Lola Nieto (Barcelona, 1985), es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona y cursó un año de estudios en París. Actualmente, realiza una tesis doctoral y trabaja como profesora de lengua y literatura. Forma parte del consejo de redacción de la revista Kokoro, donde colabora habitualmente. Ha escrito artículos de crítica literaria que han aparecido en revistas como Sesión no numerada, Calidoscopio, Ómnibus, Las Nubes o Contrastes.
Ha publicado el poemario Alambres (Kriller71, 2014).
Tuscumbia (Harpo, 2016) es su segundo libro.
Tuscumbia (Harpo, 2016) es su segundo libro.
Alambres es el primer libro de Lola Nieto (Barcelona, 1985) y es el poemario con el que se inaugura la colección Púlsar de la editorial Kriller71. alambres propone un texto bifurcado que explora una geografía existencial en dos lenguajes complementarios y atentos a las fisuras que se abren en el lenguaje y en el pensamiento cuando éstos son removidos por la atención indagadora. “Aquí se lee un cuento oscuro sobre el propio lenguaje, aquí hay un mito antiguo, visceral y femenino que araña los ojos. Dentro de estas páginas está el miedo y el asombro, y los jirones de un mundo que sólo puede nombrarse en la fractura.” Raúl Quinto.
Recuerdo que estoy en casa de mi abuela. En el baño. Tengo siete años. Termino y miro el interior del hueco de la taza. Observo mis heces y su forma. A veces es un pájaro, otras un barco o una casa, un árbol con hojas o sin hojas, depende, a veces incluso un tenedor o un zapato. Le digo a mi abuela mira me ha salido una jirafa. Me dice no seas cochina. Nunca más le enseño mis heces. A nadie.
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Mi órgano pensante es el intestino. Intestinal es mi contacto con el mundo. Escribo y defeco y no son actos distintos.
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Dicen que si a una planta se le suministra una cantidad pequeña de sal, la planta no sólo no muere sino que es capaz de cambiar su metabolismo de modo que cuando, más tarde, se le suministran cantidades mayores de sal, el veneno se asimila como sustancia propia y la planta sobrevive. Las plantas no tienen cerebro. Tienen raíces ¿sinapsis en los pies? A veces ni eso. Viven flotando en aguas o en piedras flotan más quietas. A veces ni eso. Se ovillan en el aire y sólo se abren al estímulo de la gota para hacerse bola de nuevo. Hibernan o no sé. Están vivas aunque no tengan hojas y sean un nido de ramitas marrones pero sin nada dentro. Casi vivas. Vida planta. Espero convertirme en árbol o morir.
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Yo estoy ahora ahí; descoyuntada y con una extraña sensación. Me siento como la oveja a la que alguien, de pronto, le corta la alambrada del redil y puede asomarse a un paisaje árido, sin la familiar hierba fresca, un desierto donde florecen cactus de aspecto extraterrestre, donde las rocas se han erosionado durante generaciones para formar arquitecturas en precario equilibrio, al borde del derrumbe, tan al límite. Tan difícil saber si tu concepto de belleza tiene cabida en ellas, si ni siquiera eso importa…
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Siento el rechazo propio del miedo a abandonar un espacio mullido y apacible, y al mismo tiempo la ansiosa atracción por una libertad tan radicalmente apabullante.
"Alambres", de Lola Nieto
“Mi órgano pensante es el intestino”
Alambres, Lola Nieto. Colección Púlsar, nº1. Kriller71 Ediciones, 2014
Por Jean Paul Caribdis.
De vez en cuando la lectura de nuevos autores me provoca más aflicción que otra cosa. Donde no hay más que una escritura descuidada y pretenciosa en ocasiones se asoman versos que no son más que párrafos cortados a golpe de cuchillo, víctimas de no se sabe muy bien qué orden, métrica, sentido y finalidad. Los poemas “formativos” adquieren un carácter casi definitivo cuando en el fondo ni el mismo autor es consciente de que está empezando, de que en el fondo no hace más que lanzarnos una propuesta y esperar que alguien se decida a interpretarla.
Se abusa de una pretendida búsqueda del genio inefable, del nuevo y grandilocuente espíritu marcado por el estigma de la incomprensión que viene (y deviene) en forma de poeta a descubrirnos su mundo. Así está este mundo lleno de enormes ombligos antropomórficos. Y parece que todos tienen la obligación de publicar antes de cumplir catorce años, y cuatro o cinco publicaciones antes de los veinte, y ganar el Nacional de Poesía como Gimferrer a los veinte más uno, y… En fin, una vida más cargada de prisa que de auténtica poesía.
Por eso mis prevenciones cuando me acerco a nuevos libros, nuevos autores. Como decía Joseph Joubert, “lo peor de los libros nuevos es que te impiden leer los viejos”, así que suelo ser más proclive a la relectura que a otra cosa. Y me dirán ustedes, ¿para qué todo esto? Explicarlo quiero, ahí voy:
Me piden que lea un libro. Una nueva autora, de una nueva colección que Kriller71 Ediciones inaugura con este título: ALAMBRES, de Lola Nieto. A ella la conozco por su actividad al frente de la revista KOKORO (http://revistakokoro.com/), publicación que desde su puesta en marcha me sedujo y que recomiendo fervientemente. Para LOLA NIETO (Barcelona, 1985) puede que sea su primer libro, pero rezuma un tono maduro al tiempo que una buena porción de inocencia. Escribir y construir un mundo con lo escrito no está al alcance de muchos, y en sus versos se percibe la mirada de quien desde la infancia observa todo lo que le rodea sin la corrosión de la moral adulta. Nos acerca las angustias reflexivas de un yo simbólico que trasciende la anécdota para superar la decrepitud que le rodea, un paisaje donde habitan cajas, perras, padres difusos, sillas, y una conciencia de la muerte y la ausencia lejos de ser convencional.
El poemario se divide en dos partes, y ambas con el mismo nombre: GUIÓN. La apuesta no es accesoria, y se entiende al concluir la lectura del libro, porque es un juego de espejos, una suerte de juego a dos voces; un desdoblamiento y transmisión de las sensaciones que en la primera parte se muestran de manera más hermética, y en la segunda adquieren intensidad y mayor lirismo. No en vano se hace referencia a un (su) siamés –a quien dedica al final el libro- que podría ser una suerte de interlocutor ausente (o no), alguien para quien se escribe y que no es un lector anónimo, alguien que recibirá el mensaje para escrutarlo y que lo espera. Aparecen referencias al dolor físico y emocional, lo que la emparenta con el reciente último poemario de Luna Miguel1 como ejemplo más claro de un cierto devenir generacional.
El mito de Perséfone (Περσεφόνη Persephónē: la que lleva la muerte) a la que se invoca en la primera parte repetidamente, juega un papel fundamental ya que vertebra todo el discurso como voz y objeto del poema al mismo tiempo, en un papel de gran fuerza emocional donde el dolor de una madre (Deméter) por el rapto y regreso de su hija (Perséfone) se transmuta en ese animal que vive en una caja en una especie de ¿parto?/dolor sin fin al que asistimos de la mano de la poeta.
esta alfiladura o punta de punta
/perséfone/
cuando el dolor no hace daño
o apenas
duele que gusta2
La presencia del dolor físico, digo, y también del emocional, acercándonos así a la angustia de quien se mimetiza e identifica con lo que observa.
mira y no se atreve ¿qué es
salir?
recupera postura anterior
animalito bicho bola perséfone
ovillo aguanta miedo
- - - - -
¿qué es salir?3
Una parte en la que el sentimiento está en el tacto y el conocimiento empieza y termina bajo el sentido más animal, casi olfativo también, del contacto con el mundo, que es lo que lo hace visible y primariamente auténtico.
toca
piensa toca es pensar antes
de que hablaras es no
pensar
sino tactísonos
ı
ı
ı
ı
toca dice /extiende/
ı
aunque ı
ı
ı4
Algo que ya nos categoriza en la segunda parte cuando nos dice
Dicen que nacer sordo o quedarse sordo a los pocos meses o años de edad impide el aprendizaje correcto del habla y sin la adquisición correcta del lenguaje no es posible tampoco aprender a pensar correctamente. Eso dicen. Si yo hubiera creado al ser humano le habría puesto el cerebro y el alma en la yema de sus dedos. Nacerían arbolitos desorejados.5
Y es que es en la segunda parte donde se entiende el desafío: la presencia de la vida/muerte en esa perra que acompaña a nuestra niña, que nos narra en primera persona el dolor observado y absorbido; las anécdotas de su infancia trasladadas como un encuentro con esa cicatriz que nunca se cierra que es la (no)aceptación de su singularidad y que se percibe como un juego y un reto, e incluso una provocación para quien asiste a esa manera directa de poetizar la experiencia.
Este rasgo, en el que se podrían identificar varios de los nuevos autores que escriben desde el desamparo más absoluto y movidos por un nihilismo a veces incomprensible cuando apenas se tienen treinta años, es donde reside su fuerza y donde nos arrastra. Porque Lola Nieto, y algunos otros, investigan y desarrollan su atrevimiento al mirar de frente, con osadía, todo aquello que se les puede transmitir como prohibido para encontrarse allí recogiendo sus restos como lo más auténtico de sí mismos.
Dicen que si a una planta se le suministra una cantidad pequeña de sal, la planta no sólo no muere sino que es capaz de cambiar su metabolismo de modo que cuando, más tarde, se le suministran cantidades mayores de sal, el veneno se asimila como sustancia propia y la planta sobrevive. Las plantas no tienen cerebro. Tienen raíces -¿sinapsis en los pies? A veces ni eso. Viven flotando en aguas o en piedras flotan más quietas. A veces ni eso. Se ovillan en el aire y sólo se abren al estímulo de la gota para hacerse bola de nuevo. Hibernan o no sé. Están vivas aunque no tengan hojas y sean un nido de ramitas marrones pero sin nada dentro. Casi vivas. Vida planta. Espero convertirme en árbol o morir.6
Es ahí donde rompe y se atreve, donde estremece y me interesa.
Antes de escribir esto escribía otras cosas. Me deshice de todo porque eran mentiras. Ahora escribo lo que veo y lo que recuerdo que vi. También son mentiras. Pero ni yo misma las sé distinguir. Ahora soy sincera cuando miento.7
El mundo que podríamos llamar “normal” se transforma así en una atmósfera tensa y extraña donde conviven para la autora-niña-autora la realidad y la fantasía. Mientras que en la primera parte la abstracción más absoluta recuerda a los grandes autores italianos del Hermetismo (Montale, Luzi, el Ungaretti más sólido) en esta segunda parte se abre y recuerda al Saint-John Perse que sorprendió al mundo con su Anábasis. Hay una suerte en la primera parte de juego sintáctico que sorprende, y también de juego literario con la creación de neologismos muy acertados, tremendamente poéticos (osumergencia, filostrura, entreforma, TIZAR –soberbio, aunque creo haberlo leído en otrx poeta, pero aquí resulta rotundo-, alhambruna…), con el uso de sustantivos absolutos que se convierten en revelación, tejiendo así una poesía que requiere una lectura reposada para aprehender el mundo que nos acerca, y que termina atrayendo.
Decía que en la segunda parte, en esa suerte de traducción e interpretación de la primera, me recuerda al Saint-John Perse de Nacía un potro bajo las hojas de bronce…, en ese ejercicio de prosa poética que desde Baudelaire se suponía era el futuro de la auténtica poesía. Gracias a esta segunda parte en la que se hace uso de la memoria para confundir la identidad de los dos seres que protagonizan el poemario, la perra negra y la niña (al final, ¿quién es quién?), logramos descubrir que la vida es la búsqueda de un refugio, encontrar el bálsamo de un espacio –que no tiene que ser físico, más bien sensorial y profundo- en el que darle sentido a la palabra placer. Y ese sitio parece estar en la propia escritura para Lola Nieto.
Al finalizar la lectura de ALAMBRES me he ido a buscar aquel libro de Sánchez Robayna que tanto me gustó en cierto momento de mi caótico leer, LA ROCA8, y así me ha hecho pasar un rato recuperando libros de esa biblioteca en donde me he dado cuenta que toca limpiar el polvo, señor, que llevo toda la semana sin dedicarme a mis tareas domésticas… Pero eso es otra historia.
Es entonces cuando me he dado cuenta también de que ALAMBRES es un buen primer libro, porque me ha llevado a los viejos, a los buenos compañeros de este camino que es un aprendizaje y un rastreo continuo, hasta que te tropiezas con esos textos que se transforman en balnearios para la conciencia, donde compartes ese viento leve que al acariciarte te transporta a una habitación amable donde sonreír, bien porque te arrastra en un sentido estético o porque te abrasa de un modo catártico, pero en ambos casos inconfundibles y necesarios.
Y así lo he sentido yo al leer por primera vez a Lola Nieto. Un buen debut, alejado de corrientes y afluentes de ríos transitados y por ello contaminados de impersonalidad. Se une a la estirpe de autorxs que partiendo de un “yo” sin prejuicios ahonda en esa lucha conceptual que recurre a diferentes lecturas, bien desde líneas más orgánicas y figurativas o bien desde versos que son más parecidos a masas de pintura abstracta, dispuestas a ser reinterpretadas, y no siempre entendidas. Eso la hace tremendamente moderna, o al menos como decía el propio Saint-John Perse cuando recogió su premio Nobel,
“La poesía se niega a disociar el arte de la vida y el amor del conocimiento. Es acción, poder, innovación que desplaza los límites... La oscuridad que se le reprocha no le es consustancial. Lo propio de la poesía es iluminar...”
Pues eso, que estoy esperando el próximo, Lola, que me apetece seguir leyendo. Las piezas de tu mejor exposición están por llegar, estoy seguro.
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1. La tumba del marinero, Luna Miguel. La Bella Varsovia, 2013.
2. Alambres, Lola Nieto. Kriller71 Ediciones, 2014, página 51.
3. Op.cit. pp. 37.
4. Pp. 95.
5. Pp. 116-117.
6. Pp. 109.
7. Pp. 111.
8. La Roca, Andrés Sánchez Robayna. Edicions del Mall, 1984.
Tuscumbia (Harpo, 2016)
En el temblor, la voz afectada por aquello con lo que existe en-contacto se des-localiza, se transfiere no a otro destino, sino a la continuidad del rebote encadenado; la percusión como fin en sí mismo. Lola Nieto, en su último libro, Tuscumbia (Harpo Libros, 2016), demuestra con gran belleza que es posible construir poéticamente, políticamente, mundos temblantes, resbaladizos, no deficitarios de las tradiciones del yo-identidad, yo dual mente-cuerpo.
Si tiemblo me escapo:
¿qué forma tiene algo que tiembla? Si
tiemblo:
el límite se deshace se hace destello una línea mal
dibujada borrosa rota que palpita y
no señala no apresa o
contiene no contiene (p. 55)
En Tuscumbia, el yo enunciativo reconoce el límite del lenguaje y da paso a un yo siamés, esencialmente afectivo, inmanente, que Lola Nieto hace aparecer en la figura de dos niñas idénticas, animadas por una misma vida y unos deseos mismos; mamíferos y ciegos, de interior. Junto a las ¿niñas?, las hermanas, recorremos los pasillos de una casa-nido-estómago de imaginarios posibles. Ellas pronuncian y rastrean, voraces y livianas al unísono. Asertivas, perseverantes, son portadoras de un poder extraño.
Quisimos nacer a la vez y cogidas de la mano
quisieron separarnos
pero no
pudieron
los médicos
pensaron
que estábamos unidas por la
piel
pero eso es mentira
estamos unidas porque nos damos la
mano y nunca
nos hemos dejado de
tocar (p.11)
Tocando y pulsando suave, caliente, mullido, los cuerpos que habitan Tuscumbia despliegan voces oblicuas parpadeantes; son cajitas resonadoras de todos los objetos y de toda la materia viva con la que se encuentran. Manifiestan la sensibilidad más delicada, el oído más fino hacia lo esencial minúsculo: el lamido de un perro en la mano, el pelo de ardilla, las motas de polen de abeja zumbadora. Lola interpela a los lectores, nos invita a la casa de las hermanas, trae así el ladrido de los perros, su pelaje. Nos coloca en el fondo de un túnel y nos invita a mirar hacia fuera. A esperar pacientes dentro hasta percibir todos los detalles del hambre y del rasguño de sonidos pequeños. Otras presencias: mira, mira, escucha.
Estos cuerpos-presencia escapan al criterio, no son objeto del tipo de mirada deseante que nos congela en un estado ideal y nos exige la permanencia: «Dudurudú Dudú/ Deforme y libre nadie nos desea» (p.29). Cuerpos que contienen y abrazan todos los estados posibles de la carne, que se mantienen en una pureza anterior a la articulación de lo impuro o de la abyección. Se expanden sin pudor y sin sistemas de medida, reconocen lo anciano y lo enfermo como manifestaciones distintas de lo idéntico. Lo animal y lo humano tampoco existen como oposición en esta escritura que se enlentece para disfrutarse.
Hablar de lo liminal es referir al espacio de transición donde algo deja de ser para devenir. Puro movimiento y transformación, lo liminal habita no el tiempo, sino la duración como flujo que acoge solo lo disuelto, solo lo aún-ininteligible; aquello incierto y resbaladizo que pasa como el agua entre las redes del lenguaje. Desde lo lo liminal el racionalismo no puede articularse, no hay significado ni concepto que atrape lo que nace y lo que surge, que congele la red de relaciones posibles entre el animal que habla y el mundo de potencialidades con el que se relaciona a través de sus sentidos. Los discursos poéticos extraídos de las grandes ideologías no saben de este estar-entre una palabra que ya ha perdido el sentido y otra que aún no ha significado. Lola Nieto sí. Las voces-madriguera de Tuscumbia demuestran que en lo liminal también es posible «hacer la realidad» (p. 20). Más allá de los grandes relatos, en la inmanencia del placer, del trabajo más sencillo, del dolor y del estremecimiento, hacemos la realidad. El dedo sin dueña que palpa una parcela indeterminada de carne y la carne que responde erizándose hacen la realidad en su intercambio.
El segundo libro de Lola Nieto llega como una afortunada continuación-discontinua de su anterior Alambres (2014, Kriller71). El apetito lector inconformista y tierno lo recibirá como un regalo y sabrá hacerlo suyo desde la primera página. Y es que en este libro, tan exigente en sus horizontes, Lola ha dejado espacio para la vida: Desde un entender la vida que es subversivo y genuinamente respetuoso al mismo tiempo.
Negar la vida. Vivir y negar la vida. Vivir y hablar la doble sintaxis. Vivir sentido y sin-sentidamente. Inventar mentiras para no creerlas. Negar la importancia de mi vida. Negarme mi vida para vivir. Vivir en el equilibrio de querer y no querer. En el equilibrio de no querer y olvidarme de no querer. Vivir: no hablar de los enfermos, amar a los enfermos, abrazarlos, amarlos, comerme a pedacitos el dolor de sus heridas, escupirlo para resarcir. Perder mi casa y ensuciarme, perder mis dientes, vivir. Renunciar. Escribir esto no es importante (p.78)
[Por SARA TORRES]
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