Hazzel Yen
(Durango, México 1987) Es poeta.
Ha publicado el poemario “Músicas Rotas” (2010) y tiene varios trabajos inéditos.
Ha obtenido diversos diplomas y reconocimientos; y por asistir a cursos, talleres y seminarios de literatura, ha participado en festivales de poesía y encuentros de escritores. Autora de los poemarios: Recuerdos de infancia, Anatomía del dolor, Músicas de polietileno ( ver Fuente).
Poemas de su obra han sido seleccionados para su publicación en revistas electrónicas e impresas, nacionales e internacionales, así como en conocidos diarios. Su obra es un recuento de poemas escritos desde la edad de siete años atravesando diversas etapas y cambios (ver Fuente).
Actualmente es miembro del grupo literario Signos.
A decir de Harold Castillo, Hazzel es una de las voces jóvenes más destacadas en el ámbito de la poesía mexicana actual.
El hombre
Por las riberas del mundo que tiembla,
la electricidad esparce murmullos.
Latas, y ríos de cieno,
cantan por arrabales que ya no sueñan.
¿Quien murió dormido en tinieblas,
en los contornos de una pena?
Entre resquicios de sombras, arrancado
erguido, ante torres de ansiedades,
con un nudo en la garganta gritó el hombre,
¡Entre las ruinas de una jungla profanada!
Despedida
Calles; furtivos infiernos.
Ramillete de sueños,
dormidos en piedra.
Son sus marchitos, distancias eternas,
que caminan, caminan, y nunca llegan.
Carros; ladrones de silencio,
devuelvan los pasos,
la voz de las ramas.
Las agujas del césped reclaman su calma,
y la tierra en su grito fractura la grava.
¡Nos quitaremos tu cobija de cieno!
¡Nos desnudaremos de tu infección de acero!
Quedarán caudales de viento;
la serenata de ríos,
sobre la piel de los cuerpos.
Los placeres
Los placeres son abismos
Tentáculos que arropan la carne
Dulce almíbar de espejismos
Ensartados en ecos de sangre.
Distancia
Ya no hay en la espuma
El cuento de la saliva que en gagos devana las horas
Los atajos siderales de un día crispado sobre carátulas
Donde se estrella un atisbo de lunas
Ya no esta en el devenir de los autos
La desquiciada circulación de un infierno
Triturado entre sueños
Ya no hay ni crónicas ni agitaciones
Los muslos reposan, los roces se infectan de cenizas,
y el tintineo de las aletárgales músicas ahoga los trinos,
reinventa las brújulas, redibuja el comienzo.
Profecías
Venían las muertes arrullando a la sangre
por las esquinas del crepúsculo
montaban oscuros corceles roídos de bubones.
Una a una fueron desatadas por la luz;
cada molécula lavada con sufrimiento.
Todo se disipo y en el alma
canto la esperanza,
se incubo la mañana entre arpas.
Volvieron a nacer las gargantas
que mueven ciclos y altares,
cifras, ritmos de corazones.
II
Ha caído de nuevo el crepúsculo.
Los corceles se arrastrarán entre burdeles colmados
de humanidades que intentan escapar
de los cuerpos.
Entre sus vapores
ruge el corazón de la ultima muerte.
Engulle sermones,
en púlpitos y oratorios.
Naufraga por arterias y conexiones;
Tragando la voluntad
de pequeños hombres.
Cuando emerja de su abismo
profetas le regalaran astros,
viejas brujas
se reunirán para bañarle
en pozos hambre.
Crecerá e ira a las profundidades
a derretir ángeles.
Hará llover ceniza sobre
las edades de nuestros cuerpos.
Bella muerte;
que naciste de un secreto
amor de la vida con la carne;
¡ven a lavar con lagrimas de aurora,
el cieno de esta humanidad!
Club
Es un circo de reminiscencias,
jungla de cuerpos mojados de luz,
en medio de su metamorfosis etílica.
Sopor y arritmias;
músculos sazonados
con canciones,
echas por prófugos de la vida.
Música sin alma,
devorando carne
estremecida.
Desfallecen las entrañas,
entre piruetas de matemáticas piernas.
Y por los hemisferios del Soho
se desbarata la noche,
en algún rincón del alba.
II
Entre las marañas de este siglo
el silencio es espada:
nadie recuerda las músicas
para despertar furtivos monstruos.
Ellos sabían el punto
donde las telarañas se hacen arpas
y los cristales ríen
la sílaba precisa para despertar
dragones de las gargantas:
conocían la habitación donde fue velada
desde tiempos donde se inventó la carne
y su ansiedad trasmutó en péndulos.
III
Los carruseles nunca dejan de girar en mi cabeza
estallan sus matrices
hasta endurecer mi sangre con sus espectros.
Payasos azules se desprenden de sus cajas
para acariciarme
pero no deseo ver sus muecas
escuchar sus canciones
desde mi habitación patológica.
La inmensidad violeta
infla su pulmón belicoso
y transparenta
lo que late difuso en mi cuerpo.
La habitación se inquieta
engulle unicornios trabados entre los labios.
Me encuentro desnuda
transitando fuera de mis ejes
por pasajes y vehementes resurrecciones
conozco este final.
Somníferos
Letargos de porcelana
minutos de hielo
casa vacía.
Un tropel de fantasmas ríe
por los pasillos de mis arterias.
Lo enciendo
el rito de fabricantes de dimensiones
atolondra el cuerpo
talles desfigurados por sueños de hambre
cantan calles en la oscuridad de un deseo.
Lo apago
jaurías de voces devoran resplandores
neuróticos mundos ahogan mis sentidos:
mi revólver musita.
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