Pedro Calderón de la Barca y Barreda González de Henao Ruiz de Blasco y Riaño nació en Madrid, el 17 de enero de 1600. Su padre, Diego Calderón, era hidalgo y fue secretario del Consejo y Contaduría Mayor de Hacienda de Felipe II y Felipe III; se casó con Ana María de Henao, perteneciente a una familia también de origen noble. Pedro fue el tercero de los cinco hijos que el matrimonio alcanzó a tener y era, pues, de origen montañés e hidalgo (Viveda, Cantabria).
Caballero del Orden de Santiago, Capellán de Honor de S. M. y de Reyes Nuevos en Toledo, Poeta Cómico en quien compitió la invención ingeniosa, con la urbanidad y belleza del Lenguaje. Nació en Madrid año 1601, y murió allí a los 81 años.
Empezó a ir al colegio en 1605 en Valladolid, porque allí estaba la Corte, pero como destacó en los estudios, el padre, de carácter autoritario, decidió destinarlo a ocupar una capellanía que estaba reservada por la abuela a alguien de la familia que fuese sacerdote. Con ese propósito ingresó en el Colegio Imperial de los jesuitas de Madrid en 1608, situado donde ahora se encuentra el Instituto San Isidro, y allí permaneció hasta 1613 estudiando gramática, latín, griego, y teología. Cuando llevaba dos años allí, falleció su madre (1610) y su padre casó en segundas nupcias, hecho que lo unió especialmente a sus hermanos José y Diego frente a la autoridad paterna. Continuó en la Universidad de Alcalá, donde aprendió lógica y retórica y, en 1615, al fallecer su padre, marchó a la Universidad de Salamanca, donde se graduó de bachiller in utroque, esto es, en derecho canónico y civil, sin llegar a ordenarse como había deseado su padre. En 1621 participó en el certamen poético habido con motivo de la beatificación de San Isidro y posteriormente en el de su canonización, en 1622, y ganó un premio tercero.
Decidió abandonar los estudios religiosos por la carrera militar y llevó una vida algo revuelta de pendencias y juego; también tuvo problemas en el ámbito familiar, pues el testamento paterno obligaba al dramaturgo y a sus hermanos a pleitear con su madrastra y a vender el cargo de su padre para pagar los gastos. Acaso por esto tuvo que entrar al servicio del duque de Frías, con quien viajó por Flandes y el norte de Italia entre 1623 y 1625. Es posible que las difíciles relaciones con su padre influyeran en su teatro, donde es frecuente encontrar conflictos edípicos entre padres e hijos. El caso es que entre 1623 y 1625 participó en varias campañas bélicas, según su biógrafo Juan de Vera Tassis; anduvo enredado en un homicidio y en 1625 marchó como soldado al servicio del Condestable de Castilla. Su primera comedia conocida, Amor, honor y poder, fue estrenada en Madrid con motivo de la visita de Carlos, príncipe de Gales, en 1623.
Desde 1625, proveyó a la Corte de un extenso repertorio dramático pero, en 1629, el irrumpir con sus hermanos en sagrado persiguiendo a un actor, concretamente en el Convento de las Trinitarias de Madrid, donde se encontraba la hija de Lope, le causó la enemistad del monarca de la escena cómica, Lope de Vega, y del famoso orador sagrado gongorino fray Hortensio Félix Paravicino. Calderón correspondió a los ataques de este último burlándose en un pasaje de su comedia El príncipe constante, escrita en ese año, al igual que La dama duende, su primer gran éxito.1 Con estas y otras comedias fue ganándose el aprecio del rey Felipe IV, quien empezó a hacerle encargos para los teatros de la Corte, ya fuera el salón dorado del desaparecido Alcázar o el recién inaugurado Coliseo del Palacio del Buen Retiro, para cuya primera función escribió en 1634 El nuevo Palacio del Retiro. Asimismo, eclipsada ya la estrella de Lope en los teatros, se ganó el aprecio del público en general en la década de los treinta con sus piezas para los corrales de comedias madrileños de la Cruz y del Príncipe. En 1635 fue nombrado director del Coliseo del Buen Retiro y escribió El mayor encanto, Amor, entre otros muchos y muy refinados espectáculos dramáticos, para los cuales contó con la colaboración de hábiles escenógrafos italianos como Cosme Lotti o Baccio del Bianco y expertos músicos para las primeras zarzuelas que se escribieron, como Juan Hidalgo. En estos encargos palatinos cuidaba de todos los aspectos y detalles de la representación y asistía además a los ensayos. En 1636 el Rey lo nombra caballero de la Orden de Santiago y su amigo y discípulo Vera Tassis publica la Primera parte de sus comedias; al año siguiente la segunda, hasta las nueve que llegó a imprimir, si bien se conservan otras tres impresas por editores menos cuidadosos; en 1677 aparecerá, además, la primera parte de sus autos sacramentales.
Se distinguió como soldado al servicio del Duque del Infantado durante el sitio de Fuenterrabía (1638), y en la guerra de secesión de Cataluña (1640). De su vocación militar guardó siempre un buen recuerdo, como plasmó en unos famosos versos:
Este ejército que ves / vago al yelo y al calor, / la república mejor / y más política es / del mundo, en que nadie espere / que ser preferido pueda / por la nobleza que hereda, / sino por la que él adquiere; / porque aquí a la sangre excede / el lugar que uno se hace / y sin mirar cómo nace / se mira cómo procede. / Aquí la necesidad / no es infamia; y, si es honrado, / pobre y desnudo un soldado / tiene mejor cualidad / que el más galán y lucido; / porque aquí, a lo que sospecho, / no adorna el vestido el pecho, / que el pecho adorna al vestido. / Y así, de modestia llenos, / a los más viejos verás / tratando de ser lo más / y de aparentar lo menos. / Aquí la más principal / hazaña es obedecer, / y el modo cómo ha de ser / es ni pedir ni rehusar. / Aquí, en fin, la cortesía, / el buen trato, la verdad, / la firmeza, la lealtad, / el honor, la bizarría, / el crédito, la opinión, / la constancia, la paciencia, / la humildad y la obediencia, / fama, honor y vida son / caudal de pobres soldados; / que, en buena o mala fortuna, / la milicia no es más que una / religión de hombres honrados.
Por entonces se amplía el Palacio del Retiro y se construye un gran estanque de agua en cuya isla central estrenará en 1640 Certamen de amor y celos. Pero, herido durante el sitio de Lérida, obtuvo la licencia absoluta en 1642 y una pensión vitalicia. Estrena sus obras más ambiciosas, las que requieren música (zarzuelas) y más escenografía. Calderón es por entonces un discreto pero activo cortesano y llega a convertirse en un personaje muy respetado e influyente, modelo para una generación entera de nuevos dramaturgos e incluso para talentos tan grandes como los de Agustín Moreto y Francisco Rojas Zorrilla, sus más importantes discípulos.
A mediados de los cuarenta, decretados sucesivos cierres de los corrales de comedias a causa de los fallecimientos de la reina Isabel de Borbón (entre 1644 y 1645) y del príncipe Baltasar Carlos (entre 1646 y 1649), así como por las presiones de los religiosos moralistas contrarios al teatro, desde 1644 hubo un lustro sin teatro. Muertos sus hermanos José (1645) y Diego (1647), el dramaturgo se sumió en una crisis que coincide con la de España, entre la caída del Conde-Duque de Olivares (1643) y la firma en 1648 de la Paz de Westfalia. Es más, hacia 1646 nace su hijo natural, Pedro José, y Calderón ha de replantearse su vida.
Cesaron las crisis interior y exterior al reabrirse los teatros en 1649 y al convertirse durante unos años en secretario del Duque de Alba; además, ingresó en los terciarios (Tercera orden de San Francisco) en 1650 y se ordenó sacerdote en 1651. Poco después (1653), obtuvo la capellanía que su padre tanto ansiaba para la familia, la de los Reyes Nuevos de Toledo, y, aunque siguió escribiendo comedias y entremeses, desde entonces dio prioridad a la composición de autos sacramentales, género teatral que perfeccionó y llevó a su plenitud, pues se avenía muy bien con su talento natural, amante de la pintura y de las sutilezas y complejidades teológicas. Siguió componiendo espectáculos para los reyes en el Palacio del Buen Retiro y para la fiesta teológica del Corpus, pero ahora se inclina por los temas mitológicos, huyendo así su fantasía de una realidad tan áspera como la que demuestra la firma de la Paz de los Pirineos en 1659. Entonces ya era el dramaturgo más celebrado de la corte y todavía en 1663 el Rey siguió distinguiéndolo al designarlo como su capellán de honor, hecho que lo obligó a trasladar definitivamente su residencia a Madrid; la muerte del monarca en 1665 marcó un cierto declive en el ritmo de su producción dramática. Es nombrado capellán mayor de Carlos II en 1666. A lo largo de su trayectoria teatral fue algunas veces importunado por los moralistas que veían con malos ojos los espectáculos teatrales, y en especial que los hiciera un sacerdote como él. A ellos les contestó altivamente de esta manera: «O esto es bueno o es malo; si es bueno, no se me obste; y si es malo, no se me mande».
Al final de su vida sufrió algunas estrecheces económicas, pero con motivo del Carnaval de 1680 compondrá su última comedia, Hado y divisa de Leonido y de Marfisa; falleció el 25 de mayo de 1681, dejando a medio terminar los autos sacramentales encargados para ese año; su entierro fue austero y poco ostentoso, como deseaba en su testamento: «Descubierto, por si mereciese satisfacer en parte las públicas vanidades de mi mal gastada vida». Así dejaba huérfanos los teatros quien fue considerado uno de los mejores escritores dramáticos de su época.
Obra
La obra teatral de Calderón de la Barca significa la culminación barroca del modelo teatral creado a finales del siglo XVI y comienzos del XVII por Lope de Vega.
Según el recuento que él mismo hizo el año de su muerte, su producción dramática consta de ciento diez comedias y ochenta autos sacramentales, loas, entremeses y otras obras menores, como el poema Psale et sile (Canta y calla) y piezas más ocasionales. Aunque es menos fecundo que su modelo, el genial Lope de Vega, resulta técnicamente mejor que aquel en el teatro y de hecho lleva a su perfección la fórmula dramática lopesca, reduciendo el número de escenas de esta y depurándola de elementos líricos y poco funcionales, convirtiéndola en un pleno espectáculo barroco al que agrega además una especial sensibilidad para la escenografía y la música, elementos que para Lope de Vega tenían una menor importancia.
Utiliza frecuentemente piezas anteriores que refunde eliminando escenas inútiles; disminuye el número de personajes y reduce la riqueza polimétrica del teatro lopesco. Igualmente, sistematiza la exuberancia creativa de su modelo y construye la obra en torno a un protagonista exclusivo. En cierto modo, purga el teatro de Lope de sus elementos más líricos y busca siempre los más teatrales. Ángel Valbuena Briones ha señalado que en su estilo cabe distinguir dos registros:
En un primer grupo de obras Calderón reordena, condensa y reelabora lo que en Lope aparece de manera difusa y caótica, estilizando su realismo costumbrista y volviéndolo más cortesano. En ellas aparece una rica galería de personajes representativos de su tiempo y de su condición social, todos los cuales tienen en común los tres temas del teatro barroco español: el amor, la religión y el honor.
En el cultivo de este último tema destaca Calderón en obras como El alcalde de Zalamea, en que se enfrentan el honor individual (o lo que es lo mismo, la dignidad humana, no costumbre social o externa) de un labrador rico, Pedro Crespo, cuya hija ha sido violada por un aristócrata capitán de los tercios del famoso general don Lope de Figueroa, con el honor corporativo o esprit de corps de este último. En este drama, una de las obras maestras de Calderón luce la verdad humana de los caracteres y la sabiduría y experiencia del héroe, Pedro Crespo, que aconseja así a su hijo Juan antes de que marche a la milicia con unos versos justamente célebres:
Por la gracia de Dios, Juan, / eres de linaje limpio, / más que el sol, pero villano. / Lo uno y otro te digo; / aquello, porque no humilles / tanto tu orgullo y tu brío, / que dejes, desconfïado, / de aspirar con cuerdo arbitrio / a ser más; lo otro, porque / no vengas desvanecido / a ser menos. Igualmente / usa de entrambos designios / con humildad; porque, siendo / humilde, con recto juicio / acordarás lo mejor / y como tal, en olvido / pondrás cosas, que suceden / al revés en los altivos. / ¡Cuántos, teniendo en el mundo / algún defecto consigo, / le han borrado por humildes; / y cuántos, que no han tenido / defecto, se le han hallado, / por estar ellos mal vistos! / Sé cortés sobre manera; / sé liberal y esparcido, / que el sombrero y el dinero / son los que hacen los amigos; / y no vale tanto el oro / que el sol engendra en el indio / suelo, y que conduce el mar, / como ser uno bienquisto. / No hables mal de las mujeres; / la más humilde, te digo, / que es digna de estimación; / porque al fin de ellas nacimos. / No riñas por cualquier cosa; / que cuando en los pueblos miro / muchos, que a reñir se enseñan, / mil veces entre mí digo: / «Aquesta escuela no es / la que ha de ser». Pues colijo / que no ha de enseñarse a un hombre / con destreza, gala y brío / a reñir, sino a por qué / ha de reñir; que yo afirmo / que, si hubiera un maestro solo / que enseñara prevenido, / no el cómo, el por qué se riña, / todos le dieran sus hijos.
En otras ocasiones aborda las pasiones amorosas que ciegan el alma, en especial los celos patológicos que aborda en El mayor monstruo, los celos o en El médico de su honra, entre otros dramas.
En su segundo registro, el dramaturgo inventa, más allá del repertorio caballeresco, una forma poético-simbólica desconocida antes de él y que configura un teatro esencialmente lírico, cuyos personajes se elevan hacia lo simbólico y lo espiritual. Escribe entonces fundamentalmente dramas filosóficos o teológicos, autos sacramentales y comedias mitológicas o palatinas.
Calderón destaca sobre todo como creador de esos personajes barrocos, íntimamente desequilibrados por una pasión trágica, que aparecen en El príncipe constante, El mágico prodigioso o La devoción de la cruz. Su personaje más conocido es el desgarrado Segismundo de Polonia de La vida es sueño, considerada como la pieza cumbre del teatro calderoniano. Esta obra, paradigma del género de comedias filosóficas, recoge y dramatiza las cuestiones más trascendentales de su época: la libertad o el poder de la voluntad frente al destino, el escepticismo ante las apariencias sensibles, la precariedad de la existencia, considerada como un simple sueño y, en fin, la consoladora idea de que, incluso en sueños, se puede todavía hacer el bien.3 Tiene esta obra varias versiones hechas por él mismo. También se apunta en ella, aunque muy en segundo plano, el tema de la educación, tan desarrollado posteriormente en el siglo XVIII.
En este segundo registro, lleva a su perfección el llamado auto sacramental, pieza alegórica en un acto de tema eucarístico destinada a representarse el día del Corpus. Por mencionar sólo algunos, citaremos El gran teatro del mundo o La cena del rey Baltasar.
En cuanto a dramas filosóficos, su obra maestra es, sin duda, La vida es sueño; El médico de su honra y El alcalde de Zalamea en cuanto al drama de honor, aunque hay también piezas comparables como El pintor de su deshonra (h. 1648) o A secreto agravio secreta venganza (1635).
El secreto a voces y La dama duende son cimas en cuanto a comedia de enredo, con otras muchas menos conocidas de capa y espada como El escondido y la tapada, No hay burlas con el amor, Casa con dos puertas mala es de guardar o Mañanas de abril y mayo, que anticipa el género de la comedia de figurón, aunque una pieza suya como Guárdate del agua mansa posee ya uno, el estrafalario don Toribio de Cuadradillos.
Tienen carácter melodramático comedias como No hay cosa como callar (h. 1639), No siempre lo peor es cierto (entre 1648 y 1650) o La niña de Gómez Arias (h. 1651), que poseen una mayor introspección y se acercan al universo trágico.
Comedias palatinas son El galán fantasma (1629), Nadie fíe su secreto, Manos blancas no ofenden (h. 1640), o El secreto a voces (de la que se conserva un manuscrito autógrafo de 1642).
Se acercó al drama histórico con piezas como La gran Zenobia (1625), La cisma de Ingalaterra, Amar después de la muerte, o El tuzaní de la Alpujarra (1659) o El mayor monstruo del mundo (1672).
Dramas filosóficos y simbólicos son La hija del aire en sus dos partes, donde se pinta la ambición sin límites de la reina Semíramis, asesina de su marido Nino, y Las cadenas del demonio (de atribución dudosa).
Dramas religiosos y hagiográficos son La devoción de la Cruz (h. 1625), El Purgatorio de San Patricio (1640), El príncipe constante (h. 1629), cuya representación tanto había de influir sobre la concepción teatral de Jerzy Grotowski, y El mágico prodigioso (1637), obra que influyó poderosamente en el Fausto de Goethe, al que prestó algunos pasajes enteros.
Calderón empezó a interesarse por las comedias mitológicas al sustituir a Lope de Vega en 1635 como dramaturgo de cámara. Rápidamente se adaptó a las condiciones del gran espectáculo cortesano con piezas como El mayor encanto, Amor, de ese año, y otras como El golfo de las sirenas, El monstruo de los jardines, Fieras afemina Amor, La fiera, el rayo y la piedra (1652) o La púrpura de la rosa (1660) entre otras muchas. De este género es la ópera, con música de Juan Hidalgo, Celos aun del aire matan, que el propio Calderón parodió en su comedia burlesca Céfalo y Pocris.
Compuso asimismo Calderón bastante teatro menor, por ejemplo entremeses como El triunfo de Juan Rana.
Otra clasificación es la siguiente:
Tragedias: El médico de su honra, A secreto agravio, secreta venganza; El pintor de su deshonra; La hija del aire;
Comedias serias: La vida es sueño; El alcalde de Zalamea; El mágico prodigioso.
Comedias cortesanas: El hijo del sol, Faetón. La fiera, el rayo y la piedra; El monstruo de los jardines; Eco y Narciso.
Comedias de capa y espada: La dama duende; Casa con dos puertas mala es de guardar; No hay burlas con el amor.
Autos sacramentales: El gran teatro del mundo; El gran mercado del mundo; La cena del rey Baltasar; La protestación de la fe; El verdadero dios Pan.
El teatro cómico de Calderón
Durante un tiempo se subestimó el teatro cómico de Calderón, pero últimamente ha sido revalorizado, pues ciertamente compuso obras maestras en el género que pueden ser calificadas como comedias de enredo, como La dama duende, Casa con dos puertas, mala es de guardar o El galán fantasma, y no descuidó el teatro menor.
Los personajes de Calderón
Aunque Calderón sabe a veces acertar a crear personajes humanos e inolvidables, como Pedro Crespo, la mayor parte de las veces es cierto lo que dijo Marcelino Menéndez Pelayo:
Los personajes de Calderón apenas aciertan con la expresión natural y sencilla, sino que la sustituyen con hipérboles, discreteos, sutilezas y lluvia de metáforas... Tienen verdad relativa é histórica, carecen de la verdad humana, absoluta y hermosa que estalla en los rugidos de león de los personajes de Shakespeare.
Por otra parte, los personajes femeninos de Calderón son excesivamente hombrunos y no poseen la feminidad y viveza natural de las mujeres de Lope, aunque cuando se trata de mujeres investidas de autoridad este defecto se transforma en una virtud y encontramos a auténticas encarnaciones de la ambición, como la reina Semíramis en las dos partes de La hija del aire.
En el apartado masculino, Calderón posee un repertorio de personajes inolvidables como Segismundo, Don Lope de Figueroa, Pedro Crespo, el Príncipe Constante o ese prototipo de uno de los personajes más frecuentados por Calderón, el marido enloquecido de celos que representa el Don Gutierre de El médico de su honra; estos celosos patológicos que abundan en los dramas de Calderón razonan férreamente, pero las conclusiones de sus silogismos se asientan sobre sospechas y pasiones desatadas, por lo que el resultado de sus largas cavilaciones dan en el absurdo dramático; por eso les encuentra sustancia trágica Calderón.
La dramaturgia calderoniana
Calderón reduce el número de escenas que habitualmente empleaban Lope de Vega y sus seguidores, porque cuida más la estructura dramática; restringe igualmente la abundante polimetría del teatro anterior a octosílabo, endecasílabo y alguna vez heptasílabo; también empobrece el repertorio estrófico a fin de lograr más unidad de estilo. En vez de buscar temas nuevos, que también, prefiere usar temas ya desarrollados por los comediógrafos anteriores de Lope o de su escuela, que reescribe suprimiendo las escenas inútiles, débiles, sobrantes o poco funcionales, o añadiendo las que cree necesarias; es decir, refundiéndolas. Por demás, sigue los mismos mecanismos y convencionalidades de la comedia lopesca, con las aportaciones añadidas de Antonio Mira de Amescua, Tirso de Molina y Juan Ruiz de Alarcón. Su estilo utiliza las galas formales del culteranismo, pero también lo vulgariza con una serie de metáforas en torno a los cuatro elementos que todo su público podía entender, lo que lo vuelve más accesible. Asimismo, emplea símbolos en sus comedias: la caída del caballo, que representa la deshonra o la alteración del orden natural; las casualidades no casuales, el significado profundo de la luz y la oscuridad; el equilibrio natural entre los cuatro elementos, y algunas técnicas dramáticas como la profecía u horóscopo inicial en la obra, que crea expectativas engañosas para el público, por ejemplo en La cisma de Inglaterra o en la misma La vida es sueño. Calderón se da cuenta a veces de lo artificial y mecánica que resulta la fórmula dramática barroca y por ello se permite a veces hacer juegos o bromas metateatrales permitiendo a sus actores hacer comentarios jocosos sobre los tópicos que les salen al paso y se ven obligados a seguir.
Con Calderón de la Barca adquirió plena relevancia en la comedia barroca la escenografía —lo que él llamaba «memoria de las apariencias»— y la música (se considera a Calderón el primer autor de libretos de zarzuelas), en búsqueda de un espectáculo barroco integral que uniera las diversas artes plásticas. Con este fin colaboró estrechamente con escenógrafos italianos como Cosme Lotti. La carpintería efímera teatral se convirtió en un elemento clave en la composición de sus obras, en especial de los autos sacramentales, que de esa manera se transformaban en complejos emblemas alegóricos preñados de simbolismo moral.
Lenguaje y estilo
En cuanto a su lenguaje, es manejado con solemnidad, enfatizando la belleza con el uso de antítesis, metáforas e hipérboles; aunque podría estimarse que es la culminación teatral del culteranismo. Calderón procura que las metáforas puedan ser fácilmente desatadas por su público reiterando un mecánico sistema de referencias cruzadas en torno a los cuatro elementos y recurriendo a una Retórica de fáciles simetrías y diseminaciones y recolecciones. Usa cultismos sin empacho, algunos incluso condenados por Lope de Vega en su Arte nuevo de hacer comedias (1609), como hipogrifo. En sus personajes se acusa un característico frenesí razonador: los personajes calderonianos piensan de modo férreo e impecablemente lógico, aunque sus premisas sean de hecho absurdas; de esa manera, los característicos maridos calderonianos se enloquecen de celos y justifican sus crímenes de forma impecable pero éticamente absurda, abundando en su lenguaje nexos de subordinación lógica causal, consecutiva, condicional, concesiva o final. La metaforización sufre también ese proceso de logicismo mecánico y desarrolla en exclusiva el citado sistema de símbolos fundado en la combinatoria de los cuatro elementos. Abundan los juegos metateatrales, pues no se le ocultaba al propio autor el convencionalismo a que había llegado la fórmula lopesca, y los diálogos fragmentados «al alimón», en que dos o más personajes se van continuando y terminando las frases que dejan a medias sucesiva y simétricamente. Por otra parte, la intratextualidad de Calderón es muy fuerte, pues el autor a veces reutiliza o reescribe textos de unas comedias o autos en otros, autoparodiándose con intención cómica o imitándose a sí mismo conscientemente.
Temas e ideología
La formación jesuita de Calderón lo llevó a asimilar el pensamiento de san Agustín y santo Tomás de Aquino a través de la interpretación de Domingo Báñez, Luis de Molina y Francisco Suárez. Sin embargo, aflora en su teatro un profundo pesimismo a pesar de la autonomía y validez de la acción humana. En sus obras siempre suele centrarse en la oposición o confrontación entre:
La razón y las pasiones
Lo intelectual y lo instintivo
El entendimiento y la voluntad.
La vida es una peregrinación, un sueño, y el mundo es un teatro de apariencias. Su pesimismo está atemperado por su fe en Dios y por el fuerte racionalismo que asimiló de santo Tomás. El sentido de la angustia de muchos de sus personajes lo aproximan al existencialismo cristiano contemporáneo:
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño.
¡Que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son!
Monólogo de Segismundo
Acto II, escena 19. Monólogo de Segismundo.
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Asimismo Fernando, el príncipe constante, exclama así poco antes de morir consumido por su propia voluntad:
Pero, ¿qué mal no es mortal / si mortal el hombre es, / y en este confuso abismo / la enfermedad de sí mismo / le viene a matar después? / Hombre, mira que no estés / descuidado. La verdad / sigue, que hay eternidad / y otra enfermedad no esperes / que te avise, pues tú eres / tu mayor enfermedad. / Pisando la tierra dura / de continuo el hombre está, / y cada paso que da / es sobre su sepultura. / Triste ley, sentencia dura / es saber en cualquier caso / cada paso ¡gran fracaso! / es para andar adelante, / y Dios no es a hacer bastante / que no haya dado aquel paso.
El príncipe constante, jornada III
Calderón posee un concepto providencialista de la historia, antigua o contemporánea, que es huella de la voluntad divina y por lo tanto un sentido, aunque Dios no permita que lo encontremos en la vida terrenal, y contempla esa misma voluntad en el mundo natural, ordenado según los cuatro elementos y donde se puede leer el plan y la promesa de Dios.
El repertorio temático de Calderón es amplio y se trata con muy diversas variantes; el honor; la relación del hombre con el poder y, en relación con esto, la libertad y la responsabilidad moral o el conflicto entre realidad e ilusión, frecuente en la estética barroca del desengaño. Trata de una forma particular los celos patológicos y los conflictos edípicos.
La escuela dramática de Calderón
La depurada fórmula dramática calderoniana y su particular estilo fueron imitados por importantes ingenios que, como el madrileño, refundieron obras ya compuestas por Lope y sus discípulos al mismo tiempo que componían piezas originales. Los más importantes entre estos autores fueron Francisco de Rojas Zorrilla y Agustín Moreto, pero también hay que contar entre sus discípulos a Antonio de Solís y Rivadeneyra, Juan Bautista Diamante, Agustín de Salazar, Sor Juana Inés de la Cruz, Cristóbal de Monroy, Álvaro Cubillo de Aragón y Francisco Bances Candamo. Otros autores que siguieron a Calderón y alcanzaron algún éxito fueron además Juan de Zabaleta, Juan de la Hoz y Mota, Jerónimo de Cáncer, Juan de Matos Fragoso, Alejandro Arboreda y Antonio Coello, que escribieron frecuentemente en colaboración; también Juan Vélez de Guevara, hijo del celebérrimo dramaturgo Luis Vélez de Guevara; Antonio Martínez de Meneses y Francisco de Leiva.
Obras más importantes
Piezas dramáticas datables
Amor, honor y poder, drama histórico (1623).
La cisma de Inglaterra, drama histórico (1627).
Casa con dos puertas, mala es de guardar, comedia de enredo (1629).
La dama duende, comedia de enredo (1629).
El príncipe constante, drama histórico (1629).
La banda y la flor (1632).
La cena del rey Baltasar, auto sacramental (1632).
La devoción de la cruz, drama religioso (1634).
A secreto agravio secreta venganza, drama de honor (1636).
La vida es sueño, drama filosófico (1636).
El mágico prodigioso, drama religioso (1637).
El mayor monstruo del mundo, drama de honor (1637).
El médico de su honra, drama de honor (1637).
Los dos amantes del cielo, drama religioso (1640).
El secreto a voces, comedia palatina (1642)
El pintor de su deshonra, drama de honor (1650).
El alcalde de Zalamea, drama de honor (1651).
La hija del aire, drama histórico (1653).
El gran teatro del mundo, auto sacramental (1655).
Guárdate del agua mansa, comedia de enredo (1657).
Eco y Narciso, drama mitológico (1661).
Hado y divisa de Leonido y de Marfisa (1680).
Dramas
Alcalde de Zalamea, El.
Amado y aborrecido.
Amar después de la muerte o El tuzaní de la Alpujarra.
Apolo y Climene.
A secreto agravio secreta venganza.
Armas de la hermosura, Las.
Aurora en Copacabana, La.
Cabellos de Absalón, Los.
Cadenas del demonio, Las.
Celos, aun del aire, matan.
Cisma de Ingalaterra, La.
Darlo todo y no dar nada.
De un castigo tres venganzas.
Devoción de la Cruz, La.
Dos amantes del cielo, Los.
Duelos de amor y lealtad.
Eco y Narciso.
En esta vida todo es verdad y todo es mentira (1664).
Estatua de Prometeo, La.
Exaltación de la Cruz, La.
Fiera, el rayo y la piedra, La.
Fieras afemina amor.
Fineza contra fineza.
Fortunas de Andrómeda y Perseo.
Golfo de las sirenas, El.
Gran Cenobia, La.
Gran príncipe de Fez, El.
Hija del aire, La (dos partes).
Hijo del Sol, Faetón, El.
Hijos de la fortuna, Teágenes y Cariclea, Los.
José de las mujeres, El.
Judas macabeo.
Laurel de Apolo, El.
Luis Pérez el Gallego.
Mágico prodigioso, El.
Mayor encanto amor, El.
Mayor monstruo del mundo, El.
Médico de su honra, El.
Monstruo de los jardines, El.
Ni amor se libra de amor.
Niña de Gómez Arias, La.
Origen, pérdida y restauración de la Virgen del Sagrario.
Postrer duelo de España, El.
Pintor de su deshonra, El.
Príncipe constante, El.
Purgatorio de San Patricio, El.
Púrpura de la rosa, La.
Saber del mal y del bien.
Segundo Escipión, El.
Sibila de Oriente, La.
Sitio de Breda, El.
Tres afectos de amor, Los.
Tres justicias en una, Las.
Tres mayores prodigios, Los.
Comedias[editar]
Acaso y el error, El.
Afectos de odio y amor.
Agradecer y no amar.
Alcalde de sí mismo, El.
Amigo, amante y leal.
Amor, honor y poder.
Antes que todo es mi dama.
Argenis y Poliarco.
Astrólogo fingido, El.
Auristela y Lisidante.
Banda y la flor, La.
Basta callar.
Bien vengas, mal, si vienes solo.
Cada uno para sí.
Casa con dos puertas, mala es de guardar.
Castillo de Lindabridis, El.
Conde Lucanor, El.
Con quien vengo, vengo.
Cuál es mayor perfección.
Dama duende, La.
Dar tiempo al tiempo.
Desdicha de la voz, La.
De una causa, dos efectos.
Dicha y desdicha del nombre.
Empeños de un acaso, Los.
Encanto sin encanto, El.
Escondido y la tapada, El.
Fuego de Dios es el querer bien.
Galán fantasma, El.
Guárdate del agua mansa.
Gustos y disgustos son no más que imaginación.
Hado y divisa de Leonido y de Marfisa.
Hombre pobre todo es trazas.
Jardín de Falerina, El.
Lances de amor y fortuna.
Maestro de danzar, El.
Manos blancas no ofenden, Las.
Mañana será otro día.
Mañanas de abril y mayo.
Mejor está que estaba.
Mujer, llora y vencerás.
Nadie fíe su secreto.
No hay burlas con el amor.
No hay cosa como callar.
No siempre lo peor es cierto.
Para vencer amor, querer vencerle.
Peor está que estaba.
Primero soy yo.
Puente de Mantible, La.
Secreto a voces, El.
Señora y la criada, La.
También hay duelo en las damas.
Autos sacramentales
(Por orden alfabético)
A Dios por razón de estado (1650–1660).
Alimentos del hombre, Los (1676).
A María el corazón (1664).
Amar y ser amado y divina Filotea (1681).
Andrómeda y Perseo (1680).
Año santo de Roma, El (1650).
Año santo en Madrid, El (1615–1652).
Árbol del mejor fruto, El (1661).
Arca de Dios cautiva, El (1673).
Cena del rey Baltasar, La (1634).
Cordero de Isaías, El (1681).
Cubo de la Almudena, El (1651).
Cura y la enfermedad, La (1657–1658).
Devoción de la misa, La (¿1637?).
Diablo mudo, El (1660).
Día mayor de los días, El (1678).
Divino Jasón, El (antes de 1630).
Divino Orfeo, El (dos versiones).
Encantos de la culpa, Los (¿1645?).
Espigas de Ruth, Las (1663).
Gran Duque de Gandía, El (¿1639?).
Gran mercado del mundo, El (¿1634–1635?).
Gran teatro del mundo, El (¿1634–1635?).
Hidalga del Valle, La (¿1634?).
Humildad coronada de las plantas, La (1644).
Iglesia sitiada, La (antes de 1630).
Indulto general, El (1680).
Inmunidad del Sagrado, La (1664).
Jardín de Falerina, El (1675).
Laberinto del mundo, El (1677).
Lepra de Constantino, La.
Lirio y la azucena, El (1660).
Llamados y escogidos (¿1648–1649?).
Lo que va del hombre a Dios (¿1640?).
Maestrazgo del Toisón, El (1659).
Misterios de la misa, Los (1640).
Mística y real Babilonia (1662).
Nave del mercader, La (1674).
No hay instante sin milagro (1672).
No hay más fortuna que Dios (¿1653?).
Nuevo hospicio de pobres (1688).
Nuevo Palacio del Retiro, El (1634).
Orden de Melchisedech, El.
Órdenes militares, Las (1662).
Pastor Fido, El (¿1677?).
Piel de Gedeón, La.
Pintor de su deshonra, El.
Pleito matrimonial del cuerpo y el alma, El (1634).
Primer flor del Carmelo, La (antes de 1650).
Primero y segundo Isaac (¿antes de 1659?).
Primer refugio del hombre y probática piscina, El (1661).
Protestación de la fe, La (1656).
Psiquis y Cupido (1640).
¿Quién hallará mujer fuerte?.
Redención de cautivos, La (hacia 1672).
Sacro Parnaso, El (1659).
Santo rey don Fernando, El (primera y segunda parte) [1671].
Segunda esposa y triunfar muriendo, La (¿1648–1649?).
Semilla y la cizaña, La (1651).
Serpiente de metal, La (1676).
Siembra del Señor, La (anterior a 1655).
Socorro general, El (1644).
Sueños hay que verdad son (1670).
Tesoro escondido, El (1679).
Torre de Babilonia, La.
Tu prójimo como a ti (segunda redacción) [antes de 1674].
Universal redención, La. A tu prójimo como a ti.
Vacante general, La (1649).
Valle de la Zarzuela, El (¿hacia 1655?).
Veneno y la triaca, El (1634).
Verdadero Dios Pan, El (1670).
Viático cordero, El (1665).
Vida es sueño, La (segunda redacción) [antes de 1674].
Viña del Señor, La (1674).
Teatro breve (bailes, entremeses, jácaras y mojigangas)
Baile de las jácaras (parte 2).
Baile de la plazuela de Santa Cruz.
Baile de los zagales.
Entremés de la barbuda (partes 1 y 2).
Entremés de la casa de los linajes.
Entremés de las carnestolendas.
Entremés de la casa holgana.
Entremés del convidado.
Entremés de los degollados.
Entremés de don Pegote.
Entremés del dragoncillo.
Entremés del escolar y el soldado.
Entremés de la Franchota.
Entremés de guardadme las espaldas.
Entremés de los instrumentos.
Entremés de las jácaras (parte 1).
Entremés del desafío de Juan Rana.
Entremés de la melancólica.
Entremés de la pedidora.
Entremés del mayorazgo.
Entremés de la plazuela de Santa Cruz.
Entremés de la premática (partes 1 y 2).
Entremés del reloj y genios de la venta.
Entremés de la rabia (parte 1).
Entremés del robo de las Sabinas.
Entremés del sacristán mujer.
Entremés del toreador.
Entremés del triunfo de Juan Rana.
Jácara del Mellado.
Mojiganga de la garapiña.
Mojiganga de los guisados.
Mojiganga de los ciegos.
Mojiganga de la muerte.
Mojiganga de la pandera.
Mojiganga del Parnaso (parte 2 de la Rabia).
Mojiganga del pésame de la viuda.
Mojiganga de Juan Rana en la zarzuela.
Mojiganga de los sitios de recreación del Rey.
Obras en colaboración
Margarita preciosa, La (con Juan de Zabaleta y Jerónimo de Cáncer y Velasco).
Más hidalga hermosura, La (con Juan de Zabaleta y Francisco de Rojas Zorrilla).
Monstruo de la fortuna, El (con Juan Pérez de Montalbán y Francisco de Rojas Zorrilla).
Prodigio de Alemania, El (con Antonio Coello y Ochoa).
Proezas de Frislán, y muerte del Rey de Suecia, Las (con Antonio Coello y Ochoa).
Troya abrasada (con Juan de Zabaleta).
Yerros de naturaleza y aciertos de la fortuna (con Antonio Coello y Ochoa).
Obras atribuidas
Castigo en la traición, El.
Primer blasón del Austria, El.
Que busca la mojiganga, El.
Saco de Amberes, El.
SONETOS
1
A las flores
Éstas que fueron pompa y alegría
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.
Este matiz que al cielo desafía,
Iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se emprende en término de un día!
A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecerse florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.
Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y espiraron;
que pasados los siglos, horas fueron.
2
A las estrellas
Esos rasgos de luz, esas centellas
que cobran con amagos superiores
alimentos del sol en resplandores,
aquello viven, si se duelen dellas.
Flores nocturnas son; aunque tan bellas,
efímeras padecen sus ardores;
pues si un día es el siglo de las flores,
una noche es la edad de las estrellas.
De esa, pues, primavera fugitiva,
ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere;
registro es nuestro, o muera el sol o viva.
¿Qué duración habrá que el hombre espere,
o qué mudanza habrá que no reciba
de astro que cada noche nace y muere.
4
A un altar de Santa Teresa
La que ves en piedad, en llama, en vuelo,
ara en el suelo, al sol pira, al viento ave,
Argos de estrellas, imitada nave,
nubes vence, aire rompe y toca al cielo.
Esta pues que la cumbre del Carmelo
mira fiel, mansa ocupa y surca grave,
con muda admiración muestra süave
casto amor, justa fe, piadoso celo.
¡Oh militante iglesia, más segura
pisa tierra, aire enciende, mar navega,
y a más pilotos tu gobierno fía!
Triunfa eterna, está firme, vive pura;
que ya en el golfo que te ves se anega
culpa infiel, torpe error, ciega herejía.
5
A San Isidro
Los campos de Madrid, Isidro santo,
emulación divina son del cielo,
pues humildes los ángeles su suelo
tanto celebran y veneran tanto.
Celestes labradores, en cuanto
son amorosa voz, con santo celo
vos enviáis en angélico consuelo
dulce oración, que fertiliza el llanto.
Dichoso agricultor, en quien se encierra
cosecha de tan fértiles despojos,
que divino y humano os da tributo,
no receléis el fruto de la tierra,
pues cogerán del cielo vuestros ojos,
sembrando aquí sus lágrimas, el fruto.
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OCTAVAS
A San Isidro
Túrbase el sol, su luz se eclipsa cuanta
medroso esparce hasta el segundo oriente.
El viento con suspiros se levanta;
présaga España su desdicha siente:
y en tanta confusión, en pena tanta
Filipo al fatal golpe está obediente:
¡Oh justo llanto, oh justo sentimiento!
Tema España, el sol llore, gima el viento.
Mas cese el sentimiento, cese el llanto,
y en vez, España, de funesto luto,
fiestas publica, que te ensalce cuanto
te oprimió de los ojos el tributo;
pues ya Madrid piadosa a Isidro santo
vuelve a sus campos a coger el fruto
que sembró de piedad y desengaños
al fin dichoso de quinientos años.
Ya más gloriosa con humilde celo
vuelve, piadosa al Labrador divino,
a ver el prado, el río, fuente y suelo,
donde a la tierra y cielo abrió camino,
porque de nuevo en ella obligue al cielo,
en tanto que su Rey sujeto es digno
a su piedad, volviendo a su porfía
Sol a España, al sol luz, a la luz día.
Dichosa, insigne villa, y más dichosa
cuanto por más piadosa te señalas,
vuele tu fama al viento licenciosa;
sirviendo a tu piedad de amor las alas,
vive, ¡oh! más que la muerte poderosa,
pues no sólo el arado al cetro igualas,
pero aun exceden por divinas leyes
tus pobres labradores a tus reyes.
CANCIÓN
A San Isidro
Coronadas de luz las sienes bellas,
conduce el sol su luminoso coche
a la estación donde madruga el día;
quitó el prestado honor a las estrellas,
y en campañas de luz venció a la noche
con los ardientes rayos que regía;
castigo a su osadía
la tierra fue, que nuevo sol le opuso,
esfera de verdor, campo de fuego.
Cuando en sus rayos ciego,
querúbicas deidades vio confuso
sembrar por rubios granos esmeraldas,
por espigas coger verdes guirnaldas.
Los campos de Madrid ya cielos bellos
y los cielos del sol campos hermosos
eran con los opuestos resplandores;
porque asistiendo o cultivando en ellos,
ya labrador, ya espíritus dichosos,
campos de estrellas son, cielo de flores:
vestida de esplendores
acredita la tierra al sol desmayos,
que paga el sol en rayos a la tierra;
y en luminosa guerra,
espigas compitieron a sus rayos,
porque el cielo y la tierra en sus fatigas
mieses de rayos son, globos de espigas.
El viento, entre los varios arreboles
del resplandor, Madrid, que a ti reduces
cielo humano te vio, divino suelo:
dudó dos cielos y creyó dos soles,
admirando, confuso entre dos luces,
brillando el campo y cultivando el cielo;
que con santo desvelo
Isidro le labraba con el llanto,
ángeles con su gloria le ilustraban,
y el viento, que abrasaban
mansos eclipses, en abismo tanto
ignora a quién incline su destino,
a ángel cultor o a labrador divino.
Este pues en su espíritu dichoso,
arrebatado hasta los cielos sube
(que bien la tierra por el cielo olvida)
y espíritus del trono luminoso,
rayos de luz en abrasada nube,
bajan al suelo a darle nueva vida.
La tierra, agradecida
al favor de los cielos soberano,
sin esperanzas del abril florece:
tanto, tanto agradece
el beneficio de la culta mano;
y estrellas produjera entonces bellas,
si nacieran sembradas las estrellas.
Rompe la tierra el paraninfo alado
y el rústico instrumento que la oprime,
nunca más dulce, nunca más süave
a la mano obediente, no al arado,
el surco estima que en su centro imprime
celeste autor de su esperanza grave.
¿Quién habrá que te alabe,
ángel o labrador, si ofrece el suelo
a celestial cultor humano fruto,
y celestial tributo
a humano agricultor ofrece el cielo?
Y aunque use el hombre angélico ejercicio,
¿quién vio al ángel usar rústico oficio?
¿Quién más dichoso está, quién más ufano?
¿Con ángeles el suelo en este día
o con un labrador, no más, el cielo?
Más gloria tiene el cielo soberano,
pues humildes dos ángeles envía
que próvidos por él labren el suelo:
tanto pudo tu celo,
tanto, Isidro, tu amor maravilloso,
tanto tus oraciones celestiales.
Por dos ángeles vales:
dos suplen tu descuido virtuoso;
y pues de flores ver los campos llenos,
porque se aumenten más trabaja menos.
Deje de mi pluma el vuelo,
mi torpe acento el canto,
mi voz aliento tanto;
que aunque alaba a Madrid, Madrid es cielo;
y es bien que a tanto empleo se presuma
suave voz, dulce acento y veloz pluma.
TERCETOS
A Felipe IV
¡Oh tú, temprano sol que en el oriente
de tus primeros años has nacido
coronado de luz resplandeciente,
salve! Y en tanto que a tu grato oído
de mi voz, por cantarte, los acentos
labios son de metal contra el olvido,
con presagios de ilustres vencimientos
escucha el fin que a tu principio encierra,
rendidos a tus pies los elementos.
La tierra te consagra el que a la tierra
sujetó, cuando, próvida en su celo,
los líquidos tesoros desencierra,
y, lloviendo al revés, salpicó el cielo,
desangrando a Neptuno en rica fuente
por venas de cristal sangre de hielo.
El mar te rinde aquel cuyo tridente
tantas veces venció su orgullo fiero,
segunda vez a límite obediente,
aquel del mar Neptuno verdadero,
que en varias partes no se distinguía
cuándo segundo fue, cuándo primero.
Del dulce viento la región vacía
favorable te ofrece aquella ave
que en éxtasis de amor vientos bebía.
Ave amorosa, pues, que con süave
pluma llegó hasta el sol, en su sosiego
volando dulce y suspendiendo grave.
El fuego te asegura el que del fuego
nombre tomó, y el luminoso espacio
arrebatado vio, turbado y ciego.
Vive, ¡oh Felipe! en celestial palacio,
pues a tu admiración el cielo atento,
la tierra te da Isidro, el fuego Ignacio,
Francisco el mar, cuando Teresa el viento.
ROMANCES
1
Romance amoroso a una dama
¿No me conocéis, serranos?
Yo soy el pastor de Filis,
cera a su pecho de acero,
esclavo a sus ojos libres.
Huésped en vuestras riberas,
oponer de amor me visteis
a las armas vencedoras
resistencias invencibles.
Mas ¡ay! yo muerto, serranos;
¡ay, amor, ya me venciste!;
los incendios de mis hielos
tus poderes acrediten.
Para matarme tus ojos,
Filis, el amor elige;
que a mayores vencimientos
bastan los rayos que viste.
A cuyo imperio süave,
a cuya fuerza apacible
no hay libertad que se exente,
no hay exención que se libre.
A tu beldad las beldades
desconocidas se rinden,
desde las que el Tetis beben,
hasta las que el Ganges viven.
Cuyo nombre el Gata ufano
gloria le da más felice
que sus arenas al Tajo,
que sus imperios al Tíber.
En tu alabanza mi efecto,
entre efectos imposibles
epiciclos fatigara;
mas temo que espumas pise.
Retírase, pues, cobarde,
y tanta empresa remite,
o de un águila a los vuelos
o a los acentos de un cisne;
que una voz ronca no puede
ni puede una pluma humilde
ultrajarte; que te ignora
quien se atreve a describirte.
Mis deseos igualmente
que por divina te admiten,
como a deidad te veneran
y como a deidad te piden,
así, pues, el tiempo nunca
en ti con mudanza triste
las rosas aje del rostro
ni del cuello los jazmines;
a la primavera hermosa
que en tus mejillas asiste,
en siempre floridos mayos
goce perpetuos abriles;
que admitas unos deseos,
que una voluntad estimes,
como atrevida en quererte,
acordada en elegirte.
Si tienes dueño, a tu dueño
te hurta: mi mal te obligue,
para que mi ardor aplaques,
nieve a que a mi cuello apliques.
Yo vi que hurtados a un muro
a que pudieran asirse,
le repartieron abrazos
a un árbol unos jazmines.
Tú verás que a mis deseos
solicitan persuadirte
yedra que dos olmos trepa,
vid que dos álamos ciñe.
Prisiones rompe el capullo
avaramente sutiles
el clavel, y fuera dellas
con púrpura el aire tiñe
pues te incitan sus ejemplos,
Filis, sus ejemplos sigue;
que si tú mi amor retornas,
cierto estoy que Amor me envidie.
2
Descripción del Carmelo, y alabanzas de Santa Teresa
En la apacible Samaria,
hacia donde el sol se pone,
en túmulo de esmeraldas
yace un gigante de flores.
Verde Atlante de los cielos,
tanto su beldad se opone,
que, siendo cielo en la tierra,
parece en el cielo monte.
Cerrándole al viento el paso,
sube hasta la esfera, donde
pedazo del cielo fuera,
a ser unas las colores.
Sin que el sol se albergue en ondas
se le niega el horizonte,
y hace anochecer el día
cuando amanecer la noche.
Aqueste pues cuyas plantas,
aun en variedad conformes,
son cultura celestial
de aquel jardinero noble,
de aquel venerable sol,
que en más luminoso coche,
por eclíptica de viento
planeta de fuego corre,
de aquel que rigiendo rayos
quemó los vientos veloces,
cuando abrasado el Carmelo,
eclipse vio de dos soles,
éste en las más eminente
punta que en su luz se esconde,
virgen rosa planta bella
porque del sol se corone.
Casta azucena o jazmín
süave, cuyos colores
en viva aroma los cielos
piadosamente recogen.
Santo Carmelo, tu planta
es Teresa, porque logres
su hermosura, sin que el viento
o la marchite o la borre.
3
Penitencia de San Ignacio
Con el cabello erizado,
pálido el color del rostro,
bañado en un sudor frío,
vueltos al cielo los ojos,
más muerto que vivo, haciendo
de gemidos y sollozos
los suspiros una esfera,
las lágrimas dos arroyos,
a Ignacio su mismo cuerpo,
helado, sangriento y roto,
desta manera le dice
con voz baja y pecho ronco:
-No te espantes si te trato,
como ajeno de ti propio,
que es bien que como otro hable,
pues ya contigo soy otro,
no es mucho ignore quién eres,
si el mismo que soy ignoro;
que tal tu rigor me ha puesto,
que aún a mi no me conozco.
Siete días ha que muero,
pues vivo sin saber cómo,
y a mi torpe natural
forzosas leyes le rompo.
Negando lo que te pido,
siete días ha que sólo
agua de lágrimas bebo
y pan de dolores como.
Duros abrojos tres veces
castigan mis perezosos
miembros: tan estéril tierra
¿qué ha de tener sino abrojos?
Gastadas tengo las piedras
donde las rodillas pongo,
y porque cabales vivan
cubro de sangre los hoyos.
Vivo cadáver me dejas,
y en tu espíritu dichoso
vas a gozar dulces gustos,
a gustar süaves gozos.
Todo en amor te transformas,
porque vivas en Dios todo,
con una gloria amorosa,
y con un amor glorioso.
Al alma sólo regalas:
quejas justamente formo,
pues a tus gustos mis penas
son manjar dulce y sabroso.
Dueño soy de los sentidos:
¿qué importa si no los gozo?
Pues sin alma ¿qué me sirven
boca, manos, oídos ni ojos?
Yo sus contentos no gusto,
yo sus gustos no los toco,
sus regalos no los veo,
sus dulzuras no las oigo.
Mira no se ofenda Dios,
que cargues sobre mis hombros
murallas de penitencia,
siendo el cimiento tan poco.
Una llama soy que vivo
obediente a un fácil soplo,
humilde barro, y al fin
fuego y humo, tierra y polvo.
4
A una dama que deseaba saber su estado, persona y vida
Curiosísima señora,
tú, que mi estado preguntas,
y de moribus et vita
examinarme procuras;
quienquiera que eres, atiende,
y en cómico estilo escucha;
que he de decirte un romance
para quitarte la duda.
Va de retrato primero;
luego, si quieres la musa,
irá de costumbres, bien
que habré de callar alguna.
Sea lámina el papel,
matiz la tinta, la pluma
pincel; quiera Dios que salga
parecida mi pintura.
Yo soy un hombre de tan
desconversable estatura
que entre los grandes es poca
y entre los chicos es mucha.
Montañés soy; algo deudo
allá, por chismes de Asturias,
de dos jueces de Castilla,
Laín Calvo y Nuño Rasura;
hablen mollera y copete:
mira qué de cosas juntas
te he dicho en cuatro palabras,
pues dicen calva y alcurnia.
Preñada tengo la frente
sin llegar al parto nunca,
teniendo dolores todos
los crecientes de la luna.
En la sien izquierda tengo
cierta descalabradura;
que al encaje de unos celos
vino pegada esta punta.
Las cejas van luego, a quien
desaliñadas arrugas
de un capote mal doblado
suele tener cejijuntas.
No me hallan los ojos todos,
si atentos no me los buscan
(que allá, en dos cuencas, si lloran
una es Huéscar y otra es Júcar);
a ellos suben los bigotes
por el tronco hasta la altura,
cuervos que los he criado
y sacármelos procuran.
Pálido tengo el color,
la tez macilenta y mustia
desde que me aconteció
el espanto de unas bubas.
En su lugar la nariz
ni bien es necia ni aguda,
mas tan callada que ya
ni con tabaco estornuda.
La boca es de espuerta, rota,
que vierte por las roturas
cuanto sabe; sólo guarda
la herramienta de la gula.
Mis manos son pies de puerco
con su vello y con sus uñas;
que, a comérmelas tras algo,
el algo fuera grosura.
El talle, si gusta el sastre,
es largo; mas si no gusta
es corto; que él manda desde
mi golilla a mi cintura;
de aquí a la liga no hay
cosa ni estéril ni oculta,
sino cuatro faltriqueras
que no tienen plus ni ultra.
La pierna es pierna y no más,
ni jarifa ni robusta
algún tanto cuanto zamba
pero no zambacatuña.
Sólo el pie de mi te alabo,
salvo que es de mala hechura,
salvo que es muy ancho, y salvo
que es largo y salvo que suda.
Este soy pintiparado,
sin lisonja hacerme alguna;
y, si así soy a mi vista,
¡ay, Dios, cuál seré a la tuya!
Dejemos en este estado
mi levantada figura
y vamos, de mis progresos,
a la innumerable chusma;
que hoy, en tu servicio, tengo
de cejar hasta la cuna
la memoria de mis años;
¡oh, no me aflige, entre burlas!
Nací en Madrid, y nací
con suerte tan importuna
que hasta un Ventura de Tal
conocí (¡no más ventura…!).
Crecí, y mi señora madre,
religiosamente astuta,
como dando en otra cosa
dio en que me había de ser cura.
El de Troya me ordenó
de la primera tonsura,
de cuyas órdenes sólo
la coronilla me dura.
Bachiller por Salamanca
también me hice luego, cuya
bachillería es licencia
que en mil actos me disculpa.
La codicia de un bolsico
en la literaria justa
de Isidro me hizo poeta;
¿quién no ha pecado en pecunia?
Con lo cual, Bártulo y Baldo
se me quedaron a escuras,
pues en vez de decir leyes
hice coplas en ayunas.
La cómica inclinación
me llevó a la farandula:
comedias hice; si malas
o buenas, tú te las juzga.
Desde letrado a poeta
pasé; y viendo cuánto acusan
a la poesía unos viejos
de impertinencia machucha,
traté de mudar estado;
y, por más estrecha y justa
religión, la de escudero
me recibió en su clausura.
Aquí discurra el lector
(si es que hay lector que discurra)
cuáles son, para seguidos,
los pasos de mi fortuna:
Gorrón, poeta, escudero
he sido y seré. ¡Oh suma
paciencia de Job!, ¿tuviste
más calamidades juntas?
Con estas tres profesiones,
¿quién imagina, quién duda
que habré sido el «no en mis días»
de cualquier suegra futura?
Y así, soltero hasta hoy
me quedé; y hoy más que nunca
por razones de que el duque,
mi señor, tiene la culpa;
que, como caballerizo
me hizo su excelencia augusta,
huyen todas, por no ser
caballeriza ninguna.
De este desaire de todas
me despico con algunas
que me sufren mis defectos
porque los suyos les sufra,
si bien el día de hoy
está, con las grandes lluvias,
el tiempo tan apurado
que hasta amor pena penuria;
más, como ajustarse al tiempo
dice un sabio que es cordura,
siendo congrua de mi amor
tres damas, con dos se ajusta:
dos damas tengo, no más;
que en la compañía más zurda
por fuerza ha de haber quien haga
primera dama y segunda;
y, como al fin, por el troppo
variar bella es la natura,
de las dos con que me hallo,
una es morena, otra rubia;
una es dama de alta guisa
con su poco de aventura;
de baja guisa es la otra,
que una es clara y otra culta;
una es fea, y otra, y todo;
que en esto sólo se aúnan
porque yo más quiero dos
fealdades que una hermosura.
A entrambas las quiero bien;
que aunque allá Platón murmura
que el que quiere a un tiempo a dos
no quiere bien a ninguna,
miente Platón; porque ¿qué es
querer bien a una criatura
sino querer su salud,
sus galas y sus holguras?
Pues si yo quiero que tengan
mucha salud, fiestas muchas
y muchas galas, aunque…
ELEGÍAS
1
A la muerte de la señora doña Inés Zapata
Sola esta vez quisiera,
bellísima Amarili, me escucharas,
no por ser la postrera
que he de cantar afectos suspendidos,
sino porque mi voz de ti confía
que esta vez se merezca a tus oídos
por lastimosa, ya que no por mía.
No tanto liras hoy, endechas canto;
no celebro hermosuras,
porque hermosuras lloro;
quien tanto siente que se atreva a tanto,
si hay alas mal seguras
que deban a su vuelo esferas de oro
sin pagar a su vuelo ondas de llanto.
¡Ay, Amarili!, a cuánto
se dispuso el afecto enternecido,
mas si el afecto ha sido
dueño de tanto efecto,
enmudezca el dolor, hable el afecto;
si pudo enmudecer o si hablar pudo
retórico dolor y afecto mudo.
¿Diré que el cierzo airado,
verde ladrón del prado,
robó el clavel y mal logró la rosa?
Mas no, porque era Nise más hermosa.
¿Diré que obscura nube,
nocturna garza que a los cielos sube,
borró el lucero, deslució la estrella?
No, porque era más bella.
¿Diré que niebla parda
la vanidad del sol tanto acobarda
que muere al primer paso
y el oriente tropieza en el ocaso
mintiéndonos el día?
No, porque Nise más que sol ardía.
¿Diré que el mar violento
hidrópico bebió, bebió sediento,
la fuentecilla fría
que en su orilla nacía,
siendo cuna y sepulcro, vida y muerte?
Mas no, que en Nise más beldad se advierte.
¿Diré que rayo libre,
ya fleche sierpes, ya culebras vibre,
en cenizas desate el edificio
que en los brazos del viento nos da indicio
de que en sus hombros el zafir estriba?
Mas no, que aún era Nise más altiva.
¿Pues qué diré que mi dolor avise?
Diré que murió Nise.
Sí, pues murió con ella
deshecha flor, desvanecida estrella,
día abortado, mal lograda fuente,
y torre antes caduca que eminente,
fingiéndose la muerte en un desmayo
el cierzo, niebla, nube, mar y rayo.
Nise murió. Dura pensión del hado
que no tenga en el mundo la belleza,
por belleza siquiera, algún sagrado.
Nise murió. ¡Qué asombro! ¡Qué tristeza!
¡Oh ley del hado dura,
decretado rigor, fatal violencia,
que no tenga en el mundo la hermosura,
por hermosura, alguna preeminencia!
Nise murió. ¡Qué extraña desventura
que no goce el ingenio por divino
privilegio en las cortes del destino!
Todos a su despecho,
a mayor majestad rindan el pecho;
el pecho, en esta ley determinado,
tercera vez dura pensión del hado.
A tres Gracias tres Parcas combatieron,
y las Gracias vencieron,
que su rigor a profanar no atreve
tanta luz, tanta rosa, tanta nieve.
Y aunque Nise quedó muerta y rendida,
dejó despierta en su beldad la vida;
y así las Parcas lágrimas lloraron,
las Parcas su sepulcro acompañaron,
esfera breve donde
la luz se eclipsa, el esplendor se esconde.
A cuya sepultura
un mármol consagraron que dijera:
«Aquí debajo de esta losa dura
la hermosura naciera,
si naciera sembrada la hermosura».
Pero siga el consuelo
al llanto, a la tristeza, a la alegría;
corra la niebla el velo
y a la noche suceda alegre el día.
La noche muestre ya la estrella hermosa,
llama el Aura el clavel, bebe la rosa,
pues Nise coronada
de nueva luz, la Nise laureada,
la adama el sol, y en trono de diamante
está pisando estrellas,
imagen ya de aquellas luces bellas,
carácter ya de aquellos otros puros
que bordan paralelos y coluros.
Y tú, hermosa Amarili, el sentimiento
trueca en gusto, en invidia el escarmiento,
pues la tierra sabiendo que tenía
dos soles, y uno apenas merecía,
liberal con el cielo
quiso partir y te dejó en el suelo
a ti, porque más bella
fénix ya del amor, venzas aquella
competencia dichosa,
pues ya sola en el mundo eres hermosa.
2
A la muerte del Príncipe Don Carlos
¡Oh! rompa ya el silencio el dolor mío,
y en lágrimas y quejas desatado,
al mar corra y al viento, que bien fío
del mar hoy y del viento mi cuidado,
pues patrimonio son del mar y el viento,
a un tiempo, lo gemido y lo llorado.
¡Oh! rompa ya mi pena el sufrimiento
y en lágrimas y quejas dividido,
dignísimo Fernando, mi lamento
llegue (o bien de las ondas repetido
o mal restituido de las peñas)
piadosamente a merecer tu oído.
Lisonjas, y lisonjas no pequeñas,
hace al dolor el que al dolor engaña
con voces, con suspiros o con señas.
Tú, de la gran metrópoli de España
que con arenas y átomos de oro
pródigo dora el Tajo y el sol baña,
purpúreo Atlante; tú, cuyo decoro
desde lejos saludan dulcemente
dos cisnes, éste mudo, aquél canoro.
Ya que al Cuarto Planeta en otro oriente
sustituyes la luz, suples el día,
lucero habilitado dignamente,
bien como en la celeste monarquía
virrey del sol es el mejor lucero
de quien el alma de sus rayos fía,
engaña tu dolor (no porque espero
que rústica mi voz te obligue a tanto)
sino porque mi llanto lisonjero,
las lágrimas mezclando con el canto
en destempladas cláusulas, ignora
aun él mismo si fue música o llanto.
No por vencer tu sentimiento agora
mi acento sulca ni mi pluma vuela
(si bien harto le vence quien le llora).
Con inútil retórica consuela
al triste el que su mal le facilita;
pues al son que le aduerme, le desvela.
Llore el que de su llanto necesita,
que en su principio a un accidente extraño
fuerzas le da quien lágrimas le quita.
Una pena dorada de un engaño
o cobra la razón o pierde el brío
y aquél es sólo repetirle el daño.
Así quejas y lágrimas te envío,
¡Oh, rompa ya mi pena el sufrimiento!
¡Oh, rompa ya el silencio el dolor mío!
Aunque mejor la fuerza de un tormento
sabe sentirse que decirse sabe,
porque en la voz no cabe el sentimiento,
que en el silencio solamente cabe.
Mas ya que a tanto la pasión me obliga,
quejas escucha (o con acento grave
la voz las calle o el callar las diga).
De aquella son, y con razón de aquella
dos veces, y de todos enemiga
fatal deidad, cuya triunfante huella,
sin que el respeto ni el temor la impida,
alcáceres supremos atropella.
A cuyo carro la ambición asida
arrastra las coronas que antes fueron
los ídolos humanos de la vida.
Aquella a quien en vano previnieron
defensa, ni la pluma ni la espada,
que el valor y el ingenio se rindieron.
Alcaide de la vida, que a su entrada
registro es nuestro el libro de la muerte,
partida por partida señalada.
Con condición que ha de morir advierte,
que entra a vivir el que nacer procura
echado a los umbrales de la suerte.
No el poder la venció, no la hermosura;
que ésta ni aquél pasó sin que primero
con llanto no firmase la escritura.
Luego, ¡oh rigor! (iba a decir) severo,
por cuenta le da el aire con que vive,
que aun no es suyo este soplo más ligero.
¿Quién vive, pues, sabiendo que recibe
tan contado el vivir, que siempre atenta
la muerte por los márgenes escribe
una vez que respira, otra que alienta,
y vez ninguna alienta ni respira
que no adelgace el número a la cuenta?
¿Quién no se pasma aquí, quién no se admira
y quién sin miedo en desventura tanta
de que se cumple el número suspira?
¡Oh, cuánta es hoy nuestra miseria, cuánta!
Que aunque siempre lo fue, considerando
que hoy la muerte los plazos adelanta,
parece que es mayor porque antes, cuando
bozal y torpe en su principio estaba
de sí misma ella misma hería temblando.
Un siglo entonces en poner tardaba
la flecha; un siglo entonces prevenía
el golpe; y tras dos siglos aún le erraba.
Mas hoy, que diestra la hizo la porfía,
ni un instante el vivir deja seguro,
que el día menos cierto es cualquier día.
No el sagrado dosel, no el fuerte muro,
la edad florida, ingenio el más perfecto,
la generosa sangre, el lustre puro,
la heroica majestad, el real sujeto,
todo adornado de gallardo brío,
temor la causan ni la dan respeto.
Todo lo postra, todo a su albedrío,
Carlos lo diga (y cuando a Carlos nombra
¡oh, rompa ya el silencio el dolor mío!).
Dígalo pues su voz, que muda asombra,
y débale suspiros a la muerte
ver tanta luz desvanecida en sombra.
¿Si sagrado dosel?, ¿si muro fuerte?
¿Qué muro fuerte, qué dosel sagrado
el sol ciñe, el mar cerca, el cielo advierte
ya luciente, ya nuboso, ya estrellado,
aquél vuele, aquél corra y éste ande,
que mirarse merezca reservado
como el Alcázar de Felipe el Grande,
cuando piadoso el hado un edificio
privilegiar de sus rigores mande?
Si lustre puro ¿qué mayor indicio
de esplendor y de lustre que ser rayo
de tanto sol? (No aquí delire el juicio
porque un rayo de sol sienta un desmayo,
que no deja de ser rey de las flores
porque una flor se le malogre al mayo.)
¿Si majestad heroica? Sus mayores
triunfan hoy en las lides del olvido,
nunca vencidos, siempre vencedores.
El águila alemana les dio nido,
el león de España albergue, que absoluto
término fue a su vuelo y su bramido.
Todo el orbe pagándoles tributo,
de una cuna del sol hasta otra cuna,
Emperatriz el ave y Rey el bruto.
¿Si real sujeto? Aun siendo siempre una,
su fama se excedió tal vez, pues sella
ésta con más aplausos la fortuna.
Felipe santo y Margarita bella
sus padres fueron de tan alta planta,
que humana flor no es hoy divina estrella.
¿Si claro ingenio? Manzanares canta
conceptos suyos y conceptos llora:
tanta en la fuerza de un afecto, tanta,
que con la voz que al gusto hoy se enamora,
quizá el pesar se llorará mañana,
que aun una voz a lo que nace ignora.
¿Si edad florida y juventud lozana?
Apenas cinco veces, cinco, era
cumplido el curso en que veloz devana
con hilos de oro el sol nuestra carrera,
cuando por medio enmarañando el hilo,
le cortó inexorable la tijera.
No llegó al fin su fin; con nuevo estilo
hoy se acabó y hoy se quedó pendiente.
¡Oh!, ¿para cuándo era embotarse el filo?
¿Si brío gallardo y ánimo valiente?
Dígalo el mar que le rindió oportuno
en pequeño bajel más diligente.
Por Príncipe los reinos de Neptuno
y en cortes de agua Príncipe jurado
votaron todos y faltó ninguno.
De esperanzas entonces coronado
le vio la paz y le aclamó la guerra;
sólo a la tierra le costó cuidado,
pues celosa de ver que se destierra
del centro natural al centro frío,
en sus entrañas le escondió la tierra.
¡Oh sacrílego amor! ¡Oh amor impío,
que a tu costa tus celos has vengado!
¡Oh, rompa ya el silencio el dolor mío!
Y ya que tanto mérito postrado,
humano al fin reparo no previno
a la infalible indignación del hado,
al enojo infalible del destino,
vamos a ver si le previene el celo
en la piedad del mérito divino.
Iba pues de la noche el negro velo
borrando los matices con que había
al temple bosquejado tierra y cielo
el doctísimo artífice del día,
y el sol, depositado en luces bellas
espejo hecho pedazos parecía,
que pedazos del sol son las estrellas;
y así, cuando su luz se quiebra hermosa,
es un pequeño sol cada una dellas.
Declarose la noche temerosa,
y tropezando perezoso el sueño
en la que iba arrastrando falda umbrosa,
salió mostrando el arrugado ceño,
que más horrores que cabellos vierte
de ciprés coronado y de beleño.
Y como medio hermano de la muerte
al mundo medio muerto sepultaba
cuando aun al sueño hicieron que despierte.
Voces que sólo el eco articulaba,
porque todas a un ¡ay! las reducía
y errando el pueblo (si por dicha erraba,
aunque confusamente discurría)
al Monte de piedad llegó, al Erario
en uno y otro templo de María.
No perdonó devoto santuario
que no solicitase a aquella hora,
uno en la fe y en el efecto vario;
pues aunque dos imágenes adora,
es sola una deidad: y así, en lo oculto,
de noche en dos orientes vio una aurora.
Con poca pompa, el venerado bulto
(si ya no fueran pompas las querellas,
que querellas de fe también son culto)
llegó a palacio; y mudas las estrellas,
con muestras de dolor extraordinarias
(quizá por ser de Carlos una dellas)
acompañaron, aunque en luz contrarias,
las antorchas conformes en belleza,
unas y otras nocturnas luminarias.
Madrid, viendo que plebe y que nobleza
igualmente se inclina, igual se mueve
al llanto, a la piedad y a la tristeza,
quiere que suyos dos mensajes lleve:
por la nobleza un Duque de Gandía
y un labrador humilde por la plebe.
Francisco, pues, y Isidro ante María,
a un tiempo en cielo y tierra están postrados
alma y cuerpo gloriosos aquel día.
¡Oh! ¿No parece aquí que con candados
están los cielos? Pues abridlos, cielos:
mirad qué implican cielos y cerrados.
¿Tantos suspiros? ¿Tantos desconsuelos?
¿Tan sincero clamor? ¿Llanto tan pío?
¿Tantas penas, Señor, tantos desvelos,
solamente os merecen un desvío?
¿Cuándo la voz no fue del cielo llave?
¡Oh! rompa ya el silencio el dolor mío.
Mas ¡ay! que en la mayor, en la más grave
pena, aunque sabe el que afligido llega
que ha de pedir, qué ha de pedir no sabe,
que el hombre es liberal con quien le ruega,
por lo que a quién le ruega le concede,
y Dios es liberal por lo que niega.
Tanto con él la voz o el llanto puede,
que por agradecer la voz o el llanto,
tal vez negando su poder excede.
Luego tanto retiro, enojo tanto,
pareciendo rigor, será clemencia,
pues siempre es liberal el cielo santo.
¡Oh, quién de parte de la providencia
hoy estos dos extremos careara,
aquí el dolor y allí la conveniencia!
Porque al mundo el examen consolara
cuando en sombras y lejos percibiera
el daño que otro daño le repara.
Qué alegre entonces, si la piedad viera
disfrazada en rigor del mismo cielo,
otra vez sus desdichas le pidiera.
Pues si ignorante pide nuestro celo,
y docto él nos mejora la fortuna,
sírvanos el castigo de consuelo.
Y pues del ataúd y de la cuna,
líneas en que nacemos y morimos,
una es la forma y la materia es una,
y de un sepulcro a otro sepulcro fuimos
(polos en que el pequeño mundo estriba),
muriendo desde el punto en que nacimos,
dichoso aquél que de vivir se priva;
pues si a morir viviendo el hombre nace,
muriendo bien no hay más para qué viva.
Ninguna acción al dueño satisface
tanto, que la atención escrupulosa
no la enmiende después, con que se hace
más perfecta, más noble o más hermosa:
sólo el morir esta elección no tiene,
siendo el morir la más dificultosa.
Luego a aquél que la muerte le previene
con avisos de un día y otro día,
no llorarle, envidiarle nos conviene.
Suceda, pues, al llanto la alegría,
pues para que al morir perfeccionase,
murió Carlos sabiendo que moría.
Y ya que el cielo quiere que hoy abrase
las plumas, siendo pira el monumento
de quien su luz entre cenizas pase
a otro centro, a otra esfera y a otro asiento,
y dejando a la tierra sus despojos
es ya estrella añadida al firmamento,
pasen también nuestros turbados ojos
de un objeto a otro objeto su sentido,
que dichas podrán ver quien pudo enojos.
Vean que en prendas hoy de un bien perdido
dos los cielos eternos aperciben
que aun mal está el consuelo repetido.
Felipe y Baltasar felices viven,
cuyo nombre los hados respetando,
con letras de oro en láminas escriben.
Que nunca el tiempo alcanzará volando,
porque aun el tiempo parará primero.
¡Oh! vivan pues; y tú, noble Fernando,
ya Marte religioso, ya guerrero
Apolo, con la espada y con la pluma,
de tantas esperanzas heredero,
al mar sujeta la rizada espuma,
postra a la tierra la cerviz altiva
y haz que el mar y la tierra te presuma
luz que del Sol Felipe se deriva;
y pues de ti tantos aplausos fío,
mientras tu nombre, ¡oh gran Fernando!, viva,
no rompa ya el silencio el dolor mío.
PANEGÍRICO
Al Excelentísimo Señor Almirante de Castilla
Mil veces sea repetido el día,
Señor Excelentísimo, en que vea
quieta España su heroica Monarquía.
Repetida la luz mil veces sea,
Señor Excelentísimo, en que Francia
los desengaños de su orgullo crea.
De una y otra fortuna la distancia
fausta y infausta piedra la señale,
blanca al valor, y negra a la arrogancia.
¿Qué aplauso habrá que tanto triunfo iguale?,
¿qué triunfo habrá que iguale tanta gloria
si una sola por todos juntos vale?
Roma lo diga, acuérdenos la historia
la variedad de honores que tenía
para quien la añadía una victoria.
Mural corona ufana prevenía
al que contrarios muros asaltaba
por las brechas que abrió la batería.
Cívica aquella era que se daba
al que en la lid tanto valor mostrase
que socorriese al que en peligro estaba.
Vallar se concedía al que ganase
las trincheras y fosos que tuviese
el enemigo donde se amparase.
Triunfal la antigüedad quiso que fuese
la que ilustrase al que morir expuesto
en campal lid a cinco mil venciese.
Obsidional la que al peligro opuesto
hiciese levantar al enemigo
sitio que ya una vez tuviese puesto.
Pues siendo así, señor, que hoy es testigo
el mundo de que todo lo habéis hecho,
todos los triunfos que os aclaman digo.
Todos os apellidan, satisfecho
cada cual de que él es el conseguido
del real valor, de vuestro ilustro pecho.
Mural facción vuestra facción ha sido,
puesto que al enemigo habéis hallado
en regulares muros defendido.
Por asalto fue dellos arrojado,
luego ganado por asalto el muro,
mural corona de oro habéis ganado.
Cívica también es de roble duro,
puesto que a otro socorristeis cuando
aun de si mismo no vivía seguro.
Can la hambre, el tiempo y el francés lidiando,
ya desahuciada de su valentía,
en brazos de la muerte agonizando
estaba la leal Fuenterrabía
el día que feliz la socorristeis,
que aun fue con el valor preciso el día;
luego si vida al casi muerto disteis,
la invasión de la patria asegurada,
la cívica corona conseguisteis.
No menos la vallar, apellidada
así de los vallados en que se hacen
el foso, la trinchera y la estacada;
si éstas a vuestro impulso se deshacen,
y llenas de despojos justamente
animo hoy y codicia satisfacen,
más gloriosa, señor, más dignamente
el esplendor de la vallar corona
los rayos ceñirá de vuestra frente.
Pero en vano sus méritos abona
a preferir atenta cada una.
Si la triunfal de su laurel blasona,
mejor derecho tiene que ninguna,
mejor acción por ser en sus empleos
la dádiva mayor de la fortuna.
Sólo aquel que ceñido de trofeos
de cinco mil triunfó en campal batalla,
con ella satisfizo sus deseos.
Luego en vos, gran señor, para logralla,
no solamente el número cumplido
pero excedido el número se halla.
Diez y ocho mil son los que habéis vencido
de poder a poder en la campaña
que tumba de cadáveres ha sido.
¡Oh! mire el sol con novedad extraña
triunfales pompas en España el día
que entre en su corte el defensor de España.
Mas no, que tanta pública alegría
aun es bastarda voz de vuestra fama,
mudo clarín de vuestra bizarría.
La obsidional corona es la que os llama,
quien desciñó por el laurel el oro,
ahora el laurel desciña por la grama.
Rústica plante es, pero no ignoro
que fue de humana púrpura teñida,
de los Césares último decoro.
Esta diadema a todas preferida
(de muchos con afecto deseada,
de pocos con efecto conseguida)
para vos, héroe invicto, está guardada
en el templo de Marte, donde yace
más verde cuanto más ensangrentada.
De las ruinas en quien silvestre nace
para don, el sitiado la tejía,
(que al don el celo, y no el valor le hace)
al que le desitiaba la ofrecía,
siendo el mayor blasón de todos cuantos
la premiadora antigüedad tenía.
Entre los dioses colocaba santos
al que entre el sitio y sitiador entraba,
noble despreciador de riesgos tantos,
si un ejército pues desalojaba
y si un pueblo dejaba asegurado,
semidiós uno y otro le aclamaba.
A tanta dignidad habéis llegado,
puesto en huida el sitiador lo diga,
dígalo en libertad puesto el sitiado.
Pero no un premio a otro contradiga,
que quien todos a un tiempo los merece,
todos a un tiempo es bien que los consiga.
Y así cuantas guirnaldas os ofrece
hoy la inmortalidad de vuestra fama,
que a nunca ser mayor por puntos crece,
ceñid iguales y una y otra rama,
a vislumbres descubra entretejida
el oro entre el laurel, el roble y grama.
No es modestia la gloria conseguida
recatarla, demás que siempre ha sido
la modestia virtud no agradecida.
Pues habéis cinco glorias conseguido,
cinco triunfos lograd; no se nos quede
por pereza con ellos el olvido.
Fiscalice la envidia que no puede
un hombre merecer, por más que un hombre
verá que sí, él mismo a sí se excede.
¿Qué virtudes le dan alto renombre
a un general para vencer glorioso
antes que con la espada con el nombre?
¿Ilustre sangre? ¿Espíritu brioso?
¿Feliz fortuna? ¿Prevención prudente?,
¿pródiga mano y celo religioso?
Pues si tantas virtudes igualmente
caben en un sujeto, en un sujeto
tantos lauros cabrán precisamente.
Perdonadle, señor, hoy a mi afecto
la ociosidad de ver que a cargo toma
haceros ejemplar deste concepto.
Si ilustre sangre ¿qué cerviz no doma
lo Enríquez en los Reyes de Castilla
lo Colona en los Césares de Roma?
Si ánimo invicto, ¿qué poder no humilla
ardimiento que en todas ocasiones
desenvaina el primero la cuchilla?
Si prudente gobierno, ¿qué blasones
no adquiere desvelada una cordura
que obra tantos aciertos como acciones?
Si fortuna feliz, ¿qué más segura
que aquella que a pesar trae de los hados
obediente a su arbitrio la ventura?
Si generosidad, ¿qué más probados
argumentos que ver entre despojos
vos volvéis pobre y ricos los soldados?
Y si celo católico, ¿qué enojos
no os cuesta algún insulto, desatando
iras el pecho y lágrimas los ojos?
¡Oh! enmudezca la envidia, confesando
silogismos que ya negar no puede
porque está la verdad argumentando,
y pues la misma envidia los concede,
vivid, venced, triunfad, sin que ninguna
acción al tiempo contra vos le quede.
Y si por dicha se volviere de una,
que es decir que en el mar no habéis tenido,
Señor, de vuestra parte a la fortuna,
estad de la respuesta prevenido,
y no la general de que el acaso
siempre avisa después de acontecido.
Particular razón en este caso
hay, sin aquella de que no amancilla
al valor la violencia del fracaso.
Y es que siendo desde una hasta otra orilla
vos general del mar, por la gloriosa
dignidad de Almirante de Castilla,
celoso el mar de ver vanagloriosa
con ejércitos vuestros a la tierra
amotinó su saña procelosa.
Y desatando cuanta furia encierra
ningún socorro que os llegase quiso
por medio suyo para hacer la guerra.
Venganza sin cordura y sin aviso,
pues hizo más osado el vencimiento
cuanto el número hizo más remiso.
No advirtió que sobraba vuestro aliento
aun para conseguir mayores glorias
a despecho de mar, de fuego y viento.
Ni es la primera vez que las historias
acordarán que en el cantabrio suelo
deben a vuestra casa sus victorias.
Esa plaza, esa misma al desconsuelo
rendida de otra gálica violencia,
empresa fue de vuestro invicto abuelo.
Su libertad os viene por herencia,
y hoy con mayor ventaja, cuanto ha sido
la mejor redención la providencia.
Más tiene que estimar el socorrido
antes de verse padecer el daño
que no después del daño padecido.
Luego claro probó este desengaño
que os debe más a vos, hoy defendida
la plaza, antes de riesgo tan extraño,
que al que después la vio restituida.
pues la habéis socorrido vos sitiada
si vuestro abuelo la cobró perdida.
Tanta victoria pues, tan señalada
facción, tan grande hazaña, tan altiva
empresa, gloria al fin tan celebrada,
siempre inmortal a par del tiempo viva.
Con voz la fama de metal la cante
y con letras de oro el sol la escriba.
Siendo para que dure más constante
un bronce repetido cada acento,
cada lámina un libro de diamante,
que yo, muda la voz, torpe el aliento,
ya reconozco, gran Señor, que en suma
ha menester tan generoso intento,
mejor voz, mejor plectro y mejor pluma.
DÉCIMAS
1
A la Muerte
¡Oh tú, que estás sepultado
en el sueño del olvido,
si para tu bien dormido,
pata tu mal desvelado!
Deja el letargo pesado,
despierta un poco, y advierte
que no es bien que desa suerte
duerma, y haga lo que hace
quien está desde que nace
en los brazos de la muerte.
Da lugar al pensamiento
para que discurra, y veas
y que lo más que tú deseas
no es más que soplo de viento.
No labres sin fundamento
máquinas de vanidad,
pues la mayor majestad
en un sepulcro se encierra,
donde dice, siendo tierra:
«Aquí vive la verdad…».
Mira cómo pasó ayer,
veloz como tantos años:
evidentes desengaños
del limitado poder.
Lo que fue dejó de ser,
y no quedó dello más
del ha sido: tú, que vas
por este mundo inconstante,
mira que el que va adelante
avisa al que va detrás.
La corona y la tiara
que tanto el mundo estimó
¿qué se hizo?, ¿en qué paró
sino en lo que todo para?
¡Oh mano del mundo avara!
Si tanto bien nos limitas,
¿para qué, di, nos incitas
a aspirar a más y más,
si lo que despacio das
tan de prisa nos lo quitas?
Si te engaña el propio amor
para que no veas el daño,
la muerte, que es desengaño,
sirva de despertador.
Hoy nace la tierna flor
y hoy su curso se termina;
todo a la muerte camina:
la estatua del más bizarro,
como está fundada en barro,
la deshace cualquier china.
¿En qué piensas o a qué aspiras
cuando tras tu gusto vas,
pues dél no te queda más
que enemigos que conspiras?
Si es que adelante no miras,
mira la vida pasada,
que si en tan corta jornada
lo más pasa desa suerte,
hasta llegar a la muerte,
¿qué te queda? Poco o nada.
Desde el nacer al morir
casi se puede dudar
si el partir es el parar,
o el parar es el partir.
Tu carrera has de seguir:
y pues con tal brevedad
pasa la más larga edad,
¿cómo duermes y no ves
que lo que aquí un soplo es
es allá una eternidad?
Mira el tiempo volador
cómo pasa, y considera
cómo va tras la carrera
desde el menor al mayor.
El esclavo y el señor
corren parejas iguales,
que como nacen mortales,
iguales van a la hoya,
de cuya deshecha Troya
aún no quedan la señales.
La juventud más lozana
¿en qué paró?, ¿qué se hizo?
Todo el tiempo lo deshizo
y anocheció su mañana,
la muerte siempre es temprana
y no perdona a ninguno:
goza del tiempo oportuno,
granjea con tu talento,
que aquí dan uno por ciento
y allí dan ciento por uno.
¿Qué eternidades te ofrece
la más dilatada vida,
pues que apenas es venida
cuando se desaparece?
Hoy piensas que te amanece
y es el día de tu ocaso.
¡Término breve y escaso!
Mas ¿qué mucho, si volando
te va la muerte buscando
cuando tú vas paso a paso?
La dama más celebrada,
lazo en que todos cayeron,
ella y ellos, di, ¿qué fueron
sino tierra, polvo y nada?
¡Oh limitada jornada,
oh frágil naturaleza!
La humildad y la grandeza
todo en nada se resuelve:
es de tierra y a ella vuelve,
y así, acaba en lo que empieza.
¿De qué te sirve anhelar,
por tener y más tener,
si eso en tu muerte ha de ser
fiscal que te ha de acusar?
Todo acá se ha de quedar;
y pues no hay más que adquirir
en la vida que el morir,
la tuya rige de modo,
pues está en tu mano todo,
que mueras para vivir.
2
A Lope de Vega Carpio
Aunque la persecución
de la envidia tema el sabio,
no reciba della agravio,
que es de serlo aprobación.
Los que más presumen son,
Lope, a los que envidia das,
y en su presunción verás
lo que tus glorias merecen;
pues los que más te engrandecen
son los que te envidian más.
3
A San Isidro
Ya el trono de luz regía
el luminoso farol,
el fénix del cielo, el sol,
cuya edad es sólo un día.
Ya desde la tumba fría
en su fuego vuelve a ser
hoy lo mismo que era ayer;
que, si en todo es de sentir
que nace para morir,
él muere para nacer.
Veloz la vida se quita,
con que más gloria se adquiere,
pues cuando en el agua muere,
en el fuego resucita.
Las aves, a quien incita
la luz de sus resplandores,
cantando dulces amores,
eran, con belleza suma,
al campo flores de pluma
cuando al viento aves de flores.
Entre las rosas cantaban
y el aura que las movía
solamente conocía
por aves las que las volaban.
Todas a Isidro esperaban,
cuando el labrador dichoso
se quedaba perezoso
de su trabajo olvidado:
¿quién vio vicioso al cuidado
y al descuido virtuoso?
Antes de labrar el suelo
(¡oh tardanza de amor llena!)
en la Virgen de Almudena
labraba piadoso el cielo;
y como su santo celo
en el sol le suspendía
de la celestial María,
divertido, no pensaba;
como siempre, al sol miraba,
que pudo pasarse el día.
SOLILOQUIOS
(De Segismundo)
1
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber,
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
¿qué más os pude ofender
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron
¿qué privilegios tuvieron
que yo no gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;
y teniendo yo más alma
¿tengo menos libertad?
Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
-gracias al docto pincel-,
cuando atrevido y cruel,
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto:
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?
Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le da la majestad
del campo abierto a su huida;
¿y teniendo yo más vida,
tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera arrancar del pecho
pedazos del corazón:
¿qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegio tan suave,
exención tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?
(De "La Vida es Sueño")
2
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
(De "La Vida es Sueño")
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