Paul Bowles, (Nueva York, 30 de diciembre de 1910 - Tánger, Marruecos, 18 de noviembre de 1999) fue un escritor, poeta, compositor y viajero estadounidense.
Primeros años: Francia y Nueva York
De abuelos alemanes por parte paterna, Bowles vivió un violento conflicto generacional con su padre, un odontólogo y músico frustrado, de quien era hijo único, tan maniático que le hacía masticar cuarenta veces cada bocado, y con su madre, de forma que, al arrojarle a esta un cuchillo en una discusión a los diecinueve años, decidió evitar males mayores y escaparse de su casa sin terminar los estudios.
Compró un pasaje de barco y acabó en París, donde conoció a la Generación Perdida, en especial Ezra Pound y Djuna Barnes. Como cuenta en su libro autobiográfico Memorias de un nómada (1972), publicó en París dos poemas surrealistas en Transition, una revista literaria internacional, que llamaron la atención de Gertrude Stein; ésta, sin embargo, desanimó su vocación de escritor y el joven bohemio se dedicó a la música.
Regresó a Nueva York para estudiar composición con Aaron Copland durante los años treinta. Con él hizo varios viajes, entre ellos a Marruecos. En los años siguientes compuso partituras para ballets y la música de muchas películas y obras de teatro. En Berlín trató a Christopher Isherwood y W. H. Auden. Residió en México cuatro años, donde conoció y quedó impresionado por el compositor Silvestre Revueltas, un año antes de que éste muriera alcoholizado.
Viajó además por Costa Rica, Guatemala y Colombia con Jane Auer, con la que en 1938 se casó, por lo cual desde entonces fue conocida como Jane Bowles, autora de teatro y novelista bisexual autora de Dos damas muy serias. Leyó con mucha pasión a Franz Kafka, cuyas obras le afectaron fuertemente.
Jane lo animó para que volviera a escribir y Bowles produjo relatos y crítica musical para el Herald Tribune entre 1942 y 1945. En el Broadway de los años cuarenta conoció a Orson Welles, Joseph Losey, John Huston y Salvador Dalí.
Establecimiento definitivo en Tanger
En 1947 el matrimonio se instaló en Tánger, una ciudad del entonces Marruecos moderno. En Marruecos están ambientadas la mayor parte de las narraciones de Bowles, como por ejemplo su primera novela, El cielo protector (1949), llevada al cine con éxito en 1991 por Bernardo Bertolucci; como afirmó el autor, en ella la acción transcurre en dos planos, el desierto africano exterior y el desierto interior de los protagonistas. La obra es en parte autobiográfica y el filme supuso el redescubrimiento del autor en su propio país, sacándole de las estrecheces económicas que empezaban a asediarlo.
Emilio Sánz de Soto, Pepe Cárleton, Truman Capote, Jane and Paul Bowles, at El Farhar, Tangier, August 1949 (photo by Emilio Sanz de Soto)
Después publicó las novelas Déjala que caiga (1952) y La casa de la araña (1955). En estas obras Bowles gusta de instalar en la extraña cultura musulmana a europeos o norteamericanos que terminan inmersos en auténticas crisis de identidad al encontrarse descontextualizados y alienados por una nube de drogas, alcohol y ambigüedad emotiva, y en el paisaje del desierto, donde lo único que existe es el arriba y el abajo. Se representa así la disolución de la identidad en el mundo moderno.
En Tánger, Jane empezó una larga relación lésbica de veinte años con una sirviente doméstica marroquí, de quien su marido sospechó a veces que la había envenenado o endemoniado. En los años cincuenta Bowles se relacionó con la Gay Society (Luchino Visconti, Tennessee Williams, Truman Capote) y con la Generación Beat (William Burroughs, Allen Ginsberg), sin llegar a pertenecer a ninguno de estos grupos. Sirvió de cicerone en Tánger a la práctica totalidad de la Generación Beat y gay: Tennessee Williams, Truman Capote, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs, Gore Vidal, Gregory Corso, Djuna Barnes o Cecil Beaton, e introdujo a algunos de ellos en curiosas drogas marroquíes como el majoun.
En 1972 publicó sus movidas memorias, Whitout stopping, que se tradujeron como Memorias de un nómada en 1990. En 1973 murió su mujer en un hospital de Málaga tras un largo internamiento de 16 años por demencia. Ese mismo año traduce al inglés El pan desnudo, del escritor marroquí Mohammed Chukri. El Diario de Tánger 1987-1989 (1991) ofrece una crónica de su vida en Marruecos. Publicó además el libro de viajes por África titulado Cabezas verdes, manos azules (1963). Recopiló sus relatos en Delicada oración (1950), El tiempo de la amistad (1967) y Relatos completos de Paul Bowles (1979). Cultivó asimismo la poesía y tradujo cuentos tradicionales africanos. Otros libros suyos son Una vida llena de aprietos (1964), La tierra caliente (1966), Misa de gallo (1981) y Dos años al lado del estrecho (1990).
Como compositor su producción incluye, entre otras obras, la ópera Denmark Vesey (1937) y otra sobre Federico García Lorca titulada The wind remains, Reliquia del viento, estrenada en 1943 por Leonard Bernstein y basada en Así que pasen cinco años del poeta granadino. Durante los ochenta su obra se revalorizó, tradujo y republicó en todo el mundo.
AMÉRICA
Las enrejadas cámaras de vidrio en que vivimos
nuestros voluntarios caracoles de cristal
¿Quién hay aquí para quejarse?
La blanca luz de nuestra endeble prisión
Donde todos yacemos lánguidamente en esteras grises
Siento el raspar de secas frondas en la mampara
Donde ningún insecto vuela ni ninguna escamosa serpiente se mueve
Las colchas de raso sobre nuestras camas
Las hileras de botellas con frágiles tapones
Nuestras ventanas con pequeños paneles
¿Quién hay aquí para rebelarse?
LEJOS DE PORQUÉ
Quién dijo qué cuándo
No lo que se quería significar.
Dónde oído cómo dicho
Pero lejos del porqué
Hay una manera de dominar el silencio
Controlar sus curvas, habitar sus oscuros rincones
Y escuchar el sisear del tiempo ahí afuera
(No lo que se quería significar, y lejos del porqué)
SIDI AMAR EN INVIERNO
Pero creo que nunca he visto tu rostro
Un día lluvioso, cuando las grises arterias del cielo
Pulsan entre los árboles, y en tu corazón
Agua que corre. Nunca te he visto llorando.
Con el zumbar de la noche, tu cabeza resistiendo al silencio.
Vendrá un día en que las líneas sobre el cielo
Ya no se aferrarán alrededor de las torres
Y tú que tiemblas en la noche
Irás a lugares grises con algo desconocido.
Traducidos por Robert Rivas
Versiones en castellano de Sandra Toro
Traducciones de Sandra: el placard http://el-placard.blogspot.com.es/
SIDI AMAR EN INVIERNO
Pero creo que nunca vi tu rostro
Un día de lluvia, cuando las arterias grises del cielo
Laten sobre los árboles, y el agua corre
En tu corazón. Nunca te vi llorar
Con el zumbido de la noche, y tu cabeza desafiando al silencio.
Llegará el día en que las líneas del cielo
ya no cercarán a las torres
Y vos que temblás en la noche
vas a ir a lugares sombríos con una cosa incierta.
CANCIÓN DE AMOR
La cabeza está donde canta el grillo
Las mejillas son lo que los dientes morderán
El lago está donde el amante arroja
Al otro en lo profundo de la noche
Los labios están adonde va la sangre
Los ojos son lo que los dedos arañan
Ahora sabiendo lo que pudieron haber sido
¿Los labios dirán lo que vieron los ojos?
ESCENA III
A veces la fiebre regresa y veo las montañas,
la mañana cargada de monjas que caminan
y las hipodérmicas del hambre,
los árboles rapaces, las falsas cascadas radiantes de arañas,
las enredaderas del silencio.
Veo las mismas montañas sordas con la boca tapada de nieve
y muevo un poco los dedos. Pero igual,
necesito ayuda.
A veces, al caer la tarde, la fiebre pasea por los suburbios.
A veces hay una sola montaña, justo encima de nuestras cabezas.
Al mediodía empieza a llover. Los caballos se esconden entre las rocas,
y el mar como un idiota se queda ahí.
De vez en cuando necesito ayuda.
“Ese día perecieron dos mil hombres en la costa infinita.”
Para nosotros: tiburones, latas, agua estancada.
Por la noche llegan ocho enfermedades
mientras el escorpión se agarra del techo.
Para nosotros: alambre de púas, bocas abiertas, sangre seca,
las flores peludas de las tarántulas
y el constante ojo ciego
del tiempo, congelado en el aire.
El viento baja en fragmentos
por los desfiladeros.
Tenemos que gritar sin descanso--
el que para está perdido.
ESCENA IV
Eximite de tus deberes, y un sedante.
Recordá el plan de fuga. Asegurate de la noche.
Desvariá observando el vidrio que se raja lento
Hasta que en el ojo de la mente se forme un coágulo de sangre.
“Ahora vení como lo pactamos. Los árboles ya fueron derribados.”
El castigo tiene que ser rápido. Exigí toda sangre futura.
Los recuerdos feroces donde nos ahogamos,
Las horas contenidas tras los gruesos muros de los nervios,
¿Vas a sentir avaricia y a encerrarlos
fuera de la vista de la enfermera, donde no los escuche la tormenta?
SIDI AMAR IN WINTER
But I think I have never seen your face
A rainy day, when the sky's grey arteries
Pulse about the trees, and in your heart
Water running. I have never seen you weeping
With the droning of the night, your head resisting silence.
There will come a day when the lines upon the sky
Will cling no more around the towers
And you who tremble in the night
Will go to grey places with an unknown thing.
LOVE SONG
The head is where the cricket sings
The cheeks are what the teeth will bite
The lake is where the lover flings
The other in the dead of night
The lips are where the blood goes in
The eyes are what the fingers claw
Knowing now what might hace been
Will the lips tell what the eyes saw?
SCENE III
Sometimes the fever comes back and I can see the mountains,
the morning heavy with noons walking
and the hypodermics of hunger,
the rapacious trees, the false waterfalls shining with spiders,
the vines of silence.
I see the same deaf mountains, their mouth stuffed with snow,
and I move my fingers a bit; even so,
I need help.
Sometimes the fever strolls at evening in the suburbs.
Sometimes there is only one mountain, right above our heads.
At noon the rain begins. The horses hide among the rocks,
and the idiot sea is there.
I need help from time to time.
“That day two thousand men perished there on the endless shore.”
For us: sharks, tin, stagnant water.
Eight sicknesses come in the night
as the scorpion clings to the ceiling.
For us: barbed wire, open mouths, dry blood,
the hairy flowers of the tarantulas
and the constant sightless eye
of time, frozen in the air.
The wind in fragments drops
down the mountain passes.
We must scream without respite ---
he wo stops is lost.
SCENE IV
Release from duty, and a sedative.
Remember the plan of escape. Be sure of the night.
Rave and watch the slowly craking glass
Till the blood clot forms on the mind's eye.
“Come now as arranged. Trees all down.”
Punishment must be swift. Demand all future blood.
The fierce memories where we drown,
The blunted hours behind the nerve's hard wall,
Will you feel avarice and padlock these
Away from the storm's hearing, out of the nurse's sight?
HOMENAJE A PAUL BOWLES
A modo de biografía
Fuente: El Poder de la Palabra
Escritor y compositor estadounidense, nacido en Nueva York. Antes de terminar el bachillerato publicó dos poemas surrealistas en Transition, una revista literaria internacional. Tras un viaje a París regresó a Nueva York para estudiar con el compositor Aaron Copland durante los años treinta. En el curso de los veinte años siguientes Bowles escribió partituras para numerosos ballets y compuso la música de muchas películas y obras de teatro. En 1938 se casó con Jane Auer, autora de teatro y novelista. Jane le animó para que volviera a escribir y Bowles produjo diversos relatos y escribió crítica musical para diversas publicaciones. En 1947 la pareja viajó a Marruecos y se estableció en Tánger. La primera novela de Bowles, El cielo protector (1949), se convirtió en un éxito de ventas y fue llevada al cine en 1991 por Bernardo Bertolucci. A ésta le siguieron las novelas Déjala que caiga (1952) y La casa de la araña (1955). En ellas, Bowles sitúa a sus personajes, originarios de Estados Unidos, en el paisaje del norte de África para dramatizar la creciente alienación de estos seres que sucumben a las drogas y la violencia y representan la degeneración de la vida personal en el mundo moderno. El Diario de Tánger 1987-1989 (1991) ofrece una crónica de su vida en Marruecos. Fruto de sus viajes por África es el libro de notas de viajes titulado Cabezas verdes, manos azules (1963). Bowles ha publicado también varios volúmenes de relatos, entre los que destacan Delicada presa (1950), El tiempo de la amistad (1967) y Relatos completos de Paul Bowles (1979), además de libros de poemas y traducciones de cuentos populares africanos. En los años ochenta su obra fue nuevamente revalorizada multiplicándose las traducciones y ediciones de sus libros en todo el mundo.
MUERE EN TÁNGER EL ESCRITOR PAUL BOWLES, NÓMADA DE LA GENERACIÓN 'BEAT'. EL AUTOR DE 'EL CIELO PROTECTOR' HIZO DEL DESPLAZAMIENTO Y EL DESAMOR SU MATERIA LITERARIA
ANDRÉS. F. RUBIO
MADRID, 1999-NOVIEMBRE/ CULTURA/ELPAIS
Viajero permanente, esposo y amigo de otra gran escritora, Jane Bowles, anfitrión en Tánger de William Burroughs y Jack Kerouac, personaje esquivo y mítico de la generación beat, el escritor y compositor Paul Bowles murió ayer a los 88 años en un hospital de Tánger a causa de problemas cardiorrespiratorios (sus cenizas serán repatriadas a Estados Unidos tras ser incinerados sus restos en España). El autor de El cielo protector, que alcanzó una notoriedad inesperada tras la versión cinematográfica de esta novela realizada por Bernardo Bertolucci, fue un joven americano que encontró en Tánger la pasión y la violencia que marcaron sus obras, entre ellas Memorias de un nómada y Muy lejos de casa.
Paul Bowles, nacido en Nueva York en 1910, llegó a la antigua ciudad del pecado que fue Tánger a los 21 años, "la ciudad huérfana", como la definió más tarde. Viajero por América (vivió en México más de cuatro años y su español era suave y preciso), Europa y Asia (donde compró una pequeña isla en Ceilán), no se instalaría definitivamente en Tánger hasta 1952, y apenas la abandonó salvo para adentrarse en el Sáhara y en otros lugares de Marruecos, o viajar a Nueva York y Madrid para recibir tratamiento médico o escuchar su música en concierto. Otro de sus destinos fue Málaga, donde su mujer desde 1938, Jane Bowles, autora de Dos damas muy serias, murió en 1973 tras una dolencia cerebral que duró 16 años. Bowles se quejaba, en su apartamento de Tánger, de una biografía sobre su mujer cuya autora no retrató a la Jane de antes de la "horrible" enfermedad, una mujer divertida y humorística, de una alegría desbordante.
Ambos vivieron una especial historia de amor, por encima de sus preferencias sexuales, que acabó de forma dramática -la amistad de Jane con una marroquí con la que vivió más de 20 años era considerada por Bowles como cercana a la posesión demoniaca, y a veces pensó que esa codiciosa criada-amante envenenó a la escritora-. Pero les quedaban los recuerdos de sus inicios juntos en plena juventud y belleza; de su escapada de Estados Unidos, que ejemplificó el impulso nómada de una generación; del izquierdismo y su militancia por unos meses en el Partido Comunista, y de su descubrimiento de Tánger, una ciudad internacional que a Paul Bowles le pareció maravillosa en su mezcla de cosmopolitismo y exotismo, "una ciudad como uno se imagina que debía de ser Europa en la Edad Media".
Bowles había acudido por primera vez a Tánger por recomendación de Gertrude Stein como lugar ideal para pasar las vacaciones. Ya instalado allí, sirvió como polo de atracción de artistas homosexuales o vinculados a Nueva York y a la generación beat, como Tennessee Williams, Truman Capote, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs, Gore Vidal, Gregory Corso, Djuna Barnes o Cecil Beaton. Subían hacia el café Hafa, sobre los acantilados, y contemplaban el estrecho fumando kif.
Desintegración:
Bowles participaba de los ideales de los beat, del humor, la franqueza sexual, la ecología o el candor político, pero escorados en su literatura hacia la oscura desintegración, el desplazamiento físico y psicológico y el miedo, desde su punto de vista la emoción principal del hombre, "la que mueve el mundo, más que el amor".
Tánger significó el descubrimiento del kif, bajo cuyos efectos escribió páginas de La tierra caliente y de los relatos de El jardín. En una carta a Alec France dice: "Podía escribir usándolo, pero siempre sin miedo a quemarme, por así decirlo. En cuanto comprendí esto desaparecieron todas las pesadillas, la compulsión y la angst (...) Solucioné mi problema de todos los días y por fin encontré placentero vivir, que es lo máximo que cualquiera puede desear".
En 1949, Bowles publicó su primera novela, El cielo protector, "una historia de aventuras en la que éstas ocurren en dos planos simultáneos: en el desierto real y en el desierto interior del espíritu". Pasaron 40 años hasta que la obra, y el propio Bowles, recibieron un impulso inesperado gracias al largometraje de Bernardo Bertolucci, interpretado por John Malkovich y Debra Winger. La película le sacó de los apuros económicos en los que vivía, y aunque incluso apareció en un pequeño papel, Bowles la consideraba fallida: "La parte final es muy mala, creo que el equipo de rodaje no veía el momento de volver a Roma tras todo ese tiempo filmando en el sur".
El escritor reconocía la inspiración autobiográfica de los dos personajes, Port y Kit, que, perdido el secreto de la felicidad conyugal, desembarcan en el Sáhara. "El protagonista masculino es mi autorretrato, y aunque Jane no estuvo conmigo en ese viaje, digamos que la he utilizado como modelo, del mismo modo que lo hace un pintor".
La película sirvió para que el escritor fuera redescubierto en su país, donde se programó su música y se reeditaron sus libros y ensayos, se publicaron sus fotografías, una biografía, sus cartas, un documental... "¿Qué carrera necesita un octogenario?", respondía él.
Recluido en Marruecos, lejano en su nomadismo interior a realidades tan duras como la pobreza y la opresión política, Bowles había renunciado a la brillantez de la vida literaria y musical de Nueva York para seguir el aforismo de Kafka, uno de sus escritores favoritos: "A partir de un cierto punto, ya no hay posibilidad alguna de retorno. Ése es el punto que es preciso alcanzar". Alumno de Virgil Thompson y Aaron Copland, crítico musical, se relacionó con los surrealistas y participó del movimiento beat en los cincuenta y underground en los setenta. Fue apadrinado por Gertrude Stein y la protagonista de Adiós a Berlín, de Christopher Isherwood, lleva su apellido. Escribió música para obras teatrales de Tennessee Williams, Jean Cocteau y Lilliam Hellman, colaboró con Orson Welles, John Huston o Elia Kazan; Leonard Berstein estrenó en 1943 su composición The wind remains, basada en Así que pasen cinco años, de García Lorca...
Indiferente al éxito inicial y final de un recorrido teñido de penas y complicaciones en su extenso tramo medio, Paul Bowles decía en el desastrado apartamento de Tánger del que no quiso mudarse: "Ni cuando esté muriéndome voy a decir que hubo una época en la que me sentía maduro, porque uno siempre está cambiando y nunca llega a nada. Llegar a algo tampoco es necesario. Morir sí, todo lo inevitable es necesario".
BIBLIOGRAFÍA EN ESPAÑOL
ISIDORO MERINO
Alfaguara y Seix Barral son las dos editoriales españolas que más atención han dedicado a la ingente producción narrativa de Paul Bowles en los últimos años.
PAUL BOWLES - ARCHIVO ALFAGUARA
El cielo protector (1949), la novela emblemática y probablemente la obra maestra de Bowles, fue editada por Alfaguara en 1992, al calor de la popular adaptación cinematográfica realizada por Bernardo Bertolucci.
La novela cuenta el viaje de un matrimonio norteamericano, Kit y Port, y un amigo llamado Tunner al profundo sur de Marruecos. Bowles describe magistralmente la dureza y la belleza del Sáhara mientras narra el hundimiento total de las vidas de los protagonistas.
Cuentos escogidos, que también editó Alfaguara, en 1995, es una selección de 14 cuentos del magnífico y prolífico cuentista que fue Bowles. Es una pequeña selección, porque el autor decidió dejar fuera unos cincuenta cuentos más, pero incluye joyas del género como Un episodio distante, Delicada presa o Parada en Corazón.
Otra novela inquietante es Déjala que caiga, título extraído de una cita de Macbeth en el que Bowles describe con su pluma afilada a numerosos personajes del Tánger ciudad sin ley que conoció en los años cuarenta. La editó Alfaguara en 1993.
También en esa editorial está Cabezas verdes, manos azules (1997), una recopilación de crónicas de viajes por el Sáhara, El Rif y Estambul en las que Bowles se adentra con la misma maestría en las costumbres de las tribus del desierto, los sonidos de la música rifeña o el ambiente de la vieja Constantinopla.
Una visión general y muy interesante del hombre y el creador es Paul Bowles visto por sus amigos, reunión de textos de Patricia Highsmith, Gore Vidal (otro gringo transterrado), William S. Burroughs o el español Emilio Sanz de Soto, que dibuja la compleja personalidad del gran viajero.
Seix Barral también ha hecho de Paul Bowles un autor señero en los años noventa, publicando, por ejemplo, Días y viajes (1993), Muy lejos de casa (1992) o la jugosa selección de cartas titulada En contacto, que salió al mercado en 1994. Alfaguara cierra el círculo en 1997 con la publicación de la novela Misa de gallo.
UN ESCRITOR PRECOZ Y UNA FIGURA MÍTICA
BARBARA PROBST SOLOMON
NOVIEMBRE/1999/CULTURA/ELPAIS
Paul Bowles fue una figura mítica para mi generación. Fuimos quizás la última generación que se tomó el acto de escribir, y de vivir la vida que pensábamos que era la vida de un escritor, como una religión. Bowles reunía todos los requisitos. A los 18 años había publicado precozmente su primera obra en la revista Transition. Como el propio Bowles, Transition, una idea del poeta y lingüista Eugene Jolas, tuvo un comienzo estadounidense y después se movió hacia París.
Una obra que publicó por entregas la revista se convirtió en el Finnegan's Wake de Joyce. El joven Bowles estaba en compañía de Hart Crane, William Carlos Williams, Gertrude Stein y Franz Kafka. Un comienzo deslumbrante. Después fue a la Universidad en Virginia, donde abandonó sus estudios. Se marchó hacia la orilla izquierda del Sena y dos años más tarde descubrió el norte de África.
En la década de los cincuenta todos leíamos a Bowles: The sheltering sky y Let it come down. Estaba intrigada por su trabajo. Al contrario que Henry Miller, que nos necesitaba a sus lectores invisibles porque tenía que sorprendernos, Bowles me sorprendía como si viviera en otro planeta. No me necesitaba para que fuera lectora suyo. Puede que fuera también su dedicación a la música. Me asombraba como si estuviera por encima de las refriegas. Una especie de Principito. Entonces no podía pensar que llegaría a conocerle.
Un día, en los últimos setenta, James Purdy hacía una visita a mi madre, a la que adoraba. Se carteaban constantemente y supo que yo estaba visitando a Juan Goytisolo en Marruecos. Me habló de su gran amigo Bowles, a quien había conocido en sus días de Brooklyn. Cuando Juan y yo fuimos a Tánger después de una excursión por el Atlas, le telefoneé. Bowles nos invitó. Creo que ya conocía a Juan. Me sorprendió que viviera en un edificio de pisos del barrio europeo; me esperaba algo más exótico.
Tenía varias visitas que estaban fumando hachís. No quería decirle a este hombre extraordinariamente educado, de apariencia ascética, cuyo acento al hablar se había convertido en algo no del todo americano ni británico, que a causa del asma infantil que padecí era alérgica al humo del hachís. Busqué la forma de aspirar oxígeno. Me asomé a la ventana de la cocina haciendo como si observara las vistas de Tánger, inspeccioné las interioridades de lo que resultó ser una escobilla del retrete y di paseos por el pasillo. Juan vino hacia donde me encontraba y me dijo al oído: "Dile la verdad para que no se crean que estamos locos. ¿Para qué ibas a mirar con tanto detenimiento su escobilla?".
Volvimos al salón y le dije que era asmática. Bowles me miró como si reparara en mí por primera vez. Abrió todas las ventanas mientras parecía estar absorto en sus pensamientos. En un tono diferente, empezó a hablar de Jane Bowles. Y de sus innombrables penas.
EL CIELO SOBRE PAUL BOWLES
EDUARDO HARO TECGLEN
NOVIEMBRE/1999/CULTURA/ELPAIS
La verdad es que hasta El cielo protector nadie se fijaba mucho en Paul Bowles en Tánger. Es muy fácil no ser nadie en Tánger, y no parecía que aquel caballero neoyorquino, de la cepa cosmopolita, quisiera ser alguien. Más bien tenía interés en que los otros fueran alguien: sabía sacar adelante a un escritor marroquí como Mohammed Chukri (tradujo al inglés su novela For bread alone) o el pintor Yacubi: entre él y Emilio Sanz de Soto -otro descubridor- le hicieron exponer en Nueva York y ahora está en la colección permanente del Guggenheim. Fue una especie de amanuense de Mohammed M'Raabet, con cuya biografía relatada compuso en texto que describía como nunca se había hecho la vida del marroquí innominado y pobre.
A Bowles le eclipsaba su mujer, Jenny, ahora enterrada en Málaga, donde murió con la cabeza perdida. Jenny y Paul Bowles eran una pareja extraña: vivían entonces puerta con puerta, ella sostenida -físicamente: se caía- por una marroquí, la Cherifa, a la que Paul atribuía capacidades mágicas y de la que siempre sospechó que estaba drogando a su mujer, hasta la muerte. Él, con un marroquí discreto, que le ayudó también.
Paul Bowles era, para algunos de nosotros, un músico que había sido crítico de fama en Nueva York (su maestro en París fue Aaron Copland), que había compuesto seriamente, pero que luego se había dedicado en profundidad al estudio de la música folclórica marroquí, más allá de la meramente arabigoandaluza que se estudiaba en los conservatorios: la de las etnias, la de las kabilas. Su casa era un archivo impresionante, en una época en que el grabador de mano, el casete, no existía y los magnetófonos eran pesados y enormes: cargado con ellos recorrió todo el país, registró y comentó, analizó. Tengo entendido que la colección se encuentra hoy en la Biblioteca del Congreso.
Apenas frecuentaba la vida social. Recibía en casa: Tennessee Williams, Burroughs, Genet, Truman Capote. Estoy hablando de algunos de los más grandes escritores de este tiempo, y también de un sexo que en Tánger hacían manifiesto con más libertad que en otros sitios.
Todos hablaban con enorme respeto de Bowles: era uno de ellos, uno de los que escaparon de Estados Unidos: a París sobre todo, como la generación anterior -Miller, Hemingway-, pero también a Tánger. Decía Bowles que era un error creer que había elegido un lugar perdido del mundo para vivir, porque Tánger podía ser en momentos determinados la capital del mundo.
Fue el cine, y un cine extraordinario, el que descubrió a Paul Bowles, ya anciano: en 1992 se publicó el libro Paul Bowles by his friends, por el editor inglés Peter Owen: una corona de retratos y elogios por algunos de los grandes escritores del mundo (Emilio Sanz se encargó del entorno español del escritor).
Comenzó a recibir periodistas, fotógrafos, biógrafos. No salía de su asombro: pero no lo aceptó mal. De España llegó Juan Cruz, director entonces de Alfaguara -una editorial a la que prácticamente recreó -y no se limitó a proponerle contratos editoriales, sino que le rodeó de ese afecto que le es propio: procuró el estreno en Madrid de una ópera de Bowles sobre García Lorca, le cuidó, le ayudó.
Había cumplido ochenta y nueve años. Me contaban de él que estaba postrado, que se acababa lentamente, pero que recordaba, que razonaba, que estaba mentalmente vivo.
EL GESTO
JUAN CRUZ
ARTICULO RECOGIDO DE "EL PAÍS DIGITAL"
Allí estaba, indolente y echado; a la entrada de su casa había unas maletas enormes, depositadas en el suelo como si ya nunca más fueran a viajar. Él te recibía desde el fondo de la casa; la puerta estaba entreabierta y al entrar veías la cocina, atestada de cacharros que parecían compartir la biografía de un hombre cansado, y después venía el minúsculo cuarto de baño y, al fin, el salón oscurecido y grande en el que cantaba un pájaro. Allí había cojines por todas partes, todos ellos oscuros y cómodos, sobre los que se sentaban las visitas para verle en silencio.
JUAN CRUZ ES UNO DE LOS PROFESIONALES
MÁS CONOCIDOS DE EL PAÍS
Él era el silencio; le cansaba hablar de su biografía, pues al fin y al cabo de lo primero que se cansó fue de ser norteamericano; tampoco tenían importancia para él los libros, ni siquiera los que él mismo escribió, y es falso que se enfureciera porque El cielo protector no fuera en cine como en literatura: no le importaba nada. Tenía los ojos azules y gélidos, pero te acariciaba la mano como si se estuviera despidiendo un niño antes del desamparo.
Cuando su salud flaqueaba y él adivinaba el porvenir fatal de cualquier vida se enfundaba en su abrigo de felpa y se situaba al fondo de la casa, junto a una ventana minúscula por la que se veían los montes airosos de Tánger que le trajeron aquí. Entonces se reclinaba otra vez, y en esta ocasión, en una cama espartana, desde la que a veces le obligaban a ver los partidos del Barça. El cuarto, como la casa entera, estaba lleno de música; eso es lo que verdaderamente le importaba, su música, la que escribió él y la que recogió en los remotos montes africanos, un antropólogo minucioso del producto sutil de la memoria silenciosa de esta gente.
Por la música hizo un viaje, él, que no quería moverse de su aposento humilde en la calle de Campoamor de Tánger. Fue a Madrid, donde sus editores le prometieron un concierto que incluyera la música de su creación; vino con su gran amigo Abdelouahid Boulaich, y lo hizo también con un propósito: curarse. Tenía problemas óseos, y asimismo el tiempo le había dañado los ojos; le acompañamos al Doce de Octubre, y en ese hospital vio sucesivamente a los doctores José Toledo y Alberto Portera; los enfermeros le llevaron en volandas de un sitio a otro de la clínica.
Él preguntaba, desde la edad ya octogenaria y desganada desde la que ya parece que nunca más van a hacerse preguntas: "¿Me curarán aquí?". El doctor Portera le animó, con esa campechanía con que los médicos son capaces de revivir la esperanza del que ya dice adiós.
Había algunas memorias madrileñas, como la de su gran amigo Emilio Sanz de Soto, que le ataban al optimismo de seguir existiendo y, aunque se manifestaba descreído y ausente, siempre tenía ganas de seguir, porque en el fondo de su recuerdo estaban la música y los amigos. En Tánger tenía, decía él, la residencia, pero la verdadera residencia era el cuerpo, y éste ya estaba absolutamente astillado.
Esto ocurrió hace cinco años; los que acompañaban a Bowles creían estar acompañando a un anciano, y su pesimismo era tal que parecía que en cualquier momento se iba a deshacer aquel hombre que parecía un pájaro y además caminaba y comía como un pájaro débil. Pero cuando nos dimos cuenta de que Paul Bowles no era un anciano, sino un niño, fue cuando el doctor Portera le dejó, al fin, solo en el ascensor que debía conducirle, absolutamente solo, a la planta de las pruebas. Entonces, Paul Bowles, el melancólico bohemio, el hombre que encontró en el sur del mundo la venda para las heridas del hastío del norte, nos miró a todos con la mirada desamparada e implorante del niño que no sabe de qué se despide, y ese gesto de Bowles es el que nos hizo abrazarle para siempre.
MALDITOS, HETERODOXOS Y ALUCINADOS.
PAUL BOWLES, UN PRECURSOR DE LA GENERACIÓN 'BEAT'. (LXIX)
JAVIER MEMBA
SEPTIEMBRE DE 2002/ELMUNDOLIBRO
Aunque entre los méritos de Paul Bowles incluidos en las solapas de sus traducciones españolas destacan las bandas sonoras que compusiera para una treintena de producciones cinematográficas y teatrales, el hecho es que Bowles entró en el parnaso fílmico de la mano de Bernardo Bertolucci.
SOMMERVILLE IN TANGIER, JULY 1961
Más aún, gracias a la celebrada adaptación de "El cielo protector" dirigida por el realizador italiano en 1990, la bibliografía de Bowles, ya en el otoño de sus días, fue descubierta con interés por el común de los lectores. Sin embargo, entre esas minorías que le veneraron desde sus primeras publicaciones, se encontraba la plana mayor de la generación "beat", que fue a reconocer en él a uno de sus precursores.
Nacido en Long Island (Nueva York) el 10 de diciembre de 1910, ya en sus primeras creaciones musicales y literarias, Bowles mostró un inequívoco interés por la experimentación. Instalado en París, publica sus primeros textos en la revista "Transition" a finales de los años 30. A comienzos de la siguiente década, compone "The Wind Remains", pieza musical basada en un texto de Federico García Lorca. Pero sus ambiciones experimentales siguen sin encontrar satisfacción. Al igual que les ocurriera a los surrealistas con anterioridad, es la cultura occidental en sí lo que agobia a nuestro autor. Consciente de ello, inicia un exilio voluntario que le llevará a los rincones más distantes de la tradición cultural que le es propia.
Marruecos será el primer lugar que le ofrezca el primitivismo y la naturalidad que busca. Al país norteafricano dedicará las novelas y relatos que le procuraran el prestigio entre toda la heterodoxia cultural occidental. La ya citada "El cielo protector", donde da cuenta de la experiencia en el Sahara de unos viajeros norteamericanos, que de alguna manera le tocan muy de cerca, aparece en 1949. A ésta le seguirá "The Delicate Prey" (1950) su primera colección de cuentos. En toda su producción de inspiración africana, la experimentación lleva a Bowles de las formas policiacas a la existencialistas. Sus personajes suelen ser viajeros sin posibilidad de regreso que se pierden en laberintos que representan su obsesiones.
Favorito de William Burroughs, el autor de "Yonqui" se instala en Tánger -además de por las posibilidades que tiene allí para fumar hachís- porque Bowles -también fumador empedernido de dicha sustancia- reside en la ciudad marroquí. Será Burroughs quien presente a Bowles a Peter Orlovsky, Allen Ginsberg, Alan Ansen e Ian Summerville. Todos ellos rinden tributo a Bowles en Villa Mouneira, residencia en Tánger de Burroughs. Una de las imágenes más difundidas de la generación "beat" es la que les muestra junto a Bowles en el jardín de aquella casa.
Mientras sus rendidos acólitos se convierten en los autores favoritos de la juventud rebelde, Bowles alcanza una de sus cotas más altas en "Cabezas verdes, manos azules", diario publicado en 1963. Por esas mismas fechas recoge los cuentos populares marroquíes que le refiere Mohammed Mrabet en Hundred Camels in the Courtyard (1963). Ya en 1964, publica "A Life Full of Holes", escrita en colaboración con otro autor magrebí, Driss Ben Hamed Charhadi. En opinión de la crítica especializada, el interés de Bowles por África se ha convertido en "una investigación antropológica de las raíces y la cultura del desierto". No obstante lo cual, la siguiente novela del escritor -"Up Above the World" (1967)- está ambientada en Latinoamérica.
Tras una nueva recopilación de cuentos africanos, "M’Hashish" (1969), Paul Bowles da a la estampa su autobiografía en 1972 con el título de "Déjala que caiga". Entre sus últimas publicaciones destacan los relatos reunidos en "El tiempo de la amistad" (1979). La muerte le sorprendió en 1999 en el Tánger que tanto amó.
BOWLES, PAUL - MEKTOUB
ALGO QUE YA NO VAMOS A HACER
GONZALO CURBELO
Cuando Bowles escribe "una roca", uno no ve simplemente los signos tipográficos que significan "roca", uno puede ver esa roca, y cuando Bowles escribe "una duna", uno puede sentir el suave azote de los granos de arena sobre la cara y el delgado susurro del viento sobre la misma.
Paul Bowles murió, circunstancia bastante previsible para un hombre de 89 años que nunca se preocupó demasiado por su salud y que en ocasiones pareció no demostrar ningún interés por la vida. Durante sus últimos años había desesperado a su servidumbre y amigos marroquíes al negarse, al igual que Onetti, a levantarse de la cama, actitud que para los árabes significa haber perdido el deseo de vivir y haberse entregado a la muerte.
Pero sin embargo había sobrevivido a muchísimas enfermedades, incluyendo la reciente extirpación de un cáncer, y a la gran mayoría de los escritores y artistas que lo visitaron a lo largo de los años en su auto-exilio en Tánger, artistas atraídos por el misterio de una ciudad que había conseguido atrapar definitivamente al mejor de todos ellos. William Burroughs, Brion Gysin, Truman Capote, Allen Ginsberg, Francis Bacon, Jack Kerouac, John Cage fueron dejando este mundo junto al siglo, dejando tras de sí el legado del arte más auténtico y lúcido que se haya realizado en la segunda mitad del mismo. Parecería que Bowles no quiso cometer la descortesía de comenzar el nuevo siglo sin sus amigos.
Repasar la bibliografía de alguien que fue definido por el músico Ned Rorem como "uno de los grandes europeos de antaño (Leonardo, Cocteau, Nöel Coward), un doctor de medicina general de primer orden", es algo recomendable pero a la vez inútil. Basta con abrir al azar cualquier libro de relatos (y si el azar elige una página de Delicada presa, mejor que mejor) para confirmar que Bowles no tenía competencia en cuanto a escritura se refiere. Ni con la mejor voluntad ni con el ego estimulado por los más potentes alcaloides uno puede aventurar una forma más exacta de escribir cualquiera de sus páginas, sustentadas por una prosa tan perfecta que sobrevive a cualquier traducción y en la que el narrador aparentemente ha desaparecido.
Digo aparentemente porque cuando Bowles escribe "una roca", uno no ve simplemente los signos tipográficos que significan "roca", uno puede ver esa roca, y cuando Bowles escribe "una duna", uno puede sentir el suave azote de los granos de arena sobre la cara y el delgado susurro del viento sobre la misma. Hay que poner muchísimo de sí mismo para darle tanta vida a la escritura, mucho más que los interminables vericuetos de introversión que generalmente se confunden con escritura poética y que generalmente sólo son el ombiliguismo típico de generaciones incapaces de ver algo más que su propia cara.
Pero la impresión de impasibilidad de Bowles es cierta. Su obra parece estar regida por la filosofía árabe de "Mektoub" ("Está escrito") y por un sereno fatalismo de corte oriental. Pero, más allá del amor de Bowles por lo árabe, su reticencia también puede ser interpretada como simple timidez o buena educación. Sin embargo, y al igual que las acusaciones de "frío" recibidas por Borges pierden toda validez al leer 'Two English Poems' o 'El oro de los tigres', esa impresión general de Bowles como un hombre sin emociones se desmorona al leer el final de Port en El cielo protector o la elegía compuesta a la muerte de su esposa Jane, Próximo a la nada, un poema de alguien que nunca reinvindicó credenciales de poeta y que contiene todo el dolor que puede contener el idioma inglés, o una persona.
Mientras escribo esto, en la compactera de mi computadora está sonando Baptism of Solitude, disco de lecturas que Bowles grabara con el acompañamiento sonoro de Bill Laswell y que el escritor (el músico) no quería hacer en un principio por considerar a su voz "sin interés". La voz cascada y atonal dice "Piropos, you said, el aire les hace piropos" mientras Bill Laswell apenas cubre el fondo con una cortina de sonidos misteriosos. Bowles no enfatiza ningún verso, ni siquiera los más dolorosos, y el único quiebre en su voz parece deberse más a una mala respiración que a una intención de comunicar un sentimiento. Pero todas las palabras se entienden, claras y definitivas. Tal vez podría estar mejor leído, con más pasión, pero también podría estar escuchando otra cosa; "tú misma tienes la culpa de lo que hiciste conmigo".
Recuerdo la primera vez que leí en mi adolescencia a Paul Bowles; tenía la vaga idea de que era un viejo maricón que vivía en Arabia y era amigo de William Burroughs. No me interesaron en absoluto esos episodios distantes en los que no parecía pasar nada o en dónde lo que pasaba no parecía importarle al narrador. Diez años después tuve que reseñar una antología de cuentos de Bowles y mientras lo leía descubrí, además de esa prosa tan afilada como una cimitarra, que no estaba leyendo el libro de un viajero deslumbrado por el exotismo de Marruecos sino a alguien que escribía sobre desiertos, fueran en Marruecos o en Cold Point, o en Montevideo, a juzgar por lo que yo había aprendido en los años desde que había intentado leerlo infructuosamente por primera vez.
Recuerdo también fantasear con la idea de viajar algún día a Tánger, fumar algo de kif, tomar el té en el Sahara e intentar hacerle una visita a quién me parecía el mayor escritor viviente. Sería (en el caso de conseguirla) una visita muy breve; es sabido que Bowles estaba bastante podrido de que cada aspirante a escritor que pasaba por Marruecos fuese a sacarse una foto junto a él, y sería sólo para decirle "hola, señor Bowles, valió la pena hacerse periodista sólo para ser obligado a leer uno de sus libros". Bueno, nena, eso es algo que ya no vamos a hacer.
EL ÚLTIMO ADIÓS A PAUL BOWLES
LOS RESTOS DEL NOVELISTA SERÁN TRASLADADOS A NUEVA YORK, DONDE REPOSARAN JUNTO A SUS PADRES
JUAN CRUZ
EL PAIS/CULTURA – NOVIEMBRE -1999
Paul Bowles, que murió el pasado jueves, un mes antes de cumplir los 89 años, en Tánger, será incinerado en Nueva York, junto a sus padres; su cuerpo, que ahora reposa en el tanatorio del Hospital Duque de Tovar de la ciudad marroquí, será trasladado allí en los próximos días.Paul Bowles le dijo un día, hace meses, a su gran amigo Abdelouahid Boulaich, que trabajó con él durante treinta años: "Si me muero, que me entierren en el cementerio de los animales". El cementerio de los animales está, en Tánger, cerca del cementerio español; era un lugar al que iba casi cada tarde, paseando, el viejo Bowles. Hace años explicó en Madrid: "Quiero que me quemen; quedarse en la tierra desata una estupidez sentimentaloide. Cuando uno no está, desaparece, y las cenizas son mejor que el cuerpo".
JUAN CRUZ, ANTE UN RETRATO DE TRUMAN CAPOTE
(GORKA LEJARCEGI / EL PAÍS)
Hace mes y medio, Bowles le dijo a Abdelouahid que no había cambiado de opinión con respecto al destino de su cuerpo, pero quería hacer una precisión para el futuro: cuando muriera, sus cenizas deberían reposar junto a sus padres, cerca de Nueva York. Mientras tanto, la casa en la que vivía en penumbra está precintada.
Cada amigo tenía su sitio en la vida de Bowles; al final de su vida estuvo con él Rodrigo Rey Rosa, escritor guatemalteco y uno de los grandes divulgadores de la obra de Bowles. El lunes decía Rey Rosa: "Se me ha muerto un amigo irreemplazable". Estaba también Claude Thomas, su traductora al francés, y estaba por llegar estos días una gran amiga austriaca, que era la que proveía a Paul de las chucherías que siempre tenía a mano: unas chocolatinas rellenas de licor de las que ahora hay inutilizadas muchísimas en la nevera.
Y quienes estaban al borde de su cama, cuando estaba a punto de expirar en Tánger, fueron dos asistentes suyos, Suhad, que cuidaba de la casa, y el citado Abdelouahid, que desde hace 30 años cuidaba de él. Como nos contó Rey Rosa, Bowles tuvo momentos de lucidez alternados con largos instantes de sueño, y en uno de sus momentos de brillantez mental y emocional agarró con sus manos a cada uno de sus asistentes, a los que dijo sonriendo: "Ustedes son los verdaderos amigos de la familia".
A Abdelouahid le gustaba recordar a Bowles así, sonriendo y diciendo breves cosas amables; en realidad, así era este escéptico que vivió en el Tánger de la luz y luego en el Tánger de las sombras. En los últimos años a Bowles le había vuelto la pasión por la música, y su asistente, que fue también su gran amigo, lo recuerda en todo momento tarareando y acompañándose con los dedos, que hacía sonar como en sueños, y en esos instantes, entre la lucidez y la duermevela, también daba la impresión de hacer sonar con los dedos alguna melodía melancólica.
Era un hombre elegante; y esa necesidad de la pulcritud que exhibía la llevó hasta el hospital; en realidad, como recuerda Rey Rosa, no tuvo al final de su vida demasiados problemas graves de salud, así que su ingreso en el hospital, por una afección de orina, parecía tener el carácter de una rutina que luego se fue complicando. Dispuesto al regreso, quiso que el hijo de Abdelouahid, que es barbero, acudiera a afeitarle todos los días; y así, afeitado y brillante, falleció el jueves último.
Es el último de Tánger. La mitología de la ciudad acaba con la muerte de Bowles, y si uno percibe el ambiente es claro que este personaje cierra una etapa de la ciudad africana más literaria. Pero cuando uno oye hablar a Boulaich siente que esa pérdida tiene contornos humanos más perdurables aún que la mitología literaria. "Cuando cerraron la casa y me fui sentí en mi alma que no podía reprimir el llanto". ¿Qué aprendió de Bowles? Boulaich hace un recuento: "Me enseñó a perdonar, a pensar que nadie es mejor que otro, a que no puedes mentir: hay que decir sólo lo que has visto, no puedes decir nada que tú mismo no hayas comprobado, sobre todo si hablas de otras personas. Era un hombre que jamás ordenaba nada: te decía, quizá podríamos hacer esto..., y te dejaba a ti tomar la decisión".
Un día fue a verle una joven, que le besó en las mejillas, y él le devolvió el beso. Ella dijo: "Los mejores besos los da Paul". Y Bowles, tímido siempre, lejano y silencioso, se puso rojo como un adolescente. En esta ciudad literaria, todo parece estar tan en silencio como Bowles cuando oscurecía.
SU CASA DE TÁNGER ERA SITIO PREDILECTO DE ESCRITORES COMO WILLIAM BURROUGHS, ALLEN GINSBERG, JACK KEROUAC O TRUMAN CAPOTE.
PAUL BOWLES, ESCRITOR NÓMADA
FUENTE: LAPRENSAHN JUNIO 2007
ENTERTAINMENT WEEKLY - PAUL BOWLES
Pedalearon lentamente por la larga calle en dirección de la grieta que se abría en la baja cadena montañosa, al sur de la ciudad. Donde terminaban las casas empezaba la llanura, a cada lado, como un mar de piedras. El aire era frío, el viento seco del atardecer soplaba en contra. La bicicleta de Port chirriaba un poco. Iban callados, Kit un poco más adelante. Atrás, a la distancia, alguien tocaba el clarín, una firme, brillante lámina de sonido en el aire. Aun en ese momento, a una media hora del ocaso, el sol ardía. Llegaron a una aldea, la atravesaron. Los perros ladraban frenéticamente, las mujeres se apartaban, tapándose la boca. Sólo los niños se quedaron donde estaban, paralizados de sorpresa. Después de la aldea, el camino empezaba a subir. Notaban la pendiente en el pedaleo: a la vista, el terreno parecía llano. Kit se cansó en seguida. Se detuvieron, miraron hacia atrás la llanura aparentemente chata hasta Boussif, muestrario de bloques marrones al pie de las montañas. La brisa soplaba con más fuerza.
— Jamás habrás respirado aire tan fresco —dijo Port.
— Es maravilloso —dijo Kit. Estaba pensativa, de buen talante, y no tenía ganas de hablar.
— ¿Tratamos de cruzar el paso por allá?
— Dentro de un minuto. El tiempo de recobrar el aliento.
En seguida reanudaron el camino, pedaleando enérgicamente, los ojos puestos en la fisura que tenían delante. A medida que se acercaban, el desierto interminable era interrumpido de vez en cuando por agudas crestas rocosas que surgían en la superficie como espinazos de enormes peces que avanzaran todos en la misma dirección. El camino había sido abierto con dinamita en lo alto de la cadena y las piedras habían rodado a ambos lados de la grieta.
Dejaron las bicicletas a la vera del camino y comenzaron a trepar entre las enormes rocas. El sol desaparecía detrás del horizonte chato; el aire se había impregnado de rojo. Al dar la vuelta a una roca se encontraron de manos a boca con un hombre profundamente concentrado en la tarea de afeitarse el pubis con un largo cuchillo puntiagudo: tenía el albornoz recogido hasta el cuello, de modo que de los hombros para abajo estaba totalmente desnudo. Alzó los ojos, los miró pasar con indiferencia. Inmediatamente, volvió a agachar la cabeza para proseguir la cuidadosa operación.
Kit tomó la mano de Port. Treparon en silencio, felices de estar juntos.
- La puesta del sol es una hora tan triste —dijo ella de pronto.
- Cuando considero el final de un día, de cualquier día, siempre tengo la impresión de que es el final de toda una época. ¡Y el otoño! Podría ser el final de todo —dijo Port—. Por eso detesto los países fríos y me gustan los cálidos, donde no hay invierno, y cuando llega la noche sientes que la vida comienza en lugar de terminar. ¿No te parece?
- Sí. Pero no estoy segura de preferir los países cálidos. No sé. No estoy segura de que no sea un error escapar a la noche y al invierno y de que si lo haces no tengas que pagarlo de alguna manera.
- ¡Oh, Kit! Estás loca.
La ayudó a subir a un montículo bajo. El desierto se extendía a sus pies, mucho más abajo que la llanura de donde acababan de subir.
No contestó. La entristecía comprobar que, a pesar de tener tan a menudo las mismas reacciones, las mismas sensaciones, nunca llegaban a las mismas conclusiones, porque sus respectivas metas en la vida eran casi diametralmente opuestas. Se sentaron en las rocas, uno junto al otro, frente a la inmensidad. Kit enlazó su brazo al de Port y apoyó la cabeza en su hombro. Él miraba hacia adelante; después suspiró y, finalmente, sacudió lentamente la cabeza. Lugares como éstos, momentos como éste eran lo que Port más amaba en la vida; Kit lo sabía y sabía también que los amaba más si ella estaba presente para compartirlos. Y aunque tenía conciencia de que los verdaderos silencios y los espacios vacíos que conmovían el alma de Port la aterraban, él no podía soportar que se lo recordaran. Era como si en él hubiera la esperanza siempre renovada de que sería sensible como él a la soledad y la cercanía de las cosas infinitas. Se lo había dicho muchas veces: «Es tu única esperanza», y Kit nunca estaba segura de lo que quería decir. A veces pensaba que Port se refería a su propia esperanza, que únicamente si ella era capaz de llegar a ser como era él, él encontraría el camino de vuelta al amor, porque para Port amar significaba amarla a ella, a nadie más que a ella. ¡Y hacía tanto tiempo ya que había desaparecido el amor, toda posibilidad de amor! Pero, a pesar de estar dispuesta a llegar a ser lo que él quisiera, había algo que Kit no podía cambiar: el terror estaba siempre dentro de ella, dispuesto a asumir el mando. Era inútil pretender lo contrario. Y así como ella era incapaz de sacudirse el miedo de encima, él era incapaz de romper la jaula que había construido mucho tiempo atrás para salvarse del amor.
Kit le pellizcó el brazo:
— ¡Mira! —susurró. A unos pocos pasos, en lo alto de una roca, tan inmóvil que no lo habían advertido, estaba sentado un árabe venerable, las piernas encogidas debajo del cuerpo, los ojos cerrados. Al principio, a pesar de su postura erguida, les pareció que dormía, pues no daba muestras de percibir la presencia de ellos. Pero después vieron que movía imperceptiblemente los labios y comprendieron que estaba rezando.
De su Bibliografía:
El cielo protector, 1949; Déjala que caiga, 1952; La casa de la araña, 1955; Cabezas verdes, manos azules, 1963; El Diario de Tánger 1987-1989, 1991; Por encima del mundo, 1966; Delicada presa, 1950; El tiempo de la amistad, 1967; Relatos completos de Paul Bowles, 1979; Días y viajes, 1993; Muy lejos de casa, 1991; En contacto, 1994.
Una mirada terrenal:
Paul Bowles nació el 3 de diciembre de 1910 en Nueva York y falleció el 18 de noviembre de 1999 en Tánger, Marruecos. Fue poeta y compositor: sus poemas de juventud aparecieron en la revista Transition; creó tres obras orquestales y seis de cámara, decenas de pequeñas piezas para uno o dos pianos y doce partituras de películas. Escribió la música de Doctor Fausto, obra teatral montada por Orson Welles. El cielo protector (1949), se convirtió en un éxito de ventas y fue llevada al cine en 1991 por el director italiano Bernardo Bertolucci. En este cuarto número de mimalapalabra reproducimos parte del capítulo 13 de esa novela: un inesperado interludio de paz y concordia entre Kit y Port. Esta pareja se traslada a Tánger, pero su viaje no parece obedecer a los propósitos usuales de todo turista. Al parecer, el matrimonio de los Moresby no tiene futuro e ir de un sitio a otro es una especie de sustituto de la felicidad o una forma apenas eficaz de eludir el vacío.
PAUL BOWLES, ESCRITOR NÓMADA
"Estuve un tiempo en Tánger... donde conocí a gente interesantísima. Paul Bowles, por ejemplo. Solía recibir en su casa a las ocho de la noche, y acudía todo tipo de gente. Ofrecía té marroquí a todo el mundo, y solía tener puesta una música extraña, entre chinesca y vanguardista, compuesta por él. El ambiente de esa casa era único. La mayoría de las personas eran musulmanes que venían desde Damasco, Beirut o Marraquech y contaban sus experiencias. No se bebía alcohol ni se fumaba hachís. Pregunté por qué. Un marroquí me contestó que había que fumar quif, pero ‘no hachís, demasiada música en la cabeza’... todos fumábamos en pipa quif y contábamos historias...". [Fuente: El País]
La isla de Bowles
Comprar una isla en 1952 y refugiarse en ella durante años es no sólo una muestra del espíritu inconforme y trashumante de Paul Frederic Bowles: es un símbolo de su soledad, de la lejanía que cortejó durante toda su vida. Perdida en el mapa, Taprobane es el nombre de esa isla situada frente a las costas de Sri Lanka, "diminuta, con forma de cúpula y una extraña casa asentada en la cima, flanqueada de terrazas que se pierden bajo la sombra de árboles gigantescos", como la describió en un artículo de 1957. Nacido en Nueva York en 1910, Bowles es el epítome de la existencia nómada. Viajó mucho: de Estados Unidos a Francia, de Berlín al norte de África, a México y a Taprobane, adonde su esposa no deseaba ir, "estás loco si crees que me voy a mudar a ese sitio", le dijo cuando Paul le anunció que había comprado la isla.
"Era un sitio mejor de lo que había esperado, en la isla tomaban cuerpo los innumerables sueños y fantasías que había tenido desde niño… Volví a Europa cargado de visiones...".
El exiliado de Tánger
Al final de veinte años dedicados a la ocupación de vagabundo con privilegios, en 1947 Bowles se instaló en Tánger, Marruecos, con su esposa Jane. Su casa se convirtió en el ombligo del mundo para hordas de escritores viajeros que buscaban en Tánger la pureza del aire y de las costumbres, un nuevo cielo y un nuevo mar, una vuelta al paraíso en una ciudad que parecía alejada de todo. Su incesante apetito de nuevos paisajes y experiencias sólo es igualado por su deseo de explorar múltiples formas artísticas. Fue narrador de una pureza estilística excepcional: El cielo protector, su primera novela publicada en 1949, es de un ejemplar rigor descriptivo: dos o tres párrafos bastan para darnos un paisaje y el asombro provocado por ese paisaje en los dos protagonistas, Kit y Port Moresby, vagabundos perdidos en Marruecos, condenados a ser extranjeros en todas partes.
"Tánger aún puede fascinar a quien se tome el tiempo de conocer a su gente… Sigue siendo una pequeña ciudad porque uno no puede recorrer una calle completa sin encontrarse con amigos ni detenerse a charlar. Lo que empieza siendo un paseo de diez minutos se convierte en una caminata de una hora", escribió.
PAUL BOWLES MUERE, A LOS 89 AÑOS, BAJO «EL CIELO PROTECTOR» DE TÁNGER
EL ESCRITOR, SEGÚN LOS MÉDICOS, «ESTABA HARTO DE LA VIDA, SIN GANAS DE LUCHAR» - SU ÚLTIMO DESEO FUE SER INCINERADO Y VIAJAR DE VUELTA A NUEVA YORK PARA DESCANSAR JUNTO A SUS PADRES Y ABUELOS
JAVIER ESPINOSA
NOVIEMBRE 1999/CULTURA/ENVIADO ESPECIAL ELMUNDO
TANGER.- Después de la opulenta fiesta de cumpleaños de Malcom Forbes de 1989 en su palacio tangerino de Mendubia, en la que se gastó la módica suma de 2,5 millones de dólares (casi 400 millones de pesetas), la muerte ayer del escritor Paul Bowles constituye el epílogo de la mítica etapa en la que la ciudad marroquí se convirtió en la meca de escritores, artistas y bohemios de toda clase.
Bowles, de 89 años de edad -habría cumplido 90, el próximo 31 de diciembre-, se quedó a un paso de entrar en el nuevo milenio. El autor norteamericano falleció a consecuencia de un infarto en el Hospital Italiano de Tánger, donde fue ingresado el pasado día 7. «Por la mañana se había tomado su café con leche e incluso me saludó. Se había aprendido mi nombre. Sor Clemente, decía», explicó a este diario la simpática directora de la clínica. Horas antes, el doctor Thami Alui presagiaba ya el desenlace. «Tiene el corazón y los pulmones acabados».
El autor de obras como El cielo protector o La casa de la araña, ya no tenía ganas de seguir luchando. «Estaba harto, cansado de la vida», comentaba el médico.
«Bowles se había abandonado físicamente. Ya no tenía otra cosa que esperar que la muerte en Tánger. Se había rendido, había sido vencido por la vida», advertía su amigo, Mohamed Choukri, autor literario al que el novelista norteamericano tradujo varias de sus obras.
El escritor había sido admitido entre el 30 de octubre y el 3 de noviembre en la Caja Nacional de la Seguridad Social. «Tenía una mezcla de todo, desde insuficiencia respiratoria o cardiaca, a complicaciones con la próstata y hasta momentos en los que perdía por completo la lucidez», aclaró el doctor Thami Alui, de la clínica italiana.
En realidad, Bowles sufría de un viejo cáncer de piel -tuvo que operarse en Atlanta (EEUU) en 1994- que lo obligó a recluirse en su domicilio tangerino, donde permanecía prácticamente aislado. «Hoy Bowles es alérgico al sol, él que adoraba el sol del desierto y los climas ecuatoriales. Vive cerca de playas muy bellas pero no se baña desde hace años. Su enfermedad le ha privado de todo lo que amaba», escribía ya en 1996 el citado Choukri en su libro Paul Bowles, el recluso de Tánger.
En su domicilio de la medina antigua, sin teléfono ni fax, últimamente el escritor «parecía un espectro. Se había escondido en casa y no mantenía contacto casi con nadie», afirmó otro periodista marroquí que le conocía.
Pese a su larga estancia en la ciudad marroquí, Bowles siempre se sintió un extranjero y quizá por ello su último deseo fue que su cadáver se trasladase al cementerio de Lakemont, en Nueva York. «Allí descansan sus padres y sus abuelos. El me lo pidió: quería ser incinerado y viajar de vuelta a Nueva York. El problema es que la incineración no está permitida en Marruecos. No sabemos si lo llevaremos primero a España», declaró Karim Benzakour, amigo del artista y una de las tres personas que lo asistieron en sus últimos instantes.
«Vida de ensueño»
«Disfrutó de una vida de ensueño. Yo me habría muerto feliz hoy mismo si hubiera vivido como él», sentencia con cierta melancolía el galeno Thami Ali.
Cuando el escritor se estableció en Tánger en 1947, la ciudad era ya una boyante capital bajo administración internacional que había sido motivo de inspiración para artistas como Henri Matisse o el escritor Mark Twain, quien realmente inauguró en 1867 la tradición literaria de la localidad, que después confirmarían Bowles y sus amigos.
Tras el éxito que cosechó con El cielo protector (1947) su pequeño apartamento en las afueras de la metrópoli marroquí se transformó en una parada obligatoria para toda la generación beat con Willian Burroughs y Jack Kerouac a la cabeza.
El declive del autor, cuya obra está publicada en España por la editorial Alfaguara, comenzó casi a la par que la enfermedad cerebral de Jane, su mujer, que falleció en 1973 en Málaga. El mismo reconocía que tras la muerte de Jane su obra creativa se hundió en la mediocridad.
PAUL BOWLES EN GRANDES ESCRITORES
POR GABRIEL TIBBA
Fuente: Film&Arts
Magnética, melancólica, desconcertante, "El cielo protector" se erige con firmeza como una de las mejores novelas de la literatura mundial del siglo XX. Publicada originalmente en 1949, esta historia de una pareja norteamericana que visita el norte de África fue llevada al cine en 1991 por Bernardo Bertolucci, con Debra Winger y John Malkovich en los roles centrales. Elogiada por la crítica, la película tuvo el mérito de revitalizar inesperadamente la figura del extraordinario artífice de la novela: Paul Bowles.
Nacido en Nueva York en 1910, Paul Bowles fue un auténtico viajero, un “exiliado voluntario”, un bohemio hastiado de Estados Unidos que eligió deambular por los cincos continentes para respirar aires renovadores, para alimentarse del ímpetu de otras culturas y civilizaciones. Casado con la escritora Jane Auer, Bowles se convirtió en amigo (y pluma inspiradora) de los beatniks William Burroughs, Jack Kerouac, Allan Ginsberg y muchos otros notables autores que brillaron a partir de la década del '50.
En su juventud vivió de la música, componiendo partituras para películas y puestas teatrales. Publicó sus textos iniciales en la revista parisina Transition a finales de los años '30 y paulatinamente fue encaminando su devoción literaria. "El cielo protector", su primera novela, resultó un éxito editorial que le permitió consagrarse de lleno a la escritura. En 1952 decidió instalarse definitivamente en Tánger, Marruecos, donde produjo sus obras más importantes, entre ellas las novelas "Déjala que caiga" y "La casa de la araña", los libros de relatos "Delicada presa" y "El tiempo de la amistad", así como el diario "Cabezas verdes, manos azules".
Océanos de sol, humedad, soledades, sexo, anécdotas exóticas, el paisaje proyectado en la biografía. Con un estilo signado por la continua experimentación, Bowles combina la confesión existencialista con un exquisito rastreo antropológico, el dolor por la desintegración del hombre moderno con la sorpresa por los hallazgos que aún albergan las tierras desconocidas.
Bowles falleció en 1999. Film&Arts emite este mes un revelador documental que tiene como eje una entrevista con el autor, acompañada de imágenes que recorren su derrotero por Marruecos para registrar los lugares, climas y personajes que marcaron su obra.
EL NOVELISTA PAUL BOWLES
RICARDO GULLÓN
FUENTE: BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES
Entre los jóvenes escritores de Estados Unidos es Paul Bowles uno de los más brillantes; uno de los más capaces de someter los materiales a elaboración artística, sin hacerles perder su primitiva fuerza. Ha publicado, hasta ahora, dos volúmenes de narraciones y una novela. Escribió música y viajó largo tiempo por su país y fuera de él. Es un espíritu curioso y apasionado cuya carrera vale la pena de observar. Ha traducido a Sartre y -no hace mucho- a Ramón Gómez de la Serna. En la actualidad vive en el barrio árabe de Tánger y alguna vez se acerca a España.
Paul Bowles sitúa su novela y la mayoría de sus «short stories» en ambientes «exóticos», entre indios de Hispanoamérica o árabes de África del Norte, cediendo a la necesidad de explicar por el cambio de medio el cambio de actitud. Contra el pintoresquismo fácil de un Somerset Maugham, su propósito consiste, por un lado, en conseguir más profundo conocimiento del hombre, sorprendiéndolo en los momentos emocionales más fértiles, en los menos frenados por las cautelas y los hábitos niveladores de la vida americana. De otra parte, el desarraigo implica la busca de un refugio.
La tendencia escapista del escritor norteamericano se acentúa hoy por la necesidad de encontrar un espacio libre de los convencionalismos y tabús que en su tierra le ahogan. Bowles analiza brillantemente esa tendencia en El cielo protector, su primera y hasta ahora única novela. Hay una brasa de desesperación en el afán de buscar refugio en lo lejano, en lo distinto, mas contra lo que parece, entre quienes buscan quizá exista una ilusión, una esperanza, ausente entre los que permanecen. Kierkegaard habló, me parece, de la desesperación que desconociéndose se disfraza con fútiles máscaras.
Un personaje de Bowles explica las causas del alejamiento de los Estados y el temor de que pronto los habitantes de las comarcas vivideras «decidirán que ellos necesitan que su país sea una parte del monstruoso mundo de hoy» y empezarán a sentir síntomas de la enfermedad mortal: «a vivir en función del tiempo y el dinero, y a pensar en función de la sociedad y el progreso».
En el exotismo buscan una posibilidad de vivir fuera de conceptos que en último término conducen al aniquilamiento de los valores más puros; la conexión con gentes de vida lenta, aparte todavía, tiende a lograr el sentimiento de adscripción a un mundo fuera del tiempo, a saberse lejos de las dramáticas urgencias destructoras. El conflicto entre la naturaleza humana, necesitada de libertad, y la organización del mundo «en función del tiempo y el dinero» exige una decisión liberadora, tal vez posible ya por poco tiempo, pues el planeta tiende a unificarse, a regularse por la sumisión a una ley uniformadora. No sería temerario calificar de romántica la desesperada tentativa de evadirse, siquiera por corto período, a esa dura ley, para vivir con intensa desnudez el drama del alma humana en su antiguo escenario de libertad.
Como tantos otros personajes de la joven novelística americana, los protagonistas de El cielo protector acaban mal. No con siguen integrarse ni en la sociedad de donde salen ni en la buscada por ellos. Port muere cuando su fracaso es palpable; él y Kit deambulan angustiosamente por el escenario más adecuado, por un Sáhara que representa el vacío en donde sus almas flotan en busca de algo nunca encontrado: la comunicación con otros hombres, una finalidad para la vida. Y no pueden hallarla porque ni siquiera creen en ella.
El desierto, paisaje ciego y silencioso, es su mundo: mundo de soledad y silencio, mundo de la nada. El cielo, coraza y defensa contra la invasión de un nihilismo que amenaza con anegar la tierra. La muerte de Port es un incidente al margen. Y la vida de Kit sólo empieza a tener sentido en la servidumbre, desde que sintiéndose objeto, propiedad de otro, se reconoce en los ojos del dueño, y aun en el odio de las demás mujeres, como parte de sus destinos. Se ha roto la incomunicación, y por eso el retorno a la libertad, a la civilización, significa volver a la nada, a la angustia existencial. Prefiere la esclavitud a la angustia.
La sangre y el dolor están presentes en las mejores páginas de Bowles. En su novela, la última parte es superior, quizá porque descubre el duro remedio de la falacia precedente, del simulacro de vida que corroe las almas en su raíz, o al menos las infecta con virus indominable. Esa parte final de El cielo protector y algunos relatos alcanzan intenso patetismo, más sobrecogedor por estar logrado con objetividad. Así, La presa exquisita o Bajo el cielo, con su línea sobria y la densa concentración del material, son narraciones impresionantes, difíciles de olvidar.
En ellas, como en casi toda la obra de Paul Bowles, hay una violencia latente, la presión amarga de la naturaleza humana en sus manifestaciones más desenfrenadas. En Paso Rojo, Chalía vence al tedio consintiendo que la crueldad, hasta entonces oculta, tome posesión de su ser. Tanto como el despecho y la frustración de su deseo la incita a ser cruel una oscura pasión. La violencia resplandece en estos libros, y las causas inmediatas de ella -codicia, venganza- no son sino ocasiones para que la crueldad se manifieste en pleno fulgor.
En el mundo de la violencia las almas van secretamente intoxicándose hasta el revelador acto postrero (quizá prefigurado en un sueño, como en Mil días a Mokhtar, o quizá suscitado por la necesidad de parecerse a los demás, como en El cuarto día desde Tenerife; el joven grumete de este cuento no es aceptado por los compañeros hasta que por ser cruel les parece viril). Mientras en unos la violencia es un estado natural, ley de acero establecida por el destino, en otros parece una fatalidad, tributo exigida por ese mismo destino.
Ciertas preocupaciones del autor pasaron a la novela y encarnaron en los personajes. Y en los de algunos cuentos, pues el espantado pastor de Tacaté se identifica con Bowles cuando se consuela de la incomprensión de sus fieles pensando que «el aislamiento sólo existe en la conciencia de cada hombre, pues objetivamente éste es siempre una parte de algo». La incomunicabilidad, la sensación de estar rodeado por fuerzas hostiles, incomprensibles y reacias a comprender, lleva a la violencia o a la fuga. La violencia es también una fuga en lo ciego del impulso, una repulsa que establece como definitiva e insalvable la diferencia entre una y los demás, convirtiéndolos en pretextos para el desarrollo de una pasión: el otro no es ya un semejante, sino algo cuya esencia se niega para ocultar la sensación de inquietud o de miedo producida por la manifestación de su diferencia.
El héroe de otro relato apunta en su agenda la siguiente «receta para resolver la impresión de horror producida por una cosa: fijar la atención sobre la situación o el objeto dado para que sus varios elementos, todos familiares, se reagrupen por sí mismos. El espanto nunca es más que una reacción frente a lo desacostumbrado». Y esta reflexión ayuda a comprender el arte de Bowles, que no se encamina a destacar los elementos extraños de una situación, sino a ordenarlos en su forma menos inhabitual. En él es importante el análisis de los sentimientos y las pasiones. Extrae la significación profunda de lo narrado, buscando su trascendencia. Y si alguna vez, como en Mil días a Mokhtar, la ironía subraya esa significación, nunca, por el contrario una apostilla sentimental viene a desvirtuar la pureza de estas creaciones.
Bowles maneja el material novelesco con íntimo conocimiento de sus calidades. Los elementos están seleccionados para servir a una expresión retenida que en sus mejores momentos logra trasladarlos a la escritura sin violentar su complejidad, ni -en otros supuestos- disimular su elementalidad. Tiene una visión crítica de los problemas de la novela y su presentación de los hechos se realiza siguiendo técnicas complementarias mostrándolos según los percibe una conciencia y hasta donde ella los percibe o refiriéndolos de modo impersonal, sin insistencia, en forma que sean los acontecimientos mismos, narrados con escueta objetividad, quienes dejen ver el contenido de las almas. Cuando describe, su mirada recoge la realidad tal cual es, sin comentarla ni explicarla, dejando que los hechos instruyan al lector; la escena está vista desde fuera y transcrita con sabia intuición de las perspectivas adecuadas. El arte de Bowles es un arte mayor de edad.
PAUL BOWLES, EXPATRIADO
NUEVO TRATAMIENTO DE VIEJAS ANGUSTIAS
LISANDRO OTERO-LA HABANA
LA REVISTA DIGITAL DE CULTURA CUBANA/SECCION LA OPINIÓN
Y PRESIDENTE DE LA ACADEMIA CUBANA DE LA LENGUA
Tras la Primera Guerra Mundial muchos intelectuales norteamericanos se radicaron en Europa. Los dos ejemplos más notables son los de Ernest Hemingway y F. Scott Fitzgerald. Pero antes se habían alejado Ezra Pound y Gertrude Stein, y antes aún. Henry James y T.S.Eliot. Después se desarraigaron otros como Richard Wright. El universo de los expatriados no solamente fue el dominio de los escritores de habla inglesa. En América Latina hemos tenido una larga tradición ―que va desde Rubén Darío a Alejo Carpentier―, quienes han vivido fuera de su tierra de nacimiento por largos períodos.
Paul Bowles se estableció en Tánger en 1947 después de haber vivido un largo período en México y Ceilán. Allí le fueron a visitar con frecuencia, sus discípulos Allen Gingsberg y William Burroughs. Otros que también le frecuentaban eran Truman Capote y Tennessee Williams. La afición a las drogas y al “amor que no osa decir su nombre”, como lo definía Oscar Wilde, estaba en el origen de esa afinidad.
Ese fue el tiempo de los iconoclastas William Burroughs, Jack Kerouac, Gregory Corso, Gingsberg y Ferlingheti. La imaginación literaria dejó de ser, en EE.UU., el reino de la épica trepidante. Una nueva literatura del aislamiento y la soledad, de la incomunicación y las frustraciones surgió con Tennessee Williams, Carson McCullers y Truman Capote.
Quizás en la obra más conocida de Bowles, El cielo protector, se exprese su poética de manera integral. Esa narración ha sido catalogada por los críticos como una de las cien mejores novelas de la literatura inglesa en este siglo. Una pareja viaja por el desierto sin objetivo aparente, en busca de una libertad que le es negada en el arraigo. El viaje se convierte en una redención, es una huída de todos los yugos y convenciones. Mientras más se alejan de su punto de partida más honda es la exculpación, aunque ese periplo no tiene destino ni propósito. El marido muere de tifus pero la mujer continúa el deambular interminable.
En 1990 el director Bernardo Bertolucci realizó un excelente filme con esa obra y la actuación de John Malkovich y Debra Winger. En los personajes uno reconoce el tránsito inocente y desinhibido de los caracteres de El último tango en París, del mismo director.
Bowles estudió música con Aaron Copland, trabajó con Leonard Bernstein y compuso obras de cámara, óperas y música incidental para montajes teatrales de Orson Welles y piezas de Tennessee Williams. Fue, quizás, el último de los genios multifacéticos de carácter renacentista. Escribió la música incidental para treinta piezas teatrales y filmes.
También laboró como investigador del folklore magrebí para la Biblioteca del Congreso. Bowles se explicó a sí mismo diciendo que la música, su medio expresivo original, no le resultó suficiente para decir lo que quería y tuvo que recurrir a la literatura. Transcribió leyendas orales y tradujo textos antiguos del árabe magrebí al inglés. A quienes trataban de clasificarlo les dijo que no era un monstruo ni un santo y confesó no tener ideas políticas. No obstante, definió así el racismo y la xenofobia: “como te temo, te declaro inferior”.
Bowles se mantuvo extrañamente alejado de los centros culturales. Fue un caso único de un ermitaño que sobrevivió sin patrocinadores, en medio del aislamiento y la soledad. En la historia de la humanidad los grandes períodos de eclosión en la cultura se han debido al patrocinio de poderosas protecciones. Siempre han sido los príncipes, los gobiernos o los jerarcas religiosos quienes han impulsado la cultura. Durante muchos siglos las encomiendas de cardenales y arzobispos mantuvieron activos, pintando santos, martirios y adoraciones, a una legión de pintores y escultores.
Paul Bowles usó la violencia y los colapsos psicológicos como una manera de poner de relieve situaciones de extrema tensión y subrayar mejor la naturaleza de sus caracteres. Sus protagonistas a menudo chocan con el tradicionalismo y lo sacramental en su búsqueda de nuevas respuestas a viejas angustias. Verbalizó algunos de los horrores que plagan la condición humana lo cual le sitúa entre los autores de este siglo cuya obra debe ser tenida en cuenta por haber intentado descender a los abismos de la naturaleza del ser social.
EL EXISTENCIALISTA EXÓTICO
LUIS ANTONIO DE VILLENA
ARTICULO EXTRAIDO DE "EL MUNDO" – 19/NOV/1999
Quizá nadie haya definido tan certeramente a Paul Bowles -y al mito creado en torno a su figura y su mundo- como Norman Mailer en un libro conjunto sobre el escritor: «Paul Bowles abrió el mundo del rollo. Dio entrada al asesinato, a las drogas, al incesto, a la muerte de lo convencional, a la llamada de la orgía, al fin de la civilización...» Aunque podría tratarse de la descripción de un decadente del anterior fin de siglo, en la voz de Mailer sabemos que habla de la contracultura, del orbe beat, de la modernidad revolucionaria que tuvo su apogeo de masas en los primeros años 70, precisamente cuando Bowles volvió a ser recuperado, tras algunos años de olvido.
El escritor, fallecido ayer de un paro cardiaco, había nacido en Nueva York el 31 de diciembre de 1910 (quizá por eso Bowles solía decir que había nacido en 1911) Paul fue siempre un ávido lector y un gran aficionado a la música. Pero -además, cuando viajar aún era cambio y aventura- tuvo una intensa vocación de nómada que le llevó por todo el mundo. En 1927 acudió a la Universidad de Charlottesville, en Virginia, y se matriculó en varias especialidades -Francés e Historia de la Música, entre otras- pero no llegó a terminar ninguna.
Atraído por lo que -entonces- era aún París para la lost generation, en 1929, con 19 años, Bowles se embarca rumbo a Europa. Sus años europeos antes de la guerra -con sucesivos regresos a Estados Unidos- estarán marcados por la bohemia, el afán de experimentar y sus primeras composiciones musicales, de la mano de Aaron Copland. En París, trata a Gertrude Stein y a Natalie Barney, la famosa Amazona: dos lesbianas. Volverá a Nueva York, visitará Alemania, España, leerá a André Gide (su primera gran influencia literaria) y seguirá componiendo música. La primera partitura suya que conservamos es de 1931: Sonata para oboe y clarinete. Y su primera música para el cine, de 1933, en la película Bride of Samoa.
Pero quizá el hecho que marcaría esa vida excéntrica y bohemia, llena de amor por los raros, sería su conocimiento en 1937 de Jane Auer, una extraña chica de 20 años, con la que se casó un año después, tras de un viaje a México que -con el norte de Africa- es uno de los enclaves favoritos del escritor. La boda se haría para asombro de todos sus amigos, pues Jane -gran conocedora de la literatura francesa moderna, otra afición común- era lesbiana, y Paul (aunque había tenido algunas novias) fue considerado frígido por unos y homosexual por la mayoría. Paul y Jane Bowles compondrían una pareja mítica de la literatura norteamericana del exilio, hasta la muerte de ella en 1972, en un psiquiátrico de Málaga, tras años de depresiones y un ataque cerebral. Los años de la Segunda Guerra Mundial los pasaron, fundamentalmente, en Taxco y Cuernavaca -México- viajando también a Panamá y Costa Rica. Bowles le había escrito a Gertrude Stein, al principio de su relación matrimonial con Jane: «Estoy casado con una chica que odia la naturaleza, y aquí estamos rodeados de volcanes, terremotos y monos». Para algunos Jane fue el verdadero detonante de la fama excéntrica de Paul Bowles.
Aunque antes de la guerra había publicado poemas en revistas de vanguardia, el primer libro de Bowles (que ya casi ha dejado la música por la literatura) será la novela El cielo protector publicada en 1949, cuando ya la pareja Bowles llevaba un par de años instalada en Tánger -entonces ciudad de la libertad- y que sería ya, en adelante, y pese a los cambios políticos, el cuartel y emblema de nuestro hombre. Un Tánger moro y cosmopolita, excéntrico y vicioso, cuya imagen provenía de la preguerra, pero que Paul Bowles -en los finales años 40- proyectó hacia todos sus amigos norteamericanos: De Truman Capote a Tennessee Williams.
Trazar la idea central de El cielo protector (que tuvo gran éxito cuando se publicó, pero que tardó 20 años en volver a ser reeditada) puede darnos idea de lo que siempre será, por dentro, la literatura bowlesiana: tres norteamericanosse internan en el sur de Marruecos, hacia el desierto, pero a medida que surgen el desasosiego y los problemas, los protagonistas, dos hombres y una mujer -seducidos por la áspera vida local- no sólo no retroceden sino que siguen adelante, llamados por su propio abismo, sexual y crispado.
Bertolucci puso bellas imágenes al libro en su homónima película de 1990 (en la que aparece el propio Bowles sentado en un café de Tánger) pero acaso no puso la necesaria zozobra. Este existencialismo exotista marcará siempre -en los filos del abismo- la literatura, cautivadora y ambigua, de quien (incluso en el desierto) nunca dejó de vestirse como un caballero entallado. Con el éxito de El cielo protector -con el dinero de esa primera novela- Bowles se compró un Jaguar blanco con el que paseaba por Tánger a amigos y jóvenes musulmanes. Luego lo vendió, porque su vida no resultó siempre económicamente fácil. Al contrario, a menudo tuvo que traducir o dar cursos universitarios para poder hacer frente a sus gastos cotidianos.
La siguiente novela de Bowles -Déjala que caiga- es de 1952, y La casa de la araña, de 1955. Sin embargo son sus relatos cortos, recogidos en múltiples colecciones, desde 1950 a 1988, los que se consideran, habitualmente, lo mejor de su obra. Gore Vidal suele afirmar que Bowles es el mejor escritor norteamericano de relatos cortos. Un auténtico maestro en esa distancia. Cito algunos títulos, en traducción española: El tiempo de la amistad, Misa de Gallo o Palabras ingratas, que fue el último. Además Bowles publicó libros de viajes y una autobiografía -Memorias de un nómada, en 1972- narrando peripecias viajeras más que intimidad. No es, desde luego, el mejor de sus libros.
En 1981 reunió su poesía (1926-1977) en un tomito titulado "Next to nothing" (Cerca de nada). Al hablar de la plural obra de Bowles -exótica para los norteamericanos- no pueden dejarse de lado sus traducciones, especialmente las que hizo del árabe dialectal de los relatos orales de alguno de sus amigos marroquíes, como Mohammed Mrabet, entre ellas Amor por un puñado de pelos (1967) o Mira y corre (1976).
Mito del malditismo tangerino, cuajado de viajes, secretarios y visitantes, amigo de legendarios transgresores como William Burroughs o Allen Ginsberg, Paul Bowles ha sido un existencialista, un nihilista (cercano a La náusea sartriana) pero encandilado por un mundo primitivo, sensual y lejano, que hacía más llevadera la angustia. La última novelita de Bowles -con la aureola ya del filme de Bertolucci- fue Muy lejos de casa (1992), ilustrada por Miquel Barceló. Bowles (lo vi un par de veces) era elegante y flemático, con ojos muy azules, y aire desesperado y correctísimo. Me gusta una frase suya: «Cuando había vida, dije que la vida estaba equivocada».
Paul Bowles, escritor, nació en Nueva York el 31 de diciembre de 1910 y falleció el 18 de noviembre de 1999 en Tánger (Marruecos).
SE EDITA EN ESPAÑA `LA TIERRA CALIENTE', RELATO SOBRE EL MATRICIDIO Y EL DESTINO DE LOS VIAJEROS
ANDRÉS F. RUBIO - ENVIADO ESPECIAL-TÁNGER
EL PAIS | CULTURA/MARZO 1992
LA TIERRA CALIENTE/PAUL BOWLES
"Es negra, bastante negra", dice el irónico Paul Bowles, de 81 años, sentado cómodamente en su apartamento de Tánger (Marruecos). Se refiere a la última novela que escribió, publicada en 1966 en inglés y ahora aparecida en castellano en Alfaguara. La tierra caliente es la favorita entre sus obras por la calidad de la escritura. Narra el destino terrible de los viajeros y el plan del protagonista, "de una maldad terrible", para matar a su madre, enriquecerse con la herencia y poseer un horario "eternamente vacío". No vive el autor de El cielo protector en una villa con cipreses de la ciudad internacional que fue Tánger, sino en un pequeño apartamento desconchado de un edificio gris. Allí recibió ayer a un grupo de periodistas españoles, se expresó en un castellano rítmico y preciso, bromeó a cada paso de forma extremadamente sutil y evitó las preguntas que comenzaban con "¿por qué?".Sobre la mesa y en las estanterías del salón se extienden un libro con las poesías de Lorca, una colección de entrevistas a Roland Barthes o los discos compactos de Pierre Boulez dirigiendo la música de Webern. Alta cultura.
Destino negro
La tierra caliente, en traducción de Rodrigo Rey Rosa, quiso publicarla Bowles con seudónimo "porque no se parece a las otras". A1 escritor, que no cree en géneros sino en obras buenas o malas, no le molesta que se diga que su novela es negra, pero sólo porque el destino es extraño y negro. "Las madres no son femeninas", dice. "La madre es la jaula de donde el joven quiere escapar. En mi caso, mi padre fue mucho peor; la madre sí era tierna y agradable en todo, pero quería escaparme de todas maneras. Yo creo que todos los jóvenes piden eso. La palabra familia es venenosa, creo yo". Y añade con una sombra de ironía: "El héroe es malo no porque mate a su madre, sino por querer el dinero, porque quiere lo que ella tenía".El matricida, en su inconsciente, todavía tiene miedo de ella después de matarla. Bowles no considera que todos los personajes de la obra sean infelices; más bien le parece que su emoción principal es el miedo, "que es el que hace dar la vuelta al mundo, la emoción más potente, más que el amor". "El amor", continúa Bowles, "no mueve el mundo, reproduce la especie. No es tan importante como el miedo, que viene primero, el miedo de dejar de vivir, pues se comprende que cualquiera quiere seguir viviendo, y todo lo que está fuera te amenaza, porque si no tienes miedo dejas de respirar".
Hay una forma de perder el miedo: morir. Para Bowles la burguesía tiene dinero, confort, pero el mismo miedo a morir. "Nada protege al hombre de la muerte. Nada. Hay gente que cree en la inmortalidad; parece que esa gente tiene menos miedo, pero, ¿por qué? Deberían tener el mismo porque nadie ha comprobado, y nadie lo va a comprobar, que exista la inmortalidad".
La nostalgia de Bowles es ahora el tiempo en que el mundo exterior no constituía una amenaza sino una sorpresa, la niñez. "Me gustaría ser un niño otra vez, porque el aire huele mejor. Ahora que tengo 81 años hay menos posibilidad de gozar de la vida. Un niño está libre, sale, ve el sol, las flores, puede respirar plenamente. Un hombre de mi edad sale y está consciente de varios pequeños dolores. No es interesante. El niño tiene la impresión de que el mundo es maravilloso, no tiene miedo, es inocente. Tal vez tengo la nostalgia de esa inocencia, y eso que no creo que la vida de un niño sea el paraíso; sufren mucho, más que un adulto; sufren, sienten y gozan todo mucho más".
La tierra caliente es su última novela, pero no sabe decir las causas de haber escrito ninguna otra desde 1966. "Puede que porque no se me ocurrió o no se me presentó ningún nuevo argumento, puede que por la vejez o la flojera, quién sabe; porque cuando uno dice ¿por qué? no puedo contestar. Para contestar a una pregunta que empieza con ¿por qué? hay que estar consciente, y como yo no lo estoy no lo puedo decir, por que cuando no estoy escribiendo no estoy pensando".
En el capítulo de reproches, comenta que Miquel Barceló nunca le ha escrito desde entonces, desde que le escribí¿> un texto para unos dibujos por mediación de un editor que, cuenta Bowles, resultó ser traficante de heroína y desapareció. También critica a una biógrafa de su mujer, Jane Bowles, por no retratar a la Jane de antes de la enfermedad que le causó la muerte, divertida y cuya principal cualidad era su humor, sino a una mujer que ya no era ella durante la "horrible" dolencia que duró 16 años.
"Ni cuando esté muriéndome voy a decir que hubo una época en la que me sentía maduro", termina diciendo Bowles, "porque uno siempre está cambiando y nunca llega a nada. Llegar a algo tampoco es necesario. Morir sí, todo lo inevitable es necesario".
EL BERTOLUCCI MÁS INTIMISTA
CULTURA/elmundo. 19 de nov. 1999 FRANCISCO MARINERO
El director italiano adaptó al cine la novela «El cielo protector», en la que despliega unas imágenes de estética sensual, dramática y realista.
EL CIELO PROTECTOR
ADAPTACION DE LA NOVELA DE PAUL BOWLES
A continuación de El último emperador, su película más premiada, Bernardo Bertolucci emprendió la adaptación de la novela de Paul Bowles El cielo protector, otro relato de escenario también exótico pero, en vez de épico y suntuoso, intimista y austero: el propio Bowles aparece en la película, sentado en un café de Tánger, relexionando sobre su novela, presumiblemente autobiográfica y premonitoria, que sigue el viaje de un matrimonio de intelectuales norteamericanos por el Africa sahariana en compañía de un joven y ocioso compatriota atraído por la mujer y al acecho del fracaso de su atípica relación con el marido.
Bertolucci hizo otra película que se recuerda por sus valores visuales, por imágenes brillantes y aisladas y por cierta sensación de pesadez, más que por su dimensión dramática y sus personajes. La suya es una obra muy personal que si en cierto modo prolonga el aliento épico de El último emperador también recupera la preocupación casi psicoanalítica por la sexualidad y la identidad de sus primeras películas: una original road movie, la crónica de un itinerario sin destino definido en el que lo importante es la experiencia del viaje, la situación de extrañeza, que va mostrando el distanciamiento progresivo de los protagonistas, mientras la propia película se va distanciando de éstos al ser seducida por la contemplación de un paisaje inhóspito pero fascinante y de una cultura extraña. Una vez más, se concluye que «el mundo es ancho y ajeno», pero aquí en un sentido distinto: los personajes quieren desarraigarse del mundo estrecho y propio.
Los fieles de Bowles reprocharon a Bertolucci haber convertido la novela del norteamericano afincado en Tánger en una obra propia y coherente con dos grandes tradiciones del cine italiano contradictorias y en pantalla conciliadas: la neorrealista, que trata de captar la autenticidad de situaciones y personajes, y la operística, suntuosa incluso cuando muestra lo pobre y cruel o primitivo, pasoliniano.
Con la complicidad imprescindible del talento del operador Vittorio Storaro, Bertolucci despliega unas imágenes de estética sensual, dramática y realista que acaban prevaleciendo sobre el drama de las relaciones entre unos norteamericanos que se dejan llevar por la resaca de un Marruecos sensual.
Para explicar las conductas de Kit y Port Moresby, Bertolucci recurre a sus conflictos de pareja ya fatigada, con el hombre y la mujer con ambiciones creativas propias y frustraciones que cada uno trata de compensar por su propia cuenta aunque sea, en el caso de Kit, a costa de la sumisión a los deseos sexuales de un primitivo, un tuareg, y en el de Port, de la propia vida. Se trata de despojarse de las raíces y en tal sentido Bertolucci hizo una perfecta ilustración de Bowles, el excéntrico ilustrado norteamericano adoptado por el antaño fascinante crisol de Tánger.
Bertolucci era muy aficionado a recurrir a actores americanos e ingleses y en El cielo protector ese recurso fue una exigencia y contó con intérpretes de justo prestigio pero si Debra Winger pone pasión, no se aclara mucho en el personaje de la muy independiente Kit dispuesta a ser concubina de un tuareg, y si Malkovich se recrea en el papel de Port, no le aporta la distinción decadente que pide el personaje. El color del desierto es lo más memorable de una película grave, pesada.
UN ESPÍRITU LIBRE
MIQUEL BARCELO (El pintor)
CULTURA/elmundo. 19 de nov. 1999
Siempre lo admiré, siempre valoré cómo había descendido a los infiernos. Paul Bowles era un personaje con un espíritu libre, por eso me sentía cercano a él. La libertad y Africa nos unió hace ya tiempo. Paul dejó de ser norteamericano, como Laurence dejó de ser inglés cuando se fundió con los árabes, hace décadas. Después de vivir durante años en Tánger, Bowles era el perfecto ejemplo de lo que significa el mestizaje, el mestizaje verdadero.
Hablaba los idiomas más raros. Recuerdo que en una ocasión, una mujer de la limpieza del zoco, que no sabía leer, se acercó hasta él con una radiografía de su vagina, acompañada de una hoja con anotaciones en árabe, para que Paul le leyera el diagnóstico. Fue muy gracioso verlo ejercer de médico. Tan gracioso como verlo a bordo, junto a su chófer, de su Ford Mustang de los años 40. En muchos aspectos, Paul se había quedado anclado en el tiempo. Todas sus cosas, incluso un abrigo muy bonito que se ponía hasta hace dos días, era de hace como mínimo medio siglo. A pesar de todo resultaba muy elegante. Allí, en medio de su casa, fumando kif, encarnaba la imagen de la libertad. Hasta el último momento decidió cómo vivir y cómo rematar su existencia. Nunca se prestó a ningún homenaje ni a ninguna celebración. Cuando Bertolucci rodó El cielo protector, por cuyos derechos no cobró prácticamente nada, todo el mundo, el mundo occidental, lo acogotaba, pero él sentía cierto desprecio por todo lo que oliera a lo que la mayoría de la gente entiende por civilización.
Paul Bowles siempre tenía las maletas preparadas, siempre estaban junto a la puerta de su casa. Era un viajero genuino, un nómada auténtico. En una ocasión, durante uno de sus viajes, coincidimos en París y allí tuve la oportunidad de enseñarle el retrato que le había pintado. Nos habíamos conocido unos años antes, cuando una editorial parisina me propuso realizar un libro con un crítico francés. Yo me negué a colaborar con el crítico y sugerí la posibilidad de hacer el trabajo junto a Paul Bowles, del que había leído algunos libros, pero del que desconocía si estaba vivo o no. Fui a visitarlo a Tánger para hablarle del proyecto y nos hicimos muy amigos. Los relatos que aparecen en el libro Lejos de casa surgieron de historias que yo le conté. Luego, él mismo eligió algunos de mis dibujos para ilustrar las páginas. En España lo editó Seix Barral, pero lo hizo de forma muy pobre y muy mal. Lejos de casa es el producto de una pasión compartida, la pasión por Africa.
Paul Bowles tenía siempre a su lado la foto de una duna. Para él, esta imagen significaba lo mismo que una estampa de la Virgen para un cristiano. Para Bowles, Africa encarnaba la belleza y la libertad absoluta. La mejor forma de recordarlo ahora que se ha ido es acercarse a su obra.
EL ENCANTO DE LOS EXTRAÑOS
CANDIDO PEREZ GALLEGO
Catedrático de Literatura Inglesa y Norteamericana en la Universidad Complutense
CULTURA/elmundo. 19 de nov. 1999
Su foto se ha repetido docenas de veces en los últimos años. Reclinado en una cama, un hombre, ya pasados los 70 años, escribe envuelto en una bata. Junto a él, una mesita repleta de medicinas, libros y bolígrafos. «El dios de la escritura es el dios de la muerte», decía Derrida, pero esta imagen es un intento de resurrección y ese anciano es uno de los mayores escritores actuales y está rodeado de ese caos sublime donde nace creación narrativa.
Su vida en Tánger fue estar y recibir visitas ilustres, y su biografía ha suplantado su obra y buscó en Africa un cobijo donde encerrarse y encontrar un mundo propio. No podríamos entenderlo sin pensar en pasajes de El inmoralista de Gide con esa exaltación de la música de los sentimientos, y ese viaje en el que Michel vuelve a nacer en el desierto argelino y Marceline, abandonada a su soledad, muere.
Ni tampoco debemos alejarnos de la Anabasis de Saint John Perse. Imposible quitar de esa mesilla que lo acompaña Albert Camus, que en aquel relato inolvidable, La mujer adúltera, retrató la vida en el límite de las dunas rencorosas, la necesidad de los símbolos redentores que el mismo Pavese en La Luna y las fogatas ha pintado con primor. El lenguaje del desierto.
«El encanto de los extraños». La frase pertenece a Tennesee Williams, uno de sus visitantes en Tánger, que deberíamos colocar junto a quienes hicieron de su morada -beatniks- un motivo de peregrinación y hasta turismo cultural. Bowles ama el desierto y no ignora que, como dice San Mateo (12,43), es «un mundo alejado de Dios y la guarida de los demonios». Jesús es tentado en esas arenas rencorosas y hasta San Antonio resiste allí la tentación. En el Apocalipsis (12,14), obra tan querida para el escritor, la mujer que es el pueblo de Dios, perseguida por el Dragón, huye al desierto y Dios la ayudará.
Era necesario decir esto para recordar que en El tiempo de la amistad nos pinta en las arenas argelinas la historia de la señorita Windling, una solterona suiza y un joven, Slimane, que intenta vivir con ella y fundar un oasis de cariño. A lo largo de los años se convierte en su guía, un ser del que no se puede separar y por quien siento algo más profundo que el amor. Lo conoció de niño y lo acompañará siempre. Le enseña a leer, le habla de Jesús, Lutero o Garibaldi y él escucha embelesado, le compra sandalias y camisas.
Buscar un cobijo. En Un episodio distante, un profesor francés se adentra en una zona infectada de bandidos. Un falso guía lo confunde y lo rapta cortándole la lengua y lo exhibe como un payaso. En La tierra caliente cambia de ritmo para explicarnos en un lugar latinoamericano la historia de una pareja que necesita estar junta, pese a sus riñas continuas.
El cielo protector (1949) es, quizá, su mejor novela. «A partir de cierto punto ya no cabe posibilidad alguna de retorno. Ese es el punto que es preciso alcanzar». Una obra dedicada a su esposa Jane, que morirá en Málaga a los 56 años, tras dejar tras de sí el homenaje entusiasta de Truman Capote y Tennessee Williams. Una fábula salvaje y cruel que ahora vemos con fotografía de Vittorio Storaro y maestría de Bertolucci.
Kit Moresby se adentra en el desierto con ánimo de salvar su matrimonio con su marido, Port y en compañía de un amigo, Turner. Se van perdiendo más y más en el desierto. Ella romperá con su marido y con América y se quedará en el Sáhara «a mirar el paisaje que se oscurecía gradualmente».
En Adiós a las armas le dice el capellán al protagonista: «Deberías venirte conmigo a las montañas, allí te sentirías como en casa». Y esta frase de Hemingway, con ecos de Nietzsche, significa esa necesidad de shelter que antes insinuábamos. Uno de sus mejores cuentos, Misa de gallo, sirve de clave. Un hombre quiere recuperar en Tánger la casa de su infancia. Necesita el pasado, como si fuera un homenaje a Proust, como una lectura de Sartre: «La angustia es una fuga incesante al pasado». Desea volver a su cuarto y su casa, ocho años después de morir su madre.
Sigue enfundado en su bata escribiendo sin parar. Una vez muerta Jane desconfía de toda esperanza de cariño: «La madre es la jaula donde un joven quiere escapar y el amor no mueve el mundo, sino que reproduce la especie». Y allí se aglomeran sus docenas de entrevistas -en mi archivo conservo más de 40- y los recuerdos literarios, el desdén de Gore Vidal por Truman Capote, los paseos con William Burroughs o Jack Kerouac junto al mar, las charlas con Tennessee Williams, su pasión por la música siguiendo ecos de Aaron Copland. Variaciones sobre Lorca o Dalí.
Vive la soledad creativa y no deja Tánger más que en muy contadas ocasiones: «Estar enamorado no tiene nada que ver con la sexualidad». Kit ha decidido «no volver a casa» y vivir sus sueños y dedicarse al encanto de los extraños que al final se convierten en el mayor sustento de nuestra vida. No es que se haya perdido, sino que nos ha abandonado. No tiene sentido buscarla. Vivir el tiempo de la amistad. Buscar en el desierto una explicación a la existencia. Orfeo no viaja al infierno, sino a su propio infierno.
LAS «MEMORIAS DE UN NÓMADA», PASO A PASO
Las confesiones de un viajero empedernido que observó su propia vida desde la distancia.
Las confesiones de un viajero empedernido que observó su propia vida desde la distancia.
CULTURA/elmundo. 19 de nov. 1999
ESPIRITU NOMADA.-«Tenía la ilusión de estar a punto de añadir otro país, otra cultura, a mi experiencia global... Mi interés por las culturas extrañas era ávido y obsesivo. Estaba convencido de que me era beneficioso vivir entre personas cuyas motivaciones no entendía...», escribe al recordar su primer viaje a Ceilán, donde acabó comprando la isla de Taprobane, ese escenario que tanto le fascinó y donde escribió La casa de la araña.
GERARD RONDEAU
«El sur de la India era un lugar al que no podías permanecer indiferente. Mis reacciones oscilaban entre un intenso gozo y un disgusto igualmente fuerte», narra sobre otro de sus viajes, parándose a contemplar el Templo de Madura, la «música celestial» que escucha en sus corredores.
TANGER.- El espíritu nómada es lo que mejor define al autor. Ciudades, atmósferas, casas diferentes llenan las páginas de las Memorias de un hombre cosmopolita que acabó encontrando en Tánger el lugar que mejor se acoplaba a su alma. «No elegí vivir en Tánger de forma permanente: fue una casualidad. Tenía la intención de que mi visita fuera breve... Me hice perezoso y demoré la partida», dice.
«Si ahora estoy aquí», prosigue, «es porque estaba aquí cuando comprendí hasta qué punto había empeorado el mundo y que ya no deseaba viajar... En defensa de esta ciudad, puedo decir que, hasta el momento, los aspectos negativos de la civilización contemporánea la han afectado menos que a la mayoría de ciudades de su tamaño. Y más importante aún, saboreo la idea de que por la noche, mientras duermo, la hechicería horada sus túneles invisibles en todas direcciones...».
SOBRE JANE.- En esa ciudad con ruido de tambores nocturnos («las llamadas de los muecines»), Bowles vivió algunos de los momentos más intensos de su relación con Jane Auer, con la que se casó en 1938. Una escritora personalísima (firmaría sus libros como Jane Bowles) y una mujer compleja a la que se refiere constantemente en sus Memorias, utilizando sus lúcidas observaciones. «El Sáhara es el lugar menos siniestro de la tierra», le dice ella, no tan entusiasta con la isla de Taprobane. «Es como un cuento de Poe. Ya comprendo por qué te gusta».
En torno a la pareja se ha levantado toda una leyenda, pero Bowles no indaga en los aspectos oscuros de una relación basada en la libertad mutua y también en la complicidad y admiración. El escritor transmite en sus Memorias un gran interés por lo que escribe la autora de Dos damas muy serias y Placeres sencillos. Pasa a máquina algunos de sus cuentos y necesita saber de ella aunque se encuentre a miles de kilómetros, viviendo otras aventuras. No entra a contar la extraña relación de Jane con su amante árabe Cherifa, de la que se ha llegado a decir que envenenó a la escritora. Pero sí su intento desesperado por recuperarla cuando estaba ingresada ya en una clínica de Málaga, a consecuencia de una hemorragia cerebral que la llevaría a la oscuridad total.
NOMBRES PROPIOS.- Por la casa de Tánger de los Bowles pasaron distintas generaciones de artistas y escritores a la búsqueda de nuevas vivencias. Personajes tan dispares como Gertrude Stein, Truman Capote o Peggy Guggenheim salpican la historia común de la pareja. Pero el escritor también deja constancia de su paso por ciudades como París o Berlín, de su trato con personalidades como Auden, Djuna Barnes, Pound, Orson Welles, Visconti, Tennessee Williams -quien constantemente le pedía partituras para sus obras-, Aaron Copland, su maestro en el territorio musical, y tantos otros.
Aunque Memorias de un nómada (Grijalbo Mondadori), no abunda en chismes, Bowles relata de modo simpático los encontronazos entre Truman Capote y Gore Vidal, dos de sus amigos más asiduos. Cuenta, por ejemplo, cómo el segundo llamó a Tennessee Williams imitando la voz de Capote y logró arrancarle al dramaturgo comentarios despectivos sobre su obra (Vidal se puso luego en contacto con Williams dándose por enterado y despertó la animadversión de éste hacia Capote, quien, sin enterarse de nada, quedó como un cotilla).
Por las páginas del libro desfilan personajes muy unidos a la biografía de Bowles, como Allen Ginsberg («me agradaba porque era sincero y trabajador»), Kerouac o Burroughs, y otros como Francis Bacon, cuya obra tanto admiró, o Arthur C. Clark, al que conoció en Ceilán («un hombre muy sensible que disfrutaba buceando sin escafandra»).
LA MUERTE.- Y junto a estos nombres reconocibles aparecen los amigos marroquíes de Bowles. Esos con los que tantos momentos compartió (con Temsamany y Ahmed Yacoubi cuenta un curioso viaje por la España franquista). «Los marroquíes afirman que la plena participación en la vida exige la contemplación sistemática de la muerte. Estoy totalmente de acuerdo», escribe. Y añade: «Por desgracia, me es imposible concebir mi propia muerte sin situarla en la lejana mise en scéne más espantosa de la vejez». Con esta idea acaba unas Memorias en las que «no hay grandes victorias porque no hubo grandes luchas. Aguanté y esperé», se confiesa.
EL CABALLERO Y LOS «BEATS»
MARIANO ANTOLIN RATO
CULTURA/elmundo. 19 de nov. 1999
Paul Bowles desembarcó en Tánger a mediados de los años 40. Le acompañaba su mujer, Jane, y a partir de entonces los dos se convirtieron en personajes imprescindibles de la vida de la ciudad norteafricana. Bueno, de cierta vida. La que los estrechos llaman la mala vida. Sexo, drogas y... no, no rock and roll, pero sí música alucinatoria interpretada por salvajes sin civilizar -dirían esos mismos carcas- que Bowles grabó y difundió.
PAUL BOWLES ESCRITOR NOMADA
En Tánger, durante tantos años ciudad internacional y una de las capitales mundiales de ciertas actividades condenadas por los hoy triunfantes estrechos, Paul y Jane Bowles oficiaron de algo así como de embajadores norteamericanos del vivir con pocas barreras.
Y un español que los trató mucho, Emilio Sanz de Soto, puede enrollarse, y nunca parar, hablando de sus andanzas por el lado peligroso de la existencia. También escritores como Truman Capote, Tennessee Williams, William Burroughs, Jack Kerouac o Gregory Corso. Existe, por cierto, una foto de Allen Ginsberg donde queda constancia de tales andanzas. Aparte de los testimonios escritos de sus participantes.
Pero Paul Bowles siempre fue un caballero y, aunque sus amigos beats escribieran o dijeran insensateces, se mantuvo un tanto al margen, sin renunciar a la corbata o a los modales distantes. De hecho, le molestaban las salidas de tono de Kerouac o Corso, incapaces, según él, de mantener las formas.
Hay una anécdota con William Burroughs bastante definitoria. El autor de Yonqui, durante los años 50, sobrevivía en Tánger, donde le conocían por el «Hombre invisible». En cierta ocasión, el «Hombre invisible» -esto es, Burroughs, en pleno cuelgue de todo lo que se le pusiera a mano- invitó a cenar a Paul Bowles a uno de los mejores y más selectos restaurantes de la ciudad. Después de la cena, Burroughs encendió con toda la tranquilidad del mundo un canuto. Bowles, sorprendido y un tanto paranoico, le preguntó: «¿Es que aquí se puede fumar kif?». Y Burroughs, que pagaba la cena porque acababa de recibir el giro mensual que le enviaba su familia, le constestó: «Yo sí».
Cuenta Bowles en sus Memorias que en aquel momento se sintió de otro tiempo, de otro mundo. Que el desafío de Burroughs le hizo sentirse antiguo. Y pobre, porque él nunca sería cliente de un local tan caro donde le permitieran hacer lo que le apetecía. Además de abochornado, claro. Aquella manifestación de prepotencia era muy propia de un norteamericano palurdo. Que era lo que él consideraba a los beats. Y no sin motivos, por supuesto.
Bowles supo, o quiso más bien, mantener el tipo de norteamericano cosmopolita. A pesar de sus relaciones cordiales e íntimas, se dice, con los marroquíes, siempre estuvo al margen de sus querellas. Y la confirmación, para él, de que su postera era la adecuada, se la proporcionó su mujer, Jane, que se relacionó de un modo pasional bastante tempestuoso con una marroquí, algo que le produjo terribles quebraderos de cabeza.
Bowles, amigos de algunos beats, nunca renunció a su distanciamiento cosmopolita ni perdió aquella compostura que le hizo famoso. Sus escritos, incluidos los que presentan situaciones de lo más escabroso, mentienen un tono comedido. El que le ha hecho famoso.
LA CLAVE DEL TORNILLO
EDUARDO CHAMORRO
CULTURA/elmundo. 19 de nov. 1999
Llegó un momento en el que se sintió muy viejo y suspendido en esa mezquina premonición de la muerte que es el estar muerto de miedo. Su cielo protector se transformó en un hervidero de sierpes bajo las plantas de los pies. Vivía en el pavor de la maceta que abandonó una amante ajena, hechicera del triángulo, cuyas raíces no buscaban otra cosa que envenenarle los sueños. Decidió, quizá adecuadamente, vivir atrincherado en la mesilla convertida en vademécum.
Ya no le consolaban las historias de fantasmas, y se había esfumado ante sus ojos todo lo escrito por Gödel acerca de que el talento del espectro radica en su dominio de las técnicas del escondite. Lo que no se le había ofuscado era la conciencia de que las rocas han padecido la emoción que muestran sus cicatrices. No se puede decir que le quedaran más cosas.
Entonces fue a verle un joven periodista, tan vacío de preguntas como repleto de respuestas, al que se quejó de que los médicos sólo le permitían un canuto cada 24 horas.
«¡Un canuto!», exclamó aquel joven ante una dosis de la que podría sentirse orgulloso consumiéndola un par de veces al año, execrando de un modo natural lo que a partir de ahí, y para él, sería sobredosis.
«¡Pues ya me dirá usted!», le contestó Bowles. «Yo, a su edad, consumía 20 canutos al día. Comprenderá usted que este canuto al que me reducen, me produzca más ansiedad que sosiego».
El joven periodista de los dos canutos al año no comprendía. Así que hizo como que comprendía y dio rienda suelta a lo que entendía como comprensión. «Pero, hombre, señor Bowles... 20 canutos... 20 canutos al día... Eso le puede dejar a uno hecho polvo».
«A usted, no sé. A mí me sentaba como pimienta en el culo, o algún suntuoso terciopelo, o una ternura bárbara en el corazón». El novelista atrincherado contra su muerte de miedo se llamó Andana en cuanto al rubor inducido en el periodista y decidió hablarle de algo que le sirviera de algo.
«Mire usted, yo pensaba que quizá estuviera en mis posibilidades ganarme la vida escribiendo. Lo logré, muchos años después, gracias al hachís. La vida no era demasiado desagradable y el mundo se mantenía en una situación razonable. Hablo de entonces. El primer canuto del día me llevaba a la mesa donde yo debía escribir. El segundo canuto me atornillaba a la silla. El resto de los canutos era para tener algo de lo que escribir. O para ser capaz de hacerlo».
ESCRIBIR LA LEYENDA
RAMÓN BUENAVENTURA
CULTURA/elmundo. 19 de nov. 1999
En torno a Paul Bowles se fue constituyendo, desde su llegada a Tánger en los años 50, una segunda imagen extranjera de la ciudad. La primera, producto de la II Guerra Mundial, nos presentaba un Tánger de contrabando, espionaje y prostitución de lujo. Quizá hubiera algo de cierto en todo aquello, aunque los tangerinos nunca acabamos de creérnoslo.
EL ZOCCO CHICO TÁNGER
La extraordinaria riqueza de la ciudad no se debía a oscuras actividades, sino a dos factores muy simples (y muy simplificados en estas líneas): uno, la libertad; otro, la aportación de enormes cantidades de dinero que hacían las potencias encargadas de la administración internacional. El sueldo en oro de los funcionarios basta para explicar y trivializar una buena parte de nuestro paraíso.
La libertad tangerina no era fruto de ninguna voluntad política generosa, sino de la pura necesidad: la convivencia de las cuatro o cinco culturas (la árabe marroquí, la europea marroquí, la europea de importación, la judía sefardí con añadidos europeos) hacían imprescindible un altísimo nivel de tolerancia en las instituciones y las costumbres. Y puede que fuese esta libertad la que atrajera hacia nuestros exóticos parajes a toda una tribu de escritores, intelectuales y artistas anglosajones. Su tótem, su poste central, su mástil de referencia, fue desde el principio el norteamericano Paul Bowles, con la no escasa colaboración de Jane, su mujer y hechicera (hechizada) particular.
A finales de los 50 se produjo la independencia de Marruecos y casi todas las viejas familias tangerinas de origen europeo o sefardí -incluida, desde luego, la mía- tuvieran que marchar al destierro. Tánger se transforma muy rápidamente en una ciudad marroquí casi como otra cualquiera. Pero conserva el respeto a la diferencia y el extraño culto de la libertad. Ello facilita el esplendor de la segunda leyenda tangerina, la orgía de la perversión, los hervores de la creatividad, el punto de encuentro de una determinada índole de intelectuales y artistas. Sobre la plataforma de una ciudad abandonada por casi todos sus habitantes europeos, aquel círculo anglosajón llegó a hacerse famoso en el mundo entero.
A quienes vivimos el Tánger anterior a la independencia, aunque sólo haya sido en los años muy mozos, la segunda leyenda de la ciudad nos resulta demasiado ajena. Bowles, por su parte, siempre nos ignoró a nosotros, siempre ignoró los componentes europeos y sefardíes de nuestro Tánger. Y ni siquiera coincidimos, ni por los bordes, en la visión de Marruecos. Pero no hay lugar a la queja, porque sólo los escritores tienen derecho a escribir las leyendas.
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