Virginia Cantó
Nació en Murcia en 1985, es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Literatura Española en dicha universidad.
Hasta la fecha, ha publicado los poemarios “Fe de erratas” (Biblioteca Nueva, 2010), “Poemas para zurdos” (Renacimiento, 2010) y “Pasaporte renombrado” (Huerga & Fierro, 2013).
Su obra ha sido recogida en diversas antologías. Cabe destacar “Cuentos Alígeros” (Hipálage, 2011), “Enésima hoja” (Cuadernos del laberinto, 2012) y “Spanish Contemporary Poetry: An Anthology” (Manchester University Press, en prensa); así como en numerosas revistas literarias.
A TEMPO
Estoy aprendiendo a quererte sin premura
sin las grietas abiertas de la carne
con los primeros besos,
cuando dilatabas el mundo entre mis manos
con solo mirarlo,
con esa recreación física del verbo
con que me acariciabas.
Recuerdo cómo me sentaba en tus rodillas
y me quebraba la piel entre los muslos,
el deseo enmohecido
—la tierra reseca—
de sentirte amándome los poros
el vello frugal del brazo ya entregado.
Ahora estás como recién llovido
y aunque sigas suspirando casi besos
me reposan los músculos del alma
cuando hablamos,
cuando me observas de espaldas
y se derrumba mi pirámide de huesos,
la que rige el tobillo con mi nuca
y tu lengua con mis manos.
Ahora te quiero en la carne meditada
y te prefiero así,
con los músculos laxos de tu boca
y tu mirada tranquila y profunda
tragándome despacio
acariciando mi cuerpo con tu glotis
—y aún más adentro—
donde ya no hay carne.
La desmedida realidad de junio
atraviesa la ciudad por verte.
Y aunque nunca llueve
—es árido el clima de tu boca—
la tierra humedece cuando estoy contigo
y germinan lentas las frutas del verano.
(Antología de poetas contemporáneas ENÉSIMA HOJA.
Cuadernos del Laberinto)
(Del poemario “Fe de erratas”, 2010)
Resguardo de una receta de la Seguridad Social
Estaré curada de ti en unos días.
Te guardaré reposo,
bajo prescripción facultativa,
y en no más de dos vidas sólo serás febrícula,
un poso centígrado del amor en los cuerpos,
un eco gradual del cuerpo amado.
No comprendo por qué escritos
cada hoja y tronco de los tilos
hablan de ti, Amor, te identifican,
te absorben los monemas por tus labios
queriendo saberte, acariciando el vello
de tu semántica espalda,
los lexemas que suspiran como anhelos
si bostezan los morfemas por tu boca.
Qué fácil tornar lo simple dificultoso
y complicar opaco la luz tan clara en lo sencillo.
El Amor no es más que una medida,
los grados que marcan los termómetros
en bocas de mercurio,
un efecto secundario,
una inflamación de la garganta
con final ibuprofeno.
Yo me curo de ti mientras te escribo
en las gasas blancas de los folios
y me bebo el oxígeno del agua
que aún queda de tu boca entre mi cuello
y me ascienden los grados por recuerdos
pegados en memorias con esparadrapos
y siento escalofríos,
una ingrata pesadez por los párpados
de tanto no verte
la sombra en los delirios
de infames taquicardias.
Yo me curo de ti mientras los versos
me envuelven en tenues somnolencias
y me surges en los huesos dando gritos
llamándome por nombres que no me pertenecen,
y te afanas en mi carne,
en rasparme el músculo con tus alas mordidas
-quiero decir, tus uñas-
que se clavan en mi verso sofocado
tiritando en frío la fiebre del recuerdo.
El amor, como un catarro,
se cura cuando inyectan la vacuna del buen tiempo
y ya no exuda un calor de hiperpirexia
entre los labios.
Cuarenta grados de olvidos analgésicos.
Vi(d)as cruzadas
Crecí cerca de las vías del tren
quizás por eso aprendí temprano
que el cuerpo y la prisa viajan
en el mismo vagón de cercanías
ticando el mismo ticket
de raíl apresurado, oxidando
las muñecas de los hombres
las tibias atropelladas
de un siempre llegar tarde en los relojes.
Los trenes, como los hombres,
tienen las venas de acero
y palpitan carbones en las noches
como el rumor compás del pecho de mi madre
acunando mi cuerpo ferroso;
siderúrgico;
destetado
amamantando el gozo inoxidable
de estar siempre yéndose,
estático y marchado
en vagones que poco dicen de uno mismo
siempre recién llegados
para rompernos las nucas de viajeros urgentes.
(Del poemario “Poemas para zurdos”, 2010)
Voz de ayuno
Cuando me miras
y me regalas París tomando el desayuno
con todo su aguacero y sus paraguas
para mojar mis labios
cuando estoy contigo y se desgrana
un otoño de estaciones en Vivaldi
y me delatas
en un invierno en Roma
con sus columnas congeladas
y tu itálico acento cuando aguardan
las palabras rotas de saliva
en el quicio de tu boca
y me pierdes en Manhattan
cuando exprimes mi zumo
naranja y cielos que rascan la memoria
con sabor de mermelada
y escoges un lienzo a tu azar
y me devuelves
al museo más limpio y repeinado de Inglaterra
con tu voz de soneto
entre Hölderlin y Petrarca
y dos tostadas llamean
en los pasillos inmensos del Metropolitan
con un plano y la voz de tu nuca
para no perdernos en los muros
que aún dividen Berlín y las ciudades,
tu norte, mi sur,
un pasaje octosílabo en clase turista
para tender en Moscú la ropa del invierno.
Y me miras,
y siempre ocurre cuando me miras
que me regalas Madrid con dos de azúcar
en taza pequeña
y un vértigo en Egipto adormecido
para leer a Lope en Argentina
con rumores de mayos y de tangos
extendiendo a Avellaneda en margarinas
con tu voz de oligoelementos
y esencias de miel tan naturales
como el agua en Junio de Ginebra
para juntos descalzarnos en los Alpes
e inventar palabras asonantes
en pentagramas de Mendelssohn.
Cuando me miras,
y me regalas el mundo en un vaso de leche
te siento desnatado más mío que nunca;
sacarina líquida y tu voz de ayuno
es todo cuanto quiero amanecido.
Reunión familiar
En pan y mantel se sirve el plato tibio
de las reuniones familiares.
De ancestros y estirpes las patas de una mesa
redonda y angosta para albergar los silencios
que cada cual reinventa con los años.
Las copas altas y esbeltas como esfinges
y una flor de invierno a modo de epicentro,
rosa de los vientos descontemporaneizada.
Uno aprende ese idioma con el paso del tiempo,
la lengua consanguínea de la compostura,
la mirada de la crema fría
y el café en reponso de las sobremesas.
En realidad el único fin es sentarse erguido,
guarecer rodillas con temblor de servilleta
y usar de fuera a dentro los cubiertos del tiempo.
Lo curioso es observar la trascendencia atmosférica,
el valor que la desertificación y el reciclaje
adquieren en la estirpe
como viejos compañeros de juegos y fotografías.
El tráfico y el cambio climático son ya parte
del árbol genealógico que reinventas,
primos hermanos, ancianos bisabuelos,
o aquel tío segundo que marchó a hacer las Américas.
Todos tienen nada prendido de la boca
que fermenta con rumor de cucharillas
y vino blanco para acompañar el pescado.
Las reuniones familiares son mesas que flotan
en un vaso de agua.
Pásame la sal. Gracias. Ese año hubo buena cosecha
y un olor a ceniza y hierba recién quemada.
Masticando se reescriben los recuerdos innombrables,
los que no tuvimos y modelamos
con la flexibilidad de un cubierto de arcilla.
Son las cinco de la tarde.
Las migas de pan forman surcos de nostalgia
y reposan los recuerdos en el poso del vaso.
Pronto nos veremos, parece que fue ayer,
abróchate el abrigo, que la tarde se derrumba
y sentiremos frío.
Del poemario “Pasaporte renombrado”, 2013
Astor Street
En algunas calles
-igual a una piel extendida y abierta-
se puede sentir el olor del silencio.
Es el rumor de las casas vacías
porque siempre el esplendor
suele ser un lugar deshabitado.
En estas calles solo viven los siglos y las piedras
las hiedras que se aferran a los muros
y trepan como buscando en la cima su alimento.
Las vidas vacías
se adhieren diente a diente en extensas hileras,
simétricos bocados cubiertos de polvo.
Yo interrumpo su silencio y me pregunto
¿quién plantará las flores y regará los cristales?
Como inmensos párpados abiertos
me sonríen hoy tus piedras plañideras
mientras discurro insolente en tus pupilas
sin agua y tiempo.
Mirarte es ofender lo que tuvimos,
lo que murió arrogante en los cristales convexos
de un almanaque.
Tus piernas arqueadas, tu cintura altanera,
el pueril color grisáceo en tus mejillas,
el calor de hogar de tu frente en que readmiro
lo que fue y retuvimos de tu tiempo.
Tras el cristal cobrizo del Viejo Cándido,
de frío copo de piedra tiritante,
te delatas eterna y muda,
nueva y susurrante en mi labio renacido.
Mirarte es vencer un pulso al tiempo,
altanero y desigual en tus costados azules.
Mirarte es saber que entre tus piedras
moriré, como sin haber nacido.
Y tú quedarás como el silencio que sepulta la palabra
o el nicho que reinventa los motivos del tiempo;
de piedra y frío, como el hilo de tu espalda,
de gris y fuego, como el hilo del recuerdo.
Creo que habrá que seguir muy de cerca a esta chica... Grandísima poeta, conmueve en cada verso y tiene una cadencia hipnótica que te obliga a seguir leyendo
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