horrendos monstruos, bestias temerarias
Anda matando y busca de contino.




En la Segunda Parte del Parnaso Antártico, que permaneció varios siglos inédita, muéstrase Mexía sumamente piadoso y hasta místico. Hay allí sonetos de la más profunda inspiración cristiana, como el que empieza así:



Todas las veces que, por mi deshecho,
Dulce Jesús, en esa cruz os miro.


Pero, sin duda, entre lo más interesante del manuscrito figura una larga composición escrita en tercetos endecasílabos y titulada: “Epístola y Dedicatoria de la égloga intitulada el Dios Pan, en loor del Sanctissimo Sacramento de la Eucaristia, dirigida a don Diego de Portugal, del Consexo del Rey nuestro Señor, y su Presidente en la Real Audiencia de los Charcas”, o simplemente “Epístola a don Diego de Portugal”, que escribió en Andamarca, lugar donde fue ajusticiado el inca Huáscar por orden de su hermano Atahualpa. Mexía nos relata los últimos días del imperio incaico y se lamenta suavemente, en elegíaco tono, que nos recuerda a Jorge Manrique:




Como las tiernas hierbas florecientes,
Los uno nacen, otros son cortados,
Y van con los pasados los presentes.

Los cabellos que ayer fueran dorados,
Hoy plata, mañana serán lodo,
Y en sempiterno olvido sepultados.



Mexía, que cree en los presagios y castigos celestiales, nos muestra también en su “Epístola” su temor al castigo divino por las atrocidades cometidas por los conquistadores:



Basta decir que el nombre se blasfema
de cristianos, y a muchos es odioso
y es recibido ya como anatema.

¿Pues a sus cuerpos? Caso es espantoso
ver las grandes miserias que sobre ellos
vienen por nuestro imperio poderoso.



Mezclados a estos acentos que, a ratos, evocan el de la silva A las ruinas de Itálica, se encuentran alusiones a multitud de sucesos coloniales, como la erupción del Pichincha en 1566; la guerra de las alcabalas de Quito de 1592-93; los terremotos de La Paz y Lima de 1586 y 1609 respectivamente; las tropelías de los corsarios Drake, Cavendish, Spilbergen; la epidemia de viruela que asoló a los indios en tiempos del virrey conde de Villardompardo, etc.



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