Leonidas Yerovi Douat
Sergio Nicolás Leonidas Yerovi Douat (Lima, 9 de septiembre de 1881 - Lima, 15 de febrero de 1917) fue un poeta, dramaturgo y periodista peruano. A pesar de su prematura muerte, cuando aún no había cumplido los 36 años de edad, dejó una notable producción poética circunscrita al modernismo, aunque de espíritu criollo, y una muy celebrada obra teatral que le convierte en una de las figuras cumbres de la dramaturgia peruana de comienzos del siglo XX. Fue autodidacta. No pasó por universidad alguna. Tampoco fue burócrata o empleado público, ni usufructuó de rentas propias ni tuvo negocios, como muchos otros literatos. Toda su vida lo dedicó al periodismo y a la literatura. Fue de los primeros que en el Perú hicieron del oficio de las letras una auténtica labor profesional. Murió asesinado frente al local del diario La Prensa de Lima, donde había trabajado ininterrumpidamente desde 1903.
Hijo de Agustín Leonidas Yerovi Orejuela (político liberal ecuatoriano) y de Jeanne Douat Bacon (dama uruguaya), nació en la calle Bravo del Cercado (actual cuadra dos del jirón Conchucos, en Barrios Altos) y fue bautizado en la Iglesia de San Pedro con los nombres de Sergio Nicolás Leonidas. Su padre lo abandonó y de su crianza se encargaron su madre y sus abuelos maternos. Estudió la primaria en el Instituto Peruano-Franco-Inglés y en el Liceo Carolino, y la secundaria en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe. Muy joven todavía se convirtió el sostén de su familia debido al fallecimiento de su abuelo materno, desempeñándose como vendedor de géneros en un establecimiento comercial.
Se inició tempranamente en el periodismo, ayudado por su ingenio espontáneo y prolífico, que lo llevó a producir, con asombrosa facilidad, versos y prosas festivas, las mismas que fueron publicados por primera vez en la revista satírica Fray K.Bezón (1901). Así se hizo conocido y no tardó en ser requerido por otros diarios y revistas limeños. Colaboró en el semanario Actualidades (1903-1907) y en el diario La Prensa del que fue periodista fundador (1903) y donde hizo populares sus columnas “Crónicas alegres” y “Burla burlando”.
Junto con el dibujante Julio Málaga Grenet fundó la revista Monos y Monadas (31 de diciembre de 1905) en la que colaboraron los más notables escritores y artistas del continente, y que dirigió a lo largo de 108 ediciones, hasta 1907. Esta revista reaparecería 71 años después bajo la dirección de su nieto, Nicolás Yerovi.
También fundó los semanarios ¿Está Ud. Bien? (1908) y Lléveme Ud. (1909); asimismo, colaboró en el diario La Crónica (1912-1917) y en casi todas las revistas limeñas de su tiempo: Variedades (1908-1917), Gil Blas (1911), Don Lunes (1916), Ilustración Peruana (1911-1913), Balnearios (1911-1916) y Rigoletto (1916).
Paralelamente al ejercicio del periodismo y de la poesía, incursionó en el arte dramático. El 9 de diciembre de 1903 estrenó su comedia en verso La de cuatro mil que fue un sonado éxito tanto de público como de la crítica, que consideró a Yerovi como jefe del teatro nacional y heredero nato de la tradición costumbrista iniciada por Felipe Pardo y Aliaga y Manuel Ascencio Segura a principios de la República. A esta comedia se sumaron otras, todas ellas estrenadas con igual éxito: Álbum Lima (1904), Tarjetas postales (1905), Domingo siete (1907), La salsa roja (1912); y La pícara suerte (1913).
En abril de 1914 viajó a Buenos Aires donde fundó diario Crítica, y colaboró en la revista Caras y Caretas, logrando igualmente mucha acogida. También reestrenó La pícara suerte, y estrenó sus dos últimas obras teatrales: La gente loca y La casa de tantos. Regresó a Lima al año siguiente y volvió a trabajar en el diario La Prensa como director literario.
Yerovi, que tenía el don de la simpatía, fue correspondido por las mujeres, sobre todo si eran actrices. Su pasión por la actriz argentina Ángela Argüelles fue fatal. El arquitecto chileno Manuel José Sánchez, presa de los celos, pues también cortejaba a la joven artista, fue al local del diario La Prensa, en la calle Baquíjano (Jirón de la Unión), en busca de Yerovi. Éste se hallaba entonces componiendo un poema al rey Momo que se publicaría al día siguiente, pues era víspera de Carnavales. Enterado de la presencia del chileno, Yerovi salió a la calle para zanjar la disputa, y estando a pocos pasos de la puerta dio un puñetazo en el rostro a Sánchez, quien sacó entonces su revólver y le disparó cuatro tiros. Gravemente herido, Yerovi fue llevado por sus amigos en un automóvil al puesto asistencial de la Plaza San Marcelo donde, por la gravedad del caso, recomendaron que lo llevaran a la clínica Maison de Santé. Fue trasladado en camilla por las calles de Lima y la gente se sumó al cortejo al enterarse que se trataba del muy querido poeta. Pero las heridas eran de gravedad y Yerovi falleció dos horas después en la clínica (15 de febrero de 1917).
La muerte sorprendió a Yerovi cuando hacia pocos meses había cumplido 35 años de edad. Los diarios de la época calcularon en no menos de 30.000 personas las que acompañaron el cortejo fúnebre, una manifestación de dolor nunca vista hasta entonces en el Perú en los funerales de un hombre de letras. Esa ocasión fue aprovechada por Abraham Valdelomar, ya por entonces un escritor consagrado, para leer un bellísimo poema en prosa sobre la emoción que le causó enterarse de la muerte del poeta, y que principiaba así: “Yo vivo allá en Barranco junto al mar…”
El arquitecto Sánchez fue procesado y condenado en primera instancia a cinco años de encierro en la penitenciaría de Lima. A su favor se abogó el carácter pendenciero y la embriaguez habitual de Yerovi, que pese a estar en ese estado infirió un potente puñetazo a Sánchez, lo que fue el móvil para que éste se ofuscara y usara su arma. Además, se señaló que los movimientos bruscos que sufrió el poeta en su traslado al hospital fue lo que aceleraron su muerte. Presionada por el clamor popular que consideraba benigna esta pena, el Tribunal Superior revocó la primera sentencia y condenó a Sánchez a once años de prisión. Se dice que trabajo allí como cajista y compuso los moldes tipográficos para la impresión del libro de poesías de su víctima.
Obras
La obra literaria de Yerovi es muy vasta: ocho comedias que estrenó en vida, e innumerables composiciones poéticas desperdigadas en periódicos y revistas, que fueron recopiladas pacientemente con posterioridad a su muerte. A todo ello se suma su producción periodística en prosa: artículos de costumbres, crónicas urbanas, comentarios de noticias internacionales, crítica literaria y notas policiales.
Comedias
La de cuatro mil (1903)
Tarjetas postales (1905)
Domingo siete (1906)
La pícara suerte (1912)
Álbum Lima (1912)
Salsa roja (1912)
Gente loca (1914)
La casa de tantos (1917).
Poesías
Dentro de su producción poética destacan los siguientes poemas:
“Madrigalerías”, poesía pícara que termina con dos versos de amargura burlona.
“Mandolinata”, versos de ingenuidad sencilla.
“Horizontal”, dedicado a una cortesana y que escandalizó a algunos.
”Madama la luna”, donde se encierra el presentimiento de su muerte, expresado con viril angustia.
“Viajeros de ida y vuelta”.
“El Café de las Ghirantas”, con influencia rubendariana.
“Recóndita”, soneto perfecto, joya infaltable en las antologías y que pronto fue convertido en la letra del vals Amor de bohemio (ver más adelante su texto completo).
Parte de su poesía, dispersa en diarios y revistas, fue recopilada en dos libros póstumos: Poesía lírica (1944), y Poemas festivos (1960).
Obras completas[editar]
En enero del 2006 el Fondo Editorial del Congreso de la República del Perú publicó en Lima las obras completas de Leonidas Yerovi, en tres tomos. Dicha labor recopilatoria, muy ardua vista de la amplitud de la obra de Yerovi, se pudo culminar gracias al trabajo de compilación de la hija del escritor, Juana Yerovi Douat y la edición y anotación de Marcel Velázquez Castro.
Poeta
Yerovi fue considerado –entre otros por Luis Alberto Sánchez y Raúl Porras Barrenechea– como representante del escritor criollo de la costa. Heredó la rica tradición de los letrilleros limeños (Larriva, Pardo y tantos otros) que supo combinar con los temas y gustos de los primeros años del siglo XX, bajo la influencia del modernismo. Se ha dicho que “criollizó” a Rubén Darío.
Destacó por su facilidad para la rima espontánea y circunstancial, pero abusó de esta cualidad, pues la necesidad le obligaba a componer a cambio de un pago, y es por ello que sus composiciones son de calidad desigual.
Fue en su tiempo un poeta difundido y repetido, pero en sus obras jamás cayó en la vulgaridad, pudiendo ver con agudeza el aspecto humorístico y absurdo de la realidad. No tuvo tiempo ni paciencia para emprender una obra poética orgánica.
Caricaturizó a los políticos civilistas, a los militares, a los funcionarios públicos, acompañando sus versadas con dibujos de Abraham Valdelomar y más tarde con los de Julio Málaga Grenet, en Don Lunes. También aludió con sorna a otros tipos populares, como las muchachas casaderas. Pero al mismo tiempo, se vislumbra en sus obras un sentido amargo o desengañado de las cosas, una extraña melancolía que anticipa a Chaplin.
La facilidad de la expresión surge en toda su producción poética, como se ve en estos muy repetidos versos de su “Mandolinata”:
Titina, tina tontina
la de la voz argentina
y el aliento de jazmín,
sal a tu ventana, ingrata,
y oye la mandolinata
que te doy en el jardín.
La influencia rubendariana se nota claramente en “Versos de Carnaval” y en “El Café de las Ghirantas”, este último sobre su impresión de la vida bonaerense de principios del siglo XX. Cuando falleció Rubén Darío en 1916, compuso una parodia elegíaca del famoso poema “Divagación” de dicho autor, donde hace llorar a la princesa Eulalia (“la divina Eulalia, llora, llora”), contraponiendo así a los versos del maestro (“la princesa Eulalia ríe, ríe, ríe”).
Hay también en varias de sus creaciones poéticas un gracioso lirismo erótico. Cantó al amor fugaz y versátil, similar al “ir y venir de una ola de mar”, y tuvo la audacia de celebrar en dos sonetos a una cortesana, aludiendo sarcásticamente a su vida alegre y trágica.
Dramaturgo
Siguiendo la vieja tradición comediógrafa limeña, que se remonta a los clásicos Pardo y Segura, escribió ocho comedias festivas, que son una crítica a las costumbre de los limeños, pero hecha de una manera alborozada y tierna. Todas ellas gozaron del aplauso unánime de la crítica y el público.
La primera de dichas comedias, titulada La de cuatro mil (1903), está ambientada en un solo escenario (un miserable cuartucho de una pensión limeña) y se organiza alrededor de un billete de lotería premiado y una pareja recién reconciliada que, tras numerosos malentendidos, logra superar las más disparatadas situaciones hasta alcanzar un final feliz. Esta obra ha sido calificada de innovadora y revolucionaria por parte de la crítica especializada.
Asimismo, estrenó con éxito Tarjetas postales (1905), Domingo siete (1906), La pícara suerte, Álbum Lima, Salsa roja (1912), Gente loca y La casa de tantos; las dos últimas estrenadas en Argentina (1914). Después de su muerte se estrenó en Lima La casa de tantos (1917), que escapando de la comedia ligera pretendía ser un drama de crítica social, con los defectos y errores de la sociedad peruana.
El grupo “Ensayo”, dirigido por Alberto Ísola, repuso en 1984 la comedia Salsa roja. El montaje fue un acontecimiento cultural que atrajo a un público numeroso, confirmando así la vigencia del teatro de Yerovi a casi 70 años de su muerte. En el 2005 se repuso la obra a cargo Iguana Talleres bajo la dirección de Joaquín Vargas, también con notable éxito, lo que ocasionó que dicho montaje se presentara nuevamente en el año 2007, siendo la primera obra teatral presentada en el Teatro Mario Vargas Llosa de la Biblioteca Nacional al conmemorarse el primer año de funcionamiento de su nueva sede, y que fuera invitado a participar en Quito, Ecuador al Encuentro Internacional de Maestros y Escuelas de Teatro de la Universidad Central del Ecuador, donde se presentó con gran acogida de público y especialistas de teatro de todo el mundo congregados en esta ciudad.
Opinión de los críticos
Washington Delgado resume así el aporte de Yerovi a la literatura peruana:
Se podría decir que Yerovi vino a ser algo así como el vulgarizador del modernismo, el poeta que en el Perú puso al alcance de un vasto público lector de diarios y revistas ilustradas, las exquisiteces sonoras y las delicadezas imaginativas de la escuela rubendariana. (Cf. Historia de la literatura republicana).
Ricardo González Vigil señala:
Autor de miles de versos, Yerovi no publicó ningún poemario en vida. Sus tribunas fueron las que también prefirieron Segura y Pardo: el periódico y el escenario. Tribunas que revelan su entrega plena al público, su identificación con los gustos y las inquietudes de las mayorías. El pueblo le correspondió ampliamente, hasta tornarlo el poeta más querido y festejado de 1903 a 1917. Chocano podía ser más admirado, ostentar una fama consagratoria a nivel internacional, pero no atraía a todas las clases sociales como lo lograba Yerovi, en una compenetración poeta-público que no se ha vuelto a repetir en nuestra literatura escrita (Cf. Retablo de autores peruanos).
RECÓNDITA
Como un ir y venir de ola de mar,
así quisiera ser en el querer,
dejar a una mujer para volver,
volver a una mujer para empezar.
Golondrina de amor en anidar
huir en cada otoño del placer
y en cada primavera aparecer
con nuevas tibias alas que brindar.
Esta, aquella, la otra... Confundir
de tantas dulces bocas el sabor
y al terminar la ronda repetir.
Y no saber jamás cuál es mejor
y siempre, ola de mar, ir a morir
en sabe Dios qué playa del amor.
MANDOLINATA
Titina, tina tontina,
la de la voz argentina
y el aliento de jazmín,
sal a tu ventana, ingrata,
y oye la mandolinata
que te doy en el jardín.
Oye la trova que roba
con su dulcísima coba
la calma del corazón;
descorre la celosía
y acoge, princesa mía,
los ecos de mi canción.
Soy el bardo decadente
de númen incandescente,
que ama sin saber a quién;
el de las japonerías
y ritmos y melodías
aprendidos a Rubén.
Con mi cantata nocturna
quiero perfumar la urna
sacra de tu corazón,
y aquí tengo en la petaca,
para incienso, mirra y laca
que me ha prestado Fiansón.
Tu cabello es blonda seda
tu pura frente remeda
blanca faja de marfil;
luminarias son tus ojos,
cerezas tus labios rojos,
de medallón tu perfil.
Tu seno es tibia almohada,
tu cintura una monada,
tu cutis es de surah:
tu cuerpo un jarrón de Sevres
modelado por orfebres
amigos de tu papá.
Dos almendras son tus manos;
no hay pie, entre los pies enanos,
más menudos que tu pie...
y eres, en fin, por belleza,
por frescura y gentileza
un botón de rosa té.
Titina, tina, tontina,
siendo, como eres divina,
siendo como eres, así,
¿Por qué no asomas , ingrata,
y no te fijas en mí?
¿Será cierto que hay un viejo
que por paternal consejo
tu viejo esposo será?
¿Es posible que te vendas?
¿Qué no aceptes más ofrendas
que las que el viejo te hará?
Titina, tina, eso es feo;
no es decente y no lo creo;
¡Venderte al mejor postor!...
Una señorita honrada
no debe acatar por nada
más ley que la del amor.
A tí lo que te hace falta
según a la vista salta
no es un viejo rico, no:
es un trovador amante,
es un poeta que cante
como un mirlo, como yo.
Es un bardo decadente
que te ame y que te alimente
el alma en primer lugar,
que los demás apetitos
sólo son prosaicos gritos
del estómago vulgar.
Medítalo, pues, tontina,
la de la voz argentina,
y el aliento de jazmín:
no desestimes ingrata,
la prudentísima lata
que te doy en el jardín.
Mas si no oyes mi consejo
y crees hallar en el viejo
por su dinero, tu bien,
¡Anda y que Luzbel te tiente
y que el viejo te reviente
y te dure un siglo! (Amén).
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