Jonathan Guillén Cofré
Iquique, Chile 1980
Escritor y Profesor de Lengua Castellana y Comunicación. Ha participado en Encuentros de Poesía Nacionales y en el extranjero (Perú y Bolivia). En 2008 publica Urbana Siniestra,(ed Yerba Mala Cartonera) . En 2013 es incluido en la Antología Predicar en el Desierto, Poetas Jóvenes del Norte Grande de Chile, Fundación Pablo Neruda.
Nocturna convulsiva
Hay un deseo inimaginable allá afuera. Un desesperado menosprecio por el orden anidando en la conciencia de los niños del fastidio. Una proyección con el brazo en el aire, basta para borrar todo signo de buena esperanza. Dios es un inconveniente. El antiguo hábito de saludar y estrechar la mano; prefiero mirar el suelo, balbucear palabras incomprensibles, alejarme por las calles memorizando el ruido que hacen las mujeres con taco a esa hora de la madrugada.
Los ladridos del callejón
Nunca imaginó todas las callejuelas infectadas
Ni cada paso ni cada acierto ni cada centímetro
Ni cuando tenía madre había escuchado las palabras más duras
Ni colgando boca arriba con la boquita cerrada
Para no despertar los malos recuerdos
Le hicieran lo que le estuvieran haciendo sobre la noche de ojos abiertos.
Siempre fue niño y niño se fue haciendo lluvia sobre el cemento
Abrigo de cartón y perros
Alimento de las bestias corroído el ángel de pantalones rotos
Se fue conformando el rostro y las cicatrices
De cuando en vez la cabecita asomaba para ser visto desde lejos
Para no representar el olvido ni la angustia
Ni cuando se fue naufragando entre sus propias manitos
Ni cuando le rompieron el hocico por no bajar la bragueta
Ni cuando quizo enrrollarse tantas veces hasta hacerse mínimo.
Siempre fue niño y niño se fue derramando como tiniebla
Y su olor pestilente alcanzó hasta las nubes
Y sus dientes amarillos brillaron pareciendo monedas
Que corren de mano en mano como sus genitales
Porque no tuvo tiempo de sonreír ni de mirarse en un espejo
Y aún cree que es humano y sincero y hermoso.
Siempre fue niño y niño se fue inundando sobre los techos
Los techos y las calles y los cementerios
Pájaro nocturno de aleteo semidesnudo
Ni cuando se descontinuó en el griterío de los amaneceres
Ni cuando el tolueno le mordió los intestinos
Ni cuando el cartón pasó a ser toda su enseñanza
Ni cuando se durmió pensando en que mañana
Se despertaría en medio de una familia tejida para sus párpados.
Pregúntales a los niños de aquella plaza nocturna
dónde olvidaron los juegos
dónde ocultaron las lágrimas negras de población
que rodaban por sus mejillas
que mojaban sus manitos de barro
que ponían las rodillas oscuras
que tiraban peñascazos a la mamadera
pateaban al perro y gritaban en medio del sol.
Pregúntales para que te contesten con su voz
grave/ herida de cigarro y semen/
de cigarro y semen/ de cigarro y semen/
de tiniebla
de frío
de violencia
de miedo
de coñac Gaitero de $500
de auto de turno
de cliente habitual
de la blanca y tierna disciplina
de sus dientes infantiles inundada por todas las leches.
Pregúntales… yo les pregunté
y guardé sus corazoncitos en todos mis bolsillos.
Tengo un perro gimiendo en mi cabeza. Se rasca el espinazo y me pone al tanto de su cruel pobreza al dormir entre la noche y su búsqueda de dios en la basura de los feriantes. La calle se derrama en nocturna leche y transcurren entre sus garras los innombrables pastores de la carne y los antenazos. Un luminoso letrero se refleja en sus colmillos mientras una mujer le sobajea el vientre y le susurra que conoce un motel barato en las afueras de la ciudad.
Urbana Siniestra de Jonathan Guillén, Demo Libros Ediciones, 2° Edición, 2014
Por Victor Hugo Díaz, Santiago de Chile, enero, 2015
Por Victor Hugo Díaz, Santiago de Chile, enero, 2015
El día termina cuando los perros vagos se esconden debajo de los autos estacionados.
Al ponerse en marcha Urbana Siniestra es una mujer que alcanza la edad en que se tienen todas las edades y se reconoce más joven en el reflejo de un transporte público, es también la ciudad que se mueve todo el día, que aunque nos concentremos tratando de ser ella, en ver sólo el vidrio, inevitablemente las cosas suceden. “una mujer se descubre en el vidrio creyendo por un momento verse más joven”.
También es un cuerpo, reconocible y con nombre, Laura. Ahí el hablante funciona con su ojo y lupa, Urbana Siniestra en turnos de 24 hrs, atento a distintas luces y cantidad de personas, buscando trazar el mapa mental de un paisaje ajeno cualquiera, registrando en escenas sólidas y expresivas la tonalidad de los colores, la posición de la luna, la cercanía del sol y el amanecer o simplemente sintiendo la dureza y la voz muda y sorda del siniestro pavimento urbano bajo los pies.
Siempre fue niño y niño se fue haciendo lluvia sobre el cemento/ Abrigo de cartón y perros.
En la estación Ladridos en el callejón, esta voz se sitúa en el entorno, que se hace histórico y social, pero no desde los datos o la información, sino desde aquello que éstos camuflan, los hace tocables como cuando se duerme mal, no se describe el dolor, aquí se escribe “con el perdón hecho pedazos colgando de sus bocas”.
En este libro se trata una poesía situada, pero poesía, con imágenes confusamente claras que equivocan el camino, el correcto, para ir derecho, de una, a la cabeza del lector. Dándole forma a las palabras como cuando el tolueno muerde los intestinos o se aprende a leer en los cartones; cuando “sus dientes amarillos brillaron pareciendo monedas/ Que corren de mano en mano como sus genitales”
Quisiera volver atrás, al principio de esta lectura subjetiva, volver a las dos ciudades en distintos paralelos, o tal vez es la misma, con un ojo se mira el mar y con el otro la Cordillera, es caminar acalorado por una calle de Santiago Centro o de Alto Hospicio, el mismo tono de luz y el mismo paisaje humano. Doblar hasta el fondo a la derecha de la memoria donde está el mar con olor a pescado y pasta base; o a la izquierda y ver en invierno la nieve a la edad de las poblaciones. Ahí donde no se puede ordenar en la bitácora vacía esos escasos momentos en que se es feliz.
De pronto entre las tajadas de ahora, se erectan algunos personajes, unos de tiro largo como Laura con sus 24 hrs, su turno completo de sobrevivencia y otros que apenas camean como el Negro Soto, su puñal y el Rancio.
Ese caudal llamado Laura corporiza la Caída que se repite monótonamente cada día, es un flujo en apariencia narrativo que hace ver, soportados en el paso del tiempo, la destrucción y la violencia.
Este ácido libro se ensambla, se estructura o mejor dicho desestructura en tres Hemisferios significativos:
1- La ciudad (ciudades) que se mira al mirarnos en el reflejo y el secreto.
2-La destilación clandestina de lo ácido de la pobreza en toma
3-La corporización de la experiencia en un personaje que adquiere, casi sin hablar, voz propia. Voz que se ve, la vemos moverse y no se oye; pero sí se huele su perfume BKN, olor a plástico quemado y sudor de antena.
En resumen Urbana Siniestra de Jonathan Guillén es un libro terrible y bello, que logra infectar con potencia estética el fracaso de lo real, “alejarme por las calles memorizando el ruido/ que hacen las mujeres con tacos a esa hora de la madrugada”
En sentido contrario
El recorrido, que es siempre el mismo, permite ver como
envejecen las casas y hace brotar la pobreza de los subterráneos.
El día termina cuando los perros vagos se esconden debajo de
los autos estacionados.
Los grafittis en el asiento de la micro, me recuerdan que ya casi
no pertenezco a las ciudades. Subo el volumen del MP3 y
descubro que una mujer se descubre en el vidrio, creyendo por
un instante verse más joven con un asomo de orgullo.
Las multitiendas cierran sus pesados portones.
La mujer llora;
su imagen la han borrado las luces de los autos que circulan en
sentido contrario.
Despedida
Vestirse de rojo;
caminar indiferente el tránsito
a la hora de los tacos en el centro.
La espalda mojada por el sudor
y el sol como quien abraza en una despedida.
Ver pasar la tarde de reojo
Una pileta escupe en tus zapatos.
Divisar a un conocido en la acera de enfrente
cuando el semáforo está en rojo, ignorarlo.
Sicosear a esa mujer que tanto has seguido
después de tragar el último antidepresivo,
ir tras ella hasta la playa,
imaginarla;
y contemplar el mar por entre medio de sus piernas.
I
Nunca hubo padre ni cervezas vacías en la mesa
sólo el griterío profundamente espantoso
de los sucios niños de la Autoconstrucción.
Ni siquiera se extrañó un té aguachento
un pan verdoso con margarina
en esta copia inmunda de un Miami grotescamente
tercermundista.
Los recuerdos de todas las noches lo fermentan,
Los cartones le horadan el párpado
Y le pronostican un día más de búsqueda en los basureros.
Arriba de la 3-A se sonríe con el espantoso gesto de la
conformidad,
no terminó sexto básico y le importa una mierda
porque de seguro podrá vender cartones
y pasear por el parque Balmaceda
recordando a su madre,
mientras los parapentes sobre el Cerro Dragón
le dibujan el rostro de su hermano muerto a puñaladas.
22:00 P.M.
Estabas tan blanca Laura, tus ojos nunca terminé de
entenderlos, tu sonrisa contaminada me hizo bajar la cabeza.
Entre tus dedos tenías un cigarro que movías de un lado a otro,
para rellenarlo con eso que no entendía qué era, pero ahora lo
sé. Tus dedos, Laura, parecían gusanos deformes, y pensar que
yo soñé más de una vez que jugaban en mi pelo. La ciudad nos
contagia Laura, nos pierde en un murmullo linfático sin que nos
demos cuenta de la caída, parecemos cucarachas de espalda
cuando caemos, moviendo las extremidades en caos, girando en
nuestro mismo centro. No te fumes eso Laura, mírame, estoy
parado en la otra esquina pensando en ti, en tus dedos, en tu
capacidad de hacer que te piense a cada rato, que invente
lugares donde tú y yo estamos en paz, recostados en la arena
dejando pasar el exterminio de los que como tú ya estaban
postergados.
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